Hubo un tiempo, perdido en la memoria de los habitantes de la Mancha Santiaguista, en que tener una mula (bestia como diría un vecino del siglo XVI) para ser usada como animal de trabajo en las labores del campo o para carga en los acarreos, denotaba el poder económico de una determinada familia.
Óleo “Arando Grande” de Nélida Cano
En efecto, su valor era comparable al de una vivienda.
Por contra, el labrador se aprovechaba de ella para multitud de funciones, a las ya referidas de laboreo, habría que añadir, la de dar calor a la casa en los fríos y continentales inviernos manchegos, desde la cuadra que estaba pegada a la cocina, a veces, tan unida a ella que solo las separaba una puerta, así como el uso de su estiércol como abono.
Durante mis veranos en La Mota, cuando llegaba el frescor de la tarde después de la soñolienta siesta, me entretenía en ver como las mulas, una vez terminada la labor del campo, llegaban sueltas hasta los pilones de piedra medieval con agua fresca recién sacada del pozo, que servían de consuelo para apagar su sed; bebían ávidas en el Pozo de la Aldea, en la calle del Haldudo, en tantas otras …
Hoy día cuesta ver una mula por nuestras calles, en aquella época lo raro era ver a tantos vecinos como ahora.
En el Catastro de Ensenada de 1752, para la villa de La Mota se contabilizaban los animales en: pollinos, jumentos, asnos o borricos como diríamos hoy día, unas 350 cabezas, mulas y machos, unas 250 unidades, eso para una población de unos 3.000 habitantes, lo que significaba unas 750 familias, o sea, casi un animal por cada familia.
Visto la importancia de tan útil y necesario animal para nuestros tatarabuelos, entramos a conocer nuestra historia que se desarrolla en el importante lugar de Corral de Almaguer, quizás la villa de mayor tamaño de toda la Mancha Santiaguista en este primer tercio del siglo, año de 1530.
Francisco Galán es un vecino de Corral de Almaguer. Durante los últimos años le han ido bien las cosechas en los campos de cereales que labra, de modo que ha decido que ya es hora de comprar una mula que le ayude a ser autónomo en las labores de labranza, trilla y carga de sus cereales.
Para ello contacta con otro vecino de la villa, Gómez Ortiz, hombre hábil y astuto en los negocios, que es propietario de varias mulas y se aviene a venderle una al dicho Galán.
Se reúnen en el corral de Gómez Ortiz, donde Galán mira y remira cuál le gusta más y que se aproxime al precio que puede pagar por ella.
Por fin se decide, toma la que cree que será buena y conciertan un precio de 23 ducados (8.625 maravedís) para cerrar el trato; una importante cantidad de dinero a la que Francisco Galán piensa sacar su rentabilidad.
Está muy feliz, cree que ha hecho una buena compra, además del trabajo que le va a quitar y del pago que no tendrá que hacer a otros para que le aren sus tierras. Pero, esta felicidad, se trastocó en pena y enfado, a la vez, al poco tiempo de comprarla. ¡Esta mula está manca de una pata!, el truhan de Francisco Galán me ha vendido una mula coja.
No podía creer que a él le ocurriese eso, ¿Cómo le había engañado después de mirar tanto en su corral? Se acercó a casa de su vecino, un experto y anciano labrador que tuvo mulas toda la vida. Cuando la reconoció le confirmó lo que ya sabía, esta mula tenía un defecto en la pata delantera, le iba a dar muchos problemas y, quizás, no tardando mucho, la tendría que sacrificar.
¡Adiós mis maravedís, adiós mi gozo! tanto tiempo ahorrando dinero para tener mi propia acémila, y en un instante perdidos mis ahorros, y mi ayuda en el campo, pensó Galán.
Dentro de lo malo, aún no había pagado un solo maravedí, solo se había limitado a firmar una carta de obligación de pago, por los 23 ducados, ante un escribano, así que con no pagar ya estaría compensado el estafador.
Pero Gómez Ortiz tampoco iba a entregar una de sus mulas sin cobrar dinero alguno, aunque estuviese manca. Contrató un procurador, pagó a un escribano y dirigió una carta pidiendo al gobernador del Partido de la Mancha y Ribera de Tajo, que actuase contra el moroso que no quería pagar la mula comprada, saltándose la carta de obligación firmada.
Atento a la carta de petición y a la de obligación, el alcalde mayor, licenciado Almodóvar, en nombre del gobernador, condenó a Francisco Galán que se ejecutasen sus bienes, para que con el dinero obtenido en pública almoneda se procediera al pago de la deuda.
Cuando el alguacil de la gobernación se presentó en su casa, Galán trató de darle todas las explicaciones posibles, pero no era cosa que le afectara, pues le dijo que él solo cumplía orden de comunicar el mandato de ejecución.
Galán recibió la noticia y al día siguiente hizo su carta de poder para su procurador, quien, ante un escribano, para que diera fe de lo que decía en su carta, se presentó ante su Alteza, el rey don Carlos, en su Consejo de Ordenes, apelando de la ejecutoria del gobernador o que la hiciera nula o lo que mejor decidiera el Consejo en forma y manera de derecho.
El procurador suplicó que la carta fuese aceptada y que se revocase el mandamiento.
Los del Consejo la aceptaron y enviaron mandato a Gómez Ortiz para que se presentase, en un plazo de quince días, en persona o a través de su procurador, para que informase de lo ocurrido, dijera lo que fuere en contra de la apelación y nulidad solicitada por Francisco Galán, y reclamase su derecho y justicia, de modo que, si se presentaba se le aplicaría justicia, pero si no lo hiciera, perdería el pleito en favor de Galán.
Además, ordenaron que se entregase un traslado, en un plazo máximo de seis días, de la solicitud de apelación y nulidad que Galán había presentado en el Consejo.
El pleito se celebró. El licenciado Almodóvar condenó a Gómez Ortiz a que se llevase su mula y liberó a Francisco Galán de la carta de obligación de pago por los 23 ducados; aunque dio una segunda alternativa si no lo hacían en esta manera, podría quedarse Francisco Galán con la mula y pagar a Ortiz tres mil maravedís que era el justo precio en que se tasó. Vea el lector que Ortiz trató de engañar en más de cinco mil maravedís a Galán.
Al tiempo que se pronunciaba esta sentencia, Francisco Galán solicitó que se diese por nula la ejecutoria que todavía estaba pendiente contra él. El Consejo aceptó la solicitud y la dio por nula.
El Consejo de Ordenes recibía todas las peticiones y pleitos de los habitantes de la Mancha Santiaguista, cuando éstos apelaban y reclamaban justicia y desagravio en derecho, por cosas importantes y por cosas menores. El rey don Carlos como Administrador Perpetuo de la Orden y Caballería de Santiago estaba en la obligación de responder a sus súbditos.
Este pleito que nos ocupa se produjo entre los días 21 y 23 de noviembre de 1530.
Actuaba como presidente del Consejo de Ordenes, el conde don García Manrique.
Sentaron jurisprudencia del pleito, los licenciados Luxán, Perero de Neyra y Sarmiento. La secretaría estaba bajo la supervisión de Francisco Guerrero.
https://lillodelamancha.wordpress.com/2017/03/17/la-mula-de-corral-de-almaguer/
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