En aquel victorioso 25 de Mayo de 1.085...
Cuando Alfonso VI continuaba su triunfal desfile en medio del entusiasmo de la población cristiana, ya en las proximidades del palacio, en la misma subida del Alcázar de Toledo, un apuesto caballero de la comitiva real, de nombre Rodrigo, cruzo sus ojos con los de una linda joven que curioseaba a través de un bien decorado ajimez, casa rica pues.
Zahira era su nombre, quinceañera e hija de un poderoso hacendado musulmán, y por añadidura dueña de un par de ojos morunos, de esos que según es fama, hacen arder a las mismas piedras.
Rodrigo no podía olvidar el rostro de la preciosa doncella hasta que, finalmente, obtuvo de ella una cita amparada por la oscuridad de la noche.
Rodrigo y Zahira se enamoraron tan perdida-mente (y nunca mejor dicho) que no dudaron en escapar, ya que una unión matrimonial entre las dos religiones era cosa impensable por estar vedada tanto por las disposiciones oficiales como por los convencionalismos religiosos y sociales.
Zahira confesó a su amado Rodrigo que quería convertirse al cristianismo y entregarse a un valiente caballero cristiano que la protegiese de la terrible venganza de sus padres por renunciar a sus creencias
En la madrugada de aquel aciago día, cuando la joven pareja subía al caballo de Don Rodrigo y partió hacía la felicidad, justo en las afueras de Toledo tuvo la desgracia de cruzarse con dos jinetes musulmanes, quienes, por la amistad que les unía con el padre de Zahira,
Rodrigo le declaró ser ese caballero cristiano y juró amor eterno a la que a partir de ese momento llamaría Casilda, como ella deseaba.
Los dos jóvenes idearon el plan de huir hacia un cercano castillo para que un sacerdote la bautizara y la uniera a su amado con el sagrado lazo matrimonial.
Los dos jóvenes nunca llegaron a ese castillo porque fueron sorprendidos en un camino entre el Puente de Alcántara y la subida hacia el Valle por dos atracadores árabes que, creyendo que la bella musulmana era secuestrada, entraron en lucha con Rodrigo.
Rodrigo espoleó a su caballo, los moros tras ellos también a galope tendido, hacia el arroyo que dio nombre a esta leyenda, pero una vez ahí, uno de los árabes alcanzó con su alfanje el cuello de Casilda, que cayó moribunda.
El caballero acudió rápidamente a socorrer a su amada; nada podía hacer para salvar su vida por lo que, mirando hacia el cielo, tomó aguas del arroyo y vertiéndola sobre la cabeza de Casilda, hizo realidad su última voluntad antes de morir: ser bautizada en la fe de Cristo.
Dicen que el caballero enterró a Casilda, en la iglesia mozárabe de San Lucas que se levanta en Toledo justo frente a donde fue asesinada.
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