domingo, 22 de septiembre de 2019

El Sacristán de Burguillos Asesina a su Novia y lo indultan en Viernes Santo

Cuenta la tradición que en el año 1855 la Virgen del Rosario se apareció a un campesino de la localidad toledana de Burguillos, haciéndole la revelación de que si sacaban procesionalmente su imagen, cesaría la terrible epidemia de cólera que les asolaba.

 No se demoraron sus vecinos en cumplir el exhorto, sanando todos los enfermos y no registrándose más defunciones. En agradecimiento, el pueblo hizo voto de mantener esta procesión de su patrona en los primeros días de octubre.

Esta conmemoración religiosa es conocida como la «fiesta de las mujeres», pues ellas se encargan de su preparación. 

En el año 1911, las celebraciones transmutaron la alegría en tristeza a causa del asesinato de Dionisia Juaristi, quien estando asomada a la ventana de su casa recibió un disparo mortal de su novio, Mariano Sánchez. 

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN@eslubian
TOLEDO

Él era sacristán de la parroquia de Santa María Magdalena, ella tenía dieciocho años y estaba embarazada.Iglesia parroquial de Santa María Magdalena, donde ejercía como sacristán Mariano Sánchez (Foto, Archivo Diputación Provincial de Toledo)

La tarde del 5 de octubre, Mariano se hallaba acechando el domicilio de su novia, viéndola asomarse para cerrar una ventana, momento que aprovechó para dispararle un tiro de escopeta en el pecho, ocasionándole la muerte casi al instante. Este dramático hecho causó gran consternación e impresión en Burguillos. 

Al dar cuenta del sangriento suceso, «El Eco Toledano« decía que el criminal sostenía con frecuencia algunos altercados con la novia, «pero sin que nadie apercibiera importancia en ellos».




 En el pueblo no se encontraba explicación a lo sucedido, ni a cuáles podrían haber sido los móviles del asesinato. «No obstante –aventuraba dicho diario-, se cree que las divergencias surgidas entre ambos amantes han tenido origen en que las relaciones amorosas que ambos mantenían eran tan íntimas, que la finada se hallaba en cinta desde hace algunos meses»,

Tras efectuar el mortal disparo, el sacristán se marchó a su domicilio, donde poco después fue detenido por la Guardia Civil y trasladado a la cárcel provincial de Toledo. Practicada la autopsia del cadáver de la víctima, se certificó que estaba embarazada de un feto hembra de ocho meses, motivo por el que Mariano fue acusado de dos delitos: infanticidio y asesinato.

 Estas circunstancias fueron suficientemente llamativas, como para que el suceso traspasase el ámbito provincial y fuera recogido en algunas publicaciones nacionales. Una de ellas, el semanario «Las Ocurrencias», ilustró su crónica con un dibujo recreando el momento en que el sacristán disparaba contra Dionisia.

Vista de la cárcel provincial, antiguo convento de San Gil, bajo el puente de San Martín, donde purgaron sus penas Mariano Sánchez e Ignacio Rodríguez de la Cruz (Foto, Loty, Archivo Diputación Provincial de Toledo

Ocho meses pasó Mariano en la cárcel toledana a la espera de ser sometido a juicio en la Audiencia Provincial. El mismo se celebró a finales de junio de 1912, siendo declarada su vista secreta, por motivos de moralidad, y desarrollándose a puerta cerrada. 

Ello causó un gran malestar entre el público que deseaba presenciarla, aunque algunos comentarios periodísticos consideraban que la decisión era acertada, para evitar que el apasionamiento de los presentes pudiera influir en el ánimo de los jurados.

Mientras la defensa del sacristán argumentaba que lo ocurrido había sido fruto de una desgraciada imprudencia, el fiscal sostenía que se trataba de un delito complejo de asesinato con alevosía y aborto, añadiéndose la agravante de haber sido cometido en el propio domicilio de la víctima. Acorde con esas consideraciones, se pedía la pena de muerte para Mariano Sánchez.

