Dice la tradición toledana que a consecuencia de las guerras entre Don Pedro I y Don Enrique de Trastámara, unos de los puentes mas importantes de la ciudad quedó malparado, ya que los atacantes utilizaron minas, haciendo volar las defensas para poder entrar en Toledo y los defensores lo cortaron para impedir la entrada de sus enemigos.
Con todo eso se causaron muchos destrozos en el viaducto. Varios siglos después hacia el 1390, el arzobispo don Pedro Tenorio, deseoso de fortificar Toledo en previsión a posibles necesidades defensivas futuras, ordenó reconstruir dicho puente.
Para ello encomendó la misión a una afamada arquitecto, con el fin de afirmarle y hacerle seguro.
Convinieron en el precio y el arquitecto empezó su obra con mucha ilusión. Según iba pasando el tiempo el alarife se le iba viendo cada vez más triste, callado, sombrío y huraño. Todos los atardeceres, a la vuelta de su trabajo, su mujer que le conocía muy bien, se sentía decaído y fuera de sí. Nada podía cambiarle su estado de ánimo nadie de la gente que le conocía, acertaba en los posibles motivos que le hubieran llevado a tan repentino cambio de carácter.
Para ello encomendó la misión a una afamada arquitecto, con el fin de afirmarle y hacerle seguro.
Convinieron en el precio y el arquitecto empezó su obra con mucha ilusión. Según iba pasando el tiempo el alarife se le iba viendo cada vez más triste, callado, sombrío y huraño. Todos los atardeceres, a la vuelta de su trabajo, su mujer que le conocía muy bien, se sentía decaído y fuera de sí. Nada podía cambiarle su estado de ánimo nadie de la gente que le conocía, acertaba en los posibles motivos que le hubieran llevado a tan repentino cambio de carácter.
La obra avanzaba con rapidez, y nada parecía cambiar ese estado de ánimo. Su mujer que soportaba su mal humor día tras día, busco con inteligencia lo que a su esposo le provocaba ese mal humor continuo, hasta que un día el alarife abatido le contó lo que le quitaba el sueño y día tras día le abatía. Le confesó que se había equivocado en los cálculos de cimentación del puente, y que cuando al darse cuenta había intentado subsanar el error cometido, era demasiado tarde. Cuando se quitase la cimbra del arco central todo se vendría abajo y que él además de deshonrado y arruinado sería castigado por su negligencia.
Le comentó a la mujer que había pasado muchas horas buscando una posible solución al problema, muchísimos cálculos matemáticos y no hallaba solución alguna, el mal no tenía remedios. Su esposa trató de tranquilizarle, le prodigó sus más cariñosos consuelos y se dispuso a discurrir una posible solución para sacar a su marido de ese fatídico trance en el que se hallaba. Por fin, después de poco dormir por el mucho pensar se le iluminó la mente y se dispuso a llevar a cabo la acción que tenia en mente, creyendo ser la única solución al grave problema de su marido.
Así una noche muy oscura se acercó sigilosa al puente llevando consigo unas teas cubiertas de estopa y embreadas y una yesca. Se situó bajo el arco central y embreando la parte inferior de los andamios y la cimbra sobre la que descansaba el arco, prendió las teas, que posteriormente acercó a la madera y con suma rapidez se alejó del lugar confundiéndose con las sombras de la casa, hasta llegar a la suya, que se hallaba en el callejón del Alarife, estrecha calleja sin salida que se abre al principio de la calle Santo Tomé.
Así una noche muy oscura se acercó sigilosa al puente llevando consigo unas teas cubiertas de estopa y embreadas y una yesca. Se situó bajo el arco central y embreando la parte inferior de los andamios y la cimbra sobre la que descansaba el arco, prendió las teas, que posteriormente acercó a la madera y con suma rapidez se alejó del lugar confundiéndose con las sombras de la casa, hasta llegar a la suya, que se hallaba en el callejón del Alarife, estrecha calleja sin salida que se abre al principio de la calle Santo Tomé.
Mientras tanto, las llamas fueron extendiéndose por las maderas que formaban el andamiaje. Cuando los vecinos quisieron darse cuenta del incendio ya era demasiado tarde. El fuego consumió la cimbra y tras un crujido se vino abajo, arrastrando el arco.
Al día siguiente la noticia del accidente se fue extendiendo por toda la ciudad acechando la catástrofe a la casualidad.
El Arzobispo al enterarse del hecho llamó al arquitecto y le ordenó que de inmediato se pusiera manos a la obra con la reconstrucción del puente, este corrigió los errores y poco tiempo después el nuevo y flamante puente se hallaba terminado y en disposición de prestar todos los servicios que se le requerían.
Al poco tiempo de inaugurado la esposa pidió audiencia al arzobispo se tiró a sus pies y le contó todo lo que había pasado pidiendo, este la escuchó y la levanto del suelo comprendiendo el gran amor que le habían llevado a hacer tan reprobable acción, pero lógica para salvar el honor de su esposo.
Para perpetuar la memoria de este hecho y que sirviera de ejemplo de abnegación, sacrifico en ingenio a las generaciones futuras, mandó poner en piedra en un nicho sobre la clave central del puente, la imagen de la protagonista de esta bonita historia de amor, y aun hoy en día mirando desde los laterales del puente se puede ver la imagen de la mujer del alarife.
Para perpetuar la memoria de este hecho y que sirviera de ejemplo de abnegación, sacrifico en ingenio a las generaciones futuras, mandó poner en piedra en un nicho sobre la clave central del puente, la imagen de la protagonista de esta bonita historia de amor, y aun hoy en día mirando desde los laterales del puente se puede ver la imagen de la mujer del alarife.
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