martes, 12 de noviembre de 2013

El Greco: Toledo y la Tormenta

En primer lugar me referiré a un paisaje muy bello y sugerente, siendo este uno de los más evocadores que existen en el mundo, pues es de los primeros paisajes de la historia de las artes plásticas. 

Pintado por el Greco entre 1604 y 1614 y al que se le denomina “Toledo y la Tormenta”, en el cual observamos las dos naturalezas, una terrena y la otra celestial, que siempre han envuelto el “climax” de esta ciudad y que el pintor supo adquirir y más tarde plasmar en esta obra única, como si se tratara de una emoción contenida en el mismo. 

Fue descubierta por Cossío (uno de sus mejores críticos) encontrándose hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York.

En él y pese a estar pintado desde la entrada del Tajo por la cara norte de la ciudad, podemos observar la silueta de la torre de la catedral, único edificio-icono que cambia el pintor de lugar hacia el lado izquierdo, para que el Alcázar no le entorpezca. A toda la pintura, de estilo manierista, la da un aspecto espectral, yo diría más bien místico, espiritual, además de añejo, fundiendo sus edificios de colores blanquecinos con una luminosidad inaudita, pues en esa zona no da nunca el sol, pero que si podemos observar después de una tormenta, por la pátina que deja el agua sobre sus edificios, pareciendo una ciudad irreal aún en nuestro tiempo y si no hubiese existido, la mente popular la hubiera creado en sus sueños.



Observamos en ella un techo de nubes fantasmagórico, para concentrar una interpretación idealista de un Toledo arropado por un cielo que le intenta arrebatar. Influencia espiritual que amarraría al genio con Toledo, pues antes no le ataron ni Creta, su tierra natal, ni Venecia, ni Parma, ni Roma, ni siquiera El Escorial. En Italia se hace amigo de Luis de Castilla, que le incita a venir a España. Después de pasar por la sierra de Madrid viene a Toledo en 1577, con 36 años siendo recibido por Diego de Castilla, padre del anterior personaje.

Y es que aquí, en este lugar del Cosmos, donde este hombre sensible absorbió la inspiración más grande que un ser puede recibir jamás y con ella traspasó al lienzo, por medio de pinceles, colores y manchas, obras excepcionales siendo reconocidas hoy día mundialmente.

A este genio de la creación plástica-artística se le comenzó a conocer a últimos del siglo XIX y comienzos del XX, por medio de las vanguardias artísticas, pues de él libaron pintores contemporáneos como Cézanne, Renoir, Degas y Manet. 

Este último vino hasta Toledo en 1865 para conocer su pintura.

Esta obra a la que me refiero ahora, sirvió de modelo paisajístico, en varias de sus obras sobre seres especiales del cristianismo, como por ejemplo S. Martín y el Mendigo que se encuentra en la Galería Nacional de Washington, también en S. José con el Niño y parte del mismo modelo hacia el puente fue usado en el cuadro de la Inmaculada Concepción, estos últimos en el Museo de Sta. Cruz de Toledo, así como el cuadro de La Inmaculada con S. Juan.


Hoy día aún podemos reconocer casi el mismo paisaje, aunque con varios cambios sufridos, el más importante el del frente del Paseo del Miradero. Ahora bajo este se encuentra un Palacio de Congresos.


Se observa en el cuadro la nueva alhóndiga que aún existe, un torreón aparecido al hacer un aparcamiento del Miradero, que conducía a la puerta de Perpiñan, formando parte de la muralla, también parte del convento de las Comendadoras de Santiago, después Colegio de las Ursulinas o terminación de Sta. Fe, una coracha o muro tapada al construir el paseo, (edificios en parte derruidos para hacer el Miradero así como algunas dependencias del Hospital de Sta. Cruz).


Aún vemos la muralla hacia el Puente de Alcántara debajo de las Concepcionistas. Junto a este puente se puede observar la desaparecida puerta que conducía a la Cuesta de los Desamparados. También vemos a la salida de la ciudad por el mismo, el antiguo torreón de tipo islámico, con entrada en codo.


Por encima se observa al castillo de S. Servando y el cerro superior, hoy totalmente alisado al construirse la Academia de Infantería. Debajo una venta a la salida de Toledo, que mis propios ojos han visto cuando era joven, que allí existía en el comienzo del Paseo de la Rosa (Arroyo de la Rosa). En esa zona observamos a gente, un carro y caballerías.

