lunes, 22 de mayo de 2023

Fray Juan Martínez López-Carbonero (Confesor de Felipe IV) (I)

Retrato de fraile dominico (el Greco)

INTRODUCCIÓN

Muchos fueron los vecinos de Corral de Almaguer que a lo largo de la historia escalaron las más altas dignidades eclesiásticas y civiles del reino, consiguiendo para ellos y sus familias no sólo poder y riqueza, sino un estatus y reconocimiento que, especialmente en su localidad natal, solía manifestarse con la edificación de una gran casa representativa que simbolizara la grandeza del apellido. 

Esto último se vio reflejado en Corral de Almaguer desde finales del Siglo XV y hasta bien entrado el XVII, llegando a contabilizarse hasta 53 casas de hidalgos y familias pudientes que embellecían el casco antiguo de la población.

Esta etapa de esplendor, que coincide en su totalidad con la época de desarrollo económico, social y cultural que se vivió a lo largo del llamado Imperio Español y especialmente durante los reinados de Carlos I y Felipe II, comenzará su declive durante el Siglo XVII, de forma paralela a la decadencia de la monarquía durante el reinado de los últimos Austrias. 

Pero incluso en períodos de decadencia, podemos encontrar aún un último corraleño que consiguió llegar a la cima de su carrera religiosa. 

Y no me estoy refiriendo a la obtención de un obispado, una abadía o un priorato, sino a un puesto tan cercano y con tanta influencia sobre el propio Rey, que muchos religiosos de su tiempo hubieran vendido su alma al diablo por conseguirlo: el de Confesor Real.

ANTECEDENTES Y BIOGRAFÍA

Fray Juan Martínez López-Carbonero, o Fray Juan Martínez Grima, como le gustaba nombrarse a sí mismo, o Fray Juan Martínez del Corral, como era conocido en la Corte, había nacido en el año 1590 en Corral de Almaguer en el seno de una familia relativamente acomodada. 

Descendía de los Martínez Philipe y los Grima por parte de padre -con un reconocido Prior de Uclés entre sus parientes- y por parte de madre de los López-Carbonero, una de las familia más antiguas de la población, que a pesar de no contar con título de hidalguía (quizás por lejanos antecedentes) estaba catalogada entre las más acaudaladas de la villa y como tal había casado a sus descendientes con las familias hidalgas del municipio.

Fachada de la iglesia y convento de
San Esteban de Salamanca

Tras acabar sus primeros estudios en Corral de Almaguer ayudado por el maestro de latines que pagaba el patronato de la Capilla de los Gascos a familiares y parientes, Juan Martínez ingresó con 16 años en la Orden de Predicadores (dominicos) y más concretamente en el Convento de la Santa Cruz de Segovia. 

De ahí pasó al célebre Convento de San Esteban de Salamanca, en el que ya apuntaba maneras, para finalizar sus estudios de teología en el Colegio de Santo Tomás de Alcalá de Henares, donde fue lector de arte, maestro de estudiantes y lector de teología. 

Terminada su formación y ordenación sacerdotal, pasó inmediatamente a ejercer como profesor de Teología en varios conventos de la Orden.

Hombre enérgico e incansable, nuestro paisano se encontraba profesando como maestro en el convento de Plasencia (Cáceres), cuando fue elegido como Prior del monasterio de Santiago en Pamplona, para que fundase en él un colegio o universidad con grados de arte, filosofía y teología. 

De allí pasó al convento del Rosario de Madrid, trasladando la comunidad de frailes desde la calle de la Luna a otro edificio propiedad del Marqués de Monasterio en la calle Ancha de San Bernardo. 

A continuación dirigió en dos ocasiones el convento de San Pedro Mártir de Toledo; el colegio de Santo Tomás de Alcalá, donde fue elegido Rector; el de la Santa Cruz de Segovia, donde fundó dos Cátedras de Sagradas Escrituras; y finalmente y por segunda vez, el convento del Rosario de Madrid, donde murió en el año 1676.

Retrato del Infante Baltasar Carlos
(Velázquez)

Gracias a su ganada fama de hombre sabio, el maestro Martínez fue nombrado relator (asesor de teología) de la Inquisición en 1636, confesor del príncipe Baltasar Carlos y su hermana María Teresa en el año 1642, para pasar poco después a confesar a la reina Isabel de Borbón (primera esposa del monarca) y finalmente al propio rey Felipe IV desde 1644 hasta su muerte en el año 1665. 

Incluso después de la muerte del rey, fray Juan siguió confesando durante algún tiempo a la segunda esposa y sobrina del monarca Mariana de Austria y a su hijo Carlos II en su minoría de edad.

La reina Mariana de Austria.
Sobrina y segunda esposa de
Felipe IV (Velázquez)

Por otro lado, su cercanía al soberano se vio recompensada con la promoción a Consejero Real, miembro de la Junta de Obras y Bosques, e Inquisidor General interino, rechazando –según sus biógrafos- los obispados de Jaén y Santiago de Compostela que le ofreció el Monarca, así como la abadía de Alcalá la Real. 

