A los veintidós años aparece en Italia formando parte del séquito del cardenal Giulio Acquaviva, que antes había estado en Madrid en el desempeño de una embajada del Papa a Felipe n. Parece que Cervantes tiene en el palacio romano del cardenal Acquaviva el oficio de un adjunto a su secretario, o criado de confianza, lo que entonces se llamaba camarero, por tener acceso a la cámara o despacho del cardenal.
Aprende muy pronto el italiano y así tiene ocasión de leer los mejores autores, entre ellos a Ariosto, cuya Gerusalem libe rata elogia sin reservas. Entonces leerá los Dialoghi d'Amore, de León Hebreo, famoso sefardí ya fallecido, enciclopedia literaria del amor platónico.
El ambiente renacentista italiano llena el alma del futuro escritor de anhelos de belleza, de motivos platónicos, de clásicas normas del arte. Pero la vida del cardenal Acquaviva se extingue al poco tiempo y Cervantes se convierte en soldado, alistado a las órdenes del capitán Diego de Urbina y asiste a los preparativos de la Santa Liga contra los turcos, cada día más belicosos.
Se embarca en las galeras del Papa y, en una de ellas, la Marquesa, el día 7 de octubre de 1571, toma parte en la sangrienta batalla de Lepanto al mando de doce soldados, en el esquife o barco auxiliar de la galera. Los testigos de vista confirman el proceder de Cervantes, valiente hasta el heroismo, aquél día, por cierto, calenturiento y enfermo.
Por efecto de un arcabuzazo recibido durante el combate pierde el uso de la mano izquierda y recibe también dos heridas de cuidado en el pecho. En Mesina, en el hospital de sangre montado por don Juan de Austria, cura de sus heridas, gracias a los cuidados de un antiguo médico de Carlos Y, el doctor Gregorio López.
Asistió más tarde Cervantes a la expedición a Corfú y a otra más para defender La Goleta, en Túnez. En 1574 se habla de él como soldado aventajado de la tropa española en Palermo. Pero los planes de don Juan de Austria se colapsan y en 1575 Cervantes es licenciado. Y cuando regresaba a España, con su hermano Rodrigo, también soldado, fue apresado por el audaz corsario Amaute Mamí y llevado cautivo a la gran ciudad de Argel.
Tiempo después, contará el inicio de su cautiverio en su Epístola a Mateo Yázquez: En la galera Sol, que oscurecía mi ventura su luz, a pesar mío fue la pérdida de otros y la mía. 103 Los cinco años de cautiverio en Argel fueron muy penosos. Las cartas de recomendación que llevaba de don Juan de Austria y de otros jefes del ejército para Felipe II y que le son descubiertas hacen pensar a sus captores que se trata de un caballero importante y elevan su rescate a cinco mil ducados de oro. Ello hará imposible que pueda ser redimido pronto, pues la familia necesitaría muchos años para reunir tal cantidad.
En Argel siente revivir su vocación de poeta y escribe cuidadosamente aquella Epístola a Mateo Vázquez, un secretario del Rey. El verso final de esta correcta composición resume su penosa situación de esclavo: Yal trabajo me llaman, donde muero. Por fin, en 1580, tras muchos peligros y penalidades, el trinitario fray Juan Gil rescata a Cervantes por quinientos ducados de oro. Tiene entonces 33 años.
Llegado a la Península, tras descansar en casa de sus padres, se encuentra una España depauperada y doliente, y un monarca cansado y sin recursos. Aquel año, en el otoño, hubo una epidemia de gripe maligna, (lo que llamaron «el catarro universal») que se llevó a la Reina y al duque de Alba y el mismo rey Felipe II estuvo a punto de muerte. Hubo de transcurrir aún todo un cuarto de siglo antes de paladear el triunfo literario del Quijote. Cervantes no obtuvo ningún cargo
Aprende muy pronto el italiano y así tiene ocasión de leer los mejores autores, entre ellos a Ariosto, cuya Gerusalem libe rata elogia sin reservas. Entonces leerá los Dialoghi d'Amore, de León Hebreo, famoso sefardí ya fallecido, enciclopedia literaria del amor platónico.
El ambiente renacentista italiano llena el alma del futuro escritor de anhelos de belleza, de motivos platónicos, de clásicas normas del arte. Pero la vida del cardenal Acquaviva se extingue al poco tiempo y Cervantes se convierte en soldado, alistado a las órdenes del capitán Diego de Urbina y asiste a los preparativos de la Santa Liga contra los turcos, cada día más belicosos.
