viernes, 19 de abril de 2019

Wamba, el Godo que no quería ser Rey

 02/03/2018

Muchos odios engendraron la sangre derramada por Chindasvinto para asegurar el Trono a su familia. Cuando su hijo y sucesor, Recesvinto, murió en Gérticos, cerca de Valladolid, los nobles y Obispos quisieron alejar del Trono a la odiada familia, y, allí mismo, eligieron a un noble de edad avanzada llamado Wamba, lo que parecía indicar que se buscaba una solución de compromiso.

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Wamba, consciente de las dificultades por las que atravesaba el Reino, rehusó aceptar la Corona, alegando que lo avanzado de su edad y la debilidad de sus fuerzas no le permitían ocupar el Trono. De nada valieron los ruegos y súplicas que le hicieron para que cambiara de opinión. 

Entonces, uno de los nobles con la espada desenvainada, se le acercó y con una actitud amenazadora, le dijo que, si no aceptaba el Trono, allí mismo sería ejecutado. Wamba, temeroso de que cumpliera la amenaza, terminó por aceptar. El 19 de septiembre, en la iglesia de San Pedro y San Pablo de Toledo, fue ungido por el metropolitano Quirico.


Wamba, el Rey Godo que intentó frenar el Feudalismo de la nobleza

En la primavera del 673, Wamba tuvo que marchar al frente de su Ejército para sofocar las correrías que los vascos realizaban en Cantabria. Aún no se iniciaron las operaciones de castigo contra los vascos cuando le llegó la noticia de que Hilderico, conde de Nimes, se había rebelado en la Galia Narbonense, al que se unieron Ranosindo, duque de la Tarraconense, y Gumildo, 

Obispo de Maquelonne (Languedoc). Wamba envió al conde Paulo, uno de sus mejores Generales con un contingente de tropas escogidas para sofocar la rebelión de la Septimania. Paulo, griego de origen, como Ardabasto, que se había casado con una prima de Chindasvinto y fue padre de Ervigio, pertenecía al partido hostil a Wamba, constituido por la familia y la numerosa clientela del difunto Chindasvinto. 

Tan pronto como como Paulo se vio lejos del Rey, proyectó reemplazarlo en el Trono. Obrando con astucia, y en nombre de Wamba, fue sometiendo a los rebeldes de la Septimania. Ayudado por los francos, cercó y tomó Narbona, donde acabó con su fingimiento, declarando nula la elección de Wamba y proclamándose Rey. Se le unieron los rebeldes Hilderico y Ranosindo.

Wamba, enterado de la traición de Paulo, apresuró las operaciones bélicas contra los vascos. En una semana los derrotó obligándoles a pagar tributo. Sin esperar a reorganizar el Ejército fue a Barcelona y Gerona, sometiéndolas.

 Dividió a sus tropas en tres Cuerpos de Ejército que traspasaron los Pirineos por diferentes pasos, mientras una flota vigilaba los puertos de la Septimania. Hilderico y Ranosindo intentaron impedir el paso de las columnas de Wamba, pero fueron derrotados y hechos prisioneros. Una vez reunidas las fuerzas, Wamba se dirigió a Narbona y tras varios días de asedio entró en la ciudad y capturó a su defensor, Vitimero. 

A finales de agosto, libre ya el camino, Wamba inició el sitio de Nimes. La ciudad se tomó por asalto, mientras Paulo intentaba resistir en el anfiteatro, donde fue capturado. Paulo y sus cómplices en la revuelta fueron llevados a Toledo.

 Las cabezas tonsuradas, las barbas afeitadas, descalzos, sus cuerpos cubiertos con harapos y llevados en carretas tiradas por asnos, los exhibió Wamba por las calles de Toledo en la entrada triunfal que hizo en la ciudad. Paulo y sus compinches, entre los que había Obispos y eclesiásticos, fueron confinados en una prisión y confiscados sus bienes.

A pesar del éxito alcanzado, Wamba se dio cuenta de la autonomía de la nobleza, pero las dificultades que encontró para reunir soldados con que hacer frente a la rebelión y la abstención de la nobleza, laica y eclesiástica a la hora de acudir a la llamada del Rey para defender el Estado le llevaron a promulgar una ley militar en noviembre de 673 que afectaba a todos sus súbditos.

 En el futuro, cuando se produjera una invasión exterior o hubiera problemas internos en las Provincias, todos, ya fueran laicos o clérigos, tendrían la obligación de comparecer con sus efectivos al completo, bajo pena de esclavitud o de muerte para los laicos, la confiscación de sus bienes a los clérigos y el destierro para los Obispos.

