Es evidente que nos encontramos en un periodo muy difícil de analizar, debido a múltiples causas entre las que debemos destacar las siguientes:
La falta de referencias históricas de casi todos los monumentos estudiados y la desaparición de casi todos los edificios de esa época de los que nos ha llegado alguna noticia.
La imposibilidad de definir algún conjunto concreto de características, quizá excepto la casi común utilización del arco de herradura, que puedan asimilarse a todo el periodo o a alguno de los posibles estilos en él existentes.
Tanto la forma de las plantas, como la técnica de construcción, las formas de abovedamiento o los tipos de decoración, van variando y entrecruzándose de una forma no homogénea ni ordenada, lo que ha impedido, al menos hasta ahora definir arquetipos fiables que ayuden a catalogar los monumentos.
Este problema es tan complejo que incluso existen dudas sobre si determinados edificios son visigodos del siglo VII o mozárabes del IX ó el X, ya que en ambas fases los constructores actuaban sin ningún tipo de norma previa, utilizando los elementos técnicos y artísticos conocidos en su momento sin necesidad de atenerse a modelos concretos.
La desaparición de lo que suponemos serían los edificios más importantes de la arquitectura visigoda que podrían habernos ayudado a entender el conjunto disforme de restos que nos ha llegado: los situados en las grandes ciudades, de los que sólo nos han llegado noticias y alguno restos de decoración.
Un caso muy significativo es la existencia de gran cantidad de pilastras con una magnífica decoración vegetal y geométrica considerada del siglo VII, pero no nos ha llegado ningún edificio visigodo con pilastras y sólo un caso de pilastra con decoración de figuras humanas y se encuentran prácticamente destruidas.
No obstante es evidente la necesidad de agrupar, por periodos, por estilos o por ambos, al menos los monumentos más significativos que han llegado hasta nosotros, aunque sea sin una total garantía de acierto.
Debido a ello adjuntamos en este estudio una posible agrupación de los mismos, basada en las principales características de cada una de las tendencias o estilos descritos en el apartado anterior, contrastándola y completándola con la datación de los pocos en que es conocida y con los parámetros históricos y geográficos más significativos:
Anteriores al Siglo VII
Como hemos indicado, tanto en cuanto a su estructura como a los conocimientos geográficos e históricos generalmente aceptados, se pueden distinguir los siguientes estilos:
Paleocristiano. Dentro de este grupo se consideran los dos mausoleos de Centcelles y de La Alberca y un conjunto de basílicas de tipo clásico, todas ellas de una o tres naves y con uno o tres ábsides, situadas en el levante y el sur de la península: Baleares, Cataluña, Levante y Extremadura.
Es interesante destacar que todas ellas están situadas en la zona de España más romanizada, donde se mantuvo casi sin variaciones la estructura administrativa, religiosa y social existente antes de la caída del imperio. Mención aparte merece el interesante edificio de Santa Eulalia de Bóveda, de este periodo pero no asimilable a ningún grupo.
Bizantino. Aunque existen dudas sobre su origen, en principio podemos encuadrar en este grupo, tanto por sus restos de decoración como por su situación en la zona de dominación bizantina en la época de su supuesta construcción, varias basílicas de planta clásica como las de Elche, Játiva y quizá la de Aljezares y, sobre todo el Baptisterio de Gabia Grande. En este caso su estructura también nos anima a considerarla bizantina.
Norteafricano. Si se acepta la existencia de dos ábsides contrapuestos como elemento diferenciador de las iglesias construidas por los cristianos que llegaron desde el norte de África, parece seguro que se establecieron en Extremadura y el sudoeste de Andalucía, donde se ha encontrado un conjunto importante de restos de este tipo. Otra característica muy habitual en estas iglesias es la existencia de un baptisterio exterior.
Iglesias de transición. Mientras todos los grupos anteriores corresponden a construcciones, de las que no tenemos ninguna información histórica pero que sabemos que estaban situadas en la zona hispano-romana y, por lo tanto, eran de adscripción cristiana, de las dos de este grupo, las de Cabeza de Griego y Recópolis, situadas en la franja central de la península, sí tenemos suficiente información para datarlas y saber que fueron construidas por los visigodos y que pertenecieron al rito arriano.
En ambos casos se modifica la basílica clásica añadiendo una especie de seudocrucero, quizá debido a características especiales de este rito.
2. Construcciones del Siglo VII
Situadas en la franja central de la península, es decir, en la de mayor influencia de la administración visigoda, forman el conjunto más conflictivo, ya que por su tipo de construcción, de mucho mayor calidad que las anteriores, y porque algunas de ellas han llegado hasta nosotros en buen estado, fueron consideradas durante mucho tiempo por los estudiosos europeos como posteriores al siglo IX.
