jueves, 12 de septiembre de 2019

Moriscos expulsados de Granada y Avecindados en Toledo (IV)

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En el registro aparecen algunos vacíos. No son capitales y llevan a intuir ciertas añagazas, como la comentada ocultación del precio del salario y una sistemática omisión de la edad.

El silencio tenía sentido, porque con esa actitud se esclavizaba a quienes estaban excluidos de los límites fijados por las órdenes reales. Las lagunas sobre la procedencia deben interpretarse como una acción intencionada con el propósito de borrar la huella de su origen, aunque, en menor medida, pudo ser una omisión del escribano.

¿Acción premeditada? ¿Involuntaria y fruto de una negligencia?

Más bien lo primero que lo segundo. En dicho registro, como prueba ilustrativa, aparece un tal Gómez Carrillo asumiendo la custodia de nueve personas con apellido Valenciano, sin que conste el estipendio convenido ni la edad de ninguno.

La misma disposición vuelve a repetirse cuando el calcetero Juan Sánchez recibió a siete adultos, a los cuales puso a trabajar en su taller.

En fin, son notas ilustrativas a unas omisiones iterativas, porque el modelo de la cesión seguiría unas pautas semejantes a esta: “este día Francisco de León, mercader vecin er que la vigilancia resultara efectiva. Hubo un grupo, en núme l ser estab o de Toledo, vive a la casa de don Pedro de Mendoza, rescibio a Maria, hija de Juan Díaz, vecino de Xerez, de edad de quatro años”.

 Los no acomodados en los primeros días de estancia en la ciudad, un grupo constituido por 203 personas, quedaron bajo la custodia de los jurados Alonso de Cisneros y Francisco de Torres.

Ante tal número de parados, valga el eufemismo, el protocolo de asignación será repetido en días posteriores, y los jurados imprimieron una notable urgencia en su trabajo por que corría a cargo del ayuntamiento su sustento y querían evitar mayor gasto.

Otros quedaron recluidos en corrales hasta el momento de hallar para quien trabajar, situados en las parroquias de los santos Isidoro, la mayoría, y Cipriano.

Unos pocos quedaron asilados en casas de particulares, que cumplían con las obras de misericordia. Las presiones de las autoridades eclesiásticas sobre esos feligreses tuvieron su efecto, aunque hay que leer entre líneas para captar que quizá se pretendía no tanto auspiciar esa ayuda humanitaria como hac ro poco significativo, necesitado de remedios médicos que quedó internado en el hospital de Tavera.



El cuadro está todavía incompleto y requiere de otras pinceladas para su conclusión. El hacinamiento, por ejemplo, que soportaron los alojados en la colación de San Isidoro, apiñados en corrales y viviendas paupérrimas, compuestas por cercados construidos de tapial, material habitualmente empleado en edificaciones destinadas a recoger a gallinas, cabras y animales de labranza.

A los insuficientes para alojar a tantas personas, debieron dormir a la intemperie y sin resguardo, algo determinante para que empeorase su deficiente salud.

Los empleadores pretendieron obtener con ellos un beneficio, pagando su trabajo a muy bajo coste48 al ser de escasa cualificación los oficios que ejercieron.

Aun así los toledanos, de todas las capas sociales, aprovecharon esa circunstancia para lucrarse con un hacendoso granadino, un chico o una chica, incluso una pareja de más de treinta años; jornal ajustado, con reiterada frecuencia, a un vestido, calzado, escasa comida y en última instancia al pago de unas contadas monedas, abonadas bastantes años después de haber prestado el servicio.

 No es de extrañar, pues, que tal situación tuviera cierta incidencia en el despegue econ los patronos. Como respuesta recibían unas despiadadas amenazas, y no obtener un pasa penalidades de un camino tan largo, los condujeron hasta la ciudad, no a todos porque ya fallecieron algunos en la ruta. No alcanzaron aquellas muertes un valor ómico del último tercio del siglo XVI.

A la casuística descrita se añadieron bastantes abusos y algunos “señores” –valga el tropo especulativo– dispusieron en su casa de alguna mujer joven para realizar tareas domésticas, incluidos ciertos menesteres espurios. 

En las áreas rurales, los impúberes moriscos soportaron con mayor rigor las injusticias. Muchas quedaron silenciadas y otras no permanecieron enmudecidas. Diego Fernández, un morisco de Esquivias, junto con otros padres, denunció a varios cristianos viejos, inculpándoles de cometer atropellos contra sus hijos, según evidencia una solicitud de amparo dirigida al alcalde mayor de Toledo en el mes de junio de 1573. 

Acusaron a las autoridades de la población de llevarse a sus muchachos a trabajar en las casas sin mediar el consentimiento paterno, ni pagar estipendio ni con la intención de enseñarles un oficio. Los padres justificaban que con tal forma de actuar transgredían las órdenes reales y convertían a libres en cautivos. 

Los progenitores quisieron reconducir el problema y exigieron un salario a los patronos. Como respuesta recibían unas despiadadas amenazas, y no mostraron temor a las denuncias que, en el improbable caso de porte de tránsito, pudieran interponer ante tribunal del alcalde mayor toledano, al estar coaligados y emparentados con los miembros del concejo de la localidad.

OTRAS PARTIDAS INTEGRADAS EN LA DE LOS 6.000 MORISCOS

A finales del mes de noviembre de 1570 llegó a Yepes un grupo con 500 moriscos.51 Los mandaba el regidor de Úbeda Rodrigo Monsalve y firmó su recepción el alguacil mayor Álvaro Zúñiga.

Sin apenas descanso, ni valorar las penalidades de un camino tan largo, los condujeron hasta la ciudad, no a todos porque ya fallecieron algunos en la ruta.

No alcanzaron aquellas muertes un valor numérico desmedido, si bien sirve de indicador para tantear la desgracia el hecho de que los 12 de los ingresados en el hospital de Tavera fenecieran a los pocos días.

La cifra es relativamente insignificante, apenas un 2,5%, teniendo en cuenta las múltiples calamidades soportadas en su periplo por las llanuras de Albacete y la Mancha.

Tampoco el porcentaje es transcendente si se compara con las estimaciones efectuadas por otros historiadores, cuando apuntan que las condiciones meteorológicas, propias de un gélido otoño, las largas caminatas diarias y los escasos bastimentos alimenticios dejaron el camino sembrado de cadáveres. Al llegar a Toledo eran cuerpos famélicos.

 Tanto es así que los jurados Francisco Sánchez de Sampedro y Alonso García de Santa Cruz, el arcediano, y un clérigo apellidado Serna, tomaron a su cuidado un total de 170 personas y procuraban albergarlos en los hospitalitos de San Pedro, San Miguel, San Antón, Santa Ana, San Andrés, etc.56

 El rector del hospital de Afuera socorrió a los que presentaban una dolencia irreversible, aparte de mostrar síntomas de inanición y pocas ganas d constituida por “seis mil moriscos”, que comenzó a llegar a partir del 22 de noviembre de 1570, estuvo compuesta por varias partidas, como ya se dijo con anterioridad.

 Una vino al mando del capitán Luis de Córdoba y fue instalada temporalmente en las localidades de Yébenes, Orgaz, Ajofrín y Mazarambroz, en el trayecto Toledo-Ciudad Real.

Apenas habían pasado cuatro días de su arribada y los enviaban a Burguillos, donde comenzó la elaboración de un nuevo registro para tener constancia de cuántos sumaban los que iban asignados a diversas localidades de Castilla la Vieja

Aparte de que resultaba adecuado rectificar las cifras iniciales ante las bajas experimentadas desde mitad del trayecto, por el número de escabullidos que hubo, gados en el recorrido como esclavos, más los enfermos y agonizantes encomendados a las autoridades de los pueblos del camino. 

La distribución tuvo lugar el 25 de noviembre y quedaban constituidos en dos grupos parejos. Uno saldría al mando de Alonso de Sandoval y el otro será guiado por Antonio de la Hoz.5

Los capitaneados por Sandoval fueron organizados para una aalida inmediata, un operativo que comenzó muy temprano y quedó subordinado a unas pautas precisas. Los primeros en ser llamados serán los padres de familia o quienes actuaban como patriarcas de una casa.

Una vez reconocidos, quedaban inscritos en un nuevo registro —efectuado por el escribano Diego Sotelo—, y borrados del antiguo. Eso sí, en el caso de no estar o faltar alguno de los componentes de esa casa, el cuadrillero responsable debía justificar su ausencia mediante un comprobante válido.

El más inequívoco será el constituido por los recibos firmados por las autoridades de cada pueblo del trayecto, papeletas que llevaban escrito el nombre y edad, procedencia, motivo del abandono y personas que se hicieron cargo de ellos, siguiendo pautas análogas a esta: “en la villa de Campillo de Arenas quedó Isabel de España, vecina de Alhendin, muy vieja y enferma, a cargo de Sebastián García de Mateo, alcalde ordinario de dicha villa”.61

Las calamidades, sin ser una afirmación categórica y a simple vista, hicieron mella en ellos, aunque la proporción de los abandonados a su suerte es poco significativa.

En total, las certificaciones sumaban 148 varones y hembras, repartidos de la siguiente forma: en Pegalajar eran hospitalizados 26, otros 10 quedaron en la Manchuela (Mancha Real), 33 en Bejíjar, tres en Úbeda, uno en Baeza, 24 en Sabiote, siete en Castellar de Santiago, 13 en Chiclana (de Segura), tres en Villamanrique, 12 en Cózar, nueve en Alcubillas, uno en Argamasilla de Alba, otro en Villafranca, dos en Consuegra y el mismo número en Orgaz.

 De aquel total, únicamente murieron 13, de ellos cinco mujeres y los demás hombres. Otra parte de la expedición llegó al mando de Alonso López de Obregón. Los recontaban antes de integrarse en las partidas de Sandoval y Hoz y su distribución provocó muchísimos problemas a la hora de mantener los agrupamientos familiares y hacer equivalentes ambas cuadrillas. T

anto es así que Sandoval, ya de camino, tuvo que detenerse en Olías para incluir a varias personas procedentes de la partida mandada por el otro capitán. El total del grupo sumó 1.657 individuos 

El 26 de noviembre había preparado otro contingente en Burguillos y su mando recayó en Diego López Romero. Puesto en camino, ocurrió algo semejante a lo sucedido con los desplazados que capitaneaba Sandoval, por lo que resultó ineludible hacer un alto a fin de juntar padres con hijos, o mujeres y maridos.




No hay explicación apropiada para justificar el desconcierto con que se vivió el recuento. La torpeza requirió añadir medio centenar de otro grupo, hasta alcanzar un to a í como del valle de Lecrín y de la sierras de Güéjar y Alpujarra.63 uadro II.

Procedencia de los moriscos conducidos por Diego López Romero cia ero tal de 1.627 individuos. Su desigual procedencia, reflejada en el cuadro II, muestra como unos llegaban desde Granada y de su vega, otros de los pueblos de la costa a í como del valle de Lecrín y de la sierras de Güéjar y Alpujarra.

POR HILARIO RODRÍGUEZ DE GRACIA 
Profesor de Enseñanza Secundaria 

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