PREPARATIVOS Y PARTIDA
La marcha de Wamba a combatir a los vascones la conocemos por el relato de Julián, pero allí no están recogidos la totalidad de los rituales que sabemos acompañaban el acto de la partida y que aparecen descritos en el Liber Ordinum, el manual visigodo de los rituales sacramentarios.
El lugar donde se desarrollaba la ceremonia de partida del ejército hacia la guerra era la basílica toledana de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Una vez allí, Wamba fue hacia la puerta y fue incensado por dos diáconos. Entró en la iglesia precedido por dos clérigos portadores de la cruz y una vez dentro, con la totalidad del clero en pie y guardando silencio, el rey se postró en oración y cuando se levantó el coro cantó: «que Dios esté en vuestro camino y su Ángel os acompañe».
Tras esto, el obispo rezó una oración donde rogaba a Dios que asistiera al rey Wamba y a su pueblo y concediese al príncipe los bienes que necesitara: un ejército valeroso, jefes leales y la concordia de los corazones para obtener la victoria y volver triunfante. Entonces, un diácono levantó una cruz de oro que contenía un fragmento del Lignum Crucis y la llevó al obispo.
El prelado toledano le dio la cruz al rey, el cual se la dio al clérigo que tenía que llevar la cruz delante del monarca, como regia enseña, durante toda la campaña. Los abanderados se acercaron y recibieron sus estandartes de manos del obispo y cuando todos estaban reunidos fuera de la iglesia, un diácono dijo la fórmula de despedida:
«En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, id en paz». Tras esto, Wamba y el obispo se abrazaron, el rey montó a caballo, el clérigo que llevaba la cruz se puso delante de él y el ejército inició la marcha. Se cree que mientras la hueste se alejaba de la ciudad el clero cantaba el himno litúrgico de In profectione exercitus, que se ha conservado en el Himnario de Toledo y en el que se ruega a Dios que proteja a los monarcas que parten a la guerra con sus huestes.
La liturgia de la despedida se completaba con las ofrendas y súplicas del rey y el ejército, que duraban hasta que la campaña finalizara. Este ritual de partida a la guerra del rey y todo su ejército era un espectáculo del poder, la ceremonia era un acto de exaltación monárquica que quería originar la admiración de sus súbditos.
No olvidemos que los monarcas visigodos hacían la guerra en nombre de Dios porque así protegían la fe de su pueblo, la inviolabilidad de sus fronteras y la legitimidad de su soberano. Julián de Toledo, en su Historia Wambae, anota que el rey consideraba que la guerra era un juicio divino presidido por Dios y se debían evitar los excesos y saqueos por parte de los soldados.
Los ejércitos iban a la guerra precedidos de estandartes protectores entre los que ocupaba el lugar privilegiado la cruz dorada que contenía el mencionado fragmento de la cruz de Cristo traído del Monte Calvario.
En un principio, el servicio militar visigodo era obligatorio para los hombres libres y, al menos desde el reinado de Leovigildo, cada primavera se organizaba una leva militar, a tiempo para las campañas estivales. Wamba impuso la movilización guerrera también a los siervos.
El núcleo del ejército era la mesnada real y otras huestes, clientelas o séquitos dirigidos por duques, condes y magnates. La mesnada del rey estaba formada por la guardia regia y los miembros de la clientela real, es decir, los fidelis regis y los gardingos. Esta clientela real servía al príncipe, le custodiaba y le vigilaba.
Por tanto, el ejército estaba formado por dos ramas, un cuerpo profesional fijo denominado exercitus, formado por magnates y hombres de armas que constituían la oligarquía militar del reino y un cuerpo reclutado ocasionalmente con carácter forzoso u hostis, formado por tropas reclutadas para el servicio militar cuya movilización, por lo general, se producía cuando lo exigían las amenazas exteriores o los propios peligros internos.
En estos llamamientos a la guerra se incorporaban también los nobles con sus clientes armados, que reclutaban soldados entre sus dependientes y formaban así ejércitos propios, las comitivas privadas.
Las comitivas privadas, cada vez más importantes, fueron consideradas un proceso de ruptura con las antiguas estructuras tribales y conformarían nuevas relaciones sociales que marginaban aspectos, hasta entonces importantes, como el parentesco. Estas comitivas armadas van a mantenerse a lo largo de toda la existencia del reino visigodo de Toledo y fueron la base de su ejército ya que los reyes convocaban a estas comitivas para acompañar al ejército regular.
