La situación de los cigarrales cambió radicalmente durante el siglo XVIII. Entre las tendencias que se detectan están la acumulación de cigarrales en manos del clero, tanto de las órdenes regulares como parroquias, fundaciones piadosas, cofradías y dotaciones testamentarias que establecen sobre ellos censos para pagar misas perpetuas. Otra tendencia es la conversión de los cigarrales en propiedades rústicas, perdiendo en su mayor parte el carácter recreativo que gozaron en siglos anteriores y, unida a ésta, el cambio sociológico de sus propietarios que pasan a ser pequeña burguesía, campesinos adinerados y artesanos.
Para analizar todo ello y conocer la situación del siglo XVIII y del XIX antes de la Desamortización, hemos vaciado once libros de una 1500 páginas cada uno del Catastro del Marqués de la Ensenada, realizado entre 1751 y 1755, y diferentes legajos de la sección de Hacienda donde se consignan los inventarios de los bienes eclesiásticos para ser desamortizados durante el gobierno francés de José I en 1808 habiendo encontrado las siguientes informaciones sobre cigarrales que hemos sistematizado por localizaciones
Solamente cuatro cigarrales (14,3%) eran de mayor tamaño, con una superficie superior a 10 hectáreas.
Eran los siguientes:
Cigarral del Rey (hoy Quinta de Mirabel), con 150,7 ha.
Cigarral de la Avecilla (posteriormente denominado de San Antonio), con 40,98 ha.
Cigarral de Santa Ana, con 32,5 ha.;
y Cigarral del Bosque, con 14,13 ha.
La mayor parte de los cigarrales tenían una superficie que podemos denominar como mediana, entre 2 y 10 hectáreas. Se especifican un total de 16 (57,2%). Sólo había 6 cigarrales con una superficie de 1 a 2 hectáreas (21,4%) y 2 con menos de 1 ha. (7,1%).
NÚMERO DE CIGARRALES SEGÚN SU SUPERFICIE EN 1755
Mas de 10 ha. 4 14,3%
De 2 a 10 ha. 16 57,2%
De 1 a 2 ha. 6 21,4%
Menos de 1 ha. 2 7,1%
Total 28
En cuanto a los propietarios, los había de diferentes categorías.
Cuatro de ellos eran absentistas y sus fincas eran gestionadas por un administrador:
El marqués de Malpica, vecino de Madrid, propietario del Cigarral del Rey;
Teresa Magantto, también vecina de Madrid;
Luis José de la Vega, vecino de Calera, propietario del Cigarral del Bosque;
y Francisco Ordoñez, vecino de Almonacid, propietario de un Cigarral situado en Valdecomba.
Cuatro de ellos eran absentistas y sus fincas eran gestionadas por un administrador:
El marqués de Malpica, vecino de Madrid, propietario del Cigarral del Rey;
Teresa Magantto, también vecina de Madrid;
Luis José de la Vega, vecino de Calera, propietario del Cigarral del Bosque;
y Francisco Ordoñez, vecino de Almonacid, propietario de un Cigarral situado en Valdecomba.
Diecisiete cigarrales (más de la mitad) eran de
propiedad eclesiástica, pertenecientes a instituciones religiosas, asistenciales, a
clérigos y monjas: dos a los Jesuitas; dos a los Clérigos Menores; uno al convento de
San Antonio; uno al convento de la Vida Pobre; tres a capellanías; uno a la capilla de
San José, uno a la capilla del Sagrario; uno a la cofradía del Santísimo Sacramento;
uno al Hospital del Rey; dos al presbítero José Maldonado, uno al presbítero Alonso
Medrano; y uno a dos religiosas de Santa Isabel. Algunos de ellos fueron adquiridos
a propietarios seglares y la mayoría fueron donados por particulares a las
instituciones religiosas.
La alta burguesía ilustrada detentaba la propiedad de tres cigarrales: Francisco
Peñalver, recogido en el catastro como persona principal; Manuel Urbano Arredondo, notario mayor del Tribunal de la Cruzada; Leocadia Fernández que fue colegiala del
Colegio de Doncellas Nobles. Por último, seis cigarrales estaban en manos de
personajes con menor relevancia social: funcionario, confitera, molinero, maestro
bordador de la Catedral, labrador y tratante y viuda. Del resto de los dueños se
desconoce la ocupación.