Fue Gómez Moreno, el primer gran especialista español en arte altomedieval, quien en la primera mitad del siglo XX las clasificó como visigodas del siglo VII.
Aunque sigue estando en cuestión la datación de algunas, o incluso de todo el grupo, nosotros aceptamos su adscripción al arte visigodo del VII, ya que de tres de ellas tenemos una datación bastante segura y, según ya hemos explicado, existen muchas coincidencias entre ellas, como el tipo de construcción, la utilización del arco de herradura o el tipo de decoración.
Además nos parece imposible que las cuatro situadas en territorio que fue árabe hasta el último tercio del siglo XI – pulsar mapa adjunto para ampliarlo – fueran construidas o reconstruidas en la época mozárabe. Por la forma de su planta distinguimos en este grupo dos tipos de iglesias, todas ellas posteriores a la conversión de Recaredo y, por lo tanto, pertenecientes al rito cristiano.
Iglesias de transición. En ella incluimos cuatro edificios. dos de difícil clasificación y las dos iglesias del siglo VII cuya planta, de forma basilical con cabecera de tres ábsides separados y seudocrucero, parece continuar la búsqueda de espacios de culto muy diferentes a los generados en las basílicas clásicas.
En relación con este tema, creemos que un estudio en profundidad de las diferencias entre el culto en la época paleocristiana, el de las comunidades monacales norteafricanas, el arriano y el visigodo cristiano sería fundamental para poder interpretar la arquitectura de esta fase.
Iglesias cruciformes. Conjunto de iglesias, todas ellas situadas en entornos rurales, que nos presentan la evolución desde la planta cruciforme pura de un monumento funerario como San Fructuoso de Montelios hasta las plantas más complejas alrededor de una estructura cruciformes utilizadas en las últimas iglesias monacales.
Sobre este grupo es interesante destacar la gran importancia que tuvo la vida monacal en los últimos años de la monarquía visigoda de la que nos han llegado noticias de muchos santos ermitaños que se retiraron desde una situación de cierta importancia en la sociedad visigoda para crear comunidades monacales de las que quedan interesantes construcciones altomedievales y tradiciones de culto muy significativas, como San Frutos (Duratón, Cueva de Siete Altares), San Millán (San Millán de Suso) o San Fructuoso (San Pedro de Montes, Valle del Silencio).
ORFEBRERÍA VISIGODA
Para entender la orfebrería visigoda debemos diferenciar en primer lugar las obras de carácter eclesiástico y real, y las piezas de uso personal, que conocemos a través de los ajueres funerarios.
El primer grupo tiene su mayor exponente en los tesoros de Guarrazar y Torredonjimeno, teniendo a su vez cada uno de ellos unas características: el trabajo de los orfebres de Guarrazar nos habla de un taller palacial de uso real y aristocrático conectado con la capital, Toledo, estable y bien organizado, que debemos valorar desde una perspectiva diacrónica, pues en este participaron diferentes artesanos a lo largo del tiempo.
Este taller asumió la producción tanto de piezas tecnológicamente simples como de objetos con una gran complejidad que evidencian la importancia de la tradición antigua; A modo de ejemplo mencionamos una de las cruces del tesoro como una de las piezas más antiguas del tesoro, fechable en torno al S. VI, y ajena al taller de Guarrazar.
Probablemente fue una cruz de especial veneración fabricada en un taller extrapeninsular, que pudo haber sido enviada a Toledo como regalo regio. Por esta circunstancia, sirvió como modelo para la elaboración de la corona de Recesvinto, y para la de Suintila.
Por otro lado destaca la técnica del cloisonné, que constituye otro procedimiento antiguo, de origen oriental, que se extendió hacia el occidente europeo durante el período de las migraciones, y que llegó a caracterizar el estilo polícromo de la orfebrería de los pueblos germánicos, conociendo un mayor apogeo entre los siglos V y VI, y que vemos en las letras de dedicación de las coronas de Suintila y de Recesvinto y en las cruces de pequeño tamaño de Torredonjimeno.
En ambos tesoros la disposición de las piedras y gemas, y la simbología que carga cada uno de sus colores, enlazan con la tradición de la orfebrería bizantina.
Por su parte, el mencionado tesoro de Torredonjimeno, a diferencia del primero, refleja el trabajo de varios talleres, con unas producciones que, al menos en su mayor parte, estuvieron destinadas a un espectro social más amplio.
El segundo grupo, relativo a las piezas de orfebrería de uso personal, tiene su mejor ejemplo en la necrópolis de El Carpio de Tajo, en Toledo, la cual cuenta con 90 inhumaciones vestidas, de un total de 285.
Todas ellas, repletas de collares, pendientes, anillos, fíbulas, broches de cinturón y hebillas, nos hablan de distintos talleres de nivel ordinario, con origen visigodo, latino-mediterráneo, y bizantino, y fechables entre los siglos V y VIII.
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