Vista del taller del moro en Toledo - Perez de Villaamil - sXIX
Uno de los títulos menos justificados por la historia es indudablemente el que lleva este rico é interesante monumento toledano.
Si las noticias que hemos podido adquirir de él, aunque en extremo escasas, no bastaran para desvanecer cualquiera conjetura mal formada sobre la aplicación que tuvo en su origen, era suficiente el aspecto que presenta todavía para demostrar que no habría podido en manera alguna destinarse á taller cuando fue construido.
La riqueza de sus ornatos y la suntuosidad y magnitud del mismo salón y de las dos piezas á él contiguas, que se conservan, aunque tan mal tratadas como después notaremos, revelan desde luego que debió levantarse este edificio con otro fin más noble; pudiendo en nuestro concepto clasificarse entre los monumentos correspondientes á la tercera época de la arquitectura arábiga que hemos designado con el nombre de árabe andaluza.
Todos los viajeros que hayan tenido ocasión de visitar la Alhambra de Granada y el Alcázar de Sevilla, habrán podido observar efectivamente los puntos de contacto que existen entre aquellos famosos palacios y el llamado Taller del Moro respecto á la parte de su ornamentación, en donde resaltan sin embargo las formas grandiosas del Alcázar del rey don Pedro mas señaladamente que las de la encantada Alhambra.
Esta observación, que nos parece, sobre ser muy exacta, de algún peso fiara determinar la época de la fundación del edificio de que tratamos, nos lleva naturalmente á suponer que fue erigido, cuando mas remotamente, á mediados ó á fines del siglo XIV.
Verdad es que esta opinión puede ser combatida con el contexto de las numerosas inscripciones árabes, que ilustran las paredes del salón y de las piezas referidas, por contener palabras y versículos del Corán, que se encuentran á cada paso en otros monumentos de anterior fecha.
Pero en abono de nuestro dictamen existe el hecho de hallarse plagados de iguales ó parecidas leyendas cuantos palacios se construyeron desde la época que hemos fijado, bajo los auspicios de los magnates de Castilla; no debiendo tampoco perderse de vista que los arquitectos eran siempre árabes, lo cual no tuvo contradicción hasta fines del siglo XV, en que aprovechándose nuestros abuelos de sus adelantamientos, é iluminados por la luz de Italia, comenzaron á usar los alfarjes musulmanes en toda clase de edificios.
Como prueba de estas indicaciones pudiéramos citar muchos hechos históricos; pero creemos que los Alcázares de Sevilla y de Segovia, y especialmente el último, son suficiente ejemplo, por lo cual no nos detendremos mucho en este punto.
Limitándonos, pues, á fijar la época de la construcción del Taller del Moro, conforme á la clasificación que dejamos hecha, ya que carecemos de otros datos históricos, creemos que este suntuoso palacio fue levantado por algún magnate castellano para su morada en los tiempos arriba indicados, valiéndose para ello, como se había hecho antes y se hizo después por mucho tiempo, de alarifes musulmanes.
El espíritu religioso, que acabó por apoderarse de todos los elementos sociales, convirtió muy pronto el palacio sarraceno en convento de monjas, bajo la advocación de santa Eufemia, según se refiere en algunas escrituras antiguas que hemos podido tener en las manos.
Al palacio primitivo se agregaron algunas casas de menos importancia, que debieron permanecer con este destino hasta poco antes de la época del gran cardenal Mendoza, en que por su mandato se labró una vistosa y bella portada gótica para el gran salón del Taller, nombre con que comenzó á designarse desde entonces.
Cuando el cabildo de Toledo, por una conducta que no es del caso calificar, echó por tierra la magnífica portada que había construido el mismo prelado en la sacristía de la catedral y del Sagrario, hubo de caber igual suerte á la del Taller, no menos suntuosa y rica en preciosos ornamentos.
