sábado, 29 de mayo de 2021

Victorio Macho (1887-1966) y la búsqueda de Roca Tarpeya

VIVIR TOLEDO

En julio de 1954, el escultor y Zoilita se asentaban por fin en la vivienda-estudio que había planeado su amigo, el arquitecto Secundino de Zuazo Ugalde

Victorio Macho y su esposa Zoila Barrós ante la casa-estudio de Roca Tarpeya recién estrenada. Foto publicada en Mundo Hispánico, noviembre de 1955. Archivo Municipal de Toledo

Por RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN
TOLEDO 
Actualizado:26/04/2021 19:47h

Un escarpado borde de la Judería toledana sobre el Tajo, cercano a la sinagoga del Tránsito, es citado como Roca Tarpeya. Tal nombre, al margen de partir de un relato decimonónico, carece de base el afirmar que fue un despeñadero para aplicar penas de muerte al igual que recoge un antiguo mito de la colina Capitolina de Roma. Hasta finales del siglo XV, este paraje era parte de la aljama mayor que ocupaba la comunidad hebrea arraigada en Toledo desde el siglo IV. 

Tras la expulsión de 1492, las sinagogas se convirtieron en iglesias y muchas viviendas pasaron a manos de gentiles. Al observar el plano del Greco (ca. 1610), en la actual Roca Tarpeya aún hay casas asentadas sobre la muralla medieval de la que hoy quedan aislados vestigios bajo el paseo del Tránsito. A partir del XVII, el lento vaciamiento de Toledo sería notorio en este suburbio interior.

Hasta mediados del XX, los planos recogen un corto adarve desde la plaza de Barrio Nuevo hasta el abismo sobre el río. Esta vía finalizaba con una reja que permitía el disfrute público de las vistas. Sin embargo, en 1954, el Ayuntamiento aceptó privatizar el tramo final del referido adarve, bajo un canon anual de 70,14 pesetas, a favor de un nuevo vecino, Victorio Macho, para abrir allí otro acceso a su casa, luego trocado en garaje. El solicitante esgrimía que aquello era un estercolero y un lugar peligroso para el tránsito de viandantes. Es decir, se repetía el proceso ya habido en otros callejones de similar estructura ante las murallas que ya abordamos en otra ocasión (26-03-2017).

Fotografías de principios del XX, algunas de Pedro Román Martínez (1878-1948), plasman la estampa del barrio y sus vecinos. Una imagen capta precisamente la última casa de la travesía (el viejo adarve) con un amplio jardín y un mirador, a modo de proa, alzado ante la dilatada vista del Tajo. Fuera de esta finca, el espacio urbano contiguo hacia el paseo del Tránsito era una estrecha franja de terreno con un revelador nombre: paseo de los Precipicios. Consta el afán de muchos interesados en adquirir tan sugestivo lugar, entre otros, el escultor Victorio Macho Rogado (1887-1966) que, como veremos, lograría alzar allí una vivienda-estudio que disfrutó entre 1954 y su muerte.

Un rápido repaso a su vida recoge su formación inicial en Santander y luego en Madrid seguida de tempranos trabajos para una selecta clientela. Después, Macho elegiría un personal y bien recibido estilo por la crítica hacia ciertas obras mostradas desde 1918 que iría ampliando con retratos de afamados personajes y amigos: Galdós, Ramón y Cajal, Concha Espina, Unamuno, la Pasionaria, Valle Inclán, Benavente, Marañón o los íntimos recuerdos de su madre y su hermano Marcelo. 

En 1936 accedió a la Real Academia de San Fernando. En la Guerra Civil fue protegido por la República para pasar, en 1939, a París y después a América, viajando siempre con sus esculturas y ya sin ocultar su desdén hacia la etapa republicana a la vez que atendía encargos oficiales en Colombia, Venezuela y Panamá. En 1940 se instaló en Perú, donde se casó, en 1951, con Zoila Barrós Conti, hija de una ilustre familia limeña. 

En 1952 tornaría a España con 18 cajas de obras suyas y el pláceme del nuevo régimen. En 1954 recaló en Toledo para orgullo municipal y dicha del ámbito cultural, recibiendo, en 1955, el título de Hijo Adoptivo. Por Roca Tarpeya, su nido de águilas como solía decir, pasaron infinidad de visitas privadas –como las de su reencontrado amigo, el doctor Marañón, vuelto del exilio a España en 1942-, y no pocos personajes citados en profusas gacetas de prensa. Aunque Macho, con sesenta y siete años, tenía ya un menor registro creativo que en su etapa anterior, aun dejaría estimadas esculturas en varios lugares.

El interés de Macho por Toledo se remonta a juveniles visitas desde 1903, alguna con su admirado Pérez Galdós. En otra ocasión alquiló un estudio junto a la casa del ceramista Sebastián Aguado, en San Juan de los Reyes. 

También compartió tertulias en la ciudad con el pintor cubano Esteban Domenech (residente en el barrio de San Lucas), el doctor Marañón y artistas vinculados a la Escuela de Artes como Vera, Gimena o el joven Guerrero Malagón. En 1933, con su primera esposa, María Martínez Romarate (fallecida un año después) y Domenech vio la casa situada en Roca Tarpeya que intentó alquilar sin éxito, pues, como diría luego: «los dueños se asustaron de mis pelos y mi extraña traza». 

Sin embargo, el lugar le causó una gran e indeleble impresión como lo prueban sus cartas, escritas en 1949, cuando disponía su vuelta a España. En ellas pedía a un sobrino, Fulgencio Pérez Guijarro, familiarmente Pencho, residente en Madrid, que le buscase una casa en Toledo frente al amplio paisaje de los cigarrales.

El rastreo supuso casi dos años de tanteos y profusas cartas entre tío y sobrino. Sabemos que no pudo tomar un terreno cercano a la Casa del Greco, pues la Diputación lo había adquirido para levantar la nueva Casa-Cuna. Tampoco cuajó una casa ubicada entre la calle de Descalzos y el paseo del Tránsito. Se desechó una enorme propiedad titulada El Rincón, en el corredorcillo de San Bartolomé. Por fin, en febrero de 1951, Pencho culminó la compra de la soñada casa de Roca Tarpeya, entonces inhabitada, por 250.000 pesetas a su propietaria Ascensión Acevedo. 

Enseguida, Macho deseó saber más a partir de un croquis enviado por el fiel sobrino con alguna foto: asegurar la ausencia de ruidos, la solidez del terreno o la posible ampliación de la finca. En este contexto encajan las palabras del escultor en sus Memorias al decir que su Toledo no estaba «en el Zocodover y en sus alrededores». Lo veía en la iglesia de Santo Tomé, en el Greco y en el paisaje de los cigarrales, entre ellos el de su gran amigo «el humanísimo doctor Marañón», para concluir: «Mi Toledo está abismado sobre la corriente del Tajo».

En marzo de 1952 Victorio Macho regresaba a España. Provisionalmente se instaló en Madrid mientras preparaba todo para residir en su anhelado destino de Toledo. En julio de 1954, el escultor y Zoilita se asentaban por fin en la vivienda-estudio que había planeado su amigo, el arquitecto Secundino de Zuazo Ugalde, proyecto que será la razón de un próximo artículo. 

El 13 de julio de 1966, el escultor fallecía en su «nido de águilas», siendo inhumado en Palencia, al pie del Cristo del Otero, colosal figura que había erigido en 1930. En 1967, con los recuerdos del escultor y una parte de sus obras, Roca Tarpeya se convertía en museo cuya decadente vida se apagó en 1984.

Por RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN
TOLEDO 
Actualizado:26/04/2021 19:47h

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