Poniendo en relación la propiedad con la extensión, excepto en los mayores, no
existe una relación directa de preeminencia social y número de fanegas.
Así el de
mayor extensión es el Cigarral del Rey, con 320 fanegas (unas 150 hectáreas),
aunque no estamos seguros que fuera propiedad del marqués de Malpica, ya que en
un documento aparece como arrendado por 7.500 reales en 1808 al arzobispado de
Toledo. Los jesuitas tienen sendos cigarrales de 94 y 62 fanegas; el mayorazgo de
los Ayala (El Bosque) es de 30 fanegas (14,13 ha.); el del Convento de la Vida Pobre
tiene 20 fanegas (9,42 ha.) tanto el Convento de la Vida Pobre como Pedro Moreno
que es labrador y tratante en casa; el del Hospital del Rey es de 19 fanegas (8,95
ha.); y el de Antonia Gámez, confitera, tiene 16 (7,53 ha.), casi tanto como los dos
juntos de los Clérigos Menores que suman 17 fanegas (8 ha.), mientras que el
Notario Mayor solamente tiene 3 (1,41 ha.) y una viuda 10 4,71 ha.).
El tipo de explotación era, mayoritariamente, directa a través de cigarralero,
guarda o casero, que de los tres modos aparecen en los documentos. Solamente
seis estaban arrendados: el Cigarral del Bosque de 30 fanegas, por 420 reales; el
Cigarral de Creciente de 2 fanegas y media por 140 reales; el Mirador de los Clérigos
Menores de 5 fanegas por 280 reales; La Bomba I, de 7 fanegas por 450 reales; La
Bomba II, de 4 fanegas por 300 reales; y el Cigarral Alto, de 20 fanegas por 250
reales.
Los cultivos eran casi unánimemente uniformes: albaricoques, olivas y álamos
tanto negros como blancos (aunque éstos pueden faltar).
Había algunas fincas que
tenían pasto de monte alto de encina o bajo de chaparro, debido a ser terrenos
montuosos; y en algún caso, como en el Cigarral del Hospital del Rey había
plantación de otros árboles frutales (almendros, ciruelas, almarcigos), y en el Cigarral
Alto, además de almendros, tenía higueras, ciruelas, morales, almarcigos, enebros,
guindos, perales y granados. Solamente en el Cigarral del Rey estaba ausente el
cultivo de albaricoque, ya que había pasto y olivar; y sólo en dos más, había parte de
la tierra dedicada a sembradura de secano. Normalmente los árboles solían estar
plantados sin orden por toda la extensión de la finca, y los álamos ocupaban las riberas de arroyos.
La cabida de cultivo de árboles variaba entre 30 y 230 árboles
por fanega.
Todos los cigarrales estaban cercados en todo su alrededor con tapias, en
general de piedra y tierra (hay cinco en que solamente son de tierra y seis en que
solamente son de piedra). Todos menos tres disponen igualmente de una casa de
campo excepto el de Francisco Peñalver, el Cigarral de la Confitera, el Cigarral de la
Doncella y el Mirador de los Clérigos Menores. Solamente en un caso se la denomina
casa de recreación, es en la Quinta de Malpica, ya que la casa es una mansión, que
construyó el Cardenal Quiroga de 407 varas de frente por 96 varas de fondo (una
vara 0,837 metros).
Las casas son de una o dos plantas, aunque las hay entre 100
y 150 m
2
de planta (cuatro casos), la mayoría supera los 200 m
2
y llegan hasta casi
600 m
2
(más de 500 m
2
en 3 casos sin contar la Quinta de Malpica). En pocas de
ellas nos hablan de sus características más pormenorizadas: la casa del Cigarral del
Hospital del Rey (antes de Juan Núñez de Aguilar) se compone de un portalito, dos
aposentos, cocina y corral. La del Cigarral de la Pontezuela tiene dos plantas, varios
aposentos y salas, una en alto y una fuente o mina con pila de piedra. La casa del
Cigarral Alto tiene patio con corral, cuadra, un cuarto doblado, portal abierto y cocina,
y una fuente de fábrica de albañilería y estanque. La casa del agricultor Pedro
Moreno se compone además de pajar y cuadra.
La mayoría de las viviendas están destinadas a ser la morada habitual del
cigarralero, así sucede en 14 ocasiones, en otras, como el Cigarral de Menores es la
sede del propio convento, y en otros casos no se especifica. Solamente la Quinta de
Malpica es una casa de recreo.