La sesión judicial apenas duró unas horas. El jurado también tardó poco en alcanzar el veredicto de culpable, siendo condenado a la última pena. 

En la sentencia se indicaba que sería ejecutado en la cárcel toledana, no aconsejándose al gobierno que ejerciese la gracia de indulto. En todo caso se advertía de que sí acaso se llegase a conmutar la pena, el reo sufriría inhabilitación absoluta perpetua.

Noticia de última hora en «Heraldo Toledano» dando cuenta de apuñalamiento de Joaquín Martín Arredondo y su hija.

«El procesado –se relataba en la reseña del juicio publicada por “El Eco Toledano”- oyó la sentencia con aparente tranquilidad. Pero, realmente, debió producirle penosísima impresión, que supo reprimir durante la lectura del terrible fallo». 

Minutos después, cuando salió de la Audiencia custodiado por la Guardia Civil para dirigirse a la cárcel atravesando por entre los curiosos que esperaban su salida, «el reo lloraba amargamente».

Muchas lágrimas debió derramar Mariano en las lúgubres dependencias de la prisión provincial del antiguo Convento de Gilitos, hasta que en marzo de 1913, pese a lo sugerido en la sentencia, recibió la noticia de su indulto.

El mismo fue firmado por Alfonso XIII el día 21, Viernes Santo, en el Palacio Real de Madrid. 

El texto de la medida de gracia es ejemplo de la retórica de la época, donde la magnanimidad real se trufaba de una acrecentado sentimiento de generosidad religiosa: «Considerando que los Reyes de España –dice- han solemnizado siempre el día de hoy, en que la Iglesia conmemora el Augusto Misterio de la Redención del Género humano con el perdón de algunos reos sentenciados a la última pena, piadosa costumbre que es muy grata a Mi Corazón seguir observando [...] vengo en conmutar, en el acto de la Adoración de la Santa Cruz, la pena de muerte impuesta a Mariano Atanasio Sánchez Díaz por la inmediata de cadena perpetua». 

Al día siguiente, junto al indulto al sacristán burguillano, la «Gaceta de Madrid» publicaba la conmutación de otras doce penas máximas en toda España.Calle Ajofrín de Burguillos, donde se cometió el crimen del anciano Joaquín Martín Arredondo (Foto, Archivo Diputación Provincial de Toledo)

Otro crimen en la calle Ajofrín

El asesinato de la joven Dionisia no fue el único suceso mortal que vivieron los vecinos de Burguillos en aquel arranque del siglo XX. Tres años antes, también a principios de octubre conocieron sobresaltados otro horrendo crimen en la persona de Joaquín Martín Arredondo, de setenta y cuatro años de edad, a manos de un jornalero suyo, quien también intentó acabar con la vida de su hija Joaquina. En el origen del crimen se mezclaron pendencias laborales y amorosas.




Joaquín Martín Arredondo era dueño de una labranza conocida como «La Casa de Meca», en ella había trabajado durante un tiempo como mayoral Ignacio Rodríguez de la Cruz, (a) «El Moreno», casado y quien no contaba con buenos antecedentes en el pueblo. Seis años antes de cometer este crimen, había sido condenado a dos años, once meses y once días de prisión correccional por un delito de lesiones causado con arma de fuego, habiendo cumplido la pena en la cárcel provincial de Toledo.

Horas antes del suceso, el jornalero había sido despedido, reconcentrando en «su alma todo el odio de que es capaz la bestia humana», señalaba «Heraldo Toledano». Obcecado, premeditó el crimen de su antiguo patrón. Sabiendo que el mismo y su hija se encontraban enfermos y guardaban cama en su vivienda de la calle Ajofrín, entró en la vivienda, armado con una navaja de afeitar y asestó al anciano varias cuchilladas, una de ellas en el cuello que le seccionó la yugular. 

Al presenciar lo ocurrido, Joaquina se escondió debajo de una cama, siendo arrastrada por el agresor e infiriéndole, también a ella, varios cortes en diferentes partes del cuerpo. Luego, echándosela al hombro, la llevó a casa de un pariente común. Aunque en un principio se publicó que ella también había muerto, luego se constató no ser así.

