sábado, 1 de abril de 2017

Topónimos hebreos y memoria de la España judía en el Siglo de Oro ( II )

Resultado de imagen de España judía en el Siglo de OroA MEMORIA JUDÍA EN EL SIGLO DE ORO

Para llevar a cabo su interpretación de los topónimos españoles, Arias Montano no disimula haberse valido de fuentes rabínicas («Narrant enim Hebraei»). Entre ellas, y aunque no menciona estas fuentes, es identificable la tradición medieval judía del Rey Piro, difundida en el Siglo de Oro por el libro que Selomoh Ibn Verga escribió, en 1536, desde su lejano exilio de Constantinopla, el Sefer Shebet Yehudad, La Vara de Yehudad.

En esta obra, el cronista judío evoca la historia de los orígenes de Sefarad para que sus descendientes conserven la memoria de la antigua presencia de los judíos en España y graben en su corazón el recuerdo de las prestigiosas ciudades que fundaron, desde su llegada en 586 antes de Cristo, con el Rey Piro y Nabucodonosor:



Cuando Jerusalén fue repartida entre aquellos reyes, Nabucodonosor tomó para sí dos recintos [...]. El tercer recinto lo entregó a Piro e a Hispano.

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El referido Piro tomó unas naves y llevó a todos los cautivos a la antigua Sefarad, esto es, a Andalucía, y a la ciudad de Toledo; desde allí se extendieron porque eran numerosos y el país no podía contenerlos a todos. Algunos, que eran de prosapia real, se dirigieron a Sevilla y desde ésta marcharon a Granada.

El hecho de que Arias Montano recurra a la memoria judía

para forjar representaciones del pasado de España no convence a todos sus lectores, y no es sorprendente que su censor, el jesuíta Juan de Mariana, encargado del dictamen sobre la controversia de la Biblia Poliglota

, matice las afirmaciones del autor del [...] legimus Vespasianus, quo tempore triumphum ex Iudaea capta reportavit, persuasum a prefecto quodam, qui in Lusitania provincia erat, ut si quos ex his, quos Ierosolymis abduxerat, alio traducendos deccrneret, ad se in Hispaniam transmitteret» (En este libro leemos también que Vespasiano, quien en este tiempo había hecho cautiva a Judea, persuadido por el gobernador de la provincia de Lusitania, condujo allí a los habitantes de Jerusalén, de donde les hizo pasar a España), ibid.

Selomoh Ibn Verga, La Vara de Yehudad (Sefer Shebet Yehudad), introducción, traducción y notas por María José Cano, Barcelona, Río Piedras Ediciones, 1991. En este libro, Ibn Verga imagina una conversación entre un rey de España (no identificado, según el traductor) y un sabio cristiano, Tomás, encargado por el rey de aconsejarle a propósito de su política para con los judíos de su reino, acusados de haber cometido un crimen ritual con motivo de la preparación de la fiesta Pesah (Pascua). Entonces, Tomás evoca los orígenes de este pueblo en Sefarad y su llegada con Nabucodonosor tras la toma de Jerusalén.

 Selomoh Ibn Verga, op. cit., p. 49. Tras evocar los orígenes del pueblo judío en Sefarad y su llegada con Nabucodonosor, Tomás refiere la segunda venida de los judíos a España: «Cuando sucedió la destrucción del segundo Templo había en Roma un César que imperaba sobre todo el mundo. Tomó de Jerusatén cuarenta mil familias del linaje de Judah —de Jerusalén y de otras ciudades— y diez mil del de Benjamín y los sacerdotes, enviándolas a Sefarad, que formaba parte de su imperio por aquellos días. La mayoría de los del linaje de Benjamín y los sacerdotes, y unos pocos de los hijos de Judah, marcharon a Francia [...], de suerte que los judíos que están hoy en tu reino son de estirpe real y una gran parte de ellos, del linaje de Judah. Por tanto, ¿cómo se maravilla nuestro señor de hallar una familia que descienda de David?», ibid.

Para la difusión de este relato entre los judíos, véase Isaac Cardoso, Las Cinco Excelencias de los
Hebreos, Amsterdam 1679, citado por Yoseph Hayim Yerushalmi, ibid. Véase también la carta que el
apologista del judaismo, Isaac Cardoso, mandó al rabino de Venecia Samuel Aboab; véase supra la nota

 Al cabo de dos años de estudio, Juan de Mariana presentó su censura de la obra de Arias Montano
en el Tractatu pro Editione Vulgata, en el cual reconoce la importancia de los textos bíblicos antiguos.

