Durante el siglo IV, una vez superados los graves momentos que supusieron los edictos de persecución del cristianismo promulgados por Diocleciano, esta religión comenzó un gradual proceso de consolidación y de imposición. Primero fue el Edicto de Milán del año 313 promulgado por el emperador Constantino I, que posibilitaba la tolerancia religiosa en todo el Imperio, lo que permitió a los cristianos poder practicar sus cultos sin problemas. Y el paso definitivo fue el Edicto de Tesalónica del 380, por el que Teodosio establecía el cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano. La Iglesia se convertía así en una institución reconocida y consolidada, cada vez con más poder. Quedaban puestas las bases de la influencia que adquiriría tras la desaparición del Imperio.
La consolidación del cristianismo llevó aparejada la necesidad de tener que contar con los edificios adecuados para la puesta en escena de un ritual religioso –basado en el sacrificio incruento de la eucaristía– cada vez más institucionalizado y complejo. Está constatado cómo los primeros edificios que se utilizaron para tales fines no se levantaron de nueva planta, sino que se adaptaron otros ya existentes, algunos también de carácter religioso, tales como templos paganos, y otros de carácter civil, como las basílicas. En relación con los primitivos lugares de culto cristiano, también habría que tener en cuenta aquellos que se levantaron sobre algunos enterramientos de personajes que, en vida o, sobre todo tras su muerte, generaron un auténtico culto a sus personas.
Tal fue el caso de los primeros mártires sobre cuyo lugar de enterramiento se pudo erigir un monumento funerario en su memoria, convertido posteriormente en un lugar de culto. Es el martyrium, que también se podía denominar memoria, memoriae martyrium o cella memoriae, en todos los casos siempre con un sentido de testimonio y veneración hacia la persona enterrada en el lugar1 .
Uno de los ejemplos más representativos de culto a una tumba que tenemos en nuestro país, aunque no nos remita a los primeros tiempos del cristianismo y en sentido estricto no se trate de un martyrium, es el del supuesto enterramiento del apóstol Santiago sobre el cual, a raíz de su «descubrimiento» a comienzos del siglo IX y de la difusión de su culto, se levantó una pequeña iglesia, que ha desembocado en la actual catedral compostelana. Desde los primeros tiempos del cristianismo, en los textos aparecen diferentes denominaciones para referirse a los edificios de culto, tales como ecclesia y basílica, aunque no tenían el mismo significado que se les adjudica hoy en día2 . Lo mismo ocurría con las distintas partes en las ue éstos se configuraban internamente3 . Se dividían en dos grandes partes: el coro, zona reservada al clero como actores de la liturgia y otra reservada al pueblo.
Se trataba de una separación intencionada que generaba una discriminación . Los espacios, para marcar las diferencias y evitar la trasgresión de los mismos, quedaban separados por canceles. Lo que resultaba determinante era el emplazamiento del altar, como punto focal a partir del cual se desarrollaba toda la organización iconográfica del edificio. Los arquitectos que diseñaron las primeras iglesias eran conocedores de un sistema de proporciones, que generó un lenguaje arquitectónico orientado a exaltar el carácter sagrado de la nueva construcción y que se concretaba, por ejemplo, en la acústica del edificio, fundamental en aquel contexto ya que la mayoría de los oficios litúrgicos eran cantados5 .
Es muy posible que el cristianismo se hubiese propagado relativamente pronto en Toledo y en sus alrededores, al menos ya desde finales del siglo III, pues en un concilio celebrado en Elvira (Illiberris, en las proximidades de Granada) en los primeros años del siglo IV está constatada la presencia de Melancio obispo de Toledo, el cual tuvo que haber sido consagrado, evidentemente, unos años antes7 .
Es muy posible que el cristianismo se hubiese propagado relativamente pronto en Toledo y en sus alrededores, al menos ya desde finales del siglo III, pues en un concilio celebrado en Elvira (Illiberris, en las proximidades de Granada) en los primeros años del siglo IV está constatada la presencia de Melancio obispo de Toledo, el cual tuvo que haber sido consagrado, evidentemente, unos años antes7 .
Por aquellos años de comienzos del siglo IV tuvieron lugar las persecuciones de cristianos bajo el gobierno del emperador Diocleciano, momento en el que la tradición señala el martirio de la toledana Leocadia. A pesar de todos los avatares la difusión del cristianismo habría continuado durante el siglo IV en las tierras toledanas8 . Así parece confirmarlo el hallazgo de un conjunto de sarcófagos paleocristianos que se encontraron en Erustes y Layos, fechados en esa centuria, algunos incluso de datación preconstantiniana9 . Se trata de piezas de mármol ricamente decoradas, importadas de la Península Itálica y solamente al alcance de grupos sociales poderosos económicamente, entre los cuales el cristianismo ya estaría arraigado.
No obstante, es preciso señalar cómo estos sarcófagos no tienen por qué estar asociados a lugares de culto sino simplemente a edificios funerarios10. Sin embargo, con respecto a los mismos, Ángel Fuentes ha considerado que posiblemente procedan de otras zonas, y que fueron llevados a Toledo y su entorno en época visigoda para ser reutilizados, como una vía de prestigio, por gentes nobles para ser enterrados en las iglesias de sus villae11 . La arqueología también nos proporciona otros ejemplos significativos en el territorio toledano acerca de la implantación de la nueva religión.
