Acababa de terminar la “Guerra de la Independencia”, y la ciudad de Toledo trataba de recuperarse de los devastadores efectos del paso de los franceses. Poco a poco volvía la normalidad a sus calles, palpable en el retorno de las comunidades religiosas, y en la ausencia de patrullas y las turbadoras voces de los centinelas.
Por toda la ciudad se desarrollaban diferentes celebraciones, destacando los actos de desagravio y acción de gracias del cabildo primado.
Desagravio por los inexcusables actos sacrílegos de los irrespetuosos franceses, y acción de gracias por la sorprendente victoria del ejército español sobre el indeseable invasor.
Por este motivo, y por valorar cuanto antes los destrozos ocasionados, los vecinos de Toledo recorrían la ciudad desde que asomaba el astro rey hasta que se ocultaba en el horizonte.
Ocurrió, para sorpresa de todos, que inesperadamente apareció cierta noche una inexplicable y extraña luz junto a la ermita de la Virgen del Valle, lugar apartado de la ciudad pero muy estimado por sus habitantes. La noticia corrió de boca en boca al día siguiente y los sucesivos, pues el enigmático episodio se repetiría un día sí y otro también.
Los vecinos, inquietos de nuevo, se distribuían todas las noches por diferentes lugares para poder observar el portento, sin saber qué lo motivaba. San Cristóbal, San Lucas, la plaza de la Cruz Verde y otros lugares desde donde se observaba la ermita del Valle, se convirtieron en improvisados miradores que cada noche acogían a decenas de curiosos.
–Posiblemente se trate –aseguraban algunos- de alguna vela que el santero deje como penitencia por las noches.
–O tal vez en acción de gracias por la expulsión de los franceses –añadían otros-.
–Lo que resulta curioso –finalizaban otros-, es que permanece encendida durante toda la noche, y hay ciertos momentos en los que incluso parece moverse.
Estos diálogos se reproducían en los diferentes lugares abarrotados por los curiosos toledanos, basándose siempre en especulaciones y nunca en hechos certeros.
Días después llegó la noticia a oídos del clero, que tratando de esclarecer los hechos envió hasta la ermita a valientes jóvenes durante las noches siguientes armados de candiles para recorrer los caminos cercanos. Sin embargo no se obtuvo resultado alguno.
Con gran valentía inspeccionaron los caminos que conducen al Valle desde los puentes de Alcántara y San Martín, pero ninguno de ellos osó aproximarse al patio de la pequeña ermita, lugar donde parecía producirse el fenómeno.
Inútilmente le preguntaban al ermitaño sobre lo que sucedía, pues éste se encogía de hombros desconociendo de lo que le hablaban. Incluso muchos moradores de los cercanos cigarrales, hastiados de la intranquilidad que tal fenómeno producía, organizaron partidas nocturnas camino de la dichosa luz, atreviéndose a llegar hasta el patio del pequeño templo sin encontrar nada extraño. Lo único que hallaban era un fuerte viento que en aquellas horas se sentía clavar en los huesos.
La misteriosa luz del Valle continuó viéndose durante varios meses, produciendo la intranquilidad de los vecinos de Toledo y sus alrededores, y sin que jamás se encontrara explicación satisfactoria.
Cuando cualquier persona se aproximaba al lugar donde brillaba se desvanecía, volviendo a encenderse cuando el intruso se alejaba.
Las hipótesis que se extendieron fueron varias: unos afirmaban que eran almas que imploraban de esta llamativa manera plegarias para su eterna salvación, otros veían en ella una aparición sobrenatural de la Virgen del Valle que manifestaba su deseo de ser trasladada a la ciudad para no volver a ser víctima de la barbarie extranjera. Por estos motivos eran muchos los fieles que por el día acudían a la apreciada ermita, para rezar el rosario ante la imagen allí venerada.
Al cabo del tiempo, al igual que había aparecido, la misteriosa luz desapareció, y con ella la intranquilidad de los atemorizados toledanos.
Sobre relato de Juan Moraleda y Esteban en “Leyendas Históricas de Toledo”.
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