viernes, 12 de febrero de 2016

Asturias: Último refúgio de los Visigodos

La Cordillera Cantábrica fue poco colonizada por los diversos pueblos que, en la antigüedad, la habían, teóricamente, conquistado. Romanos, visigodos y árabes pasaron por ella, en diversos momentos entre el siglo I a.C. y el siglo VIII d.C., pero, por diversos motivos, no se molestaron en ejercer una dominación efectiva del territorio.

Cantabria y Asturias, territorio indómito

Demasiado montañosas, demasiado lejanas, poco prometedoras, bárbaras, pudieron ser muchos de los epítetos con que calificaran a esas tierras húmedas, de riscos escarpados y valles angostos, que, además, estaban poco pobladas y no parecían representar un espacio de interés económico o político.

Los romanos se limitaron a extender unas pocas calzadas, de carácter bastante secundario, entre León, Galicia, Asturias y Cantabria, y sólo construyeron algunas ciudades en las dos primeras; así, la romanización propiamente dicha fue sumamente superficial. Y los visigodos, con su poder asentado principalmente en Toledo, y desunidos por luchas intestinas y problemas sucesorios, tampoco prestaron demasiada atención a aquel lugar poco civilizado.



Lo mismo puede decirse de los árabes, que, si bien al principio de la expansión islámica pretendieron ejercer un verdadero control sobre el Norte peninsular, pronto se sentirían incómodos en aquellas tierras lluviosas, frías y que en nada se parecían a los románticos desiertos de donde procedían, ni a los vergeles andaluces. Así, también ellos acabaron olvidándose de la Cordillera Cantábrica, limitándose, como mucho, a contentarse con cobrar ciertos tributos a las poblaciones autóctonas, y a mantener pequeñas guarniciones sin importancia, meramente símbolos de su hipotético dominio. Un reducido grupo de colonos bereberes se asentaron en torno al año 714 en Galicia, pero al parecer, abandonaron el lugar más pronto que tarde, pues más allá del 750 no hay constancia de su presencia.

Esa escasa aculturación del territorio montañoso cantábrico explica por qué, aun hoy en día, siguen perviviendo allí tantas tradiciones de época prerromana o célticas, y por qué, al mismo tiempo, desde el 711, año de la conquista islámica de la Península y del ocaso del reino visigodo, se convirtió en un destino privilegiado para la llegada masiva de visigodos desde el Sur y el Este, que, reacios a la islamización, buscaban refugio y seguridad.

Aquellas tierras no estaban vacías. Poco pobladas sí, ciertamente, pero vacías no. Allá sobrevivían, en pequeñas comunidades aldeanas independientes, pequeños grupos humanos (astures, cántabros) muy apegados a su antiquísima cultura, organizados en familias o clanes tribales, en donde todavía jugaba un rol social muy importante la mujer -lo que extrañaría profundamente a los patriarcales romanos, visigodos y árabes-, a través de sistemas de sucesión matrilineales (aunque indirectos, de suegro a yerno).

Esta sociedad tan peculiar para la época, con hondas raíces celtas y considerada primitiva, demuestra cuán poco profunda fue la romanización, cristianización y arabización del solar cantábrico en general. También, su aislamiento geográfico y sus condiciones ambientales explican por qué era la única posible vía de escape -junto con los Pirineos- para la mayoría de los visigodos contrarios a un dominio religioso no cristiano (Islam).

La victoria de Pelayo

Los visigodos llegados a Asturias -de donde, según la tradición cristiana (escrita tardíamente, en el 911), empezó la Reconquista en el 718, a partir de Covadonga, en Cangas de Onís, con la hazaña del famoso héroe Don Pelayo- se encontraron con una sociedad relativamente "bárbara", para los cánones de civilización de entonces. Bárbara, arcaica, pero que al menos contaba con ciertos puntos en común, muy importantes: una misma religión -mezclada confusamente con las citadas tradiciones célticas supervivientes, pero al fin y al cabo, cristiana-; cierta adhesión a la cultura visigótica; rechazo al Islam, alto sentido de la autonomía,...

Todo eso unido convertiría a la Cordillera Cantábrica en un caldo de cultivo ideal para el surgimiento de un nuevo estado independiente, que asegurara la continuación de algún modo del derrocado reino visigodo -aunque metamorfoseado, dadas las circunstancias, en otra cosa- y del Cristianismo en la Península Ibérica. Así, nació el Reino Astur.

La fecha teórica de fundación fue el citado año 718, cuando, según las fuentes cristianas del siglo X, el conde visigodo Pelayo, junto con sus huestes, logró en la agreste y montañosa Covadonga, con "la ayuda de Dios", la sonora hazaña de expulsar a un gigantesco ejército musulmán, evitando así la conquista total del territorio. Ensalzada con aires de leyenda, la tradición hizo coincidir aquel año con el arranque de la Reconquista.

La realidad era, al parecer, menos grandiosa de lo que quisieron pintar los autores cristianos, sin juzgar por ahora el grado de heroicidad que pudieron tener los contendientes: el supuesto "gran ejército" musulmán era en realidad un pequeño grupo de recaudadores de impuestos del emirato Omeya, seguramente acompañados de unos pocos soldados como guardia personal, pero en ningún modo una tropa bien organizada; y las fuerzas de Pelayo, aún más reducidas en número probablemente, eran apenas unos cuantos pastores astures y cántabros, aguerridos pero mal armados, y quizás algunos visigodos leales, refugiados como él.



Fundación del Reino Astur (718)

Siendo justos, hay que reconocer un verdadero triunfo cristiano en aquella escaramuza, pues los moros fueron rechazados efectivamente por aquellas fechas, y obligados a abandonar Cangas de Onís en manos de aquellos tozudos cristianos. Pero no podemos hablar de ninguna gran batalla, ni nada por el estilo. Como se ve, la propaganda política "interesada" ya existía en la Edad Media.

Sea como sea, nace así el Reino Astur, último baluarte de la resistencia cristiana frente a Al-Ándalus, y centro desde donde, a lo largo de varios siglos, los cristianos empezarán a expandirse, lentamente, hacia el Sur, conquistando o reconquistando, tímidamente, el Valle del Duero, buscando asegurar una frontera definida y real -no obstante, en constante vaivén hasta el siglo XI, por el acoso musulmán-.

Casi dos siglos después, durante el reinado de García I (910-914) y de Ordoño II (914-924), se produjo el traspaso de la capitalidad, desde Oviedo, segunda capital de Asturias después de Cangas de Onís, a León, lo que significó la fundación (914) de una nuevo estado, el llamado Reino Astur-Leonés.

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