Durante el primer siglo de historia de la Orden, los freires sanjuanistas en los reinos hispánicos se dedicaron básicamente a realizar labores caritativoasistenciales y a obtener recursos para financiar sus empresas en Oriente.
Crearon al efecto una serie de establecimientos que se ubicaron fundamentalmente a lo largo del camino de Santiago. Son las casas de San Juan de la Cadena, Cizur y Obanos en Navarra, o el hospital y la iglesia encastillada de Portomarín, en Lugo.
Después vino la militarización de la Orden que en el caso peninsular es un fenómeno especialmente controvertido, no poniéndose de acuerdo los especialistas ni en la fecha inicial de la misma ni en su alcance.
Seguramente esta transformación de una congregación únicamente asistencial en otra de tipo militar y hospitalario tuvo un carácter progresivo, viéndose influenciada tanto por la política general de la Orden, motivada por la coyuntura bélica en Tierra Santa, como por la propia situación en la Península Ibérica. Sin lugar a dudas el siglo XII en España es la gran época de la frontera.
A partir de 1145 el poder almohade se extiende por al-Andalus provocando un retroceso del avance reconquistador. Mientras tanto, las ambiciones de los reyes cristianos derivaron en no pocas tensiones internas, de las que no iban a quedar ajenas las incipientes órdenes militares.
En este contexto, la asunción de la función militar por los caballeros de San Juan en los reinos hispánicos, estuvo incentivada por los propios monarcas que supieron ver el potencial de la nueva institución de cara a satisfacer sus políticas expansivas; políticas que no siempre iban orientadas a luchar contra el infiel sino también contra sus vecinos, los reyes cristianos o incluso sus propios vasallos.
Así en 1144 la Orden de San Juan recibe el castillo de Olmos, en el antiguo reino de Toledo, aunque habría que esperar a la segunda mitad del siglo XII para ver a nuestra institución en posiciones mucho más comprometidas.
Precisamente a la par que el maestre Rogelio de Moulins promueve en Oriente la reforma de los estatutos de la Orden (1182), adaptándolos ya de una manera inequívoca a la lucha armada, fechamos también la donación de Alfonso VIII a la Orden de San Juan del castillo de Consuegra (1183), fortaleza que se situaba por aquel entonces en una zona peligrosa, más allá del Finisterre del río Algodor, es decir, en plena fronteira mourorum, según expresión del propio documento.
El castillo de Consuegra era una de las fortalezas más importantes de la antigua taifa toledana. Situada en una de las rutas principales que permitían comunicar Toledo con el sur y sureste peninsular, había sido un hisn-cabeza de distrito en época musulmana. Pasó a manos cristianas en 1090 o 1091 como parte de la famosa y discutida “dote de Zaida”, la concubina de Alfonso VI.
Poco duró en manos castellanas ya que sería recuperado por los almorávides en 1099, erigiéndose desde entonces en una de las principales cabezas de puente desde donde lanzar algaras contra el fértil valle del Tajo. La reconquista definitiva del castillo por parte cristiana se produjo en época de Alfonso VII, dándolo a repoblar a un caballero castellano de nombre Rodrigo Rodríguez (1151).
Por entonces el distrito castral consaburense ocupaba una amplio territorio cuyos límites venían marcados por el río Riánsares, aguas arriba, giraban después hacia Lillo, subían hasta Bogas y Mora la Vieja, descendían por el camino de Toledo a Calatrava por Guadalerza, pasaban por Puente Seca y la sierra de El Calderil, llegaban por el sur hasta el canal y molino de Griñón, cerca de Las Tablas de Daimiel, para remontar después el Guadiana-Cigüela hasta Criptana, encontrándose de nuevo con el Riánsares en la laguna del Taray.
Se trataba de un amplio territorio, en general poco poblado y escasamente estructurado, donde la población de origen musulmán que aún quedaba vivía en pequeñas alquerías situadas en las márgenes de los ríos principales.
En un primer momento (época de Alfonso VI y Alfonso VII), la repoblación se encargó a caballeros de frontera, muchos de ellos mozárabes toledanos que recibieron aldeas y fortalezas con el encargo de fomentar la llegada de nuevos habitantes, levantar iglesias y construir castillos para defender el reino.
Es el caso de Juan Muñoz, Fernando González y Pedro Rodríguez, los primeros señores de Alcázar (c. 1150), años antes de que llegara a ser posesión sanjuanista. También cabría incluir aquí al enigmático Miguel Asarafí, seguramente el primer tenente de Tirez (despoblado en el término de Villacañas), al que la Orden de San Juan encargaría poco después la misión de construir allí una torre para su defensa.
Durante los siglos XII y XIII Tirez era una de las aldeas más importantes de la tierra de Consuegra. Llegó incluso a ser cabeza de encomienda, pero sufrió despoblación en un momento no precisado de los siglos XIV-XV.
Sus términos pasaron a integrar una vasta dehesa adscrita al castillo de Consuegra. En la foto restos de la torre defensiva construida en el lugar en el último tercio del siglo XII
La repoblación de un territorio tan vasto y tan expuesto debió ser una tarea harto costosa, no en vano el nuevo rey de Castilla, Alfonso VIII, cambió radicalmente de estrategia, comprometiendo ahora a las incipientes órdenes militares en la defensa y repoblación de la frontera.
En 1162 el rey castellano decide donar las aldeas de Quero, Criptana, Villajos y Tirez a la Orden de San Juan de Jerusalén, documentándose así la primera presencia sanjuanista en tierras de La Mancha.
Poco después la Orden recibió el estratégico castillo de Uclés (1163) que fue posesión sanjuanista hasta 1174, cuando pasó a manos de la recién creada Orden de Santiago.
Poco después la Orden recibió el estratégico castillo de Uclés (1163) que fue posesión sanjuanista hasta 1174, cuando pasó a manos de la recién creada Orden de Santiago.
Finalmente, en 1183, el rey Alfonso VIII concedió el castillo de Consuegra a la Orden de San Juan de Jerusalén, retrayéndoselo a su anterior propietario, Rodrigo Rodríguez, que seguramente se integró por entonces como caballero o donado a la institución sanjuanista.
A partir de este momento el castillo de Consuegra y la villa aledaña se convirtieron en cabezas de un vasto distrito, el Campo de San Juan, que debía de ser repoblado de acuerdo con los postulados de la sociedad cristiana occidental.
Se trataba de construir iglesias, atraer pobladores del norte, fundar aldeas y poner en explotación las tierras conquistadas; sin embargo, los tiempos eran difíciles, por lo que durante mucho tiempo aún el paisaje seguiría dominado por las fortificaciones y los espacios desolados.
Durante este período inicial (último tercio del siglo XII), la mayor parte de la población cristiana que habitaba el Campo de San Juan debió concentrarse en la propia villa de Consuegra y en menor medida al amparo del resto de fortificaciones de su término (Tirez, Azuqueca, Castilnovo, Arenas).
Se trataba de una época difícil, caracterizada por el temor y la incertidumbre derivados de la derrota sufrida por Alfonso VIII en Alarcos en 1195.
Se trataba de una época difícil, caracterizada por el temor y la incertidumbre derivados de la derrota sufrida por Alfonso VIII en Alarcos en 1195.
La frontera había vuelto de nuevo a los Montes de Toledo, por lo que el proceso de repoblación del Campo de San Juan se detuvo momentáneamente, bien es cierto que no hay pruebas concluyentes de que el castillo de Consuegra fuera de nuevo ocupado por los musulmanes.
La réplica cristiana vino de manos de una amplia coalición cruzada que infringió una severa derrota al califa almohade en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212). Se abría paso a un nuevo tiempo que permitiría la ocupación definitiva de La Mancha y las conquistas por el valle del Guadalquivir.
A partir de entonces la incertidumbre de los primeros tiempos dio paso a una nueva política territorial, caracterizada por una mayor preocupación por definir los límites jurisdiccionales de la tierra de Consuegra, asegurando también la repoblación interior de cara a garantizar la percepción de rentas.
Tras la catarsis de Alarcos-Las Navas, las vecinas Órdenes Militares de Calatrava y Santiago, se habían convertido en dos grandes potencias militares y señoriales que al menos en el reino de Castilla, superaban en importancia y en favor regio a la propia Orden de San Juan.
A ello habría que sumar los intereses de la todopoderosa iglesia toledana, por aquel entonces personificada en el cronista y gran estratega don Rodrigo Jiménez de Rada que buscó consolidar sus posiciones en la línea La Guardia-Lillo.
Las disputas territoriales suscitadas se solucionaron a través de concordias y avenencias entre las partes, cuyos hitos cronológicos datan de 1229 (acuerdo con el arzobispo de Toledo), 1232 (acuerdo con la Orden de Calatrava) y 1237 (acuerdo con la Orden de Santiago).
De esta forma se redefinió el señorío sanjuanista en La Mancha, un dominio solariego que se amplió por entonces con la compra de Alcázar de San Juan.
Se reforzaban así las posiciones en el Cigüela-Alto Guadiana, donde la Orden contaba con los castillos de Ruidera, Peñarroya, Santa María del Guadiana y Villacentenos (c.1215)—
No obstante también habría recortes, caso de Villarrubia, Criptana y Villajos o las tierras de La Mancha Alta (Dancos, El Romeral, Lillo y la zona comprendida entre Tembleque y La Guardia).
JESÚS M. MOLERO GARCÍA UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA
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