En las cercanías de la localidad de Puebla Nueva se excavó hace unos años el mausoleo de Las Vegas, de planta octogonal –en el que se encontró en una cripta un rico sarcófago paleocristiano de mármol–, mandado levantar en la segunda mitad del siglo IV, por un importante funcionario imperial como su lugar de enterramiento. Este personaje quiso reproducir para su sepulcro un modelo arquitectónico imperial12. En el siglo siguiente, este mausoleo privado, al que se le añadió un ábside, fue convertido en un pequeño lugar de culto cristiano. En cuanto a villae en las que también se levantó una iglesia podemos señalar la de El Saucedo (Talavera la Nueva) en la que, a fines del siglo V o comienzos del VI se construyó una pequeña basílica13, de planta rectangular con cabecera cuadrangular, orientada de oeste a este, aprovechando parte de las antiguas instalaciones residenciales en la zona más noble, que contaba con suelos de mosaicos14.
En su lado suroeste tenía adosada una piscina bautismal de tipo cruciforme15. Desconocemos si esta iglesia era para uso exclusivo del propietario y de su familia, o tal vez sea el reflejo de un incipiente movimiento monástico que se estuviese desarrollando en la zona16 . Otro ejemplo nos lo proporciona una de las dependencias excavadas en la villa tardorromana de Las Tamujas (Malpica de Tajo) que pudo haber sido reocupada en época visigoda para convertirla en una iglesia17 .
Como puede comprobarse, se trata de ejemplos arqueológicos muy significativos que, aparte de confirmarnos una temprana difusión del cristianismo por tierras en este caso talaveranas, también nos muestran la reutilización de espacios edificados ya preexistentes –no siempre con connotaciones religiosas directas–, para construir los primeros lugares de culto cristiano. Cabe pensar que estas primeras edificaciones pudieran también estar relacionadas con un gradual proceso de implantación parroquial que se podía estar llevando a cabo entonces en el ámbito rural con la finalidad de integrar –y de controlar– eclesiásticamente a la población campesina de los alrededores, ya convertida al cristianismo o en vías de integración, para lo que se contaba con los medios oportunos, como parece demostrar el baptisterio de El Saucedo. Sin embargo, desde hace unos años desde la arqueología paleocristiana y, sobre todo, desde la de época visigoda, se está poniendo en cuestión todo lo relacionado con la arquitectura tardoantigua, negando algunos investigadores la existencia de edificios religiosos que hasta ahora se habían venido considerando como tales por sus excavadores.
Es lo que ocurre, en opinión de Luis Caballero, con los tres casos que acabamos de señalar y muy especialmente con los dos últimos para los que niega la existencia de iglesia alguna18 . Si para el entorno de Toledo contamos, aparentemente, con ejemplos significativos acerca de los primeros lugares de culto cristianos, para la ciudad la arqueología es, de momento, mucho más parca, lo que supone que nos tenemos que mover en el ámbito de las interpretaciones, dado además que las fuentes escritas no son lo suficientemente explícitas que nos gustaría. Y es aquí donde las afirmaciones siempre se tendrán que hacer con mucha cautela.
Ya hemos señalado con anterioridad que a comienzos del siglo IV la ciudad ya tenía rango episcopal, lo que parece indicar que debía de contar con una comunidad cristiana de cierta importancia, aunque no tendría por qué ser así forzosamente, ya que la creación de obispados era la vía fundamental a partir de la cual la Iglesia comenzaba a extender su labor misional19. Ello también puede considerarse como una señal de que Toledo tendría también entonces cierta relevancia urbana, pues la Iglesia, en su proceso de expansión y de organización territorial, tendió a establecer los obispados en las ciudades, pero en especial en las más activas, como centros del poder civil romano al cual iban pronto a quedar vinculados. La presencia de un obispo en la ciudad significaba la existencia de una iglesia que, en consecuencia, tendría carácter episcopal.
Se puede considerar que este es el primer lugar de culto cristiano del cual, indirectamente, tenemos noticias en Toledo. Es posible que, aneja al mismo, también se levantase la residencia del obispo, y tal vez un baptisterio, constituyendo un pequeño complejo episcopal, similar al que se ha documentado arqueológicamente en otras ciudades. Ahora bien, lo que no podemos precisar es donde se levantaban esas edificaciones. Se ha venido considerando que la primera catedral de Toledo estuvo en el mismo emplazamiento de la actual. Sin embargo, en otras ciudades los complejos episcopales se localizaban en zonas periféricas –cuando no incluso extramuros– lo cual tiene su lógica pues no parecería procedente que los primeros obispos levantasen su iglesia en pleno centro de la ciudad cuando todavía el cristianismo no era la religión oficial del Imperio.