Se embarca en las galeras del Papa y, en una de ellas, la Marquesa, el día 7 de octubre de 1571, toma parte en la sangrienta batalla de Lepanto al mando de doce soldados, en el esquife o barco auxiliar de la galera. Los testigos de vista confirman el proceder de Cervantes, valiente hasta el heroismo, aquél día, por cierto, calenturiento y enfermo.
Por efecto de un arcabuzazo recibido durante el combate pierde el uso de la mano izquierda y recibe también dos heridas de cuidado en el pecho. En Mesina, en el hospital de sangre montado por don Juan de Austria, cura de sus heridas, gracias a los cuidados de un antiguo médico de Carlos Y, el doctor Gregorio López.
Asistió más tarde Cervantes a la expedición a Corfú y a otra más para defender La Goleta, en Túnez. En 1574 se habla de él como soldado aventajado de la tropa española en Palermo. Pero los planes de don Juan de Austria se colapsan y en 1575 Cervantes es licenciado. Y cuando regresaba a España, con su hermano Rodrigo, también soldado, fue apresado por el audaz corsario Amaute Mamí y llevado cautivo a la gran ciudad de Argel.
Tiempo después, contará el inicio de su cautiverio en su Epístola a Mateo Yázquez: En la galera Sol, que oscurecía mi ventura su luz, a pesar mío fue la pérdida de otros y la mía. 103 Los cinco años de cautiverio en Argel fueron muy penosos. Las cartas de recomendación que llevaba de don Juan de Austria y de otros jefes del ejército para Felipe II y que le son descubiertas hacen pensar a sus captores que se trata de un caballero importante y elevan su rescate a cinco mil ducados de oro. Ello hará imposible que pueda ser redimido pronto, pues la familia necesitaría muchos años para reunir tal cantidad.
En Argel siente revivir su vocación de poeta y escribe cuidadosamente aquella Epístola a Mateo Vázquez, un secretario del Rey. El verso final de esta correcta composición resume su penosa situación de esclavo: Yal trabajo me llaman, donde muero. Por fin, en 1580, tras muchos peligros y penalidades, el trinitario fray Juan Gil rescata a Cervantes por quinientos ducados de oro. Tiene entonces 33 años.
Llegado a la Península, tras descansar en casa de sus padres, se encuentra una España depauperada y doliente, y un monarca cansado y sin recursos. Aquel año, en el otoño, hubo una epidemia de gripe maligna, (lo que llamaron «el catarro universal») que se llevó a la Reina y al duque de Alba y el mismo rey Felipe II estuvo a punto de muerte. Hubo de transcurrir aún todo un cuarto de siglo antes de paladear el triunfo literario del Quijote. Cervantes no obtuvo ningún cargo
oficial, a pesar de su brillante hoja de servicios. El soldado heróico de la jornada de Lepanto vegeta ahora en una vida mediocre. Visita a sus amigos y parientes, como la familia Salazar, en Esquivias. Allí conoce a una mujer joven hidalga y bien acomodada, doña Catalina de Palacios Salazar y Vozmediano_ Unos meses antes, Cervantes ha tenido una hija natural de una mujer de familia humilde, Ana Franca de Rojas_ Su hija se llamará doña Isabel de Saavedra. No obstante, Miguel pretende la mano de la hidalga de Esquivias y se casa con ella en 1584.
Cuando se casa con Miguel, que ya tiene 37 años, doña Catalina es de edad de diecinueve. Las noticias y documentos que conocemos permiten afirmar que ambos esposos estarán unidos por verdadero cariño durante toda su vida, a pesar de las muchas ausencias de Miguel por su trabajo para Intendencia del Ejército. No fue el suyo un matrimonio roto. Doña Catalina no le dará hijos, pero será su seguro económico durante el resto de su vida; según el ordenamiento legal del matrimonio en aquella época, le correspondía al marido la administración de los bienes de la esposa, que podía delegar en otra persona por ausencia justificada; por ejemplo, en el hermano clérigo de doña Catalina, con ciertas condiciones y plazos.
