Si, como ya hemos visto, apenas se conserva nada de los lugares de culto cristiano de época visigoda, prácticamente se puede decir lo mismo de los casi cuatro siglos que duró el dominio islámico de la ciudad. La tolerancia puesta en práctica por los musulmanes posibilitó que los hispanovisigodos pudiesen seguir conservando su religión y, por ende, sus lugares de culto, al menos aquellos que los conquistadores no hubiesen convertido en mezquitas.
Estos cristianos fueron los que posteriormente se conocieron como «mozárabes» (al-musta’ribun), es decir, arabizados. Junto con los judíos formaron parte de «las gentes del Libro» (ahl alkitab), sometidos al pago de una serie de tributos. El mantenimiento de la religión supuso que también se conservase la anterior organización eclesiástica, aunque bien es cierto que en un estado de creciente contracción. La sede episcopal toledana mantuvo su categoría, de tal manera que siempre estuvo presidida por un metropolitano.
No obstante, a medida que pasó el tiempo el número de mozárabes tendió a disminuir, en unos casos por conversiones y en otros por su emigración a tierras del norte peninsular. Ello ha dado origen a una serie de controversias entre algunos historiadores acerca del número de mozárabes que pudo haber habido en Toledo mientras duró la presencia islámica. No es el momento de entrar en ese debate pero es indudable que la demografía de los mozárabes tuvo que repercutir en el número de sus lugares de culto. Este es un tema también controvertido, en el que la arqueología mucho podría aportar y ya lo está haciendo en algunos casos.
Sin ninguna base historiográfica que lo demuestre, tradicionalmente se ha venido considerando que los mozárabes toledanos conservaron hasta seis iglesias, las cuales, por tanto, ya existirían cuando llegaron los musulmanes, pues éstos no permitían levantar edificios religiosos de nueva planta. Serían las mismas que mantendrían después de la vuelta de la ciudad bajo poder cristiano. Sin embargo, lo sorprendente es que para época musulmana no se tienen referencias documentales de ninguna de ellas. Si con el paso del tiempo el número de mozárabes tendió a disminuir, lo lógico es considerar que también lo haría el de sus lugares de culto. Lo más probable es que las antiguas iglesias de época visigoda, unas se convirtiesen en mezquitas y otras, tras un tiempo en manos mozárabes desapareciesen, sin ser sustituidas por otras nuevas, lo que los musulmanes no hubiesen consentido tan fácilmente.
De ahí que sea difícil admitir que llegaran a disponer de nada menos que de seis iglesias. Como hace unos años señaló don Juan Francisco Rivera, después de más de tres siglos de dominación musulmana, la mayoría de las iglesias mozárabes se habrían desmoronado y se encontrarían en ruinas y desaparecidas . ¿Y qué ocurrió con las tres basílicas que sí sabemos que existieron en época visigoda?
Por lo que respecta a la de Santa María, como ya hemos señalado anteriormente, sabemos que cuando Alfonso VI entró en Toledo en 1085 en la ciudad existía una iglesia bajo esa misma advocación, localizada en el Alficén. Es posible que correspondiese a la que se pudo haber trasladado a esa zona en el siglo IX a raíz de la ampliación de la mezquita aljama tras el derrumbe del alminar. Aunque tampoco descartamos que desde siempre la iglesia se pudiera haber encontrado en aquel lugar.
El haber seguido actuando como la sede episcopal de los metropolitanos mozárabes de Toledo explicaría que no hubiese llegado a desaparecer, como parece que ocurrió con las demás iglesias. Para Francisco J. Hernández sería en esta iglesia –y no en la supuestamente localizada bajo la actual catedral– donde el relato de La Vida de San Ildefonso, atribuido al obispo Cixila del siglo VIII (aunque en realidad se escribió en el siglo X), ubica el milagro de la aparición de la Virgen a San Ildefonso74.
De esta manera, al convertirse en el escenario de este acontecimiento sobrenatural, quedaba reforzado el valor taumatúrgico del edificio. Tenemos constancia documental de que en esta iglesia, siendo arzobispo don Pascual, en el año 1067 el arcipreste Salomón escribió una copia del tratado sobre la virginidad de María que siglos antes redactara San Ildefonso. Este arzobispo, que había sido consagrado en León en 1058, es el último metropolitano mozárabe conocido en Toledo .
