(Extracto del libro Grandezas y Bajezas de la aristocracia corraleña del siglo XVI)
A pesar de la idea de represión y fanatismo que solemos tener de la etapa medieval, fruto en gran medida de la visión del mundo que nos han legado las películas de este género, la realidad es que desde los siglos XII y XIII se fue instalando en las mentes de las autoridades religiosas y seglares de Castilla, un concepto de tolerancia hacia la práctica de la prostitución, que acabó por considerarla como un “mal menor” necesario para el “bien común” y el mantenimiento del orden social.
La aceptación del comercio del sexo se encontraba tan extendida entre todas las capas de la sociedad, incluido el clero, que los teólogos no tuvieron más remedio que hacer encaje de bolillos para intentar justificar esta práctica -a todas luces reprobable desde el punto de vista religioso- dentro de la filosofía que marcaba la cruda realidad.
Es por eso que llegaron a la ambigua conclusión de prohibirla totalmente por el derecho divino, mientras sólo se reprobaba y pasaba de puntillas o “con disimulo“ por el derecho canónico. En resumidas cuentas, uno de esos galimatías contradictorios tan utilizados por las autoridades eclesiásticas de todos los tiempos.
En virtud de esos complejos razonamientos pastorales de doble moral, la fornicación simple entre solteros o viudos con mujeres libres que vendían sus cuerpos para obtener un beneficio económico, se consideró un “mal necesario” que podía corregir otros peores excesos de la carne.
Es decir: que sin estar totalmente permitida desde el punto de vista religioso, se dejaba impune en razón de su utilidad social.
Eso sí, las mujeres que ejercían la profesión deberían encontrarse libres de cualquier vínculo, lo que venía a decir que deberían ser solteras o viudas sin hijos ni familiares en el lugar donde ejercían la prostitución, dejando bien claro además que si las meretrices obtenían placer con su trabajo, dejaban de ser consideradas como trabajadoras del sexo para pasar a ser consideradas como vulgares pecadoras.
No le faltaban a la iglesia justificaciones de todo tipo en cuestiones relacionadas con la prostitución, pues con tantas Santas procedentes de este gremio que habían llegado a los altares (Santa María Magdalena, Santa María Egipciaca, Santa Pelagia, Santa Teodora, Santa Tais, Santa Afra….etc) todo quedaba en familia, si te he visto no me acuerdo y santas pascuas amén.
Y dado que esta práctica era considerada como un servicio público y las meretrices consideradas como simples mercenarias que ejercían su oficio por dinero, las instituciones rápidamente las fiscalizaron y se hicieron con su control, sobre todo a partir del reinado de los Reyes Católicos, en que se dictaron normativas para promover la creación de mancebías públicas o prostíbulos de propiedad municipal, donde quedasen recogidas las mujeres de mal vivir de forma legal, estableciéndose una serie de pautas y reglamentos que intentaban regular en lo posible su funcionamiento
En un intento pues por ordenar y controlar la prostitución, las autoridades municipales crearon los “burdeles”, edificios donde se concentraban las rameras de forma legal para el ejercicio de su profesión, considerando ilegales a todas aquellas que la ejerciesen de forma más o menos solapada en sus casas, en las calles, en los mesones o en otros lugares cualesquiera con abundancia de hombres.
Eso sí, los Concejos ponían mucho cuidado en situarlos apartados de la población, para evitar que su ejemplo contagiase a las mujeres honestas y de paso alejar los numerosos altercados que solían producirse a su alrededor.
Lo normal, como en el caso de Corral de Almaguer, era que la mancebía pública fuera arrendada al mejor postor, y estuviera regentada por el llamado “padre putas” si era un hombre o la “madre abadesa del prostíbulo” si era una mujer.
El dinero que ingresaba el Concejo o Ayuntamiento por este concepto, era incluido en el apartado de “propios” en igualdad de condiciones con los ingresos obtenidos por el arriendo de las hierbas de las dehesas municipales o de los montes del Concejo.
En lo referente al edificio y al funcionamiento interior del burdel, el prostíbulo solía contar con varias habitaciones o “boticas” que el “padre” o la “madre” del local, se encargaba de alquilar a las profesionales del sexo a cambio de cantidades exorbitantes de dinero, en el que iban incluidos el arriendo de la cama, el de las sábanas y colchones, el servicio de cocina, el lavado de la ropa y los gastos habituales de médicos y medicinas.