En el caso de Barcelona, el primitivo complejo episcopal se ubicaba en una zona marginal, próxima a una de las entradas a la ciudad20 y lo mismo ocurría en Mérida, también localizado cerca de la puerta de entrada por el puente sobre el Guadiana21. En Córdoba, la sede episcopal se trasladó desde el complejo de Cercadilla a la iglesia de San Vicente, también ubicada entonces posiblemente extramuros, junto al acceso al puente sobre el Guadalquivir22. Por eso consideramos que algo similar pudo haber ocurrido en Toledo, y que la primera catedral es posible que estuviese ubicada en la parte este, próxima al acceso por el puente de Alcántara. No descartamos que entonces incluso se encontrase extramuros, pues no conocemos con precisión el trazado del perímetro amurallado de época romana y, por lo tanto, si englobaba a este espacio intramuros.
También desde pronto, mostrando un paralelismo con otras ciudades en las que el cristianismo arraigó tempranamente, Toledo contó con una mártir local, Santa Leocadia, víctima, según la tradición, de las persecuciones de Diocleciano23. No es el momento para entrar en el debate acerca de si Santa Leocadia verdaderamente existió o fue una invención de época visigoda, cuando se potenciaría su culto en «competencia» con el de Santa Eulalia de Mérida, en el momento de máximo encumbramiento de la sede episcopal toledana, rivalizando con la ciudad emeritense y sus prestigiosos metropolitanos.
Siempre se ha venido considerando que el enterramiento de Santa Leocadia habría estado en el lugar que hoy ocupa la iglesia del Cristo de la Vega, emplazamiento que podría tener una lógica si consideramos que, dadas las circunstancias de su martirio, y el momento en que se produjo, cuando el cristianismo era una religión perseguida, no habría sido enterrada en el cementerio de la ciudad, localizado extramuros, próximo al circo24 sino, tal vez con un cierto sentido de clandestinidad, en una zona marginal, cerca del río, donde posiblemente se estaban enterrando los primeros cristianos de Toledo, generando de esta manera un cementerio martirial (tumulatio ad sanctos).
Precisamente en esta zona, próxima a la actual ermita del Cristo de la Vega, se excavó no hace mucho parte de una necrópolis que se fecha entre finales del siglo III y el siglo IV25 . La admiración de su figura pudo generar un culto de gran repercusión –espontáneo o dirigido– y sobre su tumba, convertida en un foco de atracción y de peregrinación, se levantaría un monumento funerario, un martyrium, posiblemente convertido después en un lugar de culto y que posteriormente, en época visigoda –cuando verdaderamente se potenciaría su culto reforzado con algún milagro–, se convertiría en una gran basílica bajo su advocación26. Nos encontraríamos, por tanto, ante un caso significativo de un lugar de culto que se levantó sobre el enterramiento de un personaje que, tras su muerte en especiales circunstancias, generó un auténtico culto a su persona mientras sus restos se mantuvieron en el lugar.
Desconocemos la incidencia que en los edificios religiosos toledanos pudiera haber tenido la etapa de intransigencia de Diocleciano, si alguno de ellos hubiese sido derribado –como ocurrió en otros lugares–, incluida la propia iglesia episcopal. En cualquier caso, a lo largo del siglo IV la topografía religiosa de la ciudad habría experimentado un gradual proceso de cristianización –que continuaría en la centuria siguiente–, como reflejo de la presencia de la nueva realidad religiosa. Un reflejo de la importancia que estaba adquiriendo la sede episcopal toledana cuando a su frente se encontraba el obispo Asturio, fue la celebración, hacia el año 400 –siendo ya el cristianismo la religión oficial del Imperio–, del que habría de ser conocido como el I Concilio de Toledo, destinado a combatir el priscilianismo que se había difundido por varias zonas peninsulares27.
Sus sesiones se desarrollaron in ecclesia Toleto, lo que supone el primer testimonio escrito de la existencia de una catedral en época romana28. Desconocemos el emplazamiento de esta iglesia, si era el mismo de la primitiva sede episcopal de la época de Melancio, o si a finales del siglo IV hubo un traslado de la misma a un lugar más emblemático y destacado del entramado urbano, al foro, donde se restituiría el complejo episcopal reaprovechando algunos edificios significativos, tanto civiles como religiosos, si es que todavía se encontraban en pie29. De haber ocurrido esto los restos de este primitivo complejo se encontrarían, muy posiblemente, en el espacio actualmente ocupado por el palacio arzobispal y la catedral, lo cual todavía no se ha podido constatar arqueológicamente
Como puede comprobarse, aunque se pueda debatir sobre su posible ubicación, los primeros lugares de culto cristianos en Toledo, de los que incluso no tenemos referencias escritas pero que tuvieron que existir, todavía están por descubrir. La arqueología, hasta el momento, no ha deparado nada significativo al respecto, como sí lo viene haciendo en otras ciudades peninsulares en las que han sido localizados los primitivos complejos episcopales30. Han sido numerosos los restos arqueológicos de época romana que han aparecido en Toledo en los últimos años, pero ninguno de ellos se puede asociar, con rigor, a un posible lugar de culto cristiano. En cualquier caso, a lo largo del siglo IV la topografía religiosa de la ciudad habría experimentado un gradual proceso de cristianización –que continuaría en la centuria siguiente– y que sería con la que se encontrarían los visigodos.
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