Apparatus. Cierto es que se refiere también Mariana a la tradición judía en su libro Historiae de Rébus Hispaniae*7 , mencionando la etimología hebrea de Toledo; pero no se deja seducir por ella ya que ni la apoya ni la refuta, considerándola como mera conjetura:

Esta venida de Nabucodonozor es muy célebre en los libros de los hebreos, y por causa que en su compañía trajo muchos judíos, algunos tomaron ocasión para pensar y aun dezir que muchos nombres hebreos en Andalucía y assí mismo en el reyno de Toledo quedaron en diversos pueblos, que se fundaron en aquella sacón por aquella misma gente. Entre éstos cuentan a Toledo, Escalona, Noves, Maqueda, Yepes sin otros pueblos de menor cuenta: los quales dizen tomar estos apellidos de Ascalon, Nobe, Magedon, Yope, ciudades de Palestina; el de Toledo quieren que venga de Toledoth, dicción que en hebreo significa 'linages' y 'familias': quáles fueron las que dizen se juntaron en gran número para abrir las can jas y fundar aquella ciudad. Imaginación aguda sin duda, pero que en este
lugar ni la pretendemos aprovar ni reprovar de todo punto. Basta advertir que el fundamento es de poco momento, por no estribar en testimonio y autoridad de algún escritor ' antiguo... 18

Así, a finales del siglo XVI en España, se inicia un debate en torno al tema de la antigüedad de los judíos en España. Y podemos valorar el alcance de las palabras de Mariana en dicho debate cuando éste, a su vez, algunos años más tarde, ve su obra criticada por Ferrer, quien le reprocha el no haberse referido a Abdias ni a Sefarad, ni al comentario de San Jerónimo In Abdiam, como lo hizo Arias Montano". De hecho, si Ferrer espera encontrar estas referencias bajo la pluma de Mariana, es que
se trata de ideas que empiezan a imponerse y a difundirse en la época  , no sólo entre los amantes del idioma hebreo sino también entre los defensores de otra lengua, el vasco.

postbabélicas

. Así, en 1571, el mismo año que el comentario de Arias Montano, y de la misma imprenta, la de Plantino en Amberes, sale el libro de Esteban de Garibay, el Historial de las Crónicas23 , en el cual su autor intenta demostrar que la primera región a que llegó Túbal, hijo de Jafet, nieto de Noé, el antepasado bíblico de los españoles según la tradición medieval24 , fue el país vasco y que, por consiguiente, el idioma español, después del hebreo, procede del vasco25.

Según Garibay, se puede encontrar en la toponimia marcas inmarcesibles de una presencia histórica del pueblo de la Biblia en España:

 Véase Andrés de la Poca, De la antigua lengua, poblaciones y comarcas de Lis Españas, en que de
paso se tocan algunas cosas de la Cantabria, Bilbao, 1587. En el prefacio el autor expone su propósito
apologético: «aquí se trata de ¡Ilustrar y vandear nuestra lengua vascongada», op. cit., f. 1, y afirma que:

«En nuestra España, allende de la lengua hebrea y general del mundo, luego entró la vascongada como puramente babylónica», citado por el Conde de la Vinaza, op. cit., pp. 16-17. Andrés de la Poca ofrece numerosas topoetimologías hebreas:

«Hasta hoy día en nuestros tiempos ha quedado un rastro general de la lengua hebrea en los nombres de las más señaladas provincias:

Toledo en Hebreo significa madre de gentes; Tarragona está compuesto de la lengua hebrea, en la qual significa abundante en bueyes, y de la vascongada, en la qual ona es bondad y excelencia», ibid. Nótese por fin, el empleo de la voz Sefarad:

«Así también nuestra España en esta misma lengua primitiva no sin misterio es llamada Sefarad como se puede ver en el profeta Abdias...», ibid. 2

3 El historiador vasco Esteban de Garibay nació en 1539 en Mondragón (Guipúzcoa) y murió en Madrid en 1599. Conocedor profundo del griego y del latín, obtuvo el cargo de bibliotecario de Felipe II, quien más adelante le nombró aposentador (1576) y cronista (1592). Publicó, a los treinta y dos años de edad, el Compendio Historial de las Crónicas e Historia Universal de Todos los Reinos de España, donde se ponen en suma los condes señores de Aragón con los reyes del mismo reino, y condes de Barcelona, reyes de Ñapóles y de Sicilia (Amberes 1571), obra dividida en cuarenta libros; algunos años después, editó las Ilustraciones genealógicas de los reyes católicos de España y de los emperadores de Constantinopla hasta el rey don Felipe II y sus hijos (Madrid, 1596), y se le debe también los Letreros de las insignias y armas reales de los reyes de Oviedo, León y Castilla: Discurso e ilustraciones de las dignidades seglares de España (sin fecha).

Asimismo dejó en manuscrito unas interesantes Memorias y una colección de refranes vascongados, publicados en el Memorial histórico de la Real Academia de la Historia (t. VII, 1854); véase Enciclopedia Universal ilustrada Europeo-Americana, Madrid, Espasa - Calpe, 1928, tomo XXV pp. 863-864. Tomás Muñoz y Romero, en su Diccionario bibliográfico-histórico de los Antiguos Reinos, Provincias, Ciudades, villas, Iglesias y Santuarios de España (Madrid, Ediciones Atlas, 1973, p. 259), hace referencia a un manuscrito de Esteban de Garibay que trata de «la fundación de la imperial ciudad de Toledo, cabeza de las Españas, y las de muchos pueblos de sus comarcas, con otras cosas notables suyas, MS. de letra del autor, en el tomo IX de sus obras originales, que se guardan en la Academia de la Historia, f. 77-203.

En los seis primeros capítulos trata de probar que Toledo fue fundación de los hebreos; habla después del río Tajo y de algunas cosas notables de la ciudad, de las poblaciones comarcanas, fundadas también por hebreos, de algunos vocablos de su lengua que existen en la castellana, de la grande estimación en que han tenido a Toledo los reyes de España y los pontífices romanos, con lo que concluye este opúsculo».

Américo Castro, reflexionando sobre la necesidad de distinguir la historia «fabulosa» de los españoles de la verdadera, cita la crónica escrita en latín en el siglo XII por el navarro Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, según el cual Túbal es el antepasado de los españoles: «Del quinto fijo de Japhet, que ovo nombre Thubal, donde vinieron los españoles», Américo Castro, Sobre el nombre y el quién de los españoles, Madrid, Taurus, 1973, p. 72.

 «De la venida a España del patriarca Túbal, su primer rey, y de diversas razones manifiestantes
aver sido su assiento y habitación en la región de Cantabria y tierras de Navarra y que la lengua de
Cantabria, llamada agora bascongada, fue la primera de España», Garibay, Historial de ¡as Crónicas, 

En comprobación y evidencia d'esto, se hallan en la mesma región [Andalucía], diversos nombres chaldeos, y aun hebreos [...]. El nombre de la ciudad de Hispalis, llamada agora Sevilla, y primero Sepilla, es chaldeo, que según antes queda declarado, significa 'llanura', siendo su nombre muy proprio y consono al assiento muy llano que tiene esta ciudad, la qual es población d'esta gente chaldea, hecha en memoria y post[r]ero documento de su venida a España.26

Así, la argumentación topoetimológica hebrea permite al historiador vasco afirmar que los judíos llegaron a España en el siglo sexto antes de Cristo. Garibay dedica a este tema un nutrido capítulo titulado:

De la destruyción de la sancta ciudad de Hierusalem por Nabucadnezer, príncipe de los Babylonios caldeos [...] y socorros que d'España fueron a Tiro contra este príncipe, y venida suya a ella con Chaldeos y Persas y Indios y nombres chaldeos que en España se hallan y fundación de las ciudades de Sevilla y Córdoba y Toledo y de otros pueblos del contorno de Toledo y principio de las synagogas d'España. Es capítulo grande, pero muynotable.27

La pieza maestra de la demostración de Garibay es el nombre de Toledo, ciudad fundada, según él, por los judíos venidos con Nabucodonosor y ocasión para este autor —caso insólito para la época— de una apología del monoteísmo judío visto como preparación para la futura evangelización de España:

Los judíos, que era una de las más señaladas naciones que en los exércitos de Nabucadnezer venían, hicieron en España diversas poblaciones, siendo ésta su primera venida en ella, y comenzaron a estender en ella la sancta Ley de Escritura, dada por Dios a Moysén en el monte Sinay, para la carrera y salvación futura de las gentes, siendo la que mandó Dios observar, y la que los santos y justos siguieron hasta la predicación de la ley evangélica de Gracia, cuya figura era aquélla. Estas gentes passaron hasta la provincia de Carpetania, en la qual fundaron en la rivera de Tajo, en un cerro alto bien fuerte a natura, una población, que en su lengua hebrea llamaron Toledoth que significa 'generaciones', resultando este nombre por haber concurrido a su población y fundación de todas las generaciones de los diez tribus de Israel; y d'esta mesma opinión es el doctor Benito Arias Montano; y con el progreso del tiempo quitadas las dos últimas letras T y H se dixo Toledo, muy célebre ciudad de España cuya fundación hecha por estas gentes confirman y verifican algunos nombres que desde estos tiempos hasta los nuestros se conservan en la mesma ciudad [...]. Estas gentes teniendo en su ley y letras mucha pericia y doctrina fundaron synagoga, en su nueva ciudad, que fue la más principal que uvo en España, por cuyo sirio señalan a la yglesia de Santa María la Blanca en la parroquia de Santo Tomás.

Y, a continuación, Garibay muestra cómo los judíos, en tiempos del retorno del exilio babilónico, prefirieron no volver a Jerusalén y quedarse en España, fundando nuevas ciudades, réplicas de las de Tierra Santa:

Ellos, siendo llamados de los demás a su originaria patria quando tornó a ser reedificado el templo de Salomón, no quisieron bolver, respondiendo que, por auctoridades de profetas, sabían que aquel templo avía de ser tornado a destruir, y así sucedió en efecto en el tiempo del emperador Vespasiano [...]• Estos tribus de Israel no sólo fundaron la ciudad de Toledo, constituyéndola por cabeza de sus poblaciones en España, mas aún en su territorio fabricaron y erigieron otras poblaciones con los nombres de sus propias patrias y naturaleza, siendo una délias la villa de Escalona, a ocho leguas della, puesta en la ribera de Alberche, dándole el nombre de Ascalona, pueblo de los confines del reyno de Judá [...].

Fundaron en el mesmo territorio la villa de Maqueda, con nombre de su región [...] y lo mesmo hizieron en la mesma comarca a Noves, dándole el nombre de Nove, pueblo de su patria, y por la misma orden fundaron otro pueblo, llamado Yope, de donde vino después a derivarse el nombre de Yopes, y de Yopes Yepes, y esta propria consideración tuvieron en otro pueblo más conjunto a la mesma ciudad, llamado Aceca, y en otros muchos que en su circunferencia fundaron. En cuyas erecciones, con el grande amor de su patria, no sólo con los nombres, mas aún con las distancias de cada pueblo, fundando cada uno a tanto espacio de la ciudad de Toledo quanto los de aquella su región distaban de la ciudad de Jérusalem, de manera que en esto y en lo demás se esforçaron a retractar a su patria.29

Con este último verbo («retractar»), Garibay destaca, entre España y la Tierra Santa de la Biblia, una voluntad de fuerte paralelismo fundado en similitudes toponímicas entre ambas entidades. Y esta analogía puede interpretarse a la luz del propósito inicial del autor o sea la exaltación de «la mucha santidad y religión de la nación española»30. En dicho contexto apologético, la toponimia hebrea viene a ser un recurso idóneo para «sacralizar» la tierra de España, según un proceso que analizaremos más lejos al hablar de Covarrubias y que remite a una actitud, muy frecuente en el Siglo de Oro, de apropiación de todo lo hebreo bíblico (tierra, personajes, historia, etc.)31

En el caso de Garibay, se trasluce en sus escritos una afanada búsqueda de todos los detalles que permitan celebrar la unión de las dos tierras; para enriquecer su evocación, no vacila, como Arias Montano, en aludir a la tradición judía de la venida a España de un rey Piro:

A esta serie toponímica Garibay añade los nombres de lugares de la región andaluza: «Después, con el discurso del tiempo, siendo estas gentes en mayor augmento, se derramaron a otras diversas provincias de España, y d'estos primeros fueron a la Andaluzía, donde en la villa de Lucena tuvieron universidad de letras hebreas como lo escribe Iosepho Abarbenel en el Comento de los profetas menores» (ibid.); sigue el autor pasando revista a las ciudades judías diciendo que:

«En la ciudad de Çamora vinieron también a tener notable synagoga, y aun los ludios suyos se preciaron de ser a ellos escrita por Sant Pablo la Epístola a Hebreos, como en el mismo tratado lo notó el doctor Figuerola, aunque aquélla se escribió a los habitantes de Hierusalem: pero como Beuter dize, pudo ser que ellos tuvieron la copia y pidieron a Sant Pablo les diesse la razón de la Fe que predicava», ibid. 30 

Uvo en España un Rey llamado Pirrus, de nación griego, [...] yerno del rey Hispan, y que, siendo llamado por Nabucadnezer para la sobredicha guerra de Hierusalem, por ser su aliado, quando volvió a España, traxo muchos millares de ludios de la porción de su despojo, y que con ellos no sólo pobló en el territorio de Toledo muchos pueblos, pero aun fundó en la misma ciudad la synagoga, arriba nombrada, trayendo para su fábrica mucha tierra de Hierusalem.

A diferencia de Arias Montano, sin embargo, Garibay termina rechazando esta versión judía por sus anacronismos. En efecto, al evocar la tradición que exculpa a los judíos españoles de la muerte de Cristo, cambia de tono, abandonando la apología para negar todas las alegaciones a favor de los sefardíes:

Y aun passan de aquí diziendo que los judíos desta ciudad, siendo tan antiguos, por no haber consentido por sí ni por sus mensajeros en la pasión y muerte del Redemptor del mundo, vinieron después a ser exemptos y libres de cierto género de tributo que los demás hebreos de las otras regiones pagavan a sus príncipes. Todo esto es fabuloso, porque nunca uvo en España Rey, llamado Piro, y menos da lugar la concordancia de los tiempos para que el sobrino de Hércules el Griego pudiesse ser yerno del rey Hispan, ni tampoco a que el tal pudiesse alcançar los tiempos de Nabucadnezer [...] sino en tiempo del emperador Vespasiano, siendo Piro gobernador de la ciudad de Mérida...

Vemos que por muy apologético y «filohebraísta»34 que es, Garibay no se aparta del pensamiento teológico de su época, según el cual todos los judíos descienden de los que mataron a Cristo35; alaba la fidelidad y el amor que los hispanojudíos tienen por España, pero queda fuera de su propósito exculparles. Así, en el debate topoetimológico, Garibay aparece como el portavoz de cuantos no ven en la afirmación de la preeminencia del hebreo y de la antigua presencia de los judíos en España ningún agravio para con el honor nacional, sino, al contrario, un medio privilegiado para sus fines apologéticos. 

Con esta expresión de «filohebratsmo» calificamos la actitud de los autores del Siglo de Oro que intentan hacer derivar las raíces semíticas del español, sobre todo las fenicias y árabes, del idioma hebreo;

véase un ejemplo de esta actitud en Garibay, a propósito del nombre de la ciudad de Cádiz: «que los fenices por llamar en su lengua Gadir a los palenques, surtió esta ciudad Erithrea, su segundo nombre de Gadir, diziéndose después Gades y Cáliz, que en caldeo significa cosa magnificada y engrandecida. Por otra parte es dicción hebrea pues si de los fenices vino el nombre había de ser hebreo porque ellos sabían la hebrea, [...] que sea dicción hebrea no provino de los fenices sino de los muchos judíos que después vinieron a España con Nabucadnezer...», Garibay, op. cit., Libro V, cap. 3, p. 123. Esta actitud de «filohebraísmo» es la que Aldrete rechaza rotundamente, operando exactamente al revés y haciendo derivar el hebreo del idioma fenicio, como veremos más adelante (véase, infra, la nota 70).

En la perspectiva apologética es también interesante la actitud adoptada por Maluenda. El autor del De Antichristo (citado supra en la nota 15) sigue primero la opinión de Garibay a quien cita: «Tune sane Nabuchodonosorum multos Iudaeos, vel captivos, vel milites, in eam Hispanicam expeditionem
traxisse, qui postea in Hispánica haeserunt, genus in posteros propagaverint, nomina Hebraica urbibus a historiadores opinan como él y combaten esta actitud por juzgarla indecente, emprendiendo una guerra contra el hebreo y proponiendo otras topoetimologías. Tal es el caso de Bernardo de Aldrete, quien se luce en el debate por alzar la voz y salir en defensa del honor de la nación española.

Dominique Reyre
LEMSO, Universidad de Toulouse-Le Mirail

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