martes, 31 de diciembre de 2013

Convento de Santa Úrsula (Toledo)

El convento de Santa Úrsula en Toledo (España) tuvo su origen en un beaterio acogido a la regla de San Agustín, que se fundó en 1259, según testimonio del Padre Román de la Higuera.

Las sucesivas donaciones, a lo largo de los años, pueden explicar que el Convento haya cobrado la estructura que hoy se contempla, con numerosas dependencias, articuladas en torno a dos patios, que deben coincidir con las antiguas viviendas cedidas.

Los orígenes de la construcción de la iglesia son inciertos; se cree que antes de que se construyera, en 1360, la iglesia actualmente conservada, ya existía una anterior para uso del beaterio.



Descripción

De la época medieval se conserva el ábside mudéjar, el cual se aparta del modelo toledano por estar construido en mampostería encintada, en lugar de con las consabidas arquerías de ladrillo; en la parte alta se abren tres ventanas que mantienen la tradicional combinación de arco de herradura apuntado, cobijado por otro lobulado.

Posteriormente, en los espacios intermedios se han incorporado dos escudos que corresponden a don Antonio de Ulloa y su esposa, doña Inés de Bazán, quienes entre 1603 y 1625 costearon la remodelación de la capilla mayor para su enterramiento. Este ábside perteneció a una iglesia de una sola nave.

A esta nave se añadieron dos cuerpos laterales, con la misma fábrica de mampostería encintada, que repiten el esquema de las fachadas del crucero de Santiago del Arrabal:

Remate en piñón recto escalonado y motivo de rosetón entre arquillos, todo con decoración de lóbulos.

A la derecha del ábside se encuentra una sala llamada «coro viejo», que permanece todavía aislada de la iglesia por el primitivo muro exterior de la nave; conserva restos de una techumbre de madera, con un friso alrededor, bajo el que aparecen fragmentos de una inscripción en caracteres góticos.

El testero de la izquierda corresponde a un espacio irregular que ha sido incorporado a la iglesia como nave de la epístola, pero que en su origen tal vez fuera un atrio; parte del cual se aprovechó en el siglo XVI para edificar una capilla, quedando el resto como nave lateral.



En el muro que delimita el atrio, aunque modificada en gran parte, se conserva la primitiva puerta de entrada -que sirve ahora de acceso directo a la iglesia, al transformar el atrio en nave de la epístola-.

Queda todavía el cuerpo alto de la antigua fachada de ladrillo:

Un friso de arcos lobulados entrelazados, con un círculo o nudo sobre las claves, que se prolonga para formar el alfiz; este motivo es característico de obras de época taifa y, aunque faltan ejemplos en Toledo de ese período, su uso resulta indudable como modelo de algunas decoraciones mudéjares; así los frisos de la torre de Santa Leocadia y de una de las fachadas del Ayuntamiento de Toledo.

En las dependencias utilizadas como convento, varias reformas han alterado la primitiva disposición derivada del agrupamiento de varios núcleos de vivienda.

En 1623, Pedro Sánchez, carpintero, y Antonio Mexía, albañil, se encargan de remodelar el «claustro grande», dos de cuyos lienzos habían de ser derribados y rehechos de nuevo; claustro que fue casi eliminado al incorporar la mayor parte del espacio a la iglesia, para coro de las monjas, mediante una obra realizada en 1758 por José Sierra, entonces arquitecto de la catedral.



Fuente: Wikipedia

¿Quiénes eran los Carpetanos?

¿Quiénes eran los carpetanos? Son los primeros manchegos de los que tenemos noticia en la Historia, como pueblo, ya que aparecen en en las fuentes clásicas.

Categoría:Edad Antigua, Celtas

¿QUÉ CONOCEMOS DE LOS CARPETANOS?

Vamos a hacernos la pregunta que me hice yo cuando elegí este tenebroso tema para proceder a su estudio. Es muy sencilla. ¿Qué conocemos de los carpetanos?

Y tras pensar y pensar y pensar...sólo nos sale a algunos tres términos relacionados: la Vía Carpetana, los Montes Carpetanos y carpetovetónico. ¿Y bien? La Vía Carpetana es una avenida de Madrid, los Montes Carpetanos son la cadena montañosa que va desde el Pico Peñalara hasta el puerto de Somosierra, picacho más, picacho menos, y que supone el límite norte de la Comunidad de Madrid. Y carpetovetónico, bueno...la RAE da dos acepciones, una perteneciente o relativo a los carpetanos y vettones y la otra, más sibilina, es la que se refiere a las personas, ideas, etc, que se tienen por españolas a ultranza...

Y poco más. Pero es que los carpetanos son los primeros manchegos de los que tenemos noticia en la Historia, incluyendo dentro del término manchego a los esforzados habitantes del gran poblachón que existe al sur de los Montes Carpetanos, que así denominó Quevedo a la capital de España.



Ya conocemos algo de los carpetanos. Son los primeros manchegos de los que tenemos noticia como pueblo, etnia, ya que aparecen en "los papeles", esto es, en las fuentes clásicas, en las crónicas que escribieron los autores grecorromanos y que tenían como tema casi único la conquista y la Geografía de la Península Ibérica. Los carpetanos aparecían entre los pueblos de la meseta que las pasaron canutas con el paso de Aníbal cual torbellino huracanado por estas tierras áridas y duras, y que después de ser vapuleados con estrépito por los pérfidos púnicos, pasan a ser los habitantes de la Carpetania, tierra preferida por las legiones romanas para descansar de sus durísimas campañas contra celtíberos y lusitanos.

¿QUÉ SIGNIFICA CARPETANO?

Para responder a esta pregunta tan peliaguda hay que hacer una larga introducción del asunto, que nos lleva hasta la primera guerra púnica, pues tiene cierta relación, un poco enrevesada, eso sí, pero no menos entretenida.

No me extenderá demasiado sobre la primera guerra púnica. Esta fue una de las primeras guerras mundiales, pues involucraron a las dos potencias principales del Mediterráneo central, que comenzaron a dirimir quién es quién en el concierto internacional: una muy veterana en estas lides, Cartago, y otra, advenediza y que pedía su sitio en el nuevo orden internacional, como decía Bush Jr., Roma. El caso es que la isla de Sicilia fue el oscuro objeto del deseo de ambas, y después de muchos años de guerras y matanzas, al final, Cartago perdió la guerra, se firmó un tratado de paz por el que los púnicos (otra manera de nombrar a los cartagineses) se comprometieron, entre otras muchas cosas, a pagar a Roma una astronómica indemnización de guerra, que es lo que pasa cuando uno pierde: hay que pagar al que gana. Y como los cartagineses estaban en bancarrota ya que además de a los romanos, debían dinero a sus mercenarios, que los tenían y en cantidades ingentes, se fueron a buscar oro y plata con que pagar tan cuantiosa deuda. Ciudadanos cartagineses que se enrolasen en el ejército debía haber pocos, y los que había no firmaban de muy buen agrado, parece ser. Así que optaron por la posibilidad más cara, la de externalizar el servicio, que como sabemos, suele ser más oneroso. Y se fueron a buscarla un poco lejos de Cartago (ciudad que estaba muy cerca de la actual ciudad de Túnez). 

Así que recalaron en la Península Ibérica, donde fenicios (los predecesores de los púnicos) y griegos (amiguetes de los romanos) hacían las Américas (en este caso las Hispanias), pues había en esta tierra oro y plata para dar y tomar. Y allí que se fueron los Barca, familia de potentados púnicos, para sacar un dinerillo para el Estado, y de paso para ellos mismos. O al revés. Y durante su periplo por meseta, uno de los cachorros de la familia Rayo (que es lo que siginfica en castellano Barca), el inconmensurable Aníbal, se dio de bruces contra un buen número de pueblos, tribus, etnias de la meseta, entre las cuales estaban nuestros viejos conocidos. Todo esto es mucho más complicado, pero baste esta información para dar una ligera semblanza de donde nos estamos introduciendo. Estamos hablando de finales del siglo III a.C.

Aunque debía estar un poco despistado Aníbal, pues en la tierra de los que habitan sobre lugares poco elevados, poca plata debía de haber. Y a esta gente mesetaria los púnicos les dieron el nombre de kart-p-(t)anos, que no quería decir ni más ni menos que "aquellos que habitan los escarpes", es decir, lugares poco elevados situados en las inmediaciones del río Tajo y sus afluentes.

Los autores griegos, que estaban al servicio de los romanos y les escribían sus crónicas, transcribieron la vieja grafía fenicio-púnica y les llamaron karpetanoi. Julio Caro Baroja ubicaba sobre riscos y escarpes numerosas ciudades carpetanas. Y el arqueólogo Dionisio Urbina, reinterpretando al antropólogo y etnólogo, iba más allá: los carpetanos son los "habitantes de las ciudades de los escarpes" y la Carpetania, el "país de aquellos que habitan en las ciudades de los escarpes" que yo añadiría del Tajo.

Así que en resumidas cuentas, el término carpetano tiene un origen cartaginés y no procede de los Cárpatos, como algún autor ha dicho por ahí.

CRONOLOGÍA CARPETANA

Los carpetanos aparecen en los papeles, esto es, en las crónicas de cartagineses (éstas desaparecidas), griegos y romanos, a partir del último tercio del siglo III a.C. Para entonces, nuestros protagonistas ya habían entrado en la Edad del Hierro II.

Así que vamos a hacer un esquema de la cronología que nos ocupa:



Edad del Hierro I: siglos VIII - V a.C. Comienzan a aparecer los primeros utensilios en hierro. Llamemos a los carpetanos, no carpetanos, si no precarpetanos, porque todavía no se han individualizado en las fuentes históricas, y técnicamente aún permanecen en la Prehistoria.

Edad del Hierro II: siglos V - II a.C. Los utensilios de hierro se han generalizado, pero no sólo eso, sino también la cerámica a torno y las viviendas de arquitectura más sólida, de planta rectangular con zócalos de piedra, paredes de adobe y cubierta vegetal. A finales del siglo III a.C., entran en la Historia de la mano de los escritos púnicos, griegos y romanos. Antes de ese momento, cuando estaban a punto de irrumpir en los escritos, les voy a llamar protocarpetanos, porque casi lo eran ya.

Período romano republicano: siglos II - I a.C. Es la época de la conquista de la Meseta por los romanos. O los carpetanos habían quedado muy tocados durante la ocupación cartaginesa o se hacen enseguida muy amigos de los romanos, por lo que pueda pasar. Aparecen poco como carpetanos, pero sí como habitantes de las ciudades consideradas carpetanas: toletani, complutenses, consaburenses, caraccitanos.

Período romano altoimperial: siglos I - III d.C. La cosa está ya bastante más tranquila, y en la Carpetania se pueden dedicar a embellecer y engrandecer sus ciudades, algunas de las cuales pasan a ser municipios latinos, como Toletum, Complutum, Consabura, y con reservas, Segobriga, cuya población pudo ser mixta, celtíbero-carpetana. En todo caso, los carpetanos ya son carpetanorromanos. Vaya, romanos.

Período romano bajoimperial: siglos IV-V. Ahora pinta en bastos. La gran fiebre municipalizadora de siglos anteriores cae en picado, pero aun así, en Complutum se realizan grandes obras en el foro que datan de finales del siglo III d.C. Y la casa de Hippolytus, esa pedazo escuela para niños bien levantada en la época de las grandes villas, el siglo IV d.C.

Período visigodo: siglos V-VIII d.C. La cosa parece ruralizarse cada vez más. Excepto Toeltum, que brilla con luz propia entre las urbes que sobreviven al desastre bárbaro. Pero todavía quedan restos de las creencias carpetanas cuando hay textos toledanos eclesiásticos que ordenan acabar con las prácticas paganas en zonas fronterizas de la Carpetania, que ahora, como pudo serlo antes, es el nombre de una provincia eclesiástica del reino de Toledo. Y fíjense que Toletum es ahora capital del reino de los visigodos.

Con los musulmanes, ya no se habla de carpetanos, pero sí de Tolaitola, la antigua Toletum carpetano-romana.

¿POR QUÉ SABEMOS ALGO DE LOS CARPETANOS?

Sabemos algo de los carpetanos a través de las fuentes grecorromanas, de textos en los que aparecen los karpetanoicomo adversarios dignos de tener en cuenta para los poderosos púnicos, un pueblo o conjunto de pueblos que aparecen aliados a los fugitivos de Helmantiké y a los olcades vapuleados por Aníbal en su campaña de 220 a.C. Por esta circunstancia es de suponer que los autores griegos y latinos obtuvieron esta información de los cronistas cartagineses que dieron cuenta de los hechos de sus compatriotas, pues es de justicia pensar que Amílcar, Asdrúbal o Aníbal contasen entre sus filas de cronistas o escribas que se encargasen de la administración o de describir lo que veían u ocurría según avanzaban por tierras de Hispania. Esos textos fueron de conocimiento de los cronistas grecolatinos, que maquillados convenientemente, los incorporaron a sus propias crónicas.

Después de dirimir sus cuitas con los cartagineses, los carpetanos siguen apareciendo como etnónimo durante la primera fase de la conquista romana de la Meseta. Polibio, Livio, Apiano, entre otros cuentan las andanzas de nuestros protagonistas, unos de segunda mano y algunos incluso de tercera mano. Polibio es el autor más cercano en el tiempo a hechos de la conquista de la Meseta en la que aparecen involucrados los carpetanos, por lo que su crónica aparece menos contaminada que la de los otros.



Otra fuente inestimable de información son las listas de ciudades carpetanas, sobre todo las de Plinio y Ptolomeo. Plinio se basa en su conocimiento de la realidad administrativa de Hispania. Ptolomeo clasificó las ciudades del territorio imperial según su adscripción a antiguas unidades indígenas, una de las cuales era un territorio "fósil" denominado Carpetania, la región de los carpetanos, términos que tenían para el autor alejandrino un sentido meramente geográfico. Seguramente las ciudades carpetanas de Ptolomeo no eran tales, sino tan solo una lista de mansiones o lugares de descanso situadas e un determinado intervalo de millas romanas entre unas y otras dentro de las calzadas o vías que vertebraban el centro peninsular, y que aparecen documentadas en textos como los Itinerarios de Antonino o el Ravenate, que no son más que el MOPU de la época.

Y por fin las excavaciones arqueológicas, que tras una serie de prospecciones en la región donde estas listas sitúan antiguas poblaciones, confirman o desmienten las fuentes. En realidad lo que las excavaciones hacen es desenterrar estructuras urbanas y utensilios cotidianos de la Edad del Hierro, que son datados en una época anterior a la conquista romana o dentro de etapas históricas, en función de los resultados de técnicas como el C14 o la termoluminiscencia, que en solitario o en sinergia, son bastante fiables para conocer el tiempo en que florecieron los asentamientos descubiertos a base de excavadora, pico y pala.

¿DÓNDE VIVIERON LOS CARPETANOS?

Como buena etnia, o pueblo o tribu que se precie, los carpetanos debieron ocupar físicamente un solar donde realizar sus actividades cotidianas, como todo quisque. Es uno de los puntos del orden del día cuando un equipo multidisciplinar se propone investigar sobre el pueblo objeto de nuestros desvelos.

Y para ello, los expertos se han puesto a leerse de arriba abajo las listas de ciudades de Plinio y Ptolomeo, a identificarlas con poblaciones actuales, si es que ello es posible (que hay muchos casos en que no), y a inventarse un fósil-director, cuya mera existencia en un yacimiento se asocie automáticamente a los carpetanos. La afortunada para ocupar el honor de fósil-director del pueblo carpetano ha sido la cerámica que Cuadrado llamó en 1973, "jaspeada", un tipo de alfar decorado a brochazos que imitan la madera. Aunque hay muchos arqueólogos que dudan de que esta forma de actuar sea la adecuada, puesto que pueden aparecer ejemplares de este tipo de cerámica en otros lugares que no sean los teóricamente originarios de los carpetanos.

El caso es que a la luz de los hallazgos arqueológicos y de las interpretaciones más o menos afortunadas de los textos grecorromanos, son considerados carpetanos por algunos investigadores la práctica totalidad de los territorios de la actual Comunidad de Madrid, la mitad oriental de la provincia toledana, puntos del norte de Ciudad Real, parte de la campiña de Guadalajara, y zonas conquenses colindantes con Segóbriga, ciudad que algunos consideran carpetana, otros celtíbera y algunos más, de población mixta carpetano-celtíbera.

A mí me parece una excelente propuesta territorial la de Pilar González Conde, de la Universidad de Alicante. Según ella, los carpetanos limitarían al oeste con los vettones, en función de la existencia o inexistencia de verracos, considerados propiedad intelectual vettona, por la diferente onomástica y por la ausencia de cultos indígenas de procedencia lusitana entre los carpetanos, que sí se dan entre los vettones. Una teórica línea dividiría la provincia de Toledo entre Toletum y Caesaobriga (Talavera la Vieja) de norte a sur. En el nordeste, la gran ciudad de Complutum y su alfoz marca el límite de lo carpetano. Entre Complutum y la alcarreña Segontia (posiblemente Sigüenza), una amplia región que sería difícil de adscribir étnicamente. Según los datos epigráficos de época romana, la campiña de Guadalajara estaría dentro de los límites admisibles de la tierra carpetana. Al Norte, el sistema Central separa a carpetanos de celtíberos, pero en Cuenca, al no existir accidentes topográficos dignos de mencionar, la frontera se hace difusa. Por el sur, la cosa parece ser más fácil, pues los montes de Toledo serían la línea divisoria con los ibéricos oretanos, pues al sur de esta cadena montañosa no se encuentran gentilicios, característica de las onomásticas célticas, en cuya nómina se incluyen los carpetanos, con sus matices. Los hallazgos más meridionales atribuidos a la etnia carpetana se encuentran en le norte de Ciudad Real, a la altura de la localidad de Navas de Estena, hasta que otro hallazgo más al sur no diga lo contrario.

He aquí el solar patrio de los carpetanos...

LA CONQUISTA DE LA CARPETANIA

El batacazo de los habitantes de Helmantiké, que se pusieron chulos ante Aníbal Barca, y la posterior victoria del general cartaginés (el hijo del Rayo) en los vados del río Tajo contra una coalición de carpetanos, fugitivos vettones o vacceos (que no sabemos) de Helmántiké y olcades inician el dominio púnico en la sufrida Carpetania. Y fue sufrida porque aunque los carpetanos, parece ser que pueblo poderoso hasta el momento, la relación contra los imperialistas norteafricanos no fue todo lo buena que sería deseable. Las levas forzosas iniciadas por los estrategas púnicos dejaron tiritando a los carpetanos, que no tuvieron otra que rebelarse ante tamaño desafuero.

Cuando los cartagineses son derrotados en Hispania por los romanos, curiosamente también dejan de aparecer en las fuentes escritas de griegos y romanos las alusiones directas al pueblo carpetano, y se limitan a hablar de la Carpetania como territorio geográfico o a referirse a los habitantes de las ciudades carpetanas por su etnónimo particular: por ejemplo, toletani, complutenses, consaburenses...Los carpetanos parecen esfumarse de las crónicas. Aún tuvieron alguna aparición estelar como tal pueblo, cuando participan en los hechos de 195 a.C. Carpetanos, vettones, vacceos y celtíberos (en una enumeración que debía dar miedo) se enfrentan a las legiones de Nobilior en las cercanías del oppidum carpetano de Toletum.



En 186 a.C., los romanos son puestos en fuga (de momento, que ya sabemos que los romanos son como MacArthur: siempre volvían) por una coalición antinatura de celtíberos y lusitanos en las ciudades carpetanas de Dipo y Toletum. Pero de los carpetanos no se dice ná de ná. Quizás las fuentes les incorporaron dentro de la nómina celtibérica. Puede ser algo así, porque constantemente romanos y celtíberos se pegan en tierra carpetana.

En 151 a.C., el taimado general romano Lúculo, personaje de armas tomar, cruza el río Tajo desde la Carpetania, y arrasa Cauca, tras traicionar la confianza de sus pobladores. Y todo ello, por haber "molestado a los carpetanos". ¿Es que los carpetanos no se defendían solitos? Pues en esta época, parece que no.

Viriato se paseaba como Pedro por su casa por la Carpetania, la saquea a su gusto, se esconde en el Mons Veneris, el lugar de paso entre las tierras de los vettones y el valle medio del Tajo. Pero no solamente Viriato, sino que también sus hermanos lusitanos sientan sus reales en la Carpetania, donde los romanos invernan y se lo pasan de lujo cuando no están guerreando. Debía ser un lugar muy tranquilo, y sus ciudades, lugares de solaz esparcimiento de los legionarios en momentos de asueto.

La Carpetania es donde los celtíberos, guerreros irredentos, lavan su mala sangre, u donde se expanden de forma natural durante el siglo II a.C., lo que les lleva a chocar contra los romanos, que parece que estaban muy bien asentados. El desastre numantino corta las alas de momento a los susodichos celtíberos, pero en algún momento puntual volvieron a las andadas.

Nuevamente durante las guerras sertorianas se mencionan a la Carpetania y a diversos enclaves carpetanos en las fuentes (Caracca, Complutum, por ejemplo), pero los carpetanos como etnia siguen misteriosamente desaparecidos, como si se les hubiese tragado la tierra o la vorágine de la Historia, que al estar de buenas en los romanos, ya no eran considerados interesantes por sus apologetas.

LAS MÚLTIPLES CARPETANIAS

Hay algo que debe quedar claro. No hubo un reino llamado Carpetania. Nunca existió una entidad política y organizada conocida como Carpetania. Ni hubo un rey de los carpetanos. Esa complejidad administrativa no existió en la Meseta. Nunca existió un Estado carpetano.

Las estructuras políticas de mayor jerarquía fueron las ciudades, o lo que los romanos llamaban civitas. Incluso a alguna la calificaron de pequeña ciudad, como Tito Livio ("parva urbs sed loco munito", pequeña ciudad pero en lugar fortificado), pero no mucho más. Y cada una de estas ciudades tenía un tipo que sobresalía entre los demás. Los romanos lo llamaron reyes, que es un término que les resultaba familiar. Los autores contemporáneos los llaman "reyezuelos" o "régulos", porque tenían tan poca gente y tan poco territorio a su cargo, que no merecía la pena llamarles reyes. Por ejemplo, el mítico Argantonios, rey de la no menos mítica Tartessos era un rey de los pies a la cabeza, en razón del elevado número de súbditos, de la gran extensión de su territorio, y atención, a la gran cabaña ganadera que mantenía en sus campos. Y además era el rey de la plata, como su propio nombre bien dice.

Nada de ello se dio entre los humildes carpetanos. En las crónicas aparece algún jefe o "régulo", y su jurisdicción se limitaba a una ciudad-estado, como Hilerno o Thurro. Cada asentamiento dentro del territorio establecido como la Carpetania era en sí misma, una Carpetania en pequeño, independiente de los demás enclaves, y autosuficiente, puesto que las granjas de su alfoz eran las encargadas de alimentar a los habitantes del emplazamiento propiamente dicho. De estas microcarpetanias dependían esas granjas o núcleos menores que les proveían de vituallas. Quizás hubo un tiempo, en que ante la amenaza de males mayores, los carpetanos de las microcarpetanias aparcaron sus diferencias, como sucede entre todos los vecinos que se precien, para hacer frente a los que venían de fuera, como los cartagineses, que les hicieron un roto tan grande, que después de su paso ya no fueron lo que fueron. Los carpetanos eran considerados por los cronistas griegos que escribieron sobre ellos como un pueblo poderoso. Algo tenían que tener en común los habitantes de las múltiples Carpetanias, para que estos extranjeros les metiesen a todos en el mismo saco: ¿la lengua? Todos los pueblos de la meseta sur debían hablar dialectos parecidos, y debían tener un aspecto físico similar. Quizás eran gentes cuyos poblados estaban ubicados en "escarpes" yesíferos en las cercanías del río Tajo y sus afluentes. Eso es, las gentes que vivían en "las ciudades del país de los escarpes", como asevera el arqueólogo Dionisio Urbina.

ONOMÁSTICA CARPETANA

Los carpetanos, sus cosas, sus asuntos propios, todo lo que les rodeaba, debían tener unos nombres tan rarillos, que a los delicados y finos oídos de un itálico resonaban como rebuzno de jumento o pollino. Y a veces se negaban a transcribirlos, y otras escribían lo que les sonaba. Pero en realidad los nombres carpetanos no debían estar tan alejados de la nomenclatura latina. Y es que ambos proceden del frondoso árbol indoeuropeo. El dialecto o idioma carpetano es posible que fuese un dialecto del celtíbero, y el celtíbero debió ser una lengua procedente del antiguo celta que quedó fosilizado en la Meseta de la Península Ibérica, mientras que otras lenguas allende los Pirineos progresaban con mayor o menor fortuna. La misma lengua celta, sin ir más lejos.

Los carpetanos, según los estudios epigráficos realizados en estelas romanas, estaban inmersos en el mundo de las gentilidades, y ése es un mundo muy céltico, y por tanto, indoeuropeo. El carpetano y el latín debían ser primos lejanos, pero muuuuyyyyy lejanos, tanto que no se comprendían nada de nada. De hecho, es posible que un carpetano de Complutum y otro de Toletum tuviesen dificultades para comprenderse, conque con un celtíbero...y con un itálico, ¡para qué les vamos a contar!

Si los itálicos venían con sus trianominas, sus tres nombres (el de pila, el de la familia, clan o gens, y el apodo en función de una característica física), los carpetanos tenían tres también, no iban a ser menos: "Retógenes, hijo de Liticus, de los Consaburenses". Estaban constituidos, por tanto, por un nombre de pila, el "hijo de" y una especie de apodo o de nombre de la gens o clan, con lo que en esencia, no era una onomástica tan diferente de la latina. Lo que no sabemos exactamente es si el "apellido" (que no la filiación) de los carpetanos correspondía a ciencia cierta a un apodo (de los de los pueblos de toda la vida, como por ejemplo, "Los Cacharreros", que denominaba a una familia así conocida porque seguramente su antepasado común se inició en el noble arte de la venta de cacharrería) o a la gens, clan, familia, de la que procedía el individuo.

Por las epigrafías romanas, conocemos el nombre de varios clanes de la Meseta, y es cierto que muy latinos no suenan: Aelariqum, Arquiocum, Aucaliqum, Boccouriqum, Dagenicum, Elguismiqum, Eturicus, Malugeniqum, Manuciqum, Metturicum, Uloqum, Vacemqum...

En tiempo de los romanos, la onomástica carpetana primitiva se había latinizado, llegando algunos individuos a poseer los tres nombres, por aquello de ser más papistas que el Papa. Otros mantuvieron la gentilidad, puesto que debieron ser más reticentes a las moderneces que representaban los romanos. Por ejemplo, en Manzanares el Real (Madrid), una estela funeraria todavía citaba a un individuo con su onomástica céltica: "Monis, hijo de Allonis, del clan de los Bocouricanos, de 30 años". En cambio, en otra inscripción de Talamanca del Jarama, podemos transcribir: "Caius Aburius Lupus cumplió gustosamente su voto". Dos formas diferentes de nombrar a una persona, pero igual de eficaces, obviamente.

¿EN QUÉ CREÍAN LOS CARPETANOS?

En las creencias de los carpetanos no queda más remedio que introducirse en el movedizo terreno de la conjetura, porque al contrario que de los pueblos vecinos, no ha quedado rastro, al menos de momento, de los dioses carpetanos en la epigrafía romana. Ni Ataecina, ni Airón, ni Endovellicus, ni Lug, ni demás dioses de los panteones célticos y lusitanos, que son los más próximos a nuestros protagonistas.

Esto no significa que los carpetanos no adorasen a dioses propios, lo que ocurre es que no han aparecido vestigios del culto, o es que entre sus costumbres no estaba la de citar por su nombre al dios al que le pedían árnica. Probablemente tuvieron sus representaciones materiales de las divinidades, pero puede ser que el material sobre el que lo realizaban fuese perecedero, como la madera, o que la intransigencia de los acólitos de posteriores religiones asentadas en el solar carpetano acabara con sus restos.

Como buenos célticos (con sus matices ibéricos), debieron adorar a un dios sin nombre, un dios superior, máximo y óptimo, como el Júpiter romano, caracterizado por un notable talante guerrero. Pero también debieron de ser devotos de la Diosa de la Naturaleza y de la Fecundidad, la Diosa Madre celta, indoeuropea. Como no se ha documentado la religión druídica en la Península Ibérica, es de suponer que tampoco hubiese druidas entre los carpetanos. No olvidemos que las corrientes culturales y humanas procedentes del centro de Europa, atravesaron los Pirineos y aquí se fosilizaron, mientras que allende nuestras montañas protectoras y separadoras al mismo tiempo, tales ideas evolucionaban. Nuestros celtas proceden de una estirpe muy antigua, donde no había todavía sitio para las creencias druídicas. No obstante los carpetanos eran devotos de la Naturaleza, y realizaban sus prácticas de culto en santuarios al aire libre, algo que a los romanos les irritaba sobremanera, puesto que ellos estaban habituados a los templos cerrados.

Los carpetanos debieron adorar al caballo, y a las divinidades acuáticas, como la inmensa mayoría de los celtas peninsulares. En Complutum eran especialmente afectuosos con las ninfas de las aguas. No olvidemos la fama de los jinetes meseteños, por cuya contratación se pegaban romanos y cartagineses.

Durante época romana, el culto a Marte, el dios de la guerra romano estaba muy extendido, y se asociaba su culto con el toro, animal de carácter sagrado en todo el Mediterráneo y sus riberas. El toro tenía además un matiz de orden astral, tiene carácter funerario y también simboliza la fecundidad. La religiosidad indígena también estaba predispuesta a los sacrificios cruentos y combates gladiatorios en los funerales de grandes personajes, como Viriato, que no era carpetano, pero sí lusitano, con quienes hubo bastante contacto, y no siempre amistoso.

Sí se conocen aras votivas en la Carpetania con inscripciones romanas, pero dedicadas a dioses romanos, aunque seguramente muchas divinidades del panteón romano se asimilaron con los indígenas, como Marte. En cambio, las alusiones a religiones mistéricas orientales, y por supuesto a los viejos dioses carpetanos, brillan por su ausencia. También está documentado en los municipios carpetanos de época imperial el culto al emperador, cuya gestión llevaban un colegio sacerdotal dominado por libertos, los sevires augustales.

Hospital de Tavera


Vista del Hospital de Tavera.

El Hospital de Tavera, también conocido como Hospital de San Juan Bautista, Hospital de Afuera o simplemente como Hospital Tavera, es un importante edificio de estilo renacentista que se encuentra en la ciudad española de Toledo

Fue construido entre 1541 y 1603 por orden del cardenal Tavera. Este hospital está dedicado a San Juan Bautista y también sirvió como panteón para su mecenas, el cardenal Tavera. Inicialmente empezó a construirse bajo la supervisión de Alonso de Covarrubias, siendo sucedido por otros arquitectos y terminando la obra Bartolomé Bustamante.



La lejanía con el casco viejo de la ciudad hizo que se le apodara «el Hospital de Afuera», puesto que dentro de las murallas ya existía el Hospital de Santa Cruz.

Actualmente el edificio sigue siendo propiedad de la Casa de Medinaceli y en su interior se encuentra el Museo Fundación Lerma que alberga parte de las colecciones artísticas de dicho linaje, así como la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional.

El edificio

El conjunto está compuesto por dos patios columnados, una iglesia (donde se encuentra la cripta de la Casa ducal de Medinaceli) y el palacio-museo, que incluye parte del antiguo hospital.

El aspecto del edificio es el de un palacio florentino renacentista, exceptuando la portada, que se construyó en el siglo XVIII, entre los años 1760 y 1762

Es un edificio regular con fachada almohadillada a la italiana, con ventanas equidistantes y rectangulares en el piso bajo y semicirculares en el superior, siendo a la inversa las de los extremos. El conjunto está unido por dos patios gemelos columnados de dos alturas, separados y unidos a la vez por una doble arcada que los atraviesa hacia la iglesia.

La portada de la iglesia es de mármol genovés. El interior presenta una sola nave y el crucero cubierto por cúpula con linterna, sobre pechinas y tambor, como la basílica del Monasterio de El Escorial. Debajo de ella se encuentra elsepulcro del Cardenal Tavera, obra realizada en mármol blanco por Alonso Berruguete y acompañado por otras esculturas fúnebres. El retablo de la iglesia fue proyectado por El Greco y llevado a cabo por su hijo Jorge Manuel. La orfebrería del sagrario es obra de Julio Pascual.

El museo

En el museo existe un gran archivo de documentos y se conservan numerosas obras artísticas de gran valor: cuadros de El Greco,Ribera, Tintoretto, Luca Giordano, Tiziano, Snyders y Jacopo Bassano entre otros. Sobresalen uno de los pocos retratos pintados porZurbarán y una copia de Carlos V a caballo en Mühlberg de Tiziano (Museo del Prado) pintada por Sánchez Coello. Igualmente excepcional es la escultura del Cristo Resucitado de El Greco. Además aloja en sus dependencias el edificio de la antigua farmacia del hospital y la Sección de la Nobleza del Archivo Histórico Nacional.



Otras instituciones que alberga el edificio

El Archivo: En 1988 el Estado firmó un convenio con la Casa Ducal de Medinaceli, propietaria del edificio, por la que se cedía una parte del mismo para albergar la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, que se trasladó a Toledo y comenzó a funcionar en 1993 en sus nuevas dependencias.

El Colegio: En 1887 llegaron al Hospital las Hijas de la Caridad para hacerse cargo del cuidado de los enfermos, la asistencia a la sacristía de la Iglesia de San Juan Bautista y la enseñanza de los niños pobres. Así nacieron las escuelas de San Juan Bautista, institución docente que sigue existiendo en el mismo edificio donde se fundó, en el siglo XIX, adaptada a la vigente Ley de Educación.

Escenario de cine

El Hospital de Tavera ha sido empleado como lugar de rodaje de películas, desde Viridiana y Tristana de Luis Buñuel hasta La conjura de El Escorial, pasando por la superproducción Los tres mosqueteros de Richard Lester.1 También se rodaron varias escenas de Águila Roja, la serie de TVE.

Fuente: Wikipedia

lunes, 30 de diciembre de 2013

V y VI Concilios de Toledo

El Quinto Concilio de Toledo se inició en la Santa Leocadia de Toledo el 30 de junio de 636. Fue convocado por Chintila, que había sucedido al rey Sisenando tras un corto interregno. Asistieron 22 obispos y 2 representados. No asistió el obispo de la Narbonense por desavenencias de tipo político.

Todas las decisiones importantes del Concilio fueron de carácter político. En primer lugar se trató de la seguridad del rey, y después de la cuestión sucesoria. Se apoyó el acceso de Chintila al trono y se pidió una protección especial para el rey y su familia, protección que debía continuar después de su muerte o derrocamiento si lo hubiere.

Sobre la elección en el futuro del nuevo rey, hubo acuerdo en que sólo podía recaer sobre los miembros de la alta nobleza militar y palatina visigoda.

Los descendientes del rey debían disfrutar de todos los bienes justamente adquiridos o que sus padres les hubiesen proporcionado. El anatema debía caer sobre todo aquel que en el futuro les molestase o injuriase. También los fideles del rey, que constituían una camarilla que le rodeaba y que eran considerados sus partidarios incondicionales, consejeros de confianza y auxiliares, debían quedar protegidos y conservar sus propiedades y los regalos que el rey anterior les hubiere otorgado.

Los que consultasen a adivinos para conocer la suerte del rey serían excomulgados. La misma pena caería sobre los que maldijesen al rey y los que se agruparan para colocar a otro en el trono. Todo el que aspirase al trono sin ser elegido por quien correspondía (y sin ser de noble cuna) sería excomulgado y recibiría el anatema.



El Concilio estableció tres días de letanías desde el 13 al 15 de diciembre de cada año. Se prohibió todo intentó de adivinar el porvenir del monarca reinante.

Chintila pasó gran parte de su reinado luchando contra enemigos internos (los externos, francos y bizantinos, no eran un peligro en aquellos momentos) y en enero de 638 se vio obligado a convocar el VI Concilio de Toledo.

VI Concilio de Toledo

Fue convocado por el rey visigodo Chintila (lo mismo que el número V), para reafirmar lo convenido en el concilio anterior y conseguir más apoyo y la paz interna que hasta la fecha parecía imposible de mantener.

El Sexto Concilio de Toledo se inició el 9 de enero del 638 y en él estuvieron presentes cincuenta y tres obispos (más del doble que en el anterior) y entre ellos había tres procedentes de la Narbonense (los de Elna y Lodève y el metropolitano de Narbona Esclua), provincia que no estuvo representada en el V Concilio. El Concilio fue considerado una reunión de los Obispos de Hispania y La Galia a diferencia del anterior que se calificó como una reunión de obispos de “las diversas provincias de Hispania”.

De los diecinueve cánones del concilio, cuatro estuvieron dedicados a cuestiones políticas, mientras los otros quince se dedicaron a los judíos, monjes, penitentes, libertos, órdenes sagradas, beneficios y bienes de la Iglesia. El Concilio restableció a Marciano como Obispo de Écija, de cuya sede fue depuesto su rival Habencio, que le había depuesto antes mediante intrigas (una primera apelación ya había sido tratada en el IV Concilio).

La asamblea dictó algunas normas eclesiásticas pero sobre todo reafirmó las decisiones del V Concilio sobre la seguridad del rey y de su familia.

El Concilio tocó el tema de los acusados (culpables) de ciertos delitos (que al parecer eran un número importante) que se habían refugiado en tierra extranjera y desde allí habían causado daños al reino, los cuales, en caso de ser apresados, serían excomulgados.

Se intentó consolidar la posición del rey: se lanzó anatema sobre aquellos que atacasen al rey, lo destronasen, usurpasen su posición o reuniesen un grupo de conspiradores para perjudicarle. El sucesor de un rey que hubiera sido asesinado quedaría deshonrado si no castigaba al culpable o culpables del regicidio.

El VI Concilio supuso también la adopción de medidas contra los judíos, que al parecer se promulgaron para contentar al Papa que así lo exigía en una carta.

Se reformaron las disciplinas eclesiásticas reconociéndose a las Iglesias y conventos el dominio absoluto y perpetuo de los bienes obtenidos por donación real o de los fieles.

La obtención de un obispado por simonía se castigaría con la pérdida de bienes del culpable y su excomunión.


Fuente: Wikipedia

El Greco como Retratista

Época: Renacimiento Español
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1599
Antecedente:   El retrato renacentista

Comentario

Tratar sobre El Greco en una obra de estas características podría resultar pretencioso, pero hay que hacerlo aun en detrimento de la obra de otros artistas no por menos conocidos menos valiosos. Tan intensa, tan rica es su obra. Afortunadamente hemos de ceñirnos a su actividad como retratista pero ello no resta esfuerzo a la hora de comentar, elegir y poner en su lugar una serie de retratos de su mano que, alejados de la Corte, se cuentan entre los más sugerentes en el tránsito del siglo XVI al XVII. 

La trayectoria vital y profesional de El Greco es sobradamente conocida, dada la cantidad ingente de literatura artística a él dedicada, pero convendría recordar algunos hitos que justifican de algún modo su particular manera de hacer. Nacido en Creta en 1547, emigra pronto a Venecia, principal foco de actividad artística ligado a su ámbito cultural. Allí se pone en contacto con los principales pintores de la Serenísima, entre ellos Pietro Maraschalchi y, sobre todo, Tiziano y Tintoretto



Con ellos abandona una inicial manera, torpe e ingenua, próxima a los iconos bizantinos de su tierra. Con demasiada frecuencia se habla del influjo tizianesco en la obra de El Greco olvidando la que procede de Tintoretto que, a mi entender, domina casi todas sus grandes composiciones religiosas desde el San Mauricio de El Escorial a El Expolio de la Catedral de Toledo. Es precisamente en los retratos donde el cretense se hace más eco de Tiziano. 

Hacia 1570 marcha a Roma y allí permaneció hasta 1576. Se creó muy mal ambiente artístico con sus agrias apreciaciones sobre los manieristas romanos, entre ellos el propio Miguel Angel, y pese a la protección que le brindaron algunos humanistas como Julio Clovio, prefirió exiliarse aprovechando la atracción artística que suponía la erección de El Escorial. Por desgracia su obra, brillante, demasiado pictórica, no gustó a un Felipe II acostumbrado en la Corte a los retratos de Sánchez Coello o a las composiciones religiosas de Navarrete El Mudo

Además, rondaban por allí artistas como Zuccaro, Tibaldi o Cambiaso, precisamente el tipo de pintores que El Greco detestaba. Ya había trabajado con éxito en Toledo -en 1577 y en Santo Domingo El Antiguo- y allí regresa, creándose una clientela entre eclesiásticos y algunos particulares que le proporcionó trabajo hasta su muerte, en 1616, siendo tan así que hubo de organizar un nutrido taller. 

El capítulo del retrato en la obra de El Greco no es muy extenso pero importante. Todavía estando en Roma, Julio Clovio escribe al Cardenal Farnesio recomendando al joven cretense en estos términos: "ha pintado un autorretrato que ha causado asombro a los pintores de Roma".

Desafortunadamente el autorretrato no ha llegado hasta nosotros, pero podremos hacernos una idea contemplando el retrato que le hizo al propio Clovio, del Museo de Nápoles. En fechas próximas e incluidos en una Expulsión de los mercaderes del Templo, del Museo de Mineápolis, están los retratos de Tiziano, Miguel Angel, Julio Clovio y probablemente Rafael. Todos ellos nos hablan de un venecianismo no asumido.

No ocurre así con el excelente retrato de Vicenzo Anastasi, de la Colección Frick de Nueva York. Representa a un guerrero de la Orden de Malta, en pie, de cuerpo entero, que se nos ofrece como un claro antecedente velazqueño y de lo que después haría El Greco en España, pues se fecha en 1576 y, por tanto, estando todavía en Roma. Ya en la Península y voluntariamente recluido en un Toledo desprovisto de Corte, no tarda en crearse la suya propia, restringida e intelectual, que le marca para siempre un estilo particular tanto en su obra de carácter religioso como, sobre todo, en el retrato. Amigos, eclesiásticos, artistas, pasan durante años por su casa y por sus ojos creando gracias a ello una galería de retratos escueta pero de intenso vigor. 



El Caballero de la mano en el pecho, considerado popularmente como el mejor retrato de El Greco, no creo que deba apreciarse como tal. Hemos de tener en cuenta que se trata de uno de los primeros que El Greco realiza en Toledo a fines de la década de los 70 y ello le resta gran parte de la fuerza pictórica que tendrán los retratos más tardíos. No deja por ello de ser un retrato hipnotizante en su extremada melancolía pese a tratarse presumiblemente de un hidalgo en el momento de adquirir la condición de Caballero. Eso justificaría, según se ha dicho, la actitud de la famosa mano y la presencia de la espada. 

Más tardío es el estupendo retrato Anciano Caballero, también en el Museo del Prado. Wethey lo data entre 1585 y 1590. Camón Aznar retrasó la fecha a 1600, lo que me parece más acertado sobre todo si tenemos en cuenta los retratos de El entierro del Conde Orgaz, fechado hacia 1587 y que después trataremos. La pintura que ahora nos ocupa, de pequeñas dimensiones, supone quizás por ello, una concentración visual sobre el rostro del retratado pocas veces conseguida con, tal economía de recursos. Es un puro restregón pictórico a lo Tiziano que no impide advertir el brillo de la sabiduría en los ojos de quien ya está de vuelta de todo. Si comparamos este conocimiento técnico con el que hallamos en la excelente galería de retratos que presenta el conocido Entierro del Conde de Orgaz (Iglesia de Santo Tomé, Toledo) entenderemos por qué debe retrasarse la fecha de su factura. 

El estudio de la composición completa del Entierro no atañe a nuestro interés pero sí en grado sumo el retrato múltiple, casi corporativo, que separa el plano celeste del terreno. Aprovechando este viejo recurso narrativo, El Greco nos ofrece una serie de retratos con isocefalia casi bizantina y quizás por ello poco articulada. Pero vistas las cabezas una a una, nos hallamos ante la colección de rostros personalizados más amplia de la pintura española. Se han hecho hipótesis y polemizado sobre ellas, en cuanto a la identidad de los retratos, hombres todos ellos importantes sin duda, pero poco dato seguro hay al respecto. Parece cierto, sin embargo, que los dos personajes de barba cana enfrentados sobre el grupo funerario fueran Antonio y Diego de Covarrubias, hijos del arquitecto. Esto podría afirmarse porque se conservan sendas pinturas de El Greco que los retratan. Datado el cuadro toledano hacia 1587, no cabe duda de que, al menos los retratos están más cerca del Caballero de la mano en el pecho que del Anciano Caballero que tratamos arriba. 

El retrato de Covarrubias del Museo del Louvre debe datarse como aquél, en torno a 1600. Lo representa cansino y decrépito pues sólo restaban dos años para que muriera el retratado, pero la fuerza es la misma y con menos recursos aún. La tonalidad rojiza del fondo armoniza con el jubón valientemente realizado, como le hubiera gustado a Tiziano. También por esas fechas debe datarse el retrato delCardenal Fernando Niño de Guevara (Metropolitan Museum de Nueva York). Este personaje fue Cardenal en Roma y llegó a Inquisidor en 1600. Parece como si El Greco quisiera dar esa imagen atemorizadora no por la pequeñez del cuerpo ni por el fasto de las ropas, sino por esa mirada incisiva, adusta y poco amigable que retrata con tal justeza y verosimilitud. El retrato tiene no poco que ver con lo que posteriormente haría Velázquez con Inocencio X, que casi se asustó cuando se vio retratado con tan crudo realismo. 



Los retratos más tardíos de El Greco no sólo demuestran que nunca decayó su técnica, sino que se fortaleció en muchos aspectos, como se advierte en los dos últimos retratos que vamos a comentar. El deGerónimo de Cevallos (Museo del Prado) presenta una técnica tan radicalmente suelta que hizo pensar que el lienzo se encontraba en mal estado, pero no es así. Transparencias, veladuras y brochazos son recursos totalmente voluntarios para conseguir frescura dentro de la sobriedad, que comunica perfectamente con el personaje. Ese mismo efecto produce el majestuoso retrato de Fray Hortensio Félix Paravicino (Museo de Boston). Este literato y predicador real no tenía por qué presentar un aspecto tan terrible. Escribió poemas líricos y hasta una comedia, pero no cabe duda de que llevaba dentro la terribilitá y El Greco supo encontrársela. Es un retrato casi de cuerpo entero, sentado sobre un sillón de terciopelo verde y con libro y breviario en la mano. Libros, sillón y vestimenta de trinitario, ampulosa y compleja de pliegues, no hacen más que acentuar la intensidad del rostro, pero le da una monumentalidad pocas veces vista en la retratística del cretense. Estos dos retratos son tan tardíos que se fechan ajustadamente hacia 1610, seis años antes de la muerte del artista. 

Una personalidad tan arrolladora y tan contradictoria, una vida larga y muy vivida y una obra tan personal difícilmente podría crear escuela. Su hijo Jorge Manuel Theotocopoulos fue quien contribuyó a los tópicos de escuela de o taller de estereotipando las maneras de su padre hasta casi la caricatura. No ocurre lo mismo con Luis Tristán, de quien consta que obró en el taller de El Greco a última hora y que es artista que recoge cierto influjo del maestro pero orientándose, afrontando poco el retrato, hacia formas más naturalistas propias del primer barroco.


Arrabal superior de la Juderia, Toledo

Calle de San Román

Destruido en 1355 durante las luchas por el poder entre el rey Pedro I y su hermano por las tropas de Enrique II, el barrio del Alacava o arrabal superior de la judería constituía un núcleo separado de la Judería y delimitado por la actual calle de las Bulas, de trazado sinuoso, y por el callejón de Naranjos, antiguo adarve del Ciruelo.

En 1456 el adarve de Caños de Oro se cerraba con una puerta cuyo cobertizo, ya en ruinas, se cita en el siglo XVI.

Incluso en la actualidad es visible su arranque en el muro de la primera casa a la entrada de la calle.

La cuesta de Bisbís, llamada adarve de los laneros, ofrecía una entrada muy ancha, empedrada, como parece indicar el nombre de calzada que se le aplicaba.

En ella se nota todavía un claro estrechamiento donde estaba la puerta de la calle, cuyo cobertizo se menciona en 1495.

En el siglo XIV es probable que la aljama de Toledo tuviese en el barrio del Alacava dos conjuntos compuestos cada uno por unasinagoga y una escuela rabínica o midrash, que estaría situados uno en el antiguo adarve de los Golondrinos y el otro en la manzana de Bisbís-Caños del oro.

El barrio podía defenderse de ataques del exterior gracias a estar provisto de puertas o postigos en la zona del barrio cristiano de San Román, y un postigo, que en un tiempo se llamó del Pepino, más al oeste.

La existencia de estas puertas lleva a plantear la hipótesis de que este barrio estuviera cerrado por su lado norte por un muro o una muralla.


El hecho de que ni este muro ni la puerta a la altura de la iglesia de San Román se mencionen después del siglo XII quizás se deba a su probable destrucción por las tropas de Enrique II en 1355 o por las revueltas de 1391.

Al sur, en contacto con la calle del Ángel, las calles transversales del Alacava se cerraban con puertas a su vez protegidas con cobertizos.

Para entender mejor este complejo entramado, resulta necesario imaginar una judería compartimentada por diferentes muros o adarves levantados de acuerdo con la progresiva expansión de la población hebraica, que no terminaban de cerrar el conjunto completamente sino que establecían límites concretos entre territorios judíos y cristianos.

Además, hasta el año 1480, es decir, durante prácticamente toda su historia, los judíos toledanos no estuvieron obligados de facto a residir en el interior de lajudería, manteniendo negocios y viviendas en diferentes lugares de la ciudad.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Primacía de la Diócesis de Toledo

La Primacía sobre el resto de las sedes episcopales de España es un título honorífico en la actualidad, pero de importancia en la Edad Media y Moderna, en las que gozaba fama de ser la sede más rica después de la de Roma. Mantuvo una dimensión simbólica utilizada incluso en época tan reciente como el franquismo. El arzobispo de Tarragona y de Toledo son considerados Primados de las Españas y España,

Origen histórico: Separación de la Carthaginense

Originalmente, después de la división provincial realizada por Diocleciano en el siglo III, la ciudad de Toletum se encontraba incluida dentro de la provincia Carthaginense con capital en la ciudad de Carthago Nova, la actual Cartagena. La división en diócesis de Hispania se basó en la división provincial romana, por lo que la sede episcopal de Toledo dependía orgánicamente de la de Cartagena.

El problema surgió cuando, a mediados del siglo VI, el emperador bizantino Justiniano I se hizo con el control de una franja importante del sur de Hispania, incluyendo sedes diocesanas tan importantes como Corduba, Begastri, Illici y la propia Cartagena, ahora renombrada por Justiniano como Carthago Spartaria.



Al quedar la sede metropolitana y la capital provincial en territorio ocupado por los bizantinos, poco después de su llegada al trono, el rey visigodo Gundemaro promovió la celebración de un sínodo que se desarrolló en Toledo y que designó a dicha ciudad como la metrópoli de toda la provincia, arrebatándole este título a la sede de Cartagena, declaración que respaldó el rey por decreto de 23 de octubre de 610.

La conquista musulmana en 711 dejará a Toledo como una ciudad parcialmente fronteriza en ocasiones con los reinos cristianos, en especial con el Reino de Castilla y el León.

Durante el llamado periplo de la Reconquista, la alianza entre los monarcas y la iglesia se irá concretando en los distintos privilegios que se ofrecen entre ambas. Con la conquista de Alfonso VI de la ciudad de Toledo, se otorga por el Papa la bula Cunctis Sanctorum, de 1088/1089, en la que se reconocía a los titulares de la diócesis toledana la condición de primados y metropolitanos, recuperando el papel protagonista que la sede obispal había tenido en época visigoda.

La especial dignidad que se ofrece a Toledo viene a confirmar la alianza europeísta que se establece entre la Dinastía Jimena (de origen navarro) a la que pertenece Alfonso VI, la francesa de Borgoña (enlazada matrimonialmente, de modo que heredará los reinos de Portugal y Castilla) y el Papado, mediando sus principales agentes: los benedictinos de la orden de Cluny (a la que pertenece el obispo, también francés), especialmente interesada en mantener su presencia por todo el eje del camino de Santiago (en un momento en que hay otro ojo estratégico puesto en Jerusalén con la Cruzada). 

Queda desplazado el clero toledano mozárabe, que hasta entonces mantenía el prestigio sobre todos los cristianos peninsulares aun estando sometido al Emir o al Califa (cuestión discutida desde Alfonso III de Asturias, teniendo su momento álgido en el enfrentamiento de Beato de Liébana al adopcionismo o herejía adopcionista toledana, que posiblemente era un intento de transacción con el monoteísmo estricto islámico y un vago recuerdo del rianismo visigodo). 

El estilo prerrománico y mozárabe queda superado por el estilo internacional, románico, de las iglesias de peregrinación, que repiten modelos franceses (San Sernin de Toulouse) o los propios monasterios dependientes de Cluny. 

Muchas propiedades de las familias mozárabes terminarán siendo absorbidas como mandas testamentarias, dotes e incluso transacciones por la diócesis toledana, que termina consolidando una gigantesca cantidad de propiedades que constituyen la llamada Mesa arzobispal de Toledo.



Estos privilegios le permitieron a la Dives toledana administrar un gran patrimonio y obtener cuantiosas rentas, que aún aumentaron más su poder religioso y civil. Así, abarcaba el mayor espacio de gobierno de toda la península, que alcanzaba las actuales provincias de Toledo, Ciudad Real, Madrid y una parte sustancial de las de Albacete, Guadalajara, Badajoz y Cáceres, lindando con las empobrecidas diócesis de Sigüenza y Cuenca, cuyo territorio apenas permitía sufragar sus propios gastos.

En el siglo XV, la diócesis toledana creció en jurisdicción, quedando bajo su provincia eclesiástica las diócesis de Palencia, Osma,Segovia, Sigüenza, Cuenca, Córdoba y Jaén. El arzobispo de Toledo se había convertido, así, en Consejero Mayor del Rey y el Cabildo catedralicio de la sede toledana en el consejo asesor. Las rentas de la primatura alcanzaban en esta época los ciento cincuenta y cuatro mil ducados, el doble que la diócesis sevillana. La catedral estaba servida por 70 canónigos y más de cien capellanes, siendo en total más de 400 los servidores de la misma en pleno apogeo con Felipe II y más de doscientas las villas tributarias.

Desde entonces mantuvo su condición, aunque fuera disminuyendo su poder político —que no eclesiástico— en beneficio del poder de la Corona.

Cigarral de La Quinta de Mirabel, Toledo

La Quinta de Mirabel es un cigarral situado en la zona suroeste de la ciudad de Toledo (España), en el paraje conocido como la dehesa de Pozuela.


El origen de este cigarral (también denominado anteriormente, entre otros, con los nombres de cigarral de Altamira, del Rey y del Cardenal Quiroga) está en los terrenos que adquirió en el último cuarto del siglo XVI el Arzobispo de Toledo, D. Gaspar de Quiroga y Vela, en los cuales había estado situada, muy probablemente, la ermita de Santa Colomba (construida en época mozárabe como convento o eremitorio). 

En este lugar, el cardenal impulsó la realización de un conjunto arquitectónico formado por varias construcciones, que se completarían con la creación de bellos jardines y cultivos de diverso tipo. Dentro de este conjunto destaca el edificio principal, la casa de campo del cardenal, del arquitecto Nicolás Vergara el Mozo que era el maestro mayor de obras de la Catedral de Toledo y que se había ocupado de otras construcciones de gran importancia para el cardenal.



El Cigarral del cardenal Quiroga fue el más lujoso y espectacular de la Edad Moderna, junto al de Buenavista del también cardenal Sandoval y Rojas que trató de emular a su antecesor. Gaspar de Quiroga y Vela nació en Madrigal de las Altas Torres en 1513, hizo una exitosa carrera eclesiástica y política de mano del cardenal Tavera, quien le nombró canónigo de la catedral toledana, y de Felipe II para quien fue inspector en el reino de Nápoles y quien le nombró consejero del Consejo de Castilla, presidente del Consejo de Italia y consejero del Tribunal de la Inquisición. Más tarde fue obispo de Cuenca, Inquisidor General, cargo que mantuvo hasta su muerte y, en 1577, arzobispo de Toledo; el año siguiente fue nombrado cardenal con el título de Santa Balbina.

Allí había existido una ermita mozárabe dedicada a Santa Colomba a la que en el s. XIII se le había agregado un convento o eremitorio premostrantenses. Según Fernando Marías debió adquirir la propiedad de Altamira (denominado así en su época, posteriormente Cigarral del Rey y hoy Quinta de Mirabel) tras su acceso a la sede primada en 1577. En 1588 el cardenal Gaspar de Quiroga solicitó al Ayuntamiento licencia para llevar el agua que nacía en el Pozuelo o el Álamo hasta su finca debido a su sequedad.

Tras el fallecimiento del cardenal Quiroga, en 1593, el cigarral es abandonado y comienza a deteriorarse rápidamente, hasta que en 1617, es adquirido por el segundo marqués de Malpica, a cuya familia va a permanecer hasta mediados del siglo XIX.

Fue un gran intelectual y humanista, tendencia potenciadas por sus prolongadas estancias en Italia antes de ser cardenal, y mecenas de las artes, promotor de la construcción del Sagrario y Sacristía Mayor de la catedral primada, e impulsor de obras asistenciales y educativas como la reedificación del Hospital del Rey, el colegio del Refugio, el colegio de San Eugenio y el colegio viejo de Jesuitas de Toledo. Además fundó el convento de las agustinas de San Torcuato. El Cigarral se halla en la dehesa de Pozuela, atravesada por el arroyo de Valdecomba. 

El Ayuntamiento se la concedió, poniendo como condición que se levantara un abrevadero en la fuente, y dándole unas precisas instrucciones de construcción: “Que toda el agua que allí se recogiere se haga un arca donde venga, y puesta allí se reparta en esta manera: que la parte más baja de la dicha arca qal fin de la corriente que tuviere Historia de los Cigarrales de Toledo .  se tome y saque un caño de agua más grueso que un cañón de ganso (...) y este se saque y encamine a un pilar que se ha de hacer a donde le fuere señalado, el qual se desvíe y ponga a un lado en parte a donde las corrientes y lluvias no le hagan daño, el qual sea de veinte pies de largo y quarto de ancho y tres de ondo, todo de hueco, y el resto de toda la dicha agua sea para la heredad del dicho cardenal y la pueda llevar y encañar a ella en caños cerrados y zanja cubierta media vara sumidos en el suelo por la parte más somera (...) y se obligue a tener siempre limpio y reparado el dicho pilar a su costa.”  

El abrevadero se realizó, llamándose desde entonces Fuente del Cardenal. Por tanto, aunque la casa ya debía estar edificada antes de 1588 (en el documento se la llama casa de campo del cardenal), los jardines se tuvieron que hacer después de dicha fecha. En la construcción de las casa de campo, el Cardenal se había gastado más de 90.000 ducados, según Román de la Higuera. 

Fue proyectada por Nicolás de Vergara el Mozo (1542-1606), maestro mayor de obras de la Catedral, que se había ocupado de las obras del Hospital del Rey, las reparaciones del palacio arzobispal y de la construcción del Sagrario. Aunque no se conserva ningún documento que lo refrende, Fernando Marías opina que fue él el arquitecto, basándose en consideraciones estilísticas como la simplicidad formal, la ausencia de decoración y la reducción al mínimo las molduraciones de los elementos arquitectónicos clasicistas, que se convierten en un juego de planos y líneas, cuyo origen se encuentra en Francisco de Herrera. 

Por lo tanto el edificio respondería a cánones clasicistas o protobarrocos. La casa principal, construida en ladrillo, fue un edificio de planta rectangular con dos pisos. Todavía conserva un gran parte de su configuración. En el piso inferior se sitúa una galería de paseo, situada al norte para cumplir dos fines: conformar un espacio agradable en verano, ya que se evita la insolación gracias a estar situada al norte y a que se abre sobre un frondoso jardín que proporciona frescor; y estético ya que, a través del jardín, se puede divisar a lo lejos el perfil de la ciudad, algo característicos de los cigarrales desde su origen.

La galería se compone de una sucesión de arcos de medio punto sustentados por el muro interno y pilares de planta cuadrada y cubierta con bóvedas de arista. En el muro interior se abren nichos semicirculares. 65 Archivo Municipal. Archivo Secreto. Alacena 2ª, legajo 4º, nº6Historia de los Cigarrales de Toledo .  

En el piso superior, se ubica la capilla, cuyo volumen cúbico se remata con un cimborrio octogonal, similar al de la iglesia del Hospital de Tavera. En su interior, los muros lisos soportan cuatro arcos torales entre los que se distribuyen las pechinas, para pasar de la planta cuadrada a la circular y, sobre ellas, separada por una saliente cornisa, la cúpula ciega de media naranja. El interior de la cúpula fue pintada por el toledano Blas de Prado (1546- 1599). La iconografía se organiza en tres círculos concéntricos: en el exterior se representa la venida del Espíritu Santo. 

El anillo central se divide en compartimentos en forma de sector, donde se representan figuras femeninas portando palmas, escenas de la vida de Moisés, y escenas de Salomón, todos ellos alternados. Sus características serían variedad, majestuosidad, movimiento, rotundidad de relieve, riqueza de escorzos, serenidad gestual y cierta teatralidad en los juegos de manos de los personajes. Fue inspirado por la Estancias Vaticanas pintadas por Rafael, que eran muy conocidas en la época, gracias a los grabados que circulaban por España. 

Otra dependencia que pervive es el llamado Cuarto de Verano. Su interior está formado por dos salas, una de entrada de planta cuadrada y una segunda rectangular, cubiertas ambas con falsas bóvedas de entramado de caña y yeso. Su decoración pictórica responde a una iconografía típicamente renacentista: los temas mitológicos (Apolo, Mercurio, Minerva y Marte), se enmarcan en una decoración de grutescos de putti con cuernos de la abundancia, niños danzantes, esfinges, tritones y otros animales fantásticos, guirnaldas, candeleros... Las esquinas están decoradas por fantásticos templetes de los que parten inverosímiles figuras arquitectónicas que sirven de soporte a nuevas figurillas. 

Según Marías, Estas salitas pudieron estar inspiradas en las salas del monasterio del Escorial (sobre todo la sala de batallas). Los edificios se hallaban inmersos en fantásticos jardines, viñedos y olivares, que se alternaban con profundos estanques poblados de peces donde se practicaba la pesca, fuentes, baños, huertas y arboledas y todo género de recreación. Además era tan extenso que en su ámbito había abundancia de caza, entre artificioso surtidores ocultos en las rocas. 



A la muerte del Cardenal en 1594 las posesiones de Quiroga y los 1.900.000 ducados que dejó a su muerte fueron divididos entre el Papa, que recibió 25.000 ducados, el rey Felipe II que recibió 10.000 ducados y el Cigarral, yHistoria de los Cigarrales de Toledo . 74 las mandas espirituales por su alma, entre ellas la construcción del monasterio de San Agustín en Madrigal de las Altas Torres, su pueblo natal que le sirvió de panteón. 

La finca fue abandonada y estaba en la ruina, habiéndose descuidado incluso el camino que llevaba hasta ella y que pasaba próximo al Cigarral que tenía Jerónimo Miranda en 1602, ya que este personaje donó un dinero al Ayuntamiento para adecentarlo a cambio de unas licencias urbanísticas para tapiar y poner puertas a un callejón en el que sólo servía para que robaran fruta los extraños y ofender a Dios. En 1615 el clérigo Damián García compra en almoneda el Cigarral ya casi destruido por 1.500 ducados con el fin de terminar de derribarlo y vender sus materiales de construcción para reutilizarlos. 

Ante este hecho, la ciudad, el regidor Juan Vaca de Herrera y el jurado Jerónimo de Toledo, pidieron al Ayuntamiento “que no consienta ni permita que las dichas casas y edificios se arruinen ni derriben, y manden so grandes penas a los maestros y oficiales de albañilería y carpintería y otros maestros y peones cualesquier, no derriben el dicho edificio ni quiten de él cosa alguna y que esto se pregone públicamente en la ciudad (...), y otrosí porque nos tememos que la dicha ruina se querrá hacer por manos de eclesiásticos, pedimos a V. M. mande dar su carta requisitoria para el señor Vicario general para que con censura mande a todos cualesquier clérigos y personas eclesiásticas de esta ciudad no derriben ni hagan derribar cosa alguna de los dichos edificios”  . