I.—INTRODUCCIÓN. LOS ANTECEDENTES
Toledo fue ocupada, después de siete años de guerra en su territorio, por capitulación, y pasó a manos del rey de Castilla y León, Alfonso VI, en 1085.
El relato que sigue se sitúa en plena época de las Cruzadas, siglos XII y XIII, pero justamente en el otro extremo del Mediterráneo e, indudablemente, con unas consecuencias mucho más duraderas para la historia europea.
Sin embargo, a finales del siglo XI tenía ya Toledo una larga historia a sus espaldas y, precisamente por eso, su conquista por los hispanocristianos tuvo tanta importancia y fama.
La ciudad había sido capital política y eclesiástica del reino hispanovisigodo, hasta su destrucción por los musulmanes a comienzos del siglo VIII, y conservaba un valor de símbolo en el proceso de reconquista o restauración frente al Islam en el que se sentían inmersos los españoles del siglo XI.
La ciudad había sido capital política y eclesiástica del reino hispanovisigodo, hasta su destrucción por los musulmanes a comienzos del siglo VIII, y conservaba un valor de símbolo en el proceso de reconquista o restauración frente al Islam en el que se sentían inmersos los españoles del siglo XI.
Pero tiene más valor ahora, para nuestro objeto presente, considerar algunas peculiaridades del Toledo islámico que, en parte, continuaron vivas después de la conquista cristiana. En la ciudad de Toledo, aunque la islamización fue profunda, la mayoría de la población continuó siendo hispana, de muladíes, y hubo una importante comunidad cristiana, de mozárabes, arabizados en su lengua y costumbres, pero que conservaban la fe de sus antepasados.
Ambos grupos se sentían solidarios, en los siglos VIII y IX, frente a los «Texto de la conferencia publicada en Alicante en mayo de 1983 con motivo del ciclo que sobre La sociedad peninsular en la Edad Media organizaron el Departamento de Historia Medieval de la Universidad de Alicante y la Caja de Ahorros Provincial. 71 nutridos grupos beréberes instalados en zonas rurales próximas y en fortalezas (Guadalajara, Medinaceli, Talavera, Medellín), y a los escasos árabes que llegaron a la zona (vg., los asentados en Calatrava).
En la ciudad y su entorno hubo, pues, pocos inmigrantes, el sentimiento de autonomía frente a Córdoba, continuo en el siglo IX, fue obra de la población indígena, y se plasmó en diversas revueltas y estados de secesión en 807, 829 a 837 y 852 a 932.
Toledo se sabía fuerte, además, porque era cabecera y centro organizativo de toda la marca o frontera media contra los cristianos del N, en la retaguardia del Sistema Central, con más de 400 kilómetros de extensión, y también etapa obligada en las comunicaciones entre Córdoba y la frontera superior (Zaragoza), a través del corredor natural formado por los ríos Jalón y Jiloca, y entre Córdoba, también, y la costa levantina.
La pérdida de Toledo hubiera provocado la ruptura en dos de Al-Andalus, y así sucedió, efectivamente, en 1085.
La plena individualización política de Toledo y su región se produjo al disgregarse el Califato de Córdoba, a partir del año 1008.
Se formó entonces un extenso taifa o reino musulmán regional, con capital en la ciudad, extendido sobre unos 85.000 Km2 , que comprendía las tierras de la Meseta Sur, desde los macizos de la Ibérica, al E, hasta bien entrada la actual Extremadura al O, desde el Sistema Central, al N, hasta Sierra Morena, al S.
Por vez primera se perfiló, desde el punto de vista histórico-político, el área de lo que sería, en el futuro, Castilla la Nueva, o reino de Toledo, con sus relaciones y tendencias hegemónicas sobre el Levante, por un lado (estrecha relación con Valencia), Córdoba, por otro (el camino Toledo-Córdoba era un eje militar y mercantil de gran importancia), y, en tercer lugar, las tierras occidentales del reino taifa de Mérida.
UN SIGLO Y MEDIO DE CONQUISTA, FRONTERA Y REPOBLACIÓN.
1085-1236/38
Durante 150 años, desde su propia conquista en 1085 hasta la caída de las plazas extremeñas (Trujillo, Cáceres, Mérida, Badajoz), de la Andalucía alta y media (Úbeda, Baeza, Córdoba) y de Levante (Valencia), entre 1224 y 1238, fue Toledo cabecera de una amplísima zona fronteriza, la segunda de las grandes fronteras medievales hispánicas, por orden cronológico (la primera había sido la del Duero en los siglos IX y X), en la que se enfrentaron repetidamente y con dureza los cristianos y los musulmanes, sobre todo en los períodos de dominio y organi- 72 zación militar a cargo de los norteafricanos almorávides (1086-1118) y almohades (1157-1212).
Las circunstancias de las conquistas, repoblaciones y asentamientos cristianos dependen estrechamente de las peripecias militares, que no puedo detenerme a enumerar ahora. Veamos, tan sólo, un esquema general, ilustrado con el mapa adjunto. Entre 1085 y 1118, fecha de la conquista de Zaragoza por los cristianos, y del comienzo de la decadencia militar de los almorávides, Toledo sufrió tres asedios, el rey castellano-leonés fue derrotado por los almorávides en dos batallas campales y, en definitiva, sólo se pudo asegurar la defensa y repoblación de las principales plazas fortificadas, sus entornos y los corredores que las unían, todo ello al N. del río Tajo, desde Medinaceli, Atienza, Hita, Guadalajara (línea del Henares), desde Buitrago, Uceda, Madrid (línea del Jarama), aunque Alcalá de Henares no fue recuperada hasta 1127, a la propia Toledo y las plazas de la línea del Alberche (Alamín, Maqueda, Talavera).
De 1118 a 1157, aprovechando la presión militar mucho más baja que ejercía el Islam, se repueblan las tierras vacías entre los islotes citados y, además, el dominio de Zorita y Huete, y el de Oreja, Ocaña y Mora, permiten establecer vanguardias muy sólidas al otro lado del Tajo, de modo que Toledo deja de estar en primera línea de la frontera desde 1136-38.
Esta situación se consolida entre 1157 y 1224, tanto en el sector central o toledano como, sobre todo, en el oriental (Uclés, tomada en 1157, alto Júcar, zona de Cuenca, tomada en 1177, y de Alarcón, 1183), aprovechando que en este último el dominio almohade no se estableció y fueron tierras en poder del «Rey Lobo», un hispano-musulmán más propicio a los pactos con cristianos, hasta su muerte en 1172.
Entre la gran derrota castellana de Alarcos (1195) y la victoria de Las Navas de Tolosa (1212), el proceso repoblador casi se detuvo, pero en 1215 se reanudó en torno a la posición adelantada de Alcaraz. Desde 1224 a 1276 se completa la repoblación de Castilla la Nueva, ya sin el peligro de la frontera, puesto que se ha conquistado Andalucía y las plazas extremeñas y levantinas en poder de los musulmanes.
Hay que mencionar, también, las repoblaciones tardías, a veces hasta el siglo XV, en zonas de retaguardia, muy al N, en los valles del Tiétar y del Guadarrama. Se comprende bien, por tanto, que Toledo haya sido un lugar de encuentro entre dos grandes civilizaciones, hostiles pero próximas, du- 73 Repoblación de Castilla La Nueva (J. González) 74 rante siglo y medio.
Continuaba con ello una tradición anterior, en su época de ciudad islámica, y preludiaba, también, la continuación aminorada de la osmosis cultural cristianoislamo-judaica en los siglos XIII y XIV, dentro de su condición dominante de ciudad castellana. De todas las áreas de Castilla la Nueva conquistadas en los ss. XII y XIII centrará nuestro interés la de Toledo, ciudad, con su término rural próximo, hasta unos 30 o 40 kilómetros de radio, más algunas prolongaciones, situadas casi siempre en el área más poblada de la cuenca media del Tajo, en el triángulo comprendido entre Guadalajara, la propia Toledo y Talavera.
Ya era la zona mejor organizada y poblada, y la más apta para la repoblación, cuando ocurrió la conquista de Alfonso VI a finales del siglo XI, se consolidó como tal en los siglos XII y XIII, y persistía aquella primacía demográfica y de poblamiento tanto a fines del siglo XVI, cuando se redacta la gran encuesta catastral conocida como «Relaciones Topográficas», como en la actualidad, en relación con otras tierras de Castilla la Nueva. Primacía que existe también, en otro orden de cosas, con relación a los estudios históricos, debido al atractivo que ejerce Toledo sobre investigadores de la historia, la literatura y el arte, y a la riqueza relativamente mayor de sus archivos, muy en especial el de la catedral.
Por eso, aunque no deseo insistir mucho en este aspecto, me ha parecido importante facilitar al final algunas indicaciones bibliográficas que son, al mismo tiempo, el fundamento principal de esta conferencia.
Miguel Ángel Ladero Quesada
Universidad Complutense.
Madrid
https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/7136/1/HM_03_03.pdf
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