Esa misma cercanía le permitió convertirse en mecenas de las artes y las ciencias y reponer la biblioteca del Escorial que había resultado terriblemente afectada por un incendio, además de crear ocho becas para estudiantes en el convento de Segovia, sin contar las numerosas donaciones que hizo a la parroquia de Corral de Almaguer y especialmente a la capilla de sus primos los Gascos, de la que se convertiría en patrón.

FRAILES Y LUCHAS POR EL PODER

Desde la reforma de las órdenes religiosas en el Siglo XVI, el número de frailes y monjas fue creciendo exponencialmente en todo el país. Si para 1598 existían en España 1.326 conventos y monasterios, 20 años después eran ya 2.141 y para el año 1.700 rondaban los 3.000. 

El mayor crecimiento se produjo entre las órdenes mendicantes masculinas (franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios y trinitarios) que pasaron de un total de 12.000 frailes sólo en Castilla en 1591 a 34.000 en toda España en el año 1623. 

Valga como ejemplo el caso de Madrid, con un incremento de 18 a 31 monasterios y conventos en poco más de 30 años.

Claustro del convento de San Pedro Mártir de Toledo

Un increíble aumento de frailes que, sin embargo, no se correspondía en absoluto con un aumento paralelo de vocaciones, pues lo cierto es que los conventos españoles se convirtieron durante la crisis económica de los Siglo XVII y XVIII en refugio de hombres y mujeres que tan sólo buscaban un plato diario de comida. 

En 1621 el Consejo de Castilla, informaba a Felipe IV de que «la mayoría del clero regular en la actualidad en estos reinos sigue este camino como medio de conseguir suficiente alimento para comer, más que por su auténtica devoción cristiana» No es de extrañar por lo tanto que en el convento dominico de San Pedro Mártir de Toledo se llegasen a contar hasta 15 corraleños por estas fechas y en el de Ocaña 23. Sin embargo, no debemos pasar por alto que también hubo muchos otros que vivieron su vocación con auténtico espíritu religioso -no exento de ambición- como fue el caso de nuestro paisano Fray Juan Martínez López-Carbonero.

Para un religioso del Siglo XVII, el culmen de su carrera eclesiástica lo constituía el acceso al confesionario regio. Los confesores reales no sólo gozaban de la prerrogativa de acudir libremente a palacio y ver al rey en cualquier momento sin tener que guardar el estricto protocolo que regía en la Corte Española, sino que además se convertían automáticamente en Consejeros Reales que trascendían con demasiada frecuencia su labor espiritual, para inmiscuirse en asuntos de gobierno que competían exclusivamente a sus ministros.

Retrato de fraile dominico (Rubens)

Desde la Edad Media, el confesionario regio estuvo controlado casi en exclusiva por la poderosa Orden de Predicadores (los dominicos) cuya elocuencia y estudios teológicos los hacían especialmente adecuados para aconsejar a los monarcas en las cuestiones espirituales. 

De esa cercanía al trono la Orden obtenía numerosos beneficios, pues los reyes y los altos cargos de la Corte, a instancia de los confesores, se convertían con frecuencia en patronos y protectores de nuevos monasterios y conventos dominicos, a los que ayudaban y engrandecían económicamente. 

Si tenemos en cuenta además que los monarcas españoles disfrutaban del derecho de presentación de aspirantes a obispos, arzobispos y otras dignidades eclesiásticas ante el Papa (que solía rubricarlos sin problemas) y que ese tema los reyes solían dejarlo en manos de sus confesores, entenderemos el poder que ostentaban y la red clientelar y de adulación que se fue tejiendo a su alrededor. 

Eso sin mencionar el descarado nepotismo que suponía promover en las sedes obispales a miembros de su congregación, cuando no de su propia familia.

Sin embargo, con la llegada de la Orden de los Jesuitas en 1540 y su renovada visión de la teología (menos dogmática y conservadora), las tornas fueron cambiando poco a poco en las diferentes Cortes Europeas, hasta el punto de que para el Siglo XVII la única que mantenía un dominico en el puesto de confesor real, era La Muy Católica Monarquía Española. 

Por otro lado, la Compañía de Jesús, por su propia organización interna en forma de red y carácter “cuasi militar”, ambicionó desde el principio relacionarse con el poder y ocupar los puestos eclesiásticos más influyentes del reino, incluido el de confesor real.

Fraile jesuita (Ribera)

Este hecho acarrearía una auténtica batalla dialéctica entre las dos órdenes religiosas, a la que se uniría el conflicto por el dogma de la Inmaculada. Una lucha muy arraigada entre el pueblo llano (en el vecino pueblo de Horcajo de Santiago se sigue celebrando la fiesta del Vítor como reflejo de aquél antiguo desacuerdo) que enfrentaba a los que apoyaban el culto a la Inmaculada Concepción de la Virgen María (fundamentalmente franciscanos y jesuitas) y los que negaban que María hubiera sido concebida sin pecado original, fundamentalmente dominicos y agustinos. Todas estas desavenencias, unidas a las diferentes facciones, juegos de intereses y luchas de poder que se hicieron presentes tras la muerte sin descendencia del último Austria, Carlos II, otorgarían el confesionario real a los Jesuitas durante el Siglo XVIII.


FRAY JUAN MARTÍNEZ COMO ASESOR DE FELIPE IV


Aunque –como apuntamos anteriormente- la labor de los confesores reales debía circunscribirse exclusivamente a los asuntos espirituales del monarca, lo cierto es que con demasiada frecuencia traspasaron esa borrosa frontera entre lo espiritual y lo material, convirtiéndose en auténticos consejeros de gobierno. 

Consejeros que conocían los pecados y debilidades del monarca como nadie y por lo tanto sabían dónde y cómo influir en su conducta y toma de decisiones.

Retrato de Felipe IV en su juventud
(Velázquez)

Felipe IV era un hombre sensible y de amplia cultura, gran aficionado a la caza y buen jinete, que escudaba su timidez, al igual que su abuelo Felipe II, tras la rigidez y compostura ceremonial. 

Una etiqueta y seriedad protocolaria que escondían a un hombre profundamente religioso en continuo conflicto con los placeres sensuales de la carne que lo dominaban y de los que era un auténtico obseso. 

Esa profunda contradicción que esclavizaba su vida y amargaba su alma, lo llevaban a sufrir continuas crisis de culpabilidad, en las que achacaba a sus pecados las muchas derrotas y males del reino. 

Por otro lado, el llamado “rey planeta” o “rey pasmado” como también lo apodó Torrente Ballester por la peculiar expresión de su cara, no dejaba de ser un monarca débil de carácter que había dejado los complicados asuntos de gobierno en manos de su valido el Conde-Duque de Olivares, cuya ambiciosa política exterior llevaría de fracaso en fracaso a la Nación. 

Una nación incapaz ya de mantener tantas guerras en tantos y tan lejanos lugares, que se vería envuelta en una grave recesión económica y cuatro bancarrotas, y que acabaría el reinado con la pérdida definitiva de Portugal y el fin de la hegemonía española en Europa.

Retrato de Felipe IV en su madurez
(Velázquez)

La idiosincrasia anímica de Felipe IV, inmortalizada de forma magistral por Velázquez, unida a la grave situación del país, traía por la calle de la amargura a nuestro paisano fray Juan Martínez y le proporcionaba no pocas contradicciones y quebraderos de cabeza. Fray Juan era consciente de que no debía inmiscuirse en los asuntos de estado, pero le dolía sobremanera contemplar cómo el Rey dejaba las responsabilidades de gobierno en un personaje como el Conde-Duque de Olivares, un hombre astuto y extremadamente ambicioso, con el que sin embargo estaba obligado a entenderse y guardar una correcta compostura. 

Olivares a su vez, era consciente del poder que ejercía el confesor sobre la conciencia del monarca, por lo que desde el principio intentó atraerlo a su camarilla. Fray Juan –que de tonto no tenía un pelo- hacía lo posible por nadar y guardar la ropa, intentando no verse envuelto en alguna de las muchas intrigas de la Corte que buscaban la caída de Olivares, permaneciendo neutral siempre que podía y buscando el mayor beneficio posible para sí mismo y para la Orden.


Una posición difícil de mantener que había granjeado no pocas enemistades a su antecesor fray Juan de Santo Tomás. Un verso suelto que se atrevió no sólo a criticar directamente al valido, sino también a la presión fiscal a la que se estaba sometiendo a la población con la devaluación de la moneda de vellón y los enormes gastos que acarreaban las obras del palacio del Buen Retiro, en una época de tan grave crisis económica. Fray Juan de Santo Tomás murió ese mismo año.

Retrato del Conde-Duque de Olivares
(Velázquez)

Más prudente que su antecesor, pero no menos combativo, nuestro paisano intervino también en multitud de cuestiones políticas e incluso llegó a escribir un tratado de discursos teológicos y políticos. Aunque quizás la intervención más famosa y que más trascendencia tuvo, fue su férrea oposición al impuesto que pretendía gravar 4 reales por cada fanega de trigo que se llevara a moler. 

Un impuesto a todas luces injusto para los campesinos que, de haberse aprobado, hubiera supuesto doblar el precio de la harina (y por lo tanto del pan de los pobres) en una época de grave crisis económica que había llenado los caminos y las ciudades de mendigos. 
Fray Juan –quizás recordando sus orígenes humildes- se erigió en portavoz de los más necesitados y con sólidos argumentos consiguió que el proyecto fuera desestimado.

San Felipe el Real de Madrid. Lugar de reunión y mentidero de la villa

Fuente:
http://historiadecorral.blogspot.com/2021/05/fray-juan-martinez-lopez-carbonero.html



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