Arco en la entrada al Taller del Moro - Monumentos arquitectónicos de España - Calcografía Nacional de España sXIX
Así fue que el arco que abre la mencionada tarbea, aunque revestido de menudas labores de preciosa ataujía, tan linda como la del grande arco del Salón rico Embajadores del Alcázar de Sevilla, quedó enteramente maltratado en su parte exterior, rotos sus calados ajimeces y expuesto á las lluvias que lo van de día en día desmoronando.
Aún se encuentran arrimadas á la pared cuyos lados de este arco algunos fragmentos que dan una idea, aunque remota, del mérito que debió tener toda la portada, hallándose la escultura en el mismo estado que presenta en el trascoro del altar mayor de la iglesia metropolitana.
Esto es cuánto hemos podido averiguar sobre la historia de tan apreciable monumento de la arquitectura árabe. Lo que ahora existe del antiguo palacio es un cuadrilongo de cien pies y medio de longitud, dividido en los extremos por dos secciones de veinte y tres pies en cuadro cada una y presentando en el grande espacio del centro cincuenta y cuatro y medio de largo y veinte y uno de ancho, á fin de engrosar algún tanto los muros en esta parte.
Toda la fábrica es de tapiería y ladrillo, ofreciendo en el exterior un aspecto algún tanto desagradable, por haber comenzado á desmoronarse algunos trozos de la tapia, lo cual no puede menos de causar un disgusto verdadero, al ver que amenaza igual suerte á lo restante, consumándose así la ruina de este precioso edificio.
Aunque ya no es posible averiguar la forma total y primitiva del mismo, ni menos designar la distribución que tuvo la iglesia de santa Eufemia, colocada en esta magnífica tarbea, se advierte sin embargo en el muro meridional un grande arco de ladrillo, que si bien no conserva ningún ornamento, osténtalas bellas formas de herradura, siendo en nuestra opinión la puerta que abría paso á la iglesia en la época referida.
El interior de los departamentos mencionados se halla revestido de estuco, y como queda insinuado, enriquecido de exquisitos relieves, en donde resalta todo el lujo de la imaginación oriental. Sobre una faja de alharaca que se extiende en la clave del arco del norte, se levantan cinco ajimecillos cerrados ahora, y que en un principio debieron ser calados, los cuales se ven guarnecidos de graciosas cenefas de ataurique con elegantes leyendas arábigas en caracteres cúficos, subiendo hasta el friso superior en que estriba el artesonado.
A uno y otro lado de este bello y grandioso arco hay una ventana entre larga rodeada de orlas de exquisitos arabescos, en las cuales se encuentran también leyendas musulmanas, que se reducen á pasajes del Corán, comenzando la que existe en la derecha de este modo:
El imperio es de Dios
Frase que se repite muchas veces en las demás orlas y cenefas. Circuye toda esta gran tarbea en la parte superior un ancho friso, compuesto de bellos florones y estrellas, que nos trajeron á la imaginación otros ornatos de la misma especie que existen en el citado Salón de Embajadores del Alcázar sevillano.
Sobre este friso se notan aún varias palabras de una inscripción latina escrita en caracteres monacales, la cual debió ponerse allí cuando se consagró en iglesia esta parte del antiguo palacio. Difícil cuando no imposible de todo punto es ya la lectura de esta inscripción, tal como se puso en el lugar que ocupa: por esta razón nos abstenemos de trasladarla á este, no sin advertir que es uno de los salmos de David, en donde bendice la morada del Eterno.
En los muros de oriente y occidente hay dos arcos no menos preciosos que el ya mencionado, si bien no son de tan colosales proporciones. Hallase el oriental cerrado por un tabique, viéndose exornado de exquisitas labores de almocárabe, que pasando de arriba abajo en sentido opuesto atraviesan gallardos festones, de cuyo enlace resultan bellas y numerosas divisiones que encantan la vista, y cuya gracia aumenta el ondulante movimiento de los festones referidos.
Corre al rededor de tan precioso ornato un friso de delgada é ingeniosa alharaca, y levantase sobre la cenefa arriba indicada, que se une con la leyenda latina, rodeando toda la estancia.
Abría este arco paso á la situada tal vez á la cabeza del templo, cuyas paredes revestidas de admirables relieves debieran haber sido vistas por el cabildo de Toledo con mas estimación, evitando que hayan venido al doloroso estado en que se encuentran.
Inconcebible parece cómo una corporación tan amante siempre de las artes, que tanto se ha distinguido por la protección dispensada á los artistas, ha podido consentir que los trabajadores que se empleaban en el taller hayan convertido esta pieza, verdaderamente oriental por la riqueza y magnificencia de sus ornatos, en cocina.
Así ha sucedido que todos los muros se encuentran cargados de hollín, ennegreciéndose las vistosas labores que los embellecían, y calcinándose el estuco de tal manera que basta el toque más leve en algunas partes para que vengan al suelo pedazos de ataurique y de almocárabe, ornamentos que abundan allí más que en lo restante del edificio. El artesonado, que podría acaso conservar los vivos colores y el brillante dorado que debió ostentar en un principio, ha sufrido igual suerte, comprendiéndose apenas la trabazón de la bella adaraja de que se compone.
No podemos menos de confesarlo: jamás hubiéramos creído que llegase el abandono á tal punto, máxime cuando tan buenos antecedentes existían respecto al celo del cabildo metropolitano; pero esta lamentable incuria no deja por otra parte de tener alguna disculpa, atendido el desdén con que los artistas han mirado en nuestro suelo los monumentos musulmanes.
A este empeño sistemático de condenar al desprecio cuanto no se ajustaba con las reglas de Vitrubio y de Vignola, á esta falta absoluta de buen sentido y tolerancia que ha dominado entre nuestros arquitectos y escritores deben por tanto atribuirse la profanación de este precioso palacio y la ruina de otros mil edificios de la misma época. En efecto:
¿qué aprecio habrá podido tener el cabildo de Toledo á un monumento que no había logrado atraer sobre sí una sola mirada de hombres de tanta nota y prestigio como Ponz, cuando este autor se había detenido por el contrario a elogiar todos los edificios que más se apartaban de la riqueza oriental que el Taller del Moro respira?...
La indiferencia, pues, del cabildo aparece justificada hasta cierto punto, y he aquí la razón por qué nosotros nos limitamos solo á exponer los hechos, sin formular un cargo más serio contra los que á haber reconocido su mérito, habrían sin duda puesto el mayor empeño en conservar tan estimable joya de la arquitectura arábiga.
Todo se hacía en el último siglo por espíritu de sistema, y sabido es que cuando los partidarios de cualquier sistema posible se encierran en un círculo, tan estrecho como el que trazaron en su alrededor los reaccionarios en materia de artes, son más perjudiciales con su exclusivismo que los extravíos que combaten.
La pieza de que hablamos tiene en los muros del norte y mediodía dos puertas, formadas por arcos de herradura, decorados en sus archivoltas y pechinas de menudos relieves de ataujía, presentando en la pared occidental el arco referido que comunica con la gran tarbea que dejamos descrita.
Exórnanlo multitud de labores de alharaca que describen variadas figuras geométricas, alternando con estrellas y conchillas de relieve, viéndose sobre la clave una rica tabla de arabesco, sembrada de conchas de mayor tamaño, la cual se halla rodeada de leyendas, sobre las que se alza otra cenefa, cuyo diseño apenas puede percibirse, por la oscuridad del hollín mencionado. El artesonado de la presente estancia es enteramente igual al de la del lado occidental, libre afortunadamente del humo que a esta ennegrece.
El arco que le da entrada, cerrado en parte para poner una pequeña puerta, está adornado casi en la misma forma que el de enfrente, en el exterior, mientras en el interior presenta tantos y tan delicados relieves que hacen mucho más sensible el atentado cometido contraía estancia descrita y que traen á la memoria los bellos muros de la Alhambra, de los cuales pareció decir el apasionado fray Luís de León estos versos:
De labor peregrina
Una casa real vi, cual labrada
Ninguna fue jamás por sabio moro:
Las torres de marfil, el techo de oro.
Véase la pared oriental revestida de preciosos ornatos, rodeando las del norte y mediodía una ancha faja, formada de estrellas, en donde brillan aún los vivos colores de la ataujía, resaltando sobre el oro el azul y el morado, que conservan no poca frescura para dar una idea, aunque remota, de su antigua suntuosidad y magnificencia.
Encierra la expresada faja una leyenda árabe en caracteres nesgi, y hallase también coronada por otra inscripción latina semejante á la del salón, que dejamos citada. Levantase el artesonado sobre cuatro pechinas que cortan los ángulos de la estancia y toma desde luego la planta octógona, cerrando la cúpula una gran pina ó racimo colgante de la misma forma. Lástima es que hayan desaparecido ya los brillantes
colores y el dorado que esmaltaban este apreciable alfarje, sucediendo en parte lo mismo con los adornos de lacería que lo avaloraban, lo cual es tanto más digno de sentirse cuanto que si no se hallara en este estado podría indudablemente sufrir esta linda techumbre la comparación con muchas de las que decoran las bellas alhamas del alcázar de Sevilla.
El artesonado de las estancias que dejamos mencionadas, es bastante menos elevado que el de la gran tarbea del centro, cuya forma es propiamente de artesón, viéndose atravesado de norte á mediodía de diez alfardas que lo aseguran y mantienen.
Tal es el celebrado Taller del Moro, que se halla en la actualidad destinado para servir de almacén de muebles de la catedral y para encerrar maderas viejas, habiendo sido durante el tiempo en que el cabildo ha tenido grandes obras, el taller en donde se labraban y pulían los mármoles. Esto, como dejamos dicho, ha dado margen á que haya sufrido graves daños, que han contribuido no poco á desfigurarlo.
Pero de esperar es que, advertido el cabildo del grande mérito de este monumento, libres ya los artistas de las preocupaciones que desgraciadamente han abrigado, preocupaciones hijas las más veces de la indolencia y falta de estudios, y comprendida finalmente la necesidad de apreciar todos los géneros, merezca el Taller del Moro más señalada solicitud, evitándose de este modo su próxima y total ruina.
La celebridad de que goza este monumento entre los extranjeros, que poseen de él esmerados diseños, le presta también una importancia sin límites, que crece al contemplar que, según la clasificación que hemos hecho, es uno de los edificios de más precio en la historia de la arquitectura arábiga.
Hasta aquí lo expuesto por José Amador de los Ríos en su Toledo Pintoresca de 1845.
El taller del moro posteriormente fue usado como almacén y garaje de vehículos, con un considerable deterioro de sus yeserías, como muestran las fotografías de principios del siglo XX
En 1963 el Estado adquirió y restauró el edificio. Se trata del único monumento de carácter civil de la primera mitad del siglo XIV que se ha conservado en Toledo. del mismo modo el estado en 1968 adquirió el jardín trasero que enlaza con el palacio de Fuensalida.
Actualmente Lo conservado del edificio original consta de un salón central y dos alcobas laterales comunicadas entre sí por arcos de ricas yeserías y cubiertos por techumbres de madera.
En 1963 el Estado adquirió y restauró el edificio. Se trata del único monumento de carácter civil de la primera mitad del siglo XIV que se ha conservado en Toledo. del mismo modo el estado en 1968 adquirió el jardín trasero que enlaza con el palacio de Fuensalida.
Actualmente Lo conservado del edificio original consta de un salón central y dos alcobas laterales comunicadas entre sí por arcos de ricas yeserías y cubiertos por techumbres de madera.
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