Cuando Alfonso VI conquistó la ciudad también está documentada la existencia de la basílica de Santa Leocadia, lo que significaría que se habría mantenido en culto durante los siglos de presencia islámica. Sin embargo es posible que entonces correspondiese a una pequeña iglesia que se levantaría sobre los restos de lo que había sido la importante basílica que se construyó en época visigoda. Es difícil admitir que después del tiempo transcurrido aquel edificio pudiese seguir todavía en pie, al menos en toda su primitiva superficie arquitectónica.
Cuando Alfonso VI conquistó la ciudad también está documentada la existencia de la basílica de Santa Leocadia, lo que significaría que se habría mantenido en culto durante los siglos de presencia islámica. Sin embargo es posible que entonces correspondiese a una pequeña iglesia que se levantaría sobre los restos de lo que había sido la importante basílica que se construyó en época visigoda. Es difícil admitir que después del tiempo transcurrido aquel edificio pudiese seguir todavía en pie, al menos en toda su primitiva superficie arquitectónica.
Desconocemos si fue objeto de algún expolio por parte de los musulmanes, aunque cabe pensar que uno de los principales objetivos de los cristianos toledanos, empezando por el clero, habría sido la salvaguarda y custodia de los restos de los dos personajes más importantes enterrados en aquel lugar: Santa Leocadia y San Ildefonso. El edificio empezaría a perder importancia cuando los mozárabes toledanos que emigraron a tierras del norte se llevaron las reliquias de estos personajes.
Las de San Ildefonso se llevaron a Zamora –donde todavía se encuentran– muy posiblemente en el año 893 cuando esta ciudad fue repoblada por mozárabes procedentes de Toledo. Por esa fecha, o tal vez algo después, las de Santa Leocadia fueron llevadas a Oviedo y depositadas en la cámara santa.
Las de San Ildefonso se llevaron a Zamora –donde todavía se encuentran– muy posiblemente en el año 893 cuando esta ciudad fue repoblada por mozárabes procedentes de Toledo. Por esa fecha, o tal vez algo después, las de Santa Leocadia fueron llevadas a Oviedo y depositadas en la cámara santa.
En unos momentos en los que la monarquía asturiana se encontraba inmersa en un proceso de neovisigotización, Oviedo venía a ser como la nueva Toledo de época visigoda y de ahí el gran significado que para la ciudad y su Iglesia tenía el poder contar con las reliquias de la mártir toledana. A partir de entonces, y al no contar con los restos de sus dos enterrados más prestigiosos, no es sorprendente que el edificio basilical se abandonase y comenzase su gradual proceso de destrucción –como está constatado arqueológicamente que ocurrió con la basílica de Santa Eulalia en Mérida que se destruyó en el siglo IX78–, posiblemente también en unas circunstancias en las que la zona urbanizada de Vega Baja ya estaría en un acusado proceso de abandono, si es que no estaba ya completamente despoblada. Es lo que están confirmando las excavaciones79 .
En cuanto a la tercera basílica, la pretoriense de los Santos Pedro y Pablo, no tenemos ninguna noticia de la misma durante la etapa islámica. Al haber sido la iglesia vinculada al poder político, es muy posible que también se hubiese convertido en una mezquita, desde los primeros momentos del asentamiento de los musulmanes en Toledo .
En efecto, cuando en el mes de noviembre del año 711 Tariq llegó a la ciudad, su primer objetivo habría sido la ocupación del complejo palatino como símbolo de la sede del poder al que se iba a sustituir. En él se instalaría y en tal circunstancia no sería descartable que la basílica aneja al mismo fuese convertida en una mezquita, añadiéndole un mihrab en uno de sus muros.
Y como tal pudo haber permanecido hasta al menos mediados del siglo IX cuando la zona de Vega Baja ya debía de estar abandonada. Falta de uso, el edificio se degradaría y comenzaría a convertirse, al igual que todos los demás, en una cantera de la cual aprovechar todos los materiales constructivos para su reutilización, como spolia, en los edificios que se levantaban en la parte alta de Tulaytula
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