El hecho de que los nobles fueran con sus siervos armados a la guerra indica que se va a ir produciendo un proceso de privatización, lo que Claudio Sánchez-Albornoz entendería como una traslación de la vinculación política a las relaciones militares, considerando que se habría producido una ‘protofeudalización’ del ejército.
Proceso que Abilio Barbero y Marcelo Vigil consideraron de manera más amplia, como una consecuencia de la organización social en su conjunto, donde las relaciones militares debían entenderse dentro de un marco global de relaciones personales, feudales, de dependencia.
Aunque no es el objetivo de este trabajo entrar en la naturaleza del debate feudal en relación al ejército visigodo. Volviendo a nuestro hilo argumental, la marcha al combate exigía la decisión de hacer la guerra, la planificación de la campaña.
No sabemos cómo se había actuado en los preparativos de la acción contra los vascones, pero Julián sí informa de cómo se deciden los pasos a dar contra el usurpador Paulo, decisión que debe tomar en territorios de Cantabria, antes de llegar al campo de batalla en Vasconia.
Hay que apuntar que la arenga a los nobles y a las tropas está en buena parte condicionada por una carta que el rebelde ha remitido al rey. Debemos hacer constar que, a pesar de la aparente coherencia de la secuencia narrativa de Julián, es posible que los tiempos hayan sido achatados para lograr un efecto dramático. En todo caso, el mensaje de Paulo es una evidente provocación:
En el nombre del Señor, Flavio Paulo, ungido rey del Este, a Wamba rey del Austro. Si ya has acabado de rondar por las peladas e inhóspitas peñas de los montes; si, como el más fornido león, has tronchado ya con tu pecho los angostos pastizales de los bosques; si ya has cortado de raíz el correteo de cabras montesas y los brincos de ciervos y la voracidad de jabalíes y osos; si ya has vomitado venenos de serpientes y víboras, repara en nos, guerrero, repara en nos, señor, amigo de selvas y roquedales.
Pues si todo eso yace abatido y tú en persona te aprestas a venir ante nos, para silenciar el poderoso canto del ruiseñor y, con ello, hombre arrogante, tu corazón asciende hasta su refortalecimiento, desciende hasta las ‘Clausuras’; ahí encontrarás un digno adversario, con el que puedas medirte en justa lid. Paulo no sabe en qué momento de la campaña contra los vascones le va a llegar su misiva al rey, pero le reta a que combata con él, un digno adversario, y no un enemigo menor, los vascones, a quienes compara con unas fieras indignas de su poderío como rey.
Más allá de la bravuconada de Paulo, o del juego metafórico, resultaba claro que el texto pretendía poner en evidencia la misma capacidad del rey para sostenerse en el trono. Paulo se ha declarado rey del Este, donde la intencionalidad sediciosa es innegable, pero probablemente pretenda el trono visigodo, pues se atribuye el título ‘Flavio’, parte de la titulatura imperial que los reyes visigodos han adoptado para sí.
De ahí que Wamba se vea obligado a replantearse sus planes de batalla sobre la marcha y convoque a su entorno de notables, para que decidan la estrategia a seguir, esencialmente si podían desplazarse desde allí a las Galias directamente o si debían volver a bases seguras, donde reclutar efectivos suficientes para emprender una expedición con garantías hasta un punto tan lejano, a la vez que decide arengar directamente a las tropas. «Jóvenes, habéis oído que se ha producido una calamidad y estáis al cabo de con qué valedores se ha armado el promotor de esta conspiración».
Estas son las palabras con las que Wamba comienza su arenga. El soberano sabe cómo deben actuar pero quiere convencer a sus hombres de lo que deben hacer llegados a este punto. Para ello provoca a los suyos llenándolos de ira contra el enemigo. «Miedicas», así se refiere Wamba a sus soldados por dudar de enfrentarse a una táctica guerrera común entre los francos, la tortuga, mucho más endeble que las que ellos utilizaban.