Justo encima del puente observamos un alto monte con los caminos a la región de la Sisla y al pueblo de Cobisa o Burguillos y hacía la derecha, la torre y la nave de la iglesia del Monasterio de la Sisla (de monjes jerónimos) hoy desaparecido, del que aún queda la puerta de entrada a la finca.

En la zona baja del cuadro, aún pueden observarse los dos cauces del río Tajo antes de entrar a Toledo, uno de ellos regaba sus fértiles huertas y el otro contenía la Isla de Antolinez en su centro, donde se pueden ver pescadores, bañistas y gente a caballo cruzando desde la huerta a la isla, también podemos ver la presa y los molinos de Pedro Pérez, en cuyos restos en el centro del río Tajo he estado de niño sentado cuando aún se podía cruzar el río (sin contaminar) a nado. Hoy día es uno de los ríos más envenenados del orbe.

Al otro lado una azuda y su canal para llevar agua a los batanes que allí había y en ese cauce se ve ropa lavada, por encima vemos álamos negros que pintó a los pies de la ciudad y de los que hoy existen algunos. Al lado izquierdo la firma del Greco.

Vista idealizada por el Greco, que trata en esta obra de elevar a esta ciudad y convertirla en uno de los lugares más sorprendentes, simbólicos y espirituales del mundo conocido, aunque en realidad esa debía de ser la sensación que muchos seres sentían, cuando llegaban a ella por este lado, pues el espíritu de los místicos se ensamblaba a la ciudad de entonces (aunque la inquisición acechaba, pues alguno estuvo preso aquí, como S. Juan de la Cruz).



De todas formas y por los cambios que ha tenido dicha cara norte, para hacer el Paseo del Miradero en diferentes épocas y la manía de dejarle vacío otras dos veces más, pese a tanta erosión llevada a cabo por la mano del hombre, no quita el que al mirar desde el exterior esta cara de la ciudad, todavía haga estremecerse a los seres que la admiran.

Aún se pueden reconocer en ella, la fisonomía que la hace ser un auténtico ejemplo medieval, pese los desatinos a los que está expuesta o por sus modernos cambios, todavía se puede observar que el único elemento que no pertenece a este paisaje, como es la torre de la catedral, la cual plasma en el lienzo el pintor en dicho lugar, para que la ciudad sea reconocida por la aguja de dicho templo. Es como si el propio Greco intuyera en su tiempo, que esta obra iba a trasladarse más tarde al otro lado del mundo.

El cuadro está concebido desde tres lugares. El primero, referente a la zona baja, que el Greco tomó desde los altos y desaparecidos “Montes Maripas”, de tierras rojas, que las gentes de mi edad hemos conocido ya muy desgastados.

El segundo, referente a la zona alta, se encuentra tomada desde las huertas y sotos al lado del río Tajo. Precisamente inspirado en un día de fuerte tormenta veraniega, (pues los árboles se encuentran llenos de hojas y la genista se encuentra pintada amarillenta con un tono húmedo o mojado. El pintor oscurece el paisaje en general, entre los verdes, amarillos y ocres, también el color del agua que reflejan las nubes, dando una pátina entre grisácea y blanca a los edificios.

El tercero se refiere a la cara este de Toledo, bajando por la Cuesta de las Nieves, pues desde él se ve la perspectiva del Alcázar y la torre de la catedral a su lado izquierdo, tal como están plasmados dichos monumentos en el cuadro, lugar desde donde se ve la cara este del entonces Palacio Imperial de Carlos I de España.

Con estas tres vistas e ideas y la visión tan modernista del pintor, reconociendo además el alargamiento general en las figuras de sus obras, da a la ciudad un carisma muy bello y universal pocas veces superado, yo particularmente diría que en ninguna otra obra.

Los minuciosos detalles tanto aéreos, arquitectónicos y naturalistas, dan fe de la extraordinaria exactitud con la que el Greco crea esta singular y única obra sin personajes que impidan su vista completa.

En fin, todo un símbolo, que se hace universal por los pinceles del artista que la ha pintado, haciendo arte de la difícil orografía toledana, precisamente por los emblemáticos edificios que la cubren.

 A. Vega. 2011

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