Cada servicio o “contacto” solía tener una duración de media hora y los precios oscilaban mucho dependiendo del lugar de la península y la calidad de las meretrices. Por regla general y puesto que era considerado como un servicio público, los precios no solían ser excesivos, pues el objetivo era facilitar el acceso al mayor número posible de varones.
Dentro del burdel era común práctica, al igual que hoy en día, que las prostitutas adoptaran o recibieran un apodo o “nombre de guerra” por parte de los regentadores del local o por los mismos usuarios, en base a sus orígenes o a sus características y defectos físicos.
Es por ello que no es raro encontrar en los escritos de la época, nombres como: la Cordobesa, “la Mellá”, la Mora, la Portuguesa, la Negra, la Toledana, la Coja, la Vieja... etc.
Superados los treinta años, las mujeres del siglo XVI eran ya consideradas como viejas, por lo que las meretrices solían dejar el oficio sobre esa edad, corriendo diversas suertes.
Desde las que conseguían retirarse a tiempo y casarse con algún campesino o artesano, hasta las que pasaban a regentar como “madres“ otras casas de prostitución, pasando por las que eran acogidas por la caridad en las llamadas “casas de arrepentidas”, sin olvidar las que terminaron su vida como alcahuetas, sirvientas, parteras, curanderas, brujas, o pidiendo limosna de acá para allá como simples mendigas.
Tras la celebración a mediados del siglo XVI del Concilio de Trento que promovió la reforma de la iglesia y puso freno a los excesos de buena parte del clero (muy afectado por la presencia habitual de amantes o barraganas y amancebamientos de variado signo) las prostitutas pasaron a ser consideradas como seres viles, sucios y deshonestos que ejercían una actividad inmoral.
Sin embargo, la teoría de las meretrices como un “mal menor” siguió calando en las mentes de las autoridades castellanas y los Concejos siguieron manteniendo e incluso abriendo nuevos establecimientos. No sería hasta el reinado de Felipe IV, concretamente en el año 1623, cuando por la presión de los teólogos, entre los que se encontraba nuestro paisano, el futuro confesor real Fray Juan Martínez, se prohibió definitivamente la prostitución.
Con esta introducción al mundo medieval de la prostitución, he pretendido ilustrar al lector en un gremio tan marginal como poco conocido y con frecuencia conflictivo, con el objeto de que nos ayude a comprender mejor la existencia de un establecimiento tan vilipendiado, pero a la vez tan necesario en aquellos tiempos para calmar los excesos y delitos sexuales de nuestra población.
A continuación hablaremos sobre el primer burdel de Corral de Almaguer
"El jardín de las delicias" cuadro pintado por El Bosco a finales del siglo XV. (Museo del Prado)
Corral de Almaguer ha sido, desde sus orígenes ibéricos y romanos, lugar de paso a la vez que importante nudo de comunicaciones, en el que confluían numerosas calzadas, caminos y veredas.
Esta circunstancia, que le propiciaría un importante desarrollo económico a lo largo de su historia, motivaría igualmente la presencia constante de un importante número de carreteros (los transportistas de aquellos tiempos) transeúntes y viajeros, que solían hacer parada y fonda en alguno de los numerosos establecimientos (mesones y posadas) con que contaba el municipio.
Consciente el Concejo de la riqueza que dichos viajeros generaban en la población y con el objeto de facilitar y mejorar su estancia en la villa, decidieron abrir un burdel tras su legalización por los Reyes Católicos.
Con ello, el Ayuntamiento recogía e intentaba controlar al numeroso grupo de prostitutas que pululaban alrededor de los carreteros, a la vez que ofrecía un servicio a los numerosos comerciantes y ganaderos que concurrían durante la celebración de las famosas ferias de la localidad, y de paso asegurarse unos buenos ingresos por ese concepto.
Siguiendo la normativa dictada por los mencionados Reyes Católicos, el prostíbulo debería situarse a las afueras del municipio, por lo que, teniendo en cuenta que por aquellos años comenzaba a surgir al otro lado del río, junto a la ermita de San Sebastián, un arrabal de casas pobres y cuevas habitadas por la gente más menesterosa de la villa, allí decidieron situar el burdel para regocijo de las mujeres de la población.
