Éstas son las tierras que Garcilaso recorrió de niño.
Los montes donde creció, los montes por los que cabalgó por primera vez. Lo que durante un tiempo fue su morada hoy es triste ruina sin encanto al borde de la carretera. Unas pobres paredes rodeadas por pobres cultivos a las afueras de la población.
La piedra de uno de sus muros fue utilizada para hacer el camino. Entre los restos no quedan ni espectros.
Expulsados por el ruido de los motores, Garcilaso y los suyos han abandonado el viejo solar paterno. Seguramente andan por los montes, condenados a errar para siempre. Han abandono el lugar profanado y vagan por las montañas. Se han ido hacia el Oeste, hacia los montes que cierran el horizonte.
Han dejado el llano, han tomado el sendero ascendente, se han internado en el bosque. Por allí andarán, por los cerros tras los que se pone el sol.
Por aquellos bosques por los que Garcilaso, de niño, jugaba, solitario, con los animales, entre árboles y moles de granito. Por allí anduvo el niño Garcilaso, aprendiendo a cazar ciervos y jabalíes. Se entretenía contemplando el vuelo de las águilas, recortándose contra el cielo radiante. Vadeaba arroyos, escuchaba el croar de las ranas que se zambullían en el agua a su paso.
Allí, a lo lejos, anda el mismo pastor con el que él se cruzaba, vigilando a las mismas ovejas, acompañado por el mismo perro. Ahí está el águila, trazando círculos sobre la peña. Garcilaso ha de estar por aquí. Por aquí, donde el silencio penetra hasta lo más profundo del corazón. Camino, como lo hizo Garcilaso, entre árboles y rocas. Me siento, como él, en el punto más alto, a contemplar el cielo y el horizonte.
Y, de pronto, sé que está a mi lado. Sé que hay alguien conmigo. No me vuelvo a mirarlo, pero sé que se ha sentado junto a mí. Torre de los Moros (Ventas con Peña Aguilera)
Y así, sentados los dos sobre la misma roca, callados, contemplamos los dos el vuelo del águila, mientras el sol empieza a declinar.
Los montes donde creció, los montes por los que cabalgó por primera vez. Lo que durante un tiempo fue su morada hoy es triste ruina sin encanto al borde de la carretera. Unas pobres paredes rodeadas por pobres cultivos a las afueras de la población.
La piedra de uno de sus muros fue utilizada para hacer el camino. Entre los restos no quedan ni espectros.
Expulsados por el ruido de los motores, Garcilaso y los suyos han abandonado el viejo solar paterno. Seguramente andan por los montes, condenados a errar para siempre. Han abandono el lugar profanado y vagan por las montañas. Se han ido hacia el Oeste, hacia los montes que cierran el horizonte.
Han dejado el llano, han tomado el sendero ascendente, se han internado en el bosque. Por allí andarán, por los cerros tras los que se pone el sol.
Por aquellos bosques por los que Garcilaso, de niño, jugaba, solitario, con los animales, entre árboles y moles de granito. Por allí anduvo el niño Garcilaso, aprendiendo a cazar ciervos y jabalíes. Se entretenía contemplando el vuelo de las águilas, recortándose contra el cielo radiante. Vadeaba arroyos, escuchaba el croar de las ranas que se zambullían en el agua a su paso.
Allí, a lo lejos, anda el mismo pastor con el que él se cruzaba, vigilando a las mismas ovejas, acompañado por el mismo perro. Ahí está el águila, trazando círculos sobre la peña. Garcilaso ha de estar por aquí. Por aquí, donde el silencio penetra hasta lo más profundo del corazón. Camino, como lo hizo Garcilaso, entre árboles y rocas. Me siento, como él, en el punto más alto, a contemplar el cielo y el horizonte.
Y, de pronto, sé que está a mi lado. Sé que hay alguien conmigo. No me vuelvo a mirarlo, pero sé que se ha sentado junto a mí. Torre de los Moros (Ventas con Peña Aguilera)
Y así, sentados los dos sobre la misma roca, callados, contemplamos los dos el vuelo del águila, mientras el sol empieza a declinar.
La parroquia de Cuerva fue durante más de doscientos años el panteón de los Laso de la Vega.
La iglesia de Santiago se empezó a edificar en el siglo XV.
La capilla mayor fue construida a principios del XVI por los señores de la villa, el Comendador mayor de León, Garcilaso de la Vega, y su mujer Sancha de Guzmán.
Ambos recibieron sepultura en ella, en una cripta bajo el altar. También fue enterrado en el presbiterio su hijo primogénito y heredero,
Pedro Laso de la Vega, el Comunero, bajo cuya lápida se abrirá en el siglo siguiente la entrada a la Capilla de las Reliquias.
Escudo de los Laso de la Vega y los Mendoza
A mediados del siglo XVI se llevó a cabo una amplia reforma, costeada por Aldonza Niño de Guevara, viuda de Garcilaso de la Vega y Guzmán, Señor de los Arcos, Batres y Cuerva, hijo de don Pedro, para enterrar en el altar mayor a su marido.
A ambos lados del presbiterio, hay dos monumentos funerarios iguales, semejantes al que se hizo para el cardenal Niño de Guevara en la iglesia de las Jerónimas de San Pablo en la ciudad de Toledo.
Son de mármol negro, están coronados por sendos escudos nobiliarios, y en medio de las columnas se encuentra las urnas, apoyadas en pedestales que tienen grabadas inscripciones latinas.
El catedrático Antonio Fontán transcribió las inscripciones.
El monumento situado en el lado derecho del presbiterio fue erigido por Pedro Laso de la Vega, Conde de Los Arcos, y por su esposa Mariana de Mendoza, hija del tercer Conde de Orgaz, como panteón familiar, para ellos y sus descendientes.
En él recibió sepultura también Luis Laso de la Vega, su primogénito, fallecido antes que su padre.
Igualmente fue enterrado allí don Álvaro de Luna, caballero de Calatrava, hijo también del Comunero.
El monumento situado en el lado opuesto fue costeado en el siglo XVII por Rodrigo Niño Laso, Conde de Añover, para sí mismo y su madre, Aldonza Niño de Guevara.
Escudo de los Guevara
Escudo de los Niño
El Conde fundó también la Capilla de Reliquias, adosada al presbiterio.
Ese mismo siglo finalizaron los trabajos en la iglesia con la construcción de la torre herreriana supervisada por Jorge Manuel Theotocópuli, hijo del pintor cretense.
A partir del siglo XVII continuaron los enterramientos en el recinto conocido como el Transparente,situado detrás del altar mayor.
A pesar de los avatares históricos, la iglesia de Cuerva guarda aún en la Capilla de Reliquias parte del rico patrimonio artístico que poseyó.
En especial una Última Cena de Luis Tristán, discípulo predilecto de
El Greco, pintada para esta capilla en 1614. Y también varios retratos de miembros del linaje Laso de la Vega.
El Greco, pintada para esta capilla en 1614. Y también varios retratos de miembros del linaje Laso de la Vega.
En el muro del coro, se conserva un gran escudo de Guzmán, Mendoza, Laso de la Vega, Niño y Guevara.
Publicado por Caminante
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