sábado, 10 de marzo de 2018

Cuando en 1866 caia una partida de forajidos en Ventas con Peña Aguilera

La Guardia Civil los sorprendió en noviembre de 1866 cuando iban a asaltar una casa en esta localidad toledana; cuatro de ellos fueron condenados a muerte y otro a cadena perpetua

Ventas con Peña Aguilera, localidad donde se produjo la caída de esta partida de forajidos al intentar robar en una casa propiedad de Miguel Albarrán

El 13 de marzo de 1882, en el Paseo del Tránsito de Toledo, fueron fusilados tres bandidos.

ESBOZOS PARA UNA CRÓNICA NEGRA DE ANTAÑO (XXV)

Actualizado:
Eran Ambrosio y Casimiro Navarro Clemente, «Los Purgaciones», y Juan García-Quilón López Simancas, el menor de los famosos «Juanillones».



Sus andanzas habían causado estragos en la comarca de los Montes de Toledo, donde desde tiempos medievales, dada su condición de zona fronteriza con territorio musulmán, fue frecuente la presencia de estas bandas de forajidos. Tanto que hasta Lope de Vega escribió en uno de sus versos que allí, como en Sierra Morena, hicieron «mil escuadras de ladrones los golfines bandoleros».

unto a los dos clanes citados, en la zona aún se recuerdan las andanzas de «El Magro», «Castrola» o Bernardo Moraleda. Nos acercamos hoy a la trágica caída de otra partida menos conocida que tuvo lugar en noviembre de 1866.Hospital de Santa Cruz, por entonces sede del Colegio de Infantería, donde se celebró el consejo de guerra contra los acusados de matar al sargento Pérez Vallejo (Foto, Laurent. Archivo Municipal de Toledo)

Andrés Pérez Vallejo, sargento segundo y comandante del puesto de la Guardia Civil en Ventas con Peña Aguilera, recibió una confidencia alertándole de que unos bandidos iban a asaltar una casa propiedad de Miguel Albarrán. Al mando de dos parejas, se emboscó en sus cercanías con la finalidad de sorprender a los forajidos, registrándose una duro enfrentamiento armado entre ambos bandos. Los agentes, incluso, hicieron uso de sus bayonetas. En el choque, uno de los ladrones resultó muerto, otros dos heridos y tres más huyeron. El propio sargento también sufrió lesiones de importancia.

El bandido muerto era Casto Díaz, vecino de Cabañas, siendo los heridos Sebastián Fernández «Herrete», de Ajofrín, y Felipe Moro, fugado de la cárcel de Consuegra. Los guardias, junto a vecinos que portaban palos y algunas armas, salieron en persecución de los huidos. Uno de ellos, Florentino Gómez Vega, fue prendido al día siguiente por el sargento segundo del puesto de Navahermosa, Venacio Alaguero Díaz.

Grabado de «La Ilustración» mostrando la fachada de la cárcel madrileña del Saladero, donde se materializó la ejecución de Felipe Moro González, Sebastián Fernández Gómez y Florentino Gómez Vega

De inmediato, el juez de primera instancia de este pueblo, Francisco Cabezas, instruyó las diligencias para localizar a los participantes en la reyerta que permanecían fugados, si bien su máxima preocupación era, en esos momentos, la evolución del sargento Pérez Vallejo, quien había recibido cuatro balazos y su estado era muy grave.

Unos días después, falleció.

Apenas habían pasado cuatro jornadas de su muerte, cuando en la localidad de Consuegra fue detenido Alfonso García «Carajulita»,confitero de profesión, a quien se le acusaba de haber sido el primero en disparar contra el sargento de la Benemérita.

Ya solamente quedaba en libertad uno de los bandidos, Benigno Bargas «El Bargueño», quien había sufrido heridas graves en la cabeza, según declararon unos arrieros con los que se cruzó en su huida, suplicándoles ayuda y diciéndoles que se había caído de una caballería.



Grabados de «La Ilustración» mostrando el interior de la cárcel madrileña del Saladero, donde se materializó la ejecución de Felipe Moro González, Sebastián Fernández Gómez y Florentino Gómez Veg

En tanto, desde diferentes pueblos de la comarca se inició una suscripción económica para ayudar a la familia del agente fallecido. Al tener conocimiento de lo ocurrido, la reina Isabel II solicitó que los cinco miembros de la Guardia Civil que participaron en el enfrentamiento –el sargento Andrés Pérez Vallejo y los guardias Mateo Trujillo Rozalén, Juan Parreño Salvador, José Delgado García y Francisco Valderrey- fueran condecorados, petición correspondida por el gobierno con la cruz sencilla de María Luisa Isabel, orden creada por Fernando VII en 1833, con motivo del nacimiento de su hija [la futura reina] para premiar el mérito militar.



Los esfuerzos por localizar a «El Bargueño» resultaron inútiles. Con él en rebeldía, en la mañana del 25 de enero de 1867 comenzó en Toledo el consejo de guerra contra los cuatro detenidos. Las sesiones se celebraron en el Colegio de Infantería, por entonces ubicado en el Hospital de Santa Cruz. El tribunal fue presidido por el brigadier Juan Nepomuceno Burriel, gobernador militar de la provincia.

A su término, Felipe Moro, Florentino Gómez, Sebastián Fernández y el aún fugado Benigno Bargas fueron condenados a muerte, mientras que a Alfonso García se le impuso la pena de cadena perpetua, con la cláusula de presenciar la ejecución de sus compañeros.Bernando Moraleda, considerado como el último bandido de los Montes de Toledo (Foto, revista «Estampa»)

Abrumado por la crueldad de esta sentencia, pocas horas después, «Carajulita» se quitó la vida en el calabozo de la cárcel provincial, donde estaba ingresado junto al resto de miembros de la partida. Se ahorcó con una soguilla trenzada con el esparto de su jergón. Antes había intentado suicidarse cortándose las venas con un trozo de cristal.

Tan horrible muerte –se indicaba en las páginas de «El Tajo»- llenó de «terror y espanto» a todos los habitantes de la capital. Al día siguiente los otros tres condenados fueron llevados en tren a Madrid, donde se cumpliría su ejecución en garrote vil. Para general conocimiento de los toledanos, el gobernador militar difundió un edicto dando cuenta del traslado. Los pasquines fueron fijados en diferentes puntos de la ciudad y en ellos, el brigadier anunciaba que la pena tendría lugar el uno de febrero.

 «Al comunicar este suceso a los honrados habitantes de esta provincia –decía-, no puedo menos de encarecerles la necesidad del total apoyo a las autoridades constituidas para extirpar de una vez a esos enemigos de la propiedad y del sosiego público».

A la una y media de la tarde del día 31 de enero, los tres reos ingresaron en la cárcel madrileña del Saladero, situada en la plaza de Santa Bárbara. Varios sacerdotes y miembros de la Cofradía de la Paz y la Caridad se hicieron cargo de ellos. Antes de ser puestos en capilla, les visitó el director general de Establecimientos Penales, Carlos Fonseca. Pasadas las nueve y media de la noche confesaron e hicieron testamento. Uno de ellos, Moro, mantuvo alguna conversación con sus guardianes, manifestándoles que en su juventud había servido en las filas carlistas, algo muy común entre los bandidos de los Montes, mientras que sus compañeros se mantuvieron más reservados. Al mediodía siguiente fueron ejecutados. Felipe Moro González, viudo, tenía 49 años; Sebastián Fernández Gómez, casado, 41; y Florentino Gómez Vega, también casado, 40. Este último ya había sido condenado, con anterioridad por la Audiencia de Madrid, por estar implicado en el secuestro del hacendado toledano Ildefonso Hernández Molero, perpetrado unos años antes en su cigarral.

A los pocos días de la ejecución, uno de los sacerdotes que les asistió, Ignacio Silva, describió en el periódico «La España» cómo fueron sus últimas horas en la cárcel madrileña. Hacía pública, además, una carta que Sebastián Fernández le había dictado despidiéndose de su esposa. Reconocía en ella haber llevado una vida llena de penalidades y trabajos, «pero manchada con muchos escándalos», encomendándole pedir perdón a todos cuantos por él se creyeran ofendidos. Recomendaba a su mujer que recurriese al lectoral de la Catedral de Toledo si precisaba amparo para sus dos hijos. También había indicado al presbítero que en su pueblo, Ajofrín, se dijera una misa a la Virgen de Gracia en su nombre, señalando al efecto una limosna de veinte reales.

Transcurridos dos meses y medio, en el monte conocido como «Sierra Luenga», del término de Urda, fue encontrado el cuerpo sin vida de Benigno Bargas. Su cadáver presentaba dos disparos en la cabeza. Al dar cuenta de tan macabro hallazgo, el decenal «El Tajo», editado en Toledo, tituló: «Quedamos tranquilos».



La presencia de estas partidas en los Montes de Toledo constituye uno de los temas de mayor interés para historiadores e investigadores de nuestra provincia, destacando los trabajos que al tema han dedicado autores como Ventura Leblic García, Juan José Fernández Delgado o Benito Díaz Díaz, especializado, este último, en los maquis y guerrilleros que desde las sierras monteñas mantuvieron la lucha antifranquista tras la guerra civil.

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN
@eslubianTOLEDO27/02/2018 20:09h
http://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/disfruta/abci-caida-partida-forajidos-ventas-pena-aguilera-201802272009_noticia.html

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