La esposa de Miguel le acompañará a Valladolid y no le abandonará jamás en su madurez y en su ancianidad, y menos aún en sus años de gloria, cuando fijan su residencia familiar en Madrid, en la calle del León, después del éxito de la Primera parte del Quijote. Hay mucho de leyenda o de exageración sobre la pobreza en que vivió Cervantes. Se le supone gratuitamente un manirroto, pero solamente lo era en el sentido físico. Doña Catalina, cuando se une con Miguel es huérfana de padre, cuya herencia le da para vivir con desahogo en la amplia casona familiar que comparte con el hermano clérigo.
Lo cierto es que a sus cuarenta años Cervantes es un hombre fuerte, sano y activo. Su naturaleza inquieta no le permite compartir la vida ociosa de los hidalgos de Esquivias, dedicados a la caza y al cuidado de sus pocas tierras. Cervantes pasa muchas temporadas fuera de Esquivias ejerciendo de comisario para el acopio de trigo y de recaudador de algunos impuestos. Como empleado del Intendente general del Ejército don Antonio de Guevara, goza de unas dietas de doce reales diarios. Si con solo tres reales se sostenía cualquier familia mediana, con doce reales Cervantes puede vivir, él solo, muy confortablemente, y aún le sobra.
Sin duda alguna, ya casado, Cervantes no pasó verdadera necesidad. En cierta ocasión su esposa doña Catalina avaló a su marido por la cantidad de 500.000 maravedís, prueba de que al menos en aquel momento su fortuna superaba esa notable cantidad. Los bienes de doña Catalina más saneados eran los alquileres de las dos casas que tenía en la ciudad de Toledo. Las actividades al servicio de la hacienda real le lleva a temporadas a vivir en tierras andaluzas y en Campo de Montiel, y en ese tiempo estuvo ciertamente en Villanueva de los Infantes, señalada ahora como la patria del mito quijotesco.
En Sevilla residió Cervantes algún tiempo y allí tenía su base de operaciones hacendísticas y conoció muy bien los ambientes característicos de la ilustre ciudad, tanto los bajos fondos de la gran urbe mercantil, tan desmoralizada -que podríamos caracterizar con tres palabras: derroche, lujo y matonismo-, como el ambiente literario, y en éste, Cervantes se movía como pez en el agua y donde anudó amistades sinceras, entre otras con Mateo Alemán, el autor de Guzmán de Alfarache, quien tiempo después, cuando marche al virreinato de Nueva España (es decir, a Méjico) se llevará un ejemplar de Don Quijote entre sus reducidas pertenencias.
Allí, en Sevilla, Cervantes decide un día abandonar sus viajes y el oficio de recaudador y entregarse de lleno al ejercicio de la pluma (prueba de que había logrado hacer algunos ahorros)_ Hace tiempo que ha concebido la trama de su novela quijotesca y tiene ya escrita una buena parte del Quijote, mucho antes de llevarla a la imprenta_ Cervantes pule y corrige una y otra vez su obra y no se engaña sobre sus valores literarios.
Vuelto por fin a Esquivias y a Madrid, reanuda plenamente su vida familiar y compone versos (que me figuro tanto gustarían a su esposa). Decidido ya a imprimir el Quijote, marcha a Valladolid, donde estaba la corte de Felipe nI, con toda su familia, a la espera de obtener el privilegio real que le aseguraba la percepción de sus beneficios como autor.
Han transcurrido cuatro siglos desde la aparición en Madrid, en enero de 1605 -un año antes de recuperar la villa su condición de Capital del Reino, que había perdido en favor de Valladolid- de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Un libro que se imprimió en la prestigiosa imprenta de Juan de la Cuesta con la colaboración editorial de Francisco de Robles, librero del Rey nuestro Señor.
El éxito de libro fue fulminante: desde el inicio de su aparición fue leído con asombro y celebrado por todos corno un acierto total de su autor, ya conocido en los ambientes cultos corno un escritor madurísimo, por su Calatea y por su dramas, comedias y romances. Sin duda alguna, los primeros lectores fueron su mejores propagandistas y en pocos meses se agotó aquella primera edición. Enseguida sale a luz la segunda, en este mismo año e imprenta, y otras dos en Valencia, por gestión de un célebre editor, Patricio Mey. También aparecen, a lo largo de 1605 otras dos ediciones impresas en Lisboa, al menos una de ellas ilegal.