 Detrás de esta ley subyacía la descomposición de la moral nobiliaria y el acelerado proceso de feudalización de la sociedad visigoda. Wamba era consciente de ello, pero la nobleza, ciega y atenta sólo a sus propios intereses, seguí viviendo en medio de su autosuficiencia.

Los árabes ya habían conquistado una gran parte de África, y su poder, por la proximidad, era peligroso para España. Una flota árabe merodeaba por el Mediterráneo, amenazando las costas meridionales de la Península. Hubo un enfrentamiento favorable a las naves visigodas, pero por el momento, el peligro pudo ser evitado.

Wamba intentó limitar el creciente poder del episcopado, creando nuevos episcopados para demostrar la independencia del Rey en el nombramiento de cargos administrativos. 

Dictó normas para evitar el latrocinio de ciertos Obispos que se apoderaban de los bienes de la Iglesia y trató de evitar el excesivo crecimiento de las riquezas eclesiásticas en detrimento de las Reales. Por otra parte, al haber fortalecido el carácter sacro de la realeza con la unción, el episcopado estaba en disposición de aumentar su influencia sobre la política del Monarca. 

Según consta en las actas de los Concilios de Toledo y Braga, celebrados bajo el Reinado de Wamba, los Obispos abogaban por una mayor cohesión entre eclesiásticos y nobles, pudiendo así gobernar al país como un solo bloque, lo que ponía de manifiesto, una vez más, la debilidad del Rey, que dependía de las coaliciones de los nobles, a los que debía conceder privilegios mediante la entrega de tierras y cargos en la administración.


Nada importante ocurrió en los restantes años del Reinado de Wamba, que se dedicó a embellecer la ciudad de Toledo y a reparar sus murallas. La nobleza parecía tranquila, quizá en espera de tiempos más propicios para la intriga.

Hubo que esperar hasta el año 680 para que una intriga nobiliaria destronara a Wamba, anciano como Chindasvinto, inflexible con la nobleza y partidario de restablecer la autoridad Real. En la tarde del domingo 14 de octubre, Wamba tomó una infusión de hierbas, lo que con toda probabilidad sería costumbre en él, pero en esta ocasión, la pócima llevaba una dosis una gran dosis de esparteína que era un fuerte narcótico que, aunque no producía la muerte, privaba del sentido a quien la ingería. 

El efecto del brebaje fue fulminante: Wamba cayó en aparente estado comatoso. Los nobles que estaban con él – algunos eran contrarios a la conjura – creyeron que el Rey agonizaba. 

De acuerdo con el Liber Ordinum de la Iglesia visigoda, se celebró una impresionante ceremonia, presidida por el metropolitano Julián. El Monarca fue tonsurado, se le administró la penitencia y una cruz de ceniza fue trazada sobre su cuerpo. Pasados los efectos del narcótico, Wamba despertó, encontrándose legalmente incapacitado para reinar. 

El Monarca intentó recuperar el Trono. Su alegato de que la penitencia tenía que ser invalidada, pues hallándose inconsciente se le había puesto contra su voluntad, no se escuchó. Abandonado por todos, cesó en su inútil resistencia y firmó dos documentos, los cuales, con toda seguridad, habrían sido preparados por los autores de la conjura.

En estos dos documentos distintos, en contra de las nomas que los Concilios fueron arbitrados para la elección de un nuevo Rey, nombraba su sucesor al conde Ervigio y urgía al metropolitano de Toledo, el Obispo Julián, a ungirle lo más pronto posible. 

Ervigio, que ostentaba el título de conde por pertenecer al séquito palatino del Monarca, ocupaba un lugar destacado entre los nobles de Palacio. Sólo así se puede comprender el desarrollo maquiavélico de la intriga. Ervigio tuvo que contar con la complicidad, no sólo de su amigo, el metropolitano Julián, sino del personal de Palacio.

No hay ninguna duda de que, si los Obispos y la nobleza hubiesen querido que Wamba continuase reinando, la ley se habría modificado. Wamba fue obligado a tomar los hábitos y a confinarse en un monasterio de Pampliega, cerca de Burgos, donde vivió hasta su muerte, acaecida en el 687. 

La nobleza laica se vengaba de la represión que el Monarca llevó a cabo después de derrota de Paulo, y los Obispos, de la reorganización diocesana emprendida por Wamba para debilitar su poder. La nobleza, laica y eclesiástica, había ganado la partida, dejando al Estado prácticamente en su poder y sumiéndolo en una crisis que acabaría con el Reino visigodo.

Wamba fuel el último Monarca que hizo el último esfuerzo para intentar frenar el ascenso de la nobleza al poder y la feudalización del Estado.

Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es

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