Toledo fue su patria, aquella gran princesa de las ciudades del orbe: aquella, digo, a quien sirven de arqueros y soldados de guarda inmutables, tantos inaccesibles, tantos robustos y descollados montes, cuyas eminentísimas cumbres son alcázares fortísimos de las siempre lucientes estrellas, y cuyas faldas amenas y vetustas son corte floridísima, elegante y amena de las sagradas y canoras hijas de aquel gran padre de los ríos, el Tajo:
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