Las tácticas en el ejército visigodo eran importantes. Este ejército, heredero en un principio de las formas romanas, con el paso del tiempo fue evolucionando hacia formas nuevas. El problema es que partían de un manejo deficiente de la táctica militar y lo que más utilizaban eran las emboscadas y las incursiones por sorpresa, las cuales utilizaban cuando los enemigos eran superiores en número o cuando estaban mejor armados y equipados.
En su desenvolvimiento práctico se habían servido, en origen, de pequeños grupos de siervos, soldados semi-profesionales ligados por juramento de lealtad a sus señores, los cuales pugnaban entre sí por incrementar su poder y prestigio.
En el momento que ahora nos interesa esos cabezas de séquitos habían pasado a ser la aristocracia propietaria, fuesen germanos o provinciales hispano-romanos, que proporcionaban sus contingentes, algunos de ellos preparados y entrenados, mientras que una parte importante eran muy probablemente campesinos que actuaban como soldados solo cuando la situación era excepcional. Pero las tácticas visigodas empleadas en batalla no eran muy sofisticadas.
Era un sistema flexible formado por la caballería y la infantería, que se organizaba dependiendo de si iban a hacer frente a un ataque o a una defensa. En las tácticas de ataque, los visigodos utilizaban su propia caballería para dispersar a la caballería enemiga y cuando lo conseguían, intentaban envolver a la infantería del enemigo para atacarla con saetas y flechas y después cargar sobre ella con lanzas y espadas.
Si el enemigo no tenía caballería, la caballería visigoda atacaba frontalmente a la línea de infantería enemiga con venablos, lanzas y espadas, a la vez que sonaban las trompetas y se escuchaban gritos e insultos hacia el enemigo.
En situaciones defensivas en las que podía verse envuelto el ejército visigodo tras arremeter contra una plaza fuerte, para evitar ser sorprendidos en el repliegue construían ingenios de protección en los que utilizaban setos y cestones.
Si la defensa era en campo abierto, la infantería resistía las acometidas del enemigo y la caballería, situada en las alas, aguardaba el momento propicio para cargar contra los atacantes. Esta táctica fue muy utilizada y dio buenos resultados.
No obstante, Wamba no se olvida en su discurso de elevar la moral de los suyos alegando que los francos no pueden resistir a los godos, ni los galos hacer algo egregio sin los visigodos. Tampoco se olvida de los problemas en el abastecimiento, para lo cual afirma que es más gloriosa una victoria con ciertas dificultades ya que, así, serían mucho más admirados por su sacrificio.
Tal y como señala el soberano, «mientras dura la fogosidad del ánimo, no debe haber ninguna demora en la marcha; mientras la ira enardece los ánimos contra el enemigo, ninguna tardanza debe detenernos», ya que así será mucho más fuerte el ataque. Estas palabras se contraponen a lo que ocurrió cuando Paulo marchó a la Narbonense para terminar con la revuelta: «Paulo, por marchar con el ejército a paso lento, hizo flaquear al ejército por las interrupciones y retrasos».
Si los soldados están llenos de ira, hay que aprovechar el momento para combatir con más fiereza. Sin embargo, Paulo, en su marcha, «tampoco participó personalmente en la lucha ni dirigió las primeras acometidas contra el enemigo y con semejante dilación enfrió el ánimo de los jóvenes del ardor por la lucha en que se consumían». La lucha del líder militar junto a los suyos es muy importante para demostrar su liderazgo, su valentía, su empatía y su capacidad militar.
Así, gracias al discurso de Wamba, la furia de los soldados hacia sus enemigos fue en aumento, momento perfecto para intentar abatir al enemigo. Por tanto, Wamba termina el discurso con una idea firme, derrotar a los vascones y dirigirse, acto seguido, a la Narbonense para terminar con la revuelta y sus líderes.
Como anota el mismo Julián, «con estas palabras se caldean los ánimos de todos y exteriorizan su anhelo de que se lleve a efecto lo que se les pide». La arenga había sido eficaz. La necesidad de una marcha rápida como garantía de eficacia es recordada varias veces en el texto y esa misma política se aplica ahora a la solución del problema vascón.
Es indudable en el relato que la táctica a emplear se adapta a las circunstancias y características del enemigo. La campaña se ejecuta en tres fases que aparentemente se completan en siete días: un enfrentamiento en campo abierto, a continuación el hostigamiento de los emplazamientos militares fuertes donde probablemente se han replegado los restos de enfrentamiento precedente, por fin la destrucción de las aldeas o granjas.
