martes, 22 de septiembre de 2015

Arrio y la polémica del hijo de Dios

La historia del cristianismo, y me atrevería a decir que de las grandes religiones monoteístas en general, se ha caracterizado por la diversidad de interpretaciones y corrientes que han tenido lugar dentro de su propio seno y que han llevado, en no pocas ocasiones, a tensos debates y disputas teológicas. Quizás el primer caso que se nos venga a la cabeza al pensar en ello sea la aparición del protestantismo y el cisma que a raíz de éste se originó en toda la cristiandad.

Sin embargo, estos debates son tan antiguos como la propia religión, algo que tampoco debiera extrañarnos si tenemos en cuenta que un simple matiz o una leve apreciación en la interpretación del mensaje puede condicionarlo y transformarlo de manera notable. De ahí que encontremos casos tan antiguos como el que hoy queremos mencionar, cuyo protagonista marcó un antes y un después al cuestionar la divinidad de Cristo.Fresco donde se representa a Arrio

Un presbítero, probablemente de origen libio, pero que llevó a cabo su labor en Alejandría entre el siglo II y el siglo III de nuestra era, fue el artífice de esta novedosa doctrina que abriría un gran debate dentro de una religión que daba sus primeros pasos, el cristianismo. Lo que Arrio defendía, basándose en gran parte en las ideas de Pablo de Samosata, era que Jesús, en tanto que hijo de Dios, había sido creado con atributos divinos, pero no por ello era una encarnación de la divinidad.

Esta cuestión, que pudiera parecer menos trascendental o que no tendría por qué cambiar la esencia del mensaje, ciertamente se convirtió en centro de las grandes discusiones teológicas durante los primeros siglos de vida del cristianismo, en lo que se han venido llamando las «disputas cristológicas». Incluso después de que el arrianismo fuese declarado oficialmente como movimiento herético por parte de la Iglesia, su adopción por parte de determinados monarcas y reinos durante los primeros siglos de la Edad Media permitió que dichas ideas permanecieran vigentes durante mucho tiempo y que el enfrentamiento entre arrianos y católicos se perpetuase, aunque más ligado a enfrentamientos políticos y personales que al ámbito teológico.

El debate se cerró de manera oficial con el I Concilio de Nicea, celebrado en el 325 por orden del emperador Constantino I, quien años antes había decretado la libertad de los cristianos para reunirse y poder practicar su religión sin temor a represalias. Desde el Edicto de Milán de 313, sobre el que se cimentó esta tolerancia hacia una religión hasta entonces perseguida, se empezaba a vislumbrar el camino hacia una mayor aceptación hacia la que se acabaría convirtiendo en la religión oficial del Imperio. Preocupado por las divisiones en que ésta se sumía, y siguiendo los consejos de Osio de Córdoba, Constantino decidió convocar este concilio ecuménico en Nicea para establecer la unidad religiosa de la Iglesia que a la postre beneficiaría a su vez a la del propio Imperio. Y allí se concluyó que, tal y como apuntaba Atanasio de Alejandría (el gran opositor de Arrio), Jesús era hijo de Dios, y al mismo tiempo, el propio Dios encarnado.Icono conmemorativo del I Concilio de Nicea

Esta decisión zanjaría la discusión a nivel interno, pero no acabaría con las disputas entre niceanos y arrianos, por lo que dicha corriente pervivió con fuerza en los años posteriores incluso en la propia Constantinopla. De hecho, a nivel oficial fue adoptado y rechazado en varias ocasiones hasta ser declarado herético de manera definitiva en el I Concilio de Constantinopla de 381. 

Como prueba de ello, tenemos el caso del propio Constantino I, quien en su lecho de muerte fuera bautizado por un obispo arriano. Además, su pervivencia sería aún mayor en algunos de los reinos godos que surgieron a la caída del Imperio Romano de Occidente, como los burgundios, vándalos y ostrogodos. 

Aunque quizás el más paradigmático sea el caso del Reino de Toledo, donde fue la religión oficial de sus monarcas hasta finales del siglo VI, cuando Recaredo se acaba convirtiendo el catolicismo. Pero más longevo aún fue el arrianismo del reino longobardo, en la actual Italia, donde se mantuvo hasta el siglo VII, siendo Grimoaldo el último monarca en profesar dicha fe.

En definitiva, se trató de un fenómeno que llegó a tener tal repercusión que trascendió el ámbito de la propia religión para convertirse en un asunto político, algo que ha sucedido en más de una ocasión a lo largo de la historia pero que, esperemos, no siempre tiene por qué conducir a enfrentamientos o guerras. Hasta el momento, es cierto que los datos no son muy alentadores, pero esperemos que en un futuro las disputas teológicas se reduzcan a lo verbal y se mantengan siempre alejadas de la violencia.

mar 19, 2015
https://descubrirlahistoria.es/2015/03/arrio-y-la-polemica-del-hijo-de-dios/

1 comentario:

  1. Las disputas teológicas violentas ya son Historia en el cristianismo. El Humanismo cristiano dejó gran huella en este tipo de disputas.
    Lo que sí se podría decir con respecto al Concilio de Nicea, fue el hecho relevante del abandono de las ideas en las creencias de la transmigración de las almas. Allí en donde se dice ahora en el Credo: "Nosotros creemos en la Resurrección de la Carne". Se debería decir, por su cambio en éste Concilio: "Nosotros creemos en la Resurrección en la Carne". Partiendo de la Idea espiritual que tenemos un Ego inmortal, el cual se reencarnaría en la Carne. Esta idea se desechó en el Concilio de Nicea. No solamente estuvo en discusión la Idea que Jesús era el Hijo de D-s, si no también hubo otra series de cuestiones que dejarían su huella más profunda. Desechando la idea de la metempsicosis griega.

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