Con ello alejaban del centro de la localidad el importante número de peleas, broncas de variado signo e incluso muertes, que el ejercicio de esta profesión acarreaba en los mesones. Y teniendo en cuenta que sólo eran legales las prostitutas del burdel, las demás que intentasen ejercer la prostitución fuera del establecimiento, podrían ser encarceladas, castigadas y multadas como estipulaba la ley.
Lo curioso del caso, como tantas otras anécdotas que encierran los viejos escritos sobre Corral de Almaguer, es que la casa de prostitución fue a construirse en un terreno que el ayuntamiento poseía en el mismo centro del arrabal, pero totalmente adosado a la ermita de San Sebastián.
Desconocemos si con ello el Concejo pretendía redimir a las prostitutas a base de posibilitarles los rezos después de cada servicio, o simplemente si los ediles no encontraron otro lugar mejor ni más atractivo para instalar el burdel.
Lo que si quedó claro desde el principio, es que antes o después comenzarían los problemas. Y éstos no se hicieron esperar según fueron avanzando los años y el número de habitantes de la villa.
Con el creciente asentamiento de personas en el arrabal, el número de peleas, robos y atracos fue creciendo de manera exponencial en los alrededores del prostíbulo, por lo que se llegó a dar el curioso caso de albergar la ermita de San Sebastián más delincuentes acogidos a "sagrado” para eludir la acción de la justicia, que feligreses devotos para efectuar sus oraciones.
Esta última circunstancia motivó el que se elevasen numerosas quejas ante el Prior de Uclés por parte de los vecinos, hasta que en diciembre del año 1562, los visitadores de la Orden de Santiago, Pero Ruiz de Alarcón y el licenciado Garay, establecieron y ordenaron lo siguiente:“ …Otrosí por cuanto visitando la ermita del Señor San Sebastián desta villa, que es en el arrabal della, se halló que junto a la dicha ermita estaba la mancebía y es cosa deshonesta e indecente a causa de estar tan cerca la dicha mancebía de la dicha ermita…. y se cometen muchos delitos y entuertos y muertes de hombres, porque de la dicha mancebía se entran luego habiendo cometido los dichos delitos a la ermita.
Por lo qual y por excusar otros inconvenientes…..mandamos quitar de la dicha parte la mancebía, e que no la oviere dentro del dicho arrabal, como se contiene en los avíos que se hicieron……e se acordó que la dicha mancebía se hiciese en el egido desta villa, cerca de las tenerías, haciendo una casa conveniente para ello……. E para más efeto, mandamos al dicho Concejo y oficiales de que son agora e fueren, no consientan que de aquí adelante haya casa de mancebía en el dicho arrabal, por excusar los dichos insultos e delitos, como por la decencia e reverencia de la dicha ermita…”
Capitel y canecillos con motivos eróticos de la colegiata de San Pedro de Cervatos (Cantabría)
Como podemos comprobar, el primer burdel municipal de la historia de Corral de Almaguer se trasladó al "ejido", o franja de terreno sin cultivar, situada entre el río y la población (las tenerías). Dicho ejido había sido excavado profundamente durante la edad media y había servido de foso a las desaparecidas murallas de la localidad.
Por ser esta una zona habitada por los moriscos más pobres de la villa, dedicados desde tiempo inmemorial a las tenerías o curtidos de pieles, nadie protestó ni osó levantar la voz. Más aún, cuando ya comenzaban a levantarse voces que propugnaban la expulsión de éstos últimos.
En este nuevo emplazamiento permaneció el burdel por más de cincuenta años, hasta que la prostitución fue definitivamente abolida en 1623, quedando el edificio totalmente abandonado junto al rollo o picota del municipio (trasladado desde la plaza mayor) y los restos de las curtidurías o tenerías, abandonadas tras la expulsión definitiva de los moriscos en el año 1610.
Con el tiempo, el lugar fue ocupado por la Ermita del Cristo del Hospital y posteriormente por el mercado municipal de abastos.
Las Tenerías.
Fotografía tomada junto a la fuente, las piedras del Rollo y las tapias derruídas de la ermita del Cristo del Hospital
Rufino Rojo (mayo de 2012)
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