Dos años más tarde el Quijote traspasa las fronteras hispánicas y en Bruselas lo imprime (es la séptima edición) el librero Roger Velpius. Otra edición más, la octava, fue corregida personalmente por Cervantes, que imprime el mismo Juan de la Cuesta. La aparición, en tres años, de ocho ediciones de la Primera parte del Quijote constituyó un gran triunfo literario, capaz de endulzar la vida ya declinante de su autor y alegrar la de toda su familia, ahora más unida. Todo el mundo lee complacido el Quijote o lo conoce por lecturas en familia, desde el Rey Felipe IlI, a quien agradó sobremanera, hasta los más jóvenes estudiantes.
A todos divierte este libro de entretenimiento, con las aventuras de su doble protagonista: el caballero andante, privado de cordura, y su rústico escudero amigo de refranes. Solo por excepción, parece que no agradó a un maduro poeta cortesano, a Lope de Vega, tan despreciativo de la poesía cervantina y tal vez envidioso del triunfo literario de Cervantes en prosa.
A Lope de Vega se debe, por cierto, gran parte de la leyenda de la mísera pobreza de Cervantes, cuando narra aquella tertulia literaria en la que el autor del Quijote prestó a Lope de Vega sus gafas para leer de cerca (que Lope había olvidado en su casa) y éste dice que aquellas lentes le parecieron un par de huevos estrellados, por viejas y medio rotas. Pero el pueblo le alaba y aprecia a Cervantes como merece. Y desde entonces --<;uatro siglos- Don Quijote conquista el primer lugar de nuestra literatura.
La Segunda Parte del Ingenioso Caballero Don Quijote supera incluso a la primera en exquisiteces de estilo, con páginas inolvidables como los dos capítulos dedicados a contar la intentada visita nocturna a Dulcinea en sus fantásticos palacios del Toboso y al mensaje verbal que le lleva Sancho el día siguiente. El Quijote se traduce a todas las lenguas cultas y es juzgado e interpretado de diferentes maneras.
En torno a la fecha de su III Centenario (ahora hace un siglo), grandes escritores y filósofos lo hacen objeto de su atención preferente: Miguel de Unamuno, Azorín, el erudito Francisco Rodríguez Marín, el médico don Santiago Ramón y Caja!... y pocos años después Ramón Menéndez Pidal, José Ortega y Gasset, el catedrático América Castro y otros escritores de mérito analizan el Quijote dentro de un ancho espectro de ideologías y puntos de vista.
Es natural que sus interpretaciones sean muy varias. Por ejemplo, ¿qué dijo al respecto Menéndez Pelayo? Oigamos su concisa y matizada opinión: «La obra de Cervantes no fue de antítesis, ni de seca y prosaica negación, sino de purificación y complemento. No vino a matar un ideal, sino a transfigurarle y enaltecerle. Cuando había de poético, noble y humano en la caballería se incorporó en la obra nueva con más alto sentido.
La que había de quimérico, inmoral y falso, no precisamente en el ideal caballeresco, sino en las degeneraciones de él, se disipó como por encanto ante la clásica serenidad y la benévola ironía del más sano y equilibrado de los ingenios del Renacimiento». En 1947 se celebró solemnemente el IV centenario del nacimiento de Miguel de Cervantes, y esta efemérides hizo revivir la atención por el libro inmortal y su autor. Aparecen tres espléndidas biografías de Cervantes: dos más reducidas, debidas a Arbó y a Garcilaso, y una tercera, en varios tomos, la monumental de Luis Astrana Marín, con abundante documentación.
Todo hace suponer que por mucho tiempo el Quijote seguirá influyendo en nuestras vidas. Porque, como dijo Pedro Laín Entralgo en un libro digno de ser recordado -La generación del 98-, «Tal vez nuestro vivir, como el de don Alonso Quijano el Bueno, es un combate inacabable, sin premio, por ideales que no vemos realizados» por completo, nunca jamás.
Cuando se casa con Miguel, que ya tiene 37 años, doña Catalina es de edad de diecinueve. Las noticias y documentos que conocemos permiten afirmar que ambos esposos estarán unidos por verdadero cariño durante toda su vida, a pesar de las muchas ausencias de Miguel por su trabajo para Intendencia del Ejército. No fue el suyo un matrimonio roto. Doña Catalina no le dará hijos, pero será su seguro económico durante el resto de su vida; según el ordenamiento legal del matrimonio en aquella época, le correspondía al marido la administración de los bienes de la esposa, que podía delegar en otra persona por ausencia justificada; por ejemplo, en el hermano clérigo de doña Catalina, con ciertas condiciones y plazos.
