miércoles, 25 de julio de 2018

Hambre y Miseria en Corral de Almaguer: Las grandes inundaciónes ( y II )

Violentas tormentas con inundaciones se produjeron durante los años 1847,1860,1864,1888 y especialmente en 1891. Afortunadamente y después de la llegada del telégrafo en 1887, el alcalde de Cabezamesada solía poner sobre aviso al de Corral de Almaguer en cuanto observaba crecimiento de las aguas y éste lo comunicaba a su vez a los vecinos de las calles susceptibles de ser anegadas, para que buscasen refugio en la parte alta de la población. 


Dichas calles eran las siguientes: Tenerías, Cuerda, Puerta del Agua, Conta, Santa Ana, Piedad, Concepción, Peñuelas, Pedro Campo, Leganitos, Mayor, Peligros, Libertad, Monte Alegre, Chacón, Ciega, Sol, Ronda y algunas de las que descienden del arrabal.


En la fotografía se puede apreciar el centro de Consuegra totalmente arrasado tras la riada de 1891

Y es que en la mente de todos estaba presente la inundación de Consuegra acaecida durante ese mismo año (1891) que había ocasionado la muerte de 359 personas y había arrasado literalmente media población.

 Esa terrible catástrofe, que se convirtió en la segunda más importante del siglo XIX en España, ocurrió cuando por culpa de las terribles tormentas de septiembre y la rotura de la presa romana, el rio Amarguillo que atraviesa el centro del municipio y suele encontrarse seco, se precipitó con la violencia de un torrente sobre la localidad. (Las fotografías tomadas por los periódicos de la época son bastante explícitas).

El centro de Consuegra tras la riada de 1891

No habían digerido nuestros paisanos lo de Consuegra, cuando una nueva riada se precipitó en Corral de Almaguer el 14 de septiembre de 1893, llevándose por delante 19 casas y sumiendo a otras tantas familias en la desesperación. 

A pesar de la violencia de las aguas, no hubo que lamentar desgracias personales, por lo que los vecinos se consolaron con aquello de “dentro de lo malo lo nuestro no ha sido de lo peor”. 

Más aún, cuando se enteraron que en el cercano pueblo de Villacañas, esas mismas tormentas habían descargado con tal fuerza, que las aguas habían irrumpido en muchos de los 600 silos o cuevas en que vivía buena parte del vecindario, provocando la muerte de 43 personas.

Rescate en los silos de Villacañas tras la inundación de 1893

"Algún día nos tocará a nosotros" -clamaron los ancianos más agoreros de nuestra villa- "Algún día vendrá la “venida” y nos llevará a nosotros también".

No imaginaban nuestros paisanos lo cerca que estaba de producirse esa premonición.

La Gran Inundación de Corral de Almaguer

En efecto, durante la tarde del día 23 de septiembre de 1895 y después de un agobiante día de calor, oscuros nubarrones se fueron extendiendo por el horizonte haciendo presagiar tormenta. Nada que extrañase en un verano como ése, que parecía no tener prisa por acabar. Había sido un buen año de cereales y la climatología había permitido finalizar las labores del campo sin sorpresas. 

La feria, celebrada días atrás, había supuesto también un éxito de ventas, pues se habían efectuado numerosas compras de animales. Ahora llegaba por fin san Miguel y con ello el momento de renovar los contratos de campesinos y pastores con los amos, además de ajustar los jornales y cambiar de casa de labor si se consideraba oportuno.

Las tenerías en la inundación de julio de 1956

En esas circunstancias y con la vendimia a las puertas para regocijo de los jornaleros y sus familias, la oscuridad se abatió de repente sobre la población, pintando el ambiente con tonos de tristeza. 

Una violenta revolá de aire disfrazada de vendaval, barrió con ímpetu las calles del municipio, agitando con fuerza las ramas de los árboles y levantando remolinos de polvo y paja en su alocado trayecto. 

En cuestión de minutos comenzaron a sonar los primeros truenos y las gotas de lluvia se hicieron patentes al impactar con saña sobre casas, ventanas y tejados. Lo que comenzó como tormenta, se tornó pronto en auténtico diluvio, acompañado de fuerte pedrisco y furiosas rachas de viento. El cielo parecía venirse abajo por momentos, entre una aterradora orquesta de truenos y relámpagos que sumieron en total oscuridad a la población.


Lejos de amainar en intensidad, la tormenta fue creciendo en violencia y el miedo comenzó a hacerse patente entre los vecinos, que tenían muy presentes los desastres de Consuegra y Villacañas. Los rezos a santa Bárbara bendita aumentaron en intensidad, pero la persistente tromba de agua no parecía tener fin. Por las calles convertidas en auténticos ríos, descendía las aguas buscando las partes bajas de la localidad, arrastrando cuanto encontraban a su paso y penetrando en muchas de las casas que se interponían en su camino. 

El terror invadió a los vecinos en la penumbra de la noche, al comprobar que los tejados y canalones eran incapaces de contener semejante turbión, haciendo que el agua comenzara a deslizarse por las encaladas paredes de tierra que componían la estructura de la mayoría de las viviendas, inundando suelos y descendiendo en cascada por escaleras y sótanos.

La plaza del agua en la inundación de julio de 1956

En cuestión de minutos el pánico se adueñó del vecindario y montones de personas abandonaron sus hogares con lo puesto, rumbo a las zonas altas del municipio. 

Iluminados únicamente por el fugaz resplandor de los relámpagos y en medio de una incesante lluvia, la aterrada procesión de hombres mujeres y niños, calados hasta los huesos, parecía más una reunión de espectros que de personas. 

Entre continuos llantos y gritos de desesperación y con una mirada de infinita tristeza, mujeres con niños envueltos en harapos y hombres cargados con ancianos a sus espaldas, se afanaban por llegar cuanto antes a los alrededores de la plaza, porque sabían que aún faltaba lo peor.

Todos eran conscientes de que si continuaba lloviendo de esa manera, el río no tardaría en salirse de madre, empeorando aún más la inundación. No contaban nuestros paisanos con que las tormentas también estaban descargando en la cuenca alta del Riánsares y las aguas iban a precipitarse sobre el pueblo en forma de brutal avenida.

Y es que tras la pérdida de los montes y arbolados, las aguas, desprovistas de toda vegetación que las frenase, descendían de forma salvaje por las laderas de cerros y valles formando auténticas torrenteras en su camino hacia el río. A su vez el Riánsares iba recibiendo ese furibundo caudal y creciendo rápidamente en altura y velocidad según avanzaba en su trayecto. Pronto se formó una enorme e impetuosa ola de color marrón, que arrasaba todo lo que se interponía en su avance: cosechas, arboles, casas y animales.

Continuación de las tenerías en la inundación del 56

Cuando esa furiosa avenida de agua repleta de ramas, barro, troncos y demás objetos arrastrados en su camino, chocó contra las viviendas de la población, éstas se deshicieron como azucarillos, engullendo cuanto había en su interior.

 La crecida cobró tales dimensiones, que en las zonas bajas de la localidad las aguas alcanzaron un nivel de tres metros de altura. 

Algo nunca visto ni registrado en toda la historia de Corral de Almaguer.

Ante la magnitud del desastre y temiéndose lo peor, el alcalde telegrafió al Gobernador Civil de la provincia solicitando auxilio y a los puestos de la Guardia civil más cercanos. 

Entre el caos generalizado y la total oscuridad, el ayuntamiento intentaba organizar una cuadrilla de auxilio para que socorriese a las muchas familias que se habían negado a abandonar sus casas, convencidas de que jamás llegarían las aguas a tan alto nivel. Afortunadamente la solidaridad vecinal funcionó y muchos jóvenes demostraron su valor trepando por los tejados y rescatando a familias enteras.

Aunque los periodistas no lo recogieron, pues se limitaron a transcribir las crónicas telefónicas, fueron muchas las situaciones de auténtico pavor vividas por nuestros paisanos. 

Desde los que no tuvieron más remedio que pasar la noche en el tejado acompañados por sus familias y confiando en que sus casas no fueran arrastradas por la corriente, hasta los que arriesgaron sus vidas trepando por los tejados en la total oscuridad de la noche (caso de Luciana Leganés, que cruzó diez tejados con una niña en brazos antes de llegar a lugar seguro); sin olvidar los que sobrevivieron encaramados a un árbol, o los que estuvieron a punto de ahogarse en circunstancias mucho más angustiosas, como Nemesia Carrasco, que sobrevivió junto a dos niñas en la burbuja que formaban dos bovedillas, rezando para que no subieran las aguas.

Descenso de las aguas en las tenerías. Inundación de 1956

De la altura que llegó a alcanzar la crecida me daba cuenta mi propia abuela, quien a pesar de vivir en una zona relativamente alta, como era la calle real esquina con la calle del agua, fue evacuada por sus padres hasta una casa de las cuatro esquinas, en vista de las dimensiones que iba alcanzando la inundación. 

Cuando por fin pudieron regresar, se encontraron los billetes de la tienda y tahona que regentaban pegados en el techo.

Lo asombroso o milagroso –según se mire- de toda esta terrible tragedia, es que no se produjeran desgracias personales. Más aún, cuando al regresar la luz del día pudieron comprobar la magnitud de la tragedia. El espectáculo era dantesco: el centro de Corral de Almaguer se había convertido literalmente en una pequeña isla rodeada de agua por los cuatro costados. Desde lo alto de la torre se evidenciaba perfectamente la enormidad de la catástrofe. 

Barrios totalmente inundados en los que a duras penas se vislumbraban los tejados, calles desaparecidas del mapa, cientos de animales flotando sobre las aguas, junto a todo tipo de enseres domésticos, colchones, carros y aperos de labranza. El aislamiento de la población era total, pues las aguas inundaban todos los caminos hasta dos kilómetros a la redonda. El acceso de las ayudas, imposible.

Los periódicos españoles y extranjeros recogieron la inundación en sus crónicas telefónicas de urgencia, calificándola de muy grave, aunque manteniendo la prudencia a la hora de cuantificar las víctimas, dada la ausencia de datos.

El Riánsares volviendo a su cauce tras la inundación del 56

El día 24 Corral de Almaguer permaneció totalmente aislado entre lluvias intermitentes, intentando organizar las ayudas de urgencia a los muchos, muchísimos vecinos que habían huido con lo puesto. 

Fue un día trágico y enormemente triste, dominado por los gritos y llantos de aquellos que lo habían perdido todo. Una vez más la solidaridad que surge en los momentos críticos, hizo que los vecinos más afortunados se desvivieran para que no faltasen techo, comida o ropa a los más necesitados.

El día 25 por la tarde las aguas comenzaron a bajar en altura, permitiendo el acceso desde Ocaña por la calle Real. El gobernador civil, acompañado por ingenieros, médicos y guardias civiles, pudo hacer su entrada en la población para comenzar a organizar las ayudas y evaluar los daños. Las pérdidas eran enormes.

Durante los siguientes días se conocieron los primeros datos:

- 78 casas hundidas por las aguas- Otras 68 demolidas por los ingenieros de Toledo ante el peligro de derrumbe inminente
- 150 viviendas con graves desperfectos, entre las que se encontraba el convento de Clausura
- Más de 50 caballerías ahogadas y más de 100 cerdos, junto a numerosísimas reses de ganado lanar, conejos y aves de corral.
- Graves destrozos en el puente Garzón y en los demás que atravesaban el Riánsares y acequia de Albardana. Carretera general rota por tres lugares diferentes para facilitar la evacuación de las aguas. Pérdida total de las numerosas huertas y casas de campo cercanas a los márgenes del río y pérdida prácticamente total de la cosecha de uva de aquel año a causa del pedrisco.

A pesar de las ayuda inmediata de 1.000 pesetas que adelantó el gobernador civil de la provincia y otras mil que envió el encargado de las infraestructuras señor Díaz Cordovés (terrateniente de la localidad), la miseria y el hambre se iban a extender durante los siguientes años y habrían de pasar décadas hasta que se recuperase la población.

Casa afectada por la inundación de 1947


Hoy, transcurridos más de 130 años de aquella tragedia, el ser humano sigue más empeñado que nunca en alterar el curso de la naturaleza. La ausencia de vegetación es prácticamente total en la comarca, los pozos incontrolados extenúan las capas freáticas, los vertidos, productos químicos y pesticidas, nos envenenan. 

A pesar de la mejora en las infraestructuras de evacuación de las aguas y el encauzamiento del Riánsares a su paso por la población, las viviendas se han ido extendiendo como setas por las zonas más inundables del municipio (las vegas) al calor de la burbuja inmobiliaria. Una vez más el hombre desafía a la naturaleza pensando únicamente en su interés.

La pregunta es:

¿Se rebelará algún día la naturaleza? ¿Volverá el Riánsares a exigir sus derechos de paso?


Rufino Rojo García-Lajara (Octubre de 2016)
Fotografías (D. Crisanto Ortega y Archivo fotográfico del Bar Martínez)
http://historiadecorral.blogspot.com/2016/10/hambre-y-miseria-en-corral-de-almaguer.html#more

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