Hay algunos cigarrales que tienen nombre propio: El Bosque, de la Cadena, la
Pontezuela, la Torrecilla, el Mirador, la Bomba, del Rey, Cigarral Alto, la Avecilla.
Mientras que otros reciben el nombre de sus propietarios: Cigarral de Francisco
Peñalver, de herederos de Juan Núñez, de Creciente, de Arredondo, de la Confitera,
de Menores, de Santa Ana (aunque perteneció en esta época a los Jesuitas), de los
Jesuitas. Otros cigarrales no tienen denominación alguna.
La zona del sureste de la ciudad estaba comprendida entre las propiedades de
la Sisla y el camino de las Nieves. Fue una zona tradicional de cigarrales pero
también de dehesas, y en este siglo se halla en transformación, variando el uso de
las fincas rústicas.. Así el Cigarral que pertenecía a los dominicos en el camino de las
Nieves, ya se recoge como dehesa.
El Cigarral que pervive desde el siglo XVI es el perteneciente al convento de
Carmelitas Calzados con más de 29 hectáreas, que se dedica por completo a la
explotación olivarera con 1.400 olivos, que ocupaban 37 fanegas y ½ ”, de los cuales
400 eran nuevos y no daban en ese año aún aceituna; estaban plantados sin orden
“porque la tierra no lo ha permitido -plantarlos con orden- por ser cerros”. También
había algunas encinas y 16 álamos blancos.
Los carmelitas los explotaban
directamente a través de un cigarralero que los cultivaba con un par de mulas,
recibiendo por ello un salario de 1.100 reales anuales y el alojamiento en una de las
casas que había en el Cigarral de 42x13 varas (unos 457 m2), la que ocupaban
también los frailes cuando “van de recreación”, y la otra casa, sensiblemente inferior
(de 130 m
2
) estaba destinada a vivienda del pastor del rebaño de carneros del
convento. Como ya dijimos, este Cigarral fue en su origen el convento de los propios
frailes, por lo que no podemos considerarlo prototipo de Cigarral conventual,
normalmente más reducido en extensión por tener su origen en donaciones de
cigarrales particulares.
En la margen derecha del río, junto al camino a Torrijos y Ávila, hubo en siglos
anteriores extensas propiedades de recreo como el Cigarral de Buenavista del
cardenal Sandoval y Rojas y la Huerta del Capiscol, a cuya vereda se situaron fincas
más pequeñas. En el siglo XVIII, esta zona se transforma en tierras de labor.
Las
grandes propiedades se subdividen en parcelas pequeñas y se convierten en tierras
de cereal y olivares, hasta el punto que el Cigarral de Buenavista, que el cardenal
dejó en dotación para su capilla funeraria de Nuestra Señora del Sagrario, se
convierte en un jardín, del que ni siquiera se especifica su extensión, conservándose
únicamente el palacio, denominado casa de recreo (como la de la Quinta de Malpica)
y una segunda vivienda, que son alquiladas a dos particulares distintos, la primera,
de casi 2.000 m
2
de planta, con dos pisos (4.000 m
2
), por 470 reales, y la segunda de
casi 800 m
2
, con dos plantas (1.600 m
2
en total) por 320 reales.
En 1801 la parte de
sus terrenos que limitaba con el Tajo se había convertido en huerta y estaba
arrendada al Marqués de Villanueva de Duero por 400 rs. Del resto de cigarrales que
pudieron existir, solamente conocemos tres: el que administraba Narciso López del
que ignoramos hasta su propietario; el de Juan Gómez; y el de Isidro Reyes.
Este
último pertenecía a Luisa Llorente, vecina de Madrid, que lo explotaba con cereales
(2 fanegas de sembradura de secano), con 70 olivos y 100 albaricoques, que eran
más bien pocos en una superficie de 12 fanegas, pero nos recuerda el catastro que el
resto de la propiedad es infructuosa. Este era uno de los escasos cigarrales en que
existía un molino de aceite “con todas sus oficinas” de 45x44 varas (1.657m
2
) que
daría servicio no sólo a sus 70 olivos sino a los olivareros de los alrededores de la
ciudad.
Fuente: http://abierto.toledo.es/open/urbanismo/03-CIGARRALES/Memoria/Historico.pdf
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