Conocidos los hechos, el juez municipal acudió a detener a Ignacio, quien se resistió ferozmente, no siendo posible retenerlo ni con la colaboración de varios vecinos. Ante esa circunstancia, hubo de recurrirse a la presencia de la Guardia Civil, presentándose horas después una pareja a caballo que procedió a capturar al asesino.

Mientras la joven era evacuada al Hospital Provincial, los miembros de la Benemérita condujeron a Ignacio a la cárcel de Toledo. Veterano ya del lugar, llevó consigo un pequeño talego donde portaba un pan y un trozo de carne frita. 

Al preguntarle los empleados del correccional por semejante contenido, él dijo que como conocía los horarios del establecimiento sabía que cuando ingresase ya se habría pasado la hora del rancho, por lo que decidió llevarse su propia cena. Aquella noche, fuerzas de la Guardia Civil patrullaron por Burguillos, para evitar que algunos vecinos realizasen actos de hostilidad contra la familia del detenido.

Llevando ya varios meses en prisión, el 30 de enero de 1909, Ignacio intentó fugarse de la cárcel provincial. Junto a Petronilo Gálvez (a) «El Raspa», procesado por robo, y Enrique Colón, condenado también por este mismo delito, escalaron sus tapias con intención de saltar a la calle, pero fueron sorprendidos por los vigilantes. 

De ellos, solamente Colón logró evadirse, circunstancia que ya había repetido en varios presidios españoles y no siendo la primera vez que lo intentaba en la toledana. Al día siguiente fue localizado y detenido por la Guardia Civil en la estación de Castillejo.

Año y medio después, el sumario judicial estaba completo. El ministerio fiscal solicitaba pena de muerte para Ignacio. En sus conclusiones señalaba que el día de autos, entró en la casa de su víctima y atrancó todas las puertas para evitar que pudieran sorprenderle. Se dirigió a su antiguo amo pidiéndole que le volviese a contratar, aunque fuese como jornalero, pero Joaquín le dijo que hasta no comenzase a llover no podría admitirlo. 

Como respuesta a esta negativa, el agresor le asestó nueve navajazos. También indicaba que su hija precisó treinta y un días de asistencia médica para curar las heridas recibidas. En su escrito, el fiscal de la Audiencia Provincial, Enrique Gotarredoma, desvelaba que pese a estar casado, Ignacio había mantenido relaciones amorosas con Joaquina, siendo posteriormente rechazado por ella.

Celebrada la vista, en octubre de 1910, el abogado José Esteban asumió la defensa del agresor, argumentando que había obrado con «arrebato y obcecación y en vindicación próxima de una ofensa grave», consiguiendo que la penas finales fuesen de veinte años de reclusión temporal y dos años y un día de prisión mayor, por dos delitos de homicidio, uno consumado y otro en grado de fustración.

No concluirían aquí los sobresaltos que alterarían la tranquila vida en Burguillos. En noviembre de 1914, el vecino Sebastián Díaz procedía a labrar unas tierras, cuando la reja del arado chocó contra una gran piedra. Al retirarla, encontró bajo la misma unos restos humanos. 

Rápidamente corrieron por el pueblo numerosos rumores y comentarios, centrándose los mismos en la misteriosa historia de un «brujo» que años atrás había vivido en una casa llamada «El Ventorrillo», sita cerca del lugar donde se produjo el macabro hallazgo del labrador. 




Hasta allí se desplazó el reportero «HONN», ya citado en estas crónicas, quien en las páginas de «Diario Toledano» desgranó una fantástica historia digna de una novela de Conan Doyle y de la que más detalladamente nos ocuparemos en otra entrega de estos esbozos.


El sacristán de Burguillos asesina a su novia y lo indultan en Viernes Santo

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN@eslubianTOLEDO
Actualizado:10/07/2017 10:22h



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