La esposa de Miguel le acompañará a Valladolid y no le abandonará jamás en su madurez y en su ancianidad, y menos aún en sus años de gloria, cuando fijan su residencia familiar en Madrid, en la calle del León, después del éxito de la Primera parte del Quijote. Hay mucho de leyenda o de exageración sobre la pobreza en que vivió Cervantes. Se le supone gratuitamente un manirroto, pero solamente lo era en el sentido físico. Doña Catalina, cuando se une con Miguel es huérfana de padre, cuya herencia le da para vivir con desahogo en la amplia casona familiar que comparte con el hermano clérigo.
Lo cierto es que a sus cuarenta años Cervantes es un hombre fuerte, sano y activo. Su naturaleza inquieta no le permite compartir la vida ociosa de los hidalgos de Esquivias, dedicados a la caza y al cuidado de sus pocas tierras. Cervantes pasa muchas temporadas fuera de Esquivias ejerciendo de comisario para el acopio de trigo y de recaudador de algunos impuestos. Como empleado del Intendente general del Ejército don Antonio de Guevara, goza de unas dietas de doce reales diarios. Si con solo tres reales se sostenía cualquier familia mediana, con doce reales Cervantes puede vivir, él solo, muy confortablemente, y aún le sobra.
Sin duda alguna, ya casado, Cervantes no pasó verdadera necesidad. En cierta ocasión su esposa doña Catalina avaló a su marido por la cantidad de 500.000 maravedís, prueba de que al menos en aquel momento su fortuna superaba esa notable cantidad. Los bienes de doña Catalina más saneados eran los alquileres de las dos casas que tenía en la ciudad de Toledo. Las actividades al servicio de la hacienda real le lleva a temporadas a vivir en tierras andaluzas y en Campo de Montiel, y en ese tiempo estuvo ciertamente en Villanueva de los Infantes, señalada ahora como la patria del mito quijotesco.
En Sevilla residió Cervantes algún tiempo y allí tenía su base de operaciones hacendísticas y conoció muy bien los ambientes característicos de la ilustre ciudad, tanto los bajos fondos de la gran urbe mercantil, tan desmoralizada -que podríamos caracterizar con tres palabras: derroche, lujo y matonismo-, como el ambiente literario, y en éste, Cervantes se movía como pez en el agua y donde anudó amistades sinceras, entre otras con Mateo Alemán, el autor de Guzmán de Alfarache, quien tiempo después, cuando marche al virreinato de Nueva España (es decir, a Méjico) se llevará un ejemplar de Don Quijote entre sus reducidas pertenencias.
Allí, en Sevilla, Cervantes decide un día abandonar sus viajes y el oficio de recaudador y entregarse de lleno al ejercicio de la pluma (prueba de que había logrado hacer algunos ahorros)_ Hace tiempo que ha concebido la trama de su novela quijotesca y tiene ya escrita una buena parte del Quijote, mucho antes de llevarla a la imprenta_ Cervantes pule y corrige una y otra vez su obra y no se engaña sobre sus valores literarios.
Vuelto por fin a Esquivias y a Madrid, reanuda plenamente su vida familiar y compone versos (que me figuro tanto gustarían a su esposa). Decidido ya a imprimir el Quijote, marcha a Valladolid, donde estaba la corte de Felipe nI, con toda su familia, a la espera de obtener el privilegio real que le aseguraba la percepción de sus beneficios como autor.
Han transcurrido cuatro siglos desde la aparición en Madrid, en enero de 1605 -un año antes de recuperar la villa su condición de Capital del Reino, que había perdido en favor de Valladolid- de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Un libro que se imprimió en la prestigiosa imprenta de Juan de la Cuesta con la colaboración editorial de Francisco de Robles, librero del Rey nuestro Señor.
El éxito de libro fue fulminante: desde el inicio de su aparición fue leído con asombro y celebrado por todos corno un acierto total de su autor, ya conocido en los ambientes cultos corno un escritor madurísimo, por su Calatea y por su dramas, comedias y romances. Sin duda alguna, los primeros lectores fueron su mejores propagandistas y en pocos meses se agotó aquella primera edición. Enseguida sale a luz la segunda, en este mismo año e imprenta, y otras dos en Valencia, por gestión de un célebre editor, Patricio Mey. También aparecen, a lo largo de 1605 otras dos ediciones impresas en Lisboa, al menos una de ellas ilegal.
