viernes, 31 de octubre de 2014

El Tesoro que compró un billete de ida y vuelta

Siempre que escribimos acerca de aquellas obras o monumentos que por voluntad propia, otras veces de manera forzada, o como donación por servicios prestados, o exiliado por conflictos bélicos, o robado…, han tenido que hacer sus maletas para dejar su tierra y partir a otro entorno diferente para el cual fue concebido, sus viajes, están rodeados de un sinfín de aventuras y avatares que hacen que su periplo se convierta en sorprendentes hazañas…

Por ello siempre sorprende el viaje emprendido por un conjunto de joyas y coronas que la casualidad de la historia quiso que se encontraran enterradas en una finca y un cementerio de la toledana localidades de Guadamur.

Tesoro de Guarrazar

Su historia supera las mejores novelas de espionaje y a los mejores guiones de aventuras que se han escrito y yo voy a tratar de sintetizarla en este post que dedico a un tesoro que, mermado en su volumen de piezas con el paso de la historia, vio como era vendido “al mejor postor” contra su voluntad y, adquirió el billete de regreso a casa sin que su comprador ni su vendedor pudieran evitarlo.

Arrancamos si os parece con el Viaje de Ida y Vuelta del Tesoro de Guarrazar.

Origen: Guadamur – (Toledo), Coronas y joyas que adornaban las iglesias del antiguo reino visigodo.
Destino: Múltiple…

Corría el año de 771 d.C. cuando la Península Ibérica era invadida por las huestes musulmanas que fueron haciéndose con la geografía española desterrando a los pobladores de aquel entonces y que constituían el Reino Visigodo, cuya capital estaba establecida en la imperial ciudad de Toledo.

El miedo a que los árabes pudieran hacerse con el tesoro para fundirlo y reutilizarlo (oro y piedras preciosas), llevó a los “godos” a ocultar gran parte de las joyas y las coronas en el cementerio de Guarrazar, próximo a la localidad de Guadamur, y también enterraron parte del tesoro en diferentes lugares de las tierras de Guadamur.

El Tesoro quedó a resguardo del saqueo musulmán y de posteriores avatares acontecidos en la Península desde el siglo VIII y no fue hasta la segunda mitad del XIX, once siglos después, una tarde del 24 de agosto de 1858, cuando la “fortuna”, o “des afortuna”, según se analice, llevó a un matrimonio de la localidad de Guadamur que paseaban por las proximidades del antiguo cementerio a encontrar algo en un lugar que parecía una tumba; al acercarse descubrieron el conjunto de joyas y coronas de oro y piedras preciosas de estilo oriental e influencias bizantinas que, hacía once años habían enterrado sus “antepasados” visigodos. Aquí comenzó el viaje de Ida y Vuelta de este Tesoro.

Esa tarde una fuerte tormenta removió las tierras de la zona y dejó al descubierto el patrimonio que tan secretamente había permanecido oculto más de mil años, el matrimonio, formado por María Pérez y Francisco Morales, no lo dudó, debían llevarse el tesoro, la única cuestión era determinar el cómo y el cuándo, por qué se presupone.

El hallazgo hizo que estos dos “lugareños”, acudieran en la oscuridad de la noche a desenterrar el tesoro con la intención de apropiárselo, pero las prisas y la noche aceleraron la impaciencia de estas dos personas que no descubrieron la totalidad del tesoro.

A la mañana siguiente, un labrador, Domingo Cruz, dueño de unas huertas cercanas y que previamente había visto las “andanzas” del matrimonio, fue el encargado de encontrar el resto del conjunto de coronas, joyas y cruces que la noche de antes no había retirado sus “descubridores”.

Tesoro de Guarrazar

El matrimonio fue vendiendo paulatinamente, para no levantar sospechas, su parte del tesoro a joyeros de la ciudad de Toledo, quienes se lo compraron por valor muy inferior al real (precio solo mirando los materiales, no su valor artístico e histórico, que es incalculable). Los joyeros a su vez fundieron las piezas para reutilizar el oro en la elaboración de otras piezas de orfebrería.

A pesar del secretismo de estas operaciones de venta un profesor de nacionalidad francesa, Adolfo Herouart Chivot, que impartía clases en el Colegio de Infantería de Toledo (situado por aquel entonces en el actual Hospital – Museo de Santa Cruz), se enteró del hallazgo y comenzó a trabajar de manera activa en el proceso de “enajenación” del Tesoro, pero esta historia comienza a tejer su urdimbre cuando entra en escena otro protagonista, también enterado del “caso de la coronas”, D. José Navarro, un experto diamantista con gran experiencia y que era consciente del valor arqueológico de las mismas. Se unión en “sociedad” con Adolfo Herouart y entre ambos adquirieron las huertas y tierras donde se habían encontrado el tesoro, para que los propietarios no pudieran reclamarles la propiedad de lo allí encontrado y evitar también que los hallazgos salieran a la luz pública. Su finalidad, vender todo cuanto encontraran al país vecino.

Hallaron algunos restos más y consiguieron comprar las coronas que aún estaban en manos del matrimonio, primeros descubridores del tesoro; con las nueve coronas que consiguieron reunir Herouart y Navarro, acudieron a Francia para ofrecerlas al Ministro del Estado francés, quien las adquirió por la nada desdeñable cantidad de 100.000 francos, pasando, desde ese momento, a ocupar un emplazamiento fuera de su tierra y de su país; el Museo de Cluny francés fue el recepto de tan preciado Bien.

La valoración de los expertos franceses del Museo acerca de la importancia del hallazgo inundó la prensa nacional y el Gobierno español enterado del caso y la ilícita venta de su patrimonio, comenzó a realizar las gestiones que estaban en su poder para reclamar los bienes sustraídos de la Nación (caso similar se produjo con el Odissey, véase post en Espacios Olvidados); El órgano competente en España en ese momento, (siglo XIX), era la Comisión Central de Monumentos la cual, por medio de su delegada, la Comisión Provincial de Monumentos de Toledo, iniciaron todos los trámites para recuperar las Coronas. Capitaneada esta operación por el gran historiador José Amador de los Ríos y Pedro de Madrazo, movilizaron todos los mecanismos legales para la reclamación del tesoro, y llevaron a cabo excavaciones en las huertas donde se había producido el hallazgo, encontrando más restos de orfebrería y estelas funerarias y diversos objetos de estilo visigodo.

Tesoro de Guarrazar.

Pero el fin anhelado, la devolución de las coronas, no pudieron lograrlo, a cambio obtuvieron respuestas de demora constantes por parte de las autoridades francesas.


Si se consiguió un hecho detonante que cambió en parte la legislación española sobre la protección de los Bienes Nacionales; fue la primera vez que todo un Gobierno puso en marcha su aparato legal para recuperar un patrimonio que había sido sustraído de forma ilícita del territorio nacional. (pero éstas habían comprado el billete de vuelta a casa… y aguardaban solo a que pasara su tren de regreso).

No debemos olvidar que se produjo un segundo hallazo que hasta el momento no había generado sospechas, ya que, Domingo de la Cruz, no lo dio a conocer de manera alguna.

Domingo de la Cruz era el hortelano que la noche del “robo” había visto al matrimonio llevarse el tesoro procurando no levantar sospecha.


El Gobierno español había perdido la esperanza de recuperar las coronas de Guarrazar, Domingo de la Cruz llevó a la reina como ofrecimiento una de las coronas que poseía. En ese momento, el Gobierno supo de que esa no era la única Corona que guardaba Domingo de la Cruz, y se le ofreció a cambio de una importante cuantía económica de 40.000 reales y una pensión anual de 4.000 reales, la entrega del tesoro.

Domingo de la Cruz accedió a conferir el tesoro que guardaba en tinajas para que no fuera descubierto y pasó a albergar los fondos del Palacio Real de Madrid. Allí fueron estudiadas y pudieron comprobar que una de ellas pertenecía al rey Suintila.

Y allí permaneció esta parte del tesoro…, hasta que un 4 de abril de 1921, la corona del rey Suintila, una de las más valiosas de esta parte del tesoro, fue robada del Palacio Real sin que pudiera recuperarse nunca. Sus autores fueron detenidos, pero las piezas robadas no fueron recuperadas nunca, emprendiendo un viaje hacia un destino incierto.

Corona robada del Palacio Real de Madrid

La desgracia parecía recaer en este patrimonio para que no formara parte de los bienes nacionales, pero aún quedaba el billete de vuelta que las coronas compraron en Francia con destino España…

La II Guerra Mundial y la situación de España como territorio “neutral”, fue el detonante para que las Coronas decidieran de nuevo tomar el “primer tren” destino Casa. La ocupación alemana de parte del territorio francés y la buena relación que el Gobierno del general Franco mantenía con el Gobierno de Vichy fueron los ingredientes para que se firmara un convenio de intercambio de obras de arte y patrimonio con valor histórico. Las negociaciones comenzaron a efectuarse en 1940 por el también gran historiador Eugenio D’Ors, firmándose un acta en que se devolvía a España seis de las nueve coronas que conformaban el tesoro de Guarrazar sito Francia y otras piezas de gran valor como eran la Dama de Elche y algunas pinturas de Murillo, el Greco, un cartón de Goya y otras obras relevantes.

Y así fue como, resumidamente, el Tesoro de Guarrazar volvió a casa, para ser contemplado, cuidado y admirado por todos los viajeros que se acercan al Museo Arqueológico Nacional en Madrid, muchos sin conocer que este Tesoro una vez compró un billete destino “su Casa”.


Tesoro de Guarrazar.

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