En la mayoría de ocasiones, las mismas quedaban resueltas en los salones y sofás del Casino
Por ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN@eslubian
TOLEDO 01/10/2017
En la tarde del 16 de octubre de 1902, un grupo de conocidos toledanos se dirigió en tren hasta la estación de Algodor.
Allí, en una dehesa próxima, dos de ellos se batieron en duelo.
Eran Federico Lafuente y Manuel Cano,directores de los semanarios «Heraldo Toledano» y «La Opinión».
El primero sufrió una contusión en el antebrazo derecho, mientras que el otro recibió una herida en la frente de tres centímetros de longitud.
Ambos fueron atendidos por el doctor Marcelo García, quien les había acompañado. Brotada la primera sangre, caballerosos, se estrecharon las manos dando por satisfechas sus diferencias y regresaron a Toledo.
En la plaza de Zocodover y cafés cercanos, la gente esperaba su llegada para conocer noticias del envite.Federico Lafuente, director de “Heraldo Toledano”, abogado y concejal, protagonista del duelo celebrado en Algodor en octubre de 1902.
Aunque desde tiempo de los Reyes Católicos, mediante una pragmática de 1480 dada en Toledo, se habían sucedido normas intentando prohibir la celebración de duelos y lances de honor, los mismos continuaban siendo forma tradicional de sustanciar ofensas entre determinados estamentos sociales: militares, aristócratas, abogados, políticos, literatos o periodistas.
Muy renombrado fue el duelo mantenido en 1870 entre el duque de Montpensier y Enrique de Borbón, donde el primero perdió sus opciones a reinar en España tras matar en el encuentro al primo y cuñado de Isabel II.
Las diferencias entre Lafuente y Cano tenían origen en disputas políticas propias de aquellos años donde el caciquismo y el clientelismo eran el pan de cada día en la sociedad española.
El primer tercio del siglo XX fue un periodo brillante en la historia del periodismo toledano, contabilizándose más de 130 cabeceras entre 1900 y 1936. Muchas de ellas eran amparadas y financiadas por diputados y políticos buscando influencia para asegurar sus escaños y perpetuarse la hegemonía de los partidos turnantes.
«Heraldo Toledano» y «La Opinión» se alineaban en el bando conservador, si bien desde hacía varias semanas sus directores andaban a la greña, trasladando al papel las disputas entre los líderes provinciales de dos de sus principales facciones: Julián Esteban Infantes y Gumersindo Díaz Cordobés. Los periodistas hicieron cuestión personal de estas discrepancias y desde los ardorosos artículos se pasó a mayores.
Alumnos de la Academia de Infantería de Toledo practicando esgrima (Foto Colección Luis Alba, Archivo Municipal de Toledo).
Pese a la ilegalidad de estas prácticas, las noticias sobre las mismas son frecuentes en la prensa de la época, si bien eran difundidas discretamente o utilizando eufemismos que obligaban a leer entre líneas.
Así, los detalles de este duelo fueron presentados en las páginas del semanario talaverano «Cartas Cantan» como una desgracia acaecida mientras ambos «examinaban» unos sables.
Se decía que tras escoger terreno adecuado para ejercitarse en el noble «sport» de la esgrima, recibieron sus armas de manos de «un bizarro e ilustrísimo militar, capitán de infantería, juez de campo», y que «previas las voces reglamentarias, procedieron al combate con verdadero arrojo, demostrando insólita bravura, al extremo de que uno de los sables, el del señor Cano, se hizo pedazos, coincidiendo con el momento en que el sable del señor Lafuente hería al señor Cano».
«La paz -continuaba el relato- se impuso y es notorio que con todos los pronunciamientos de caballerosidad e hidalguía en honor de los combatientes».
Si no hubiera existido un trasfondo ilícito en el lance, ¿qué sentido tenía marchar hasta Algodor para probar las armas, cuando uno de los locales de ocio más populares de la ciudad de Toledo en aquellos años era la sala «Balladé», abierta primero en la calle de San Ginés y luego en el Callejón de Menores, donde notables toledanos practicaban el arte de la esgrima?
En la propia reseña periodística se afirmaba, además, que el gobernador civil, Germán Avedillo, «que conoce a cuanto obligan las cuestiones caballerescas, hizo cuanto fue posible para evitar la que se proyectaba».
Entre los testigos del enfrentamiento figuraba José Benegas Camacho, ex alcalde de la capital entre 1897 y 1899, cargo que asumiría de nuevo tres meses después. Lafuente, por cierto, era en ese momento concejal del ayuntamiento capitalino.
Entre los testigos del enfrentamiento figuraba José Benegas Camacho, ex alcalde de la capital entre 1897 y 1899, cargo que asumiría de nuevo tres meses después. Lafuente, por cierto, era en ese momento concejal del ayuntamiento capitalino.
Esta disputa sirvió de excusa para que Rómulo Muro, uno de los periodistas toledanos más destacados de la época, quien años después fue asiduo colaborador de «ABC» y «Blanco y Negro», remitiese desde Madrid un artículo a «La Opinión» reflexionando sobre las consecuencias que para los periodistas conllevaban esta connivencia con los políticos.
«De ha mucho tiempo se sabe –decía- que los periodistas servimos de escalón para que se encumbren otros que se aprovechan de nuestras energías y nuestras actividades. Con el oficio son muy pocos los compañeros nuestros que medran; elevan al político, al cacique y en la lucha perecen la mayoría de los mártires de la información política, los explotados del periodismo […]
El bombo que damos, nos vale el apretón de manos, el saludo afectuoso por el momento y después el ingrato olvido […] En el momento de repartir beneficios, el que más pucherazos dé ocupará los primeros lugares en las listas de candidatos.
El que más opinión hizo defendiendo las ideas con la pluma y con el pellejo cogerá algo,… las migajas […]
Es necesario que dejemos de ser carne de político, y que por un mezquino sueldo, o por un empleo que disputa cualquier muñidor de elecciones, no expongamos los más caros afectos del compañerismo, la amistad, el cariño y hasta la vida».
Es necesario que dejemos de ser carne de político, y que por un mezquino sueldo, o por un empleo que disputa cualquier muñidor de elecciones, no expongamos los más caros afectos del compañerismo, la amistad, el cariño y hasta la vida».
Se daba la circunstancia, a este respecto, de que Lafuente había sido profesor de Cano cuando éste era estudiante y ambos ejercían, también, como abogados.
Barón de Albí, impulsor de la Liga Nacional Antiduelista, quien en diciembre de 1905 hizo propaganda de la misma en Toledo, promoviendo una sección local
Barón de Albí, impulsor de la Liga Nacional Antiduelista, quien en diciembre de 1905 hizo propaganda de la misma en Toledo, promoviendo una sección local
Pero no todas las afrentas se sustanciaban en el campo del honor al amanecer o atardecer. En la mayoría de ocasiones, las mismas quedaban resueltas en los salones y sofás del Casino, acordándose por los representantes de los litigantes la aprobación de un acta reparadora que conformase a ambos.
Unos meses después de su duelo con Lafuente, Manuel Cano volvió a verse inmerso en otra porfía caballeresca.
Fue en junio de 1903 durante las fiestas del Corpus. Mientras se encontraba en la plaza de las Cuatro Calles, recibió un fuerte golpe de fusil propinado por un cadete que desfilaba en el Batallón de Alumnos.
Tras los hechos, en «La Opinión» se publicó un comentario diciendo ser falso el rumor de que había habido un fuerte enfrentamiento entre su director y los militares, concluyendo que si la ciudad de Toledo respetaba la vida de la Academia, los que en ella estudiaban debían evitar conflictos «que los toledanos seríamos los primeros en lamentar».
El alumno aludido, Francisco Esbert, así como sus compañeros y buena parte del profesorado se sintieron ofendidos por el comentario y exigieron las correspondientes rectificaciones, a las que Cano se negó.
Durante varios días se sucedieron reuniones y encuentros entre los representantes de las partes afectadas, siendo preciso nombrar un Tribunal de Honor para dilucidar la cuestión.
Tras una semana de deliberaciones se alcanzó un acuerdo satisfactorio, reflejado en un documento donde se afirmaba que en el comentario periodístico no había ofensa propiamente dicha, pero sí frases y conceptos que habían podido molestar a los alumnos y profesores de la Academia.
En el proceso hasta alcanzar el honroso acuerdo, del que se dio detallada cuenta en «La Opinión», participaron destacados personajes de la vida pública como Juan Muro, Andrés Álvarez Ancil, Venancio Ruano, los militares Juan San Pedro Cea y José Villalba Riquelme o los catedráticos del Instituto Provincial Luis de Hoyos y Julián Besteiro.
Al año siguiente, algunos de ellos volvieron a involucrarse en otro lance de honor entre Fidel Domínguez Páez, director de «Tribuna Pública», y, de nuevo, Federico Lafuente. Al no alcanzarse acuerdo satisfactorio entre las partes se saldó con la ruptura total de relaciones entre ambos semanarios.
El Código Penal de 1870, vigente en aquellos años, encomendaba a las autoridades que tuviesen noticia de estar concertándose un duelo, que procediesen a la detención del provocador y del retado, y no los pusieran en libertad hasta que diesen palabra de honor de desistir de tal propósito.
Las penas por faltar a ello podrían ser de inhabilitación para cargos públicos, así como confinamiento o destierro. Pese a ello, tal disposición era bastante ineficaz en el día a día.
Las penas por faltar a ello podrían ser de inhabilitación para cargos públicos, así como confinamiento o destierro. Pese a ello, tal disposición era bastante ineficaz en el día a día.
Con la pretensión de corregir tal situación, desde principios de siglo, comenzó a fraguarse en España un movimiento para la erradicación efectiva de estas prácticas. Su principal impulsor fue el barón de Albí, quien en su periplo por todo el país recaló en Toledo el 10 de diciembre de 1905, manteniendo una reunión con diferentes personas en Hotel Castilla.
Del encuentro surgió una comisión presidida por José Perez Caballero, tesorero provincial de Hacienda, para constituir en la capital una sección de la Liga Nacional Antiduelista. Junto a Albí, uno de los más destacados impulsores de la misma fue el toledano conde de Cedillo.
En octubre de 1906 entregaron un escrito al presidente del Consejo de Ministros para que impidiese, por todos los medios posibles, la celebración de dichos lances y aunque en años posteriores llegó a presentarse en las Cortes un proyecto de ley al respecto, el mismo nunca fue aprobado.
Rindiéndose a la evidencia y ante el poco resultado práctico de semejantes iniciativas, desde las páginas de «El Eco Toledano», dirigido por Antonio Garijo, se lanzó la singular propuesta de que como el duelo existía y ni las leyes, la religión o las costumbres alcanzaban a extinguirlo, quizá deberían ser «explotados» por los ministros de Hacienda logrando así otro «arsenal» de ingresos para las arcas públicas, añadiéndose que a lo mejor de ese forma «solo por incurrir en fraude, una de las más españolas costumbres, evitaríamos desde entonces los lances de honor».
Tan peregrina propuesta no tuvo recorrido y las noticias sobre duelos continuaron publicándose. Así los toledanos conocieron como Juan Gurtubay Meaza, diputado en Cortes por el distrito de Talavera de la Reina, se batió a duelo en las cercanías de El Escorial con Rafael Barón, hermano del alcalde de Sevilla, quien resultó herido en la cabeza.
Y también que en septiembre de 1906, entre los kilómetros 40 y 41 de la carretera de Extremadura, ya en la provincia de Toledo, se verificó un lance de honor entre los periodistas madrileños Castro y Esbry, quienes tras cruzarse cuatro disparos permanecieron ilesos, según informaba «Heraldo Toledano».
Es posible que tras tan inocuo resultado el honor de ambos quedase restablecido pero desde luego sus habilidades y prestigio como certeros tiradores acabaron por los suelos.
Es posible que tras tan inocuo resultado el honor de ambos quedase restablecido pero desde luego sus habilidades y prestigio como certeros tiradores acabaron por los suelos.
Por ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN
No hay comentarios:
Publicar un comentario