Dos años más tarde el Quijote traspasa las fronteras hispánicas y en Bruselas lo imprime (es la séptima edición) el librero Roger Velpius. Otra edición más, la octava, fue corregida personalmente por Cervantes, que imprime el mismo Juan de la Cuesta. La aparición, en tres años, de ocho ediciones de la Primera parte del Quijote constituyó un gran triunfo literario, capaz de endulzar la vida ya declinante de su autor y alegrar la de toda su familia, ahora más unida. Todo el mundo lee complacido el Quijote o lo conoce por lecturas en familia, desde el Rey Felipe IlI, a quien agradó sobremanera, hasta los más jóvenes estudiantes.
A todos divierte este libro de entretenimiento, con las aventuras de su doble protagonista: el caballero andante, privado de cordura, y su rústico escudero amigo de refranes. Solo por excepción, parece que no agradó a un maduro poeta cortesano, a Lope de Vega, tan despreciativo de la poesía cervantina y tal vez envidioso del triunfo literario de Cervantes en prosa.
A Lope de Vega se debe, por cierto, gran parte de la leyenda de la mísera pobreza de Cervantes, cuando narra aquella tertulia literaria en la que el autor del Quijote prestó a Lope de Vega sus gafas para leer de cerca (que Lope había olvidado en su casa) y éste dice que aquellas lentes le parecieron un par de huevos estrellados, por viejas y medio rotas. Pero el pueblo le alaba y aprecia a Cervantes como merece. Y desde entonces --<;uatro siglos- Don Quijote conquista el primer lugar de nuestra literatura.
La Segunda Parte del Ingenioso Caballero Don Quijote supera incluso a la primera en exquisiteces de estilo, con páginas inolvidables como los dos capítulos dedicados a contar la intentada visita nocturna a Dulcinea en sus fantásticos palacios del Toboso y al mensaje verbal que le lleva Sancho el día siguiente. El Quijote se traduce a todas las lenguas cultas y es juzgado e interpretado de diferentes maneras.
En torno a la fecha de su III Centenario (ahora hace un siglo), grandes escritores y filósofos lo hacen objeto de su atención preferente: Miguel de Unamuno, Azorín, el erudito Francisco Rodríguez Marín, el médico don Santiago Ramón y Caja!... y pocos años después Ramón Menéndez Pidal, José Ortega y Gasset, el catedrático América Castro y otros escritores de mérito analizan el Quijote dentro de un ancho espectro de ideologías y puntos de vista.
Es natural que sus interpretaciones sean muy varias. Por ejemplo, ¿qué dijo al respecto Menéndez Pelayo? Oigamos su concisa y matizada opinión: «La obra de Cervantes no fue de antítesis, ni de seca y prosaica negación, sino de purificación y complemento. No vino a matar un ideal, sino a transfigurarle y enaltecerle. Cuando había de poético, noble y humano en la caballería se incorporó en la obra nueva con más alto sentido.
La que había de quimérico, inmoral y falso, no precisamente en el ideal caballeresco, sino en las degeneraciones de él, se disipó como por encanto ante la clásica serenidad y la benévola ironía del más sano y equilibrado de los ingenios del Renacimiento». En 1947 se celebró solemnemente el IV centenario del nacimiento de Miguel de Cervantes, y esta efemérides hizo revivir la atención por el libro inmortal y su autor. Aparecen tres espléndidas biografías de Cervantes: dos más reducidas, debidas a Arbó y a Garcilaso, y una tercera, en varios tomos, la monumental de Luis Astrana Marín, con abundante documentación.
Todo hace suponer que por mucho tiempo el Quijote seguirá influyendo en nuestras vidas. Porque, como dijo Pedro Laín Entralgo en un libro digno de ser recordado -La generación del 98-, «Tal vez nuestro vivir, como el de don Alonso Quijano el Bueno, es un combate inacabable, sin premio, por ideales que no vemos realizados» por completo, nunca jamás.
JOSÉ CARLOS GÓMEZ MENOR FUENTES
Numerario
http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/01/files_toletum_0051_05.pdf
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