A lo que sigue lo que probablemente era el protocolo seguido en estas campañas contra los pueblos del norte, la toma de rehenes, como elemento precautorio ante un nuevo levantamiento, la imposición de compensaciones de guerra (tributis) y la fijación de las condiciones de paz.
Que la campaña en la Narbonense es el objetivo esencial, y que las dimensiones de sus preparativos son mucho mayores y más exigentes se evidencia inmediatamente después, cuando, sin dilación alguna aparente, Wamba ordena su ejército en marcha hacia el foco del conflicto. Parece claro que, o bien antes de la escaramuza vascona, o en su transcurso, los primates palatii han convenido que marchar directamente hacia las Galias es la opción más conveniente. Paulo le ha anunciado en su texto que le espera en los pasos pirenaicos.
Wamba reúne a las tropas y marcha por Calahorra hasta Huesca, probablemente es aquí donde divide a sus tropas en tres cuerpos de ejército (turmae), elige los duces correspondientes y se encaminan a los pasos claves de la cordillera donde los rebeldes controlarían los accesos.
La turma era la unidad militar en la que se dividía el ejército de Wamba, un reparto de tropas en grupos sin un esquema concreto, donde la división en unidades menores no debe descartarse, ni tampoco que estas mantuviesen el esquema decimal romano que organizaba a los soldados en millenae, quingentenae, centenae y decenae, así como la thiufa, nombre genuinamente godo, que podía aludir a la millena de la tradición imperial.
La primera de estas unidades iría por el valle del Segre, atravesaría la Cerdaña y llegaría a Llívia, su capital, pasando cerca de la actual Puigcerdá, para desde allí entrar en Septimania por la cabecera del rio Ter. La segunda de las unidades fue por el norte de Ausona y alcanzaría la via Domitia para cruzar el Pirineo por el paso de Perthus, descendiendo por el valle del Tech hasta Ceret.
La última de estas divisiones avanzó hacia la costa siguiendo la via Augusta. El recorrido que realizarían estas columnas que formó Wamba sería, la primera 662 km, la segunda 656 km y la tercera 749 km. El grupo de expedicionarios del rey iría en la retaguardia de estas unidades.
Hemos anotado que antes de relatar las características estratégicas y tácticas del combate nos interesaba la marcha expedicionaria y esta debía ser ordenada. La intendencia era un punto importante y la disciplina no lo era menos.
Hacer acopio de los abastecimientos para el ejército y repartir las vituallas necesarias para las tropas que marchan al combate corresponde al annonarius y al erogator annonae. Estas figuras tenían una radicación urbana y se encargaban de las requisas imprescindibles en su demarcación para atender tanto a las tropas que se acantonaban como a las que estaban de tránsito hacia el frente, por supuesto atendían a las necesidades de la marcha en el tramo correspondiente.
Su eficacia dependía de un buen ajuste logístico pero, igualmente, de un control estrecho del cumplimiento de su cometido. La legislación visigoda recuerda que en muchas ocasiones el erogator annonae se quedaba con aquellos bienes que estaban destinados al abastecimiento, estableciendo que si se daba esta situación, los culpables debían entregar por cuadruplicado los bienes sustraídos. Pero no solo se atendía al abastecimiento de alimentos y productos necesarios para el día a día de los soldados en la guerra, también era importante el abastecimiento de armas.
Gracias a su epitafio fúnebre, conocemos la figura de Opilano, un soldado de cierto rango a quien, en el año 642, se le encargó llevar un conjunto de proyectiles o iacula para abastecer al ejército que combatía en el frente vascón. En el desarrollo de los acontecimientos fue herido y falleció al regreso en su domicilio en las proximidades de Córdoba.
Esta legislación contempla otras casuísticas que podían poner en peligro una expedición. Caso de los sobornos hacia los jefes (prepositi) del ejército para abandonar filas y volver a casa. Incluso, en ocasiones podían ser los propios jefes del ejército los que abandonaban la campaña militar, siendo en ese caso castigados con la pena capital o, dependiendo de la gravedad de la acción, teniendo que pagar una cierta cantidad de dinero, repartido después entre los antiguos componentes de la unidad que dirigían. También se contempla el abandono de la hueste por parte de los jefes del ejército o la negativa a ir a una campaña estando sano.
Casuísticas todas que conllevaban castigos tanto si los infractores eran hombres sin rango como oficiales con mando. Por supuesto, el ejército debe guardar en su marcha una serie de comportamientos que sabemos eran trasgredidos habitualmente: saqueos, destrucciones o agresiones sexuales eran comunes. Julián anota en su relato como Wamba se vio obligado a atajar estos comportamientos:
En vista de que una indecorosa ansia de rapiña no sólo embotaba a los nuestros, sino que incluso con el incendio de las casas perpetraba el pecado del adulterio, el mencionado príncipe castigaba con tal rigor disciplinario el pecado cometido por ellos, que pensarías que les imponía sanciones más severas que si contra su persona hubieran procedido hostilmente. Prueba de ello son los prepucios cortados de algunos violadores, a los que impuso esta pena en castigo por su fornicación.
Los saqueos y el ansia de rapiña de los soldados sobre las poblaciones sometidas eran muy frecuentes, como el texto muestra tanto sobre el pueblo vascón como en las ciudades sucesivamente tomadas en la Tarraconense y la Narbonense. Las leyes recogen diferentes penas sobre estos delitos.
Especialmente severas en el caso de los que yendo en expedición se apropian de algo ajeno, quienes deberán devolver el cuádruple de lo robado, si no pueden afrontar ese pago devolverán lo robado y recibirán 150 azotes, 200 en caso de ser siervos que actuasen sin conocimiento de sus dueños.
La norma se sitúa dentro de una serie de leyes sobre la represión de robos y saqueos donde se contemplan algunas casuísticas que pueden ser de interés, como la defensa de los intereses de los propietarios, de sus bienes y de sus siervos, precauciones que afectarían a los plazos de los juicios o a la demora en la ejecución de indemnizaciones por parte de aquellos que se encontrasen in expeditione publica.
Este tipo de acción depredatoria sería la más frecuente, muchos soldados se quedarían para sí una parte de los bienes sustraídos y, a veces, delataban a sus compañeros de rapiña.
A muchos de los saqueadores sus acciones les han traído muchos problemas e, incluso, la muerte. Ejemplo de ello lo tenemos en el asalto a Nimes: Y cuando les dio la impresión de que les seguían algunos de los nuestros, que se habían entregado a la rapiña, tan pronto se adelantaron hasta allí, mueren degollados, antes de que lograran introducirse en la fortaleza de las Arènes.
Pero muchos de nuestra tropa, que se habían quedado fuera ávidos de botín, cayeron abatidos a tajos de espada, no por hacer gala ante los demás de un valor extraordinario, sino (según el proceder característico de los salteadores, pues sabían que se habían acercado hasta la fortaleza de las Arènes con las miras puestas en el botín) como si con ello doblegaran con más facilidad a quienes habían encontrado divididos y no dos a la vez contra uno.
arece que Wamba estaba personalmente empeñado en no dejar impunes a los que llevaban a cabo estas acciones e imponer el rigor de la disciplina: Con que el resultado de la guerra está próximo y vosotros os divertís mancillando vuestra alma.
Estoy seguro, ya estáis cerca de la prueba decisiva del combate; mirad que no perezcáis víctimas de vuestras sordideces. Si yo no castigo esta depravación, me voy de aquí atado. Llegaré hasta ser acogido en el justo juicio de Dios, si, viendo la perversidad del pueblo, no la reprimo.
De ejemplo debe servirme aquel sacerdote Elí, mencionado en las Sagradas Escrituras, quien, por no querer increpar a sus hijos por la monstruosidad de sus fechorías, oyó que murieron en combate y él mismo expiró en pos de sus hijos con el cuello quebrado.
Así, pues, estas cosas debemos tomarlas en serio y, por tanto, si seguimos limpios de pecado, no habrá duda de que obtendremos el triunfo sobre el enemigo. Bajo esta disciplina que hemos descrito, el mencionado rey, que guiaba gloriosamente al ejército y contenía la moral de cada uno al amparo de las normas divinas, veía con el correr del tiempo que prosperaba su propuesta de lucha y la victoria en el combate.
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