martes, 20 de mayo de 2014

Cristianos, judíos y musulmanes en Toledo Siglo VIII

Las tres religiones a comienzos del siglo VIII

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Vaya por delante que no pretenden estas líneas describir detalladamente los pormenores de la situación de las distintas creencias a comienzos del siglo VIII, simplemente buscan esbozar de forma sucinta el escenario religioso de una época convulsa en la que la fe juega un papel muy importante.

Desde el siglo VI, el estado visigodo era, formalmente, un estado cristiano que reconocía el credo niceno como el verdadero[1]. Esta afirmación no esconde que, tras esta aparente uniformidad, existían corrientes heréticas y pervivían cultos paganos.

La situación en Hispania no era muy distinta a la que se dio en los antiguos territorios del Imperio de los césares durante la antigüedad tardía. Sin embargo, tenía algunas peculiaridades, veamos algunos aspectos relevantes:

Los visigodos al llegar a la península ibérica eran arrianos. El arrianismo fue una doctrina que arraigó con fuerza en el mediterráneo oriental en el siglo III y que negaba la naturaleza divina de Cristo al afirmar que el Hijo había sido creado por Dios. Los godos fueron convertidos a esta fe desde sus creencias paganas y la mantuvieron en los siglos siguientes como una seña de identidad.

Al asentarse en la Península se produjeron situaciones de conflicto que no concluyeron hasta la conversión de Recaredo al catolicismo en el año 589 d. C. Posiblemente, la unidad en la fe fue considerada una necesidad para la construcción del estado visigodo y, a partir de ese momento, la mutua dependencia entre la monarquía y la iglesia hispana fue haciéndose cada vez más patente[2].

En el siglo IV y V se produjo un importante movimiento en el seno de la iglesia hispana: el priscilianismo. Su fundador, un hombre al parecer de origen noble, predicaba una doctrina que hundía sus raíces en el gnosticismo y el maniqueísmo. Abogaba por un ascetismo extremo y llegó a contar con numerosos seguidores (sobre todo en el norte peninsular). 

Prisciliano fue condenado a instancias de algunos obispos por parte del poder civil a la pena capital en Tréveris. En esta situación, inédita en el mundo tardoromano hasta ese momento, algunos han querido ver un antecedente de la inquisición. Sus restos fueron traídos de vuelta a Hispania, posiblemente a Galicia, donde hay constancia de que su tumba fue venerada hasta el siglo VII.

Sobre todo en el mundo rural, la iglesia hispana no fue capaz de erradicar creencias paganas[3] porque estaban muy arraigadas en el seno de la sociedad. 

Por las actas de los concilios sabemos que la situación se prolongó durante siglos; sin embargo, es difícil diferenciar qué cultos o creencias no cristianas contaron con más adeptos.

La situación de los judíos en época visigoda pasó por distintas etapas:

Durante los años que transcurren desde la formación del reino visigodo de Toledo(principios del s. VI d. C.) hasta la conversión de Recaredo (en el 589 d. C.), se puede hablar de cierta tolerancia hacía los israelitas[4].

 Incluso, en relación a la fase anterior tardoromana, se podría afirmar que su situación mejoró.

Tras la conversión de la Corona al catolicismo, la cuestión judía ganó cada vez mayor peso político. La unidad religiosa fue vista por la monarquía como un elemento imprescindible para el fortalecimiento del reino. En este contexto, la legislación antijudía se hizo cada vez más importante.

 La presión resultó insoportable desde mediados del siglo VII. Los concilios toledanos aprobaron medidas como: la conversión forzosa, la prohibición de ejercer cargos públicos o la obligación de separar a los niños judíos de sus padres para educarlos en el cristianismo. Tan solo la incapacidad de la administración goda de hacer cumplir estas normas impidió la desaparición de los judíos hispanos[5]. 

En este contexto, las noticias que llegaban desde el norte de áfrica sobre la tolerancia de los musulmanes hacia el pueblo de Moisés sin duda serían un factor importante parafavorecer el apoyo de los judíos a la causa de los conquistadores[6].

Repasada la situación de cristianos, judíos y paganos en las fases finales del reino visigodo, veamos en breves pinceladas el escenario que se abre desde el punto de vista religioso a la llegada de los conquistadores musulmanes.

El Islam, en esta fase temprana de su expansión (no habían pasado cien años desde la huída de Mahoma a la Meca cuando se produce la conquista) demuestra una gran capacidad para atraer a nuevos fieles. Su mensaje es claro, en realidad, para los habitantes de Hispania se presenta como una religión revelada que viene a devolver a cristianos y judíos a la verdadera fe. Además, sus postulados son sencillos y fácilmente comprensibles, especialmente en un contexto en que las discusiones cristológicas se habían convertido, desde hacía mucho, en ininteligibles para la mayor parte de la población.

Las tropas que desembarcaron con Táriq, formadas en su mayor parte por contingentes bereberes que hasta no hacía mucho se habían enfrentado a los árabes, no podían estar, en el mejor de los casos, sino superficialmente islamizadas.

La llegada del contingente árabe bajo el mando de Muza y la posterior consolidación del emirato implica una mayor importancia de la religión islámica como factor de diferenciación ligado al nuevo poder que se instaura.

El carácter tolerante del Islam con las religiones del Libro permite, en una primera fase, una convivencia no exenta de tiranteces. Recordemos que el hecho de practicar estas religiones al amparo del poder musulmán implica estar sujeto a determinadas limitaciones (ej. la imposibilidad de construir nuevos lugares de culto) y cargas impositivas. A pesar de todo, los conquistadores no obligaron a adoptar la nueva fe y eso tuvo que ser un factor importante en el mantenimiento de la paz social.

Es posible que entre las élites dominantes que pactan con los conquistadores se produjera un proceso islamización más rápido que en otras capas sociales. Este proceso se produce a través de dos mecanismos: los matrimonios de nobles cristianas con la oficialidad árabe (que implica la educación en la nueva fe de los vástagos fruto de estas uniones) y las conversiones directas a la fe del Profeta de nobles cristianos (como sucedió en el caso del conde Casio en la zona del valle Ebro).

Con el paso del tiempo aparecerán tensiones entre los distintos grupos étnicos y religiosos que habitaban al-Ándalus. Durante el siglo IX se producirán revueltas que harán tambalearse el poder omeya que, desde mediados de la anterior centuria, se había instaurando sobre la mayor parte del antiguo del reino visigodo.

[1] Rosa Sanz Serrano: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo. La esfera de los libros, 2009, p. 570

[2] 711 Arqueología e historia entre dos mundos, vol. I. Varios autores. Revista Zona Arqueológica. Museo Arqueológico Regional de Madrid, 2011. p. 47

[3] Rosa Sanz Serrano, op. cit., pp. 572-573

[4] María Antonia del Bravo: Sefarad, los judíos de España. Ed. Sílex 1997 p. 88-89

[5] Luís Suárez: Los judíos. Ed. Ariel, Barcelona, 2005 p. 253

[6] María Antonia del Bravo, op. cit., p. 107

Fuente: http://elpuentedeltiempo.com/es/c/Las_tres_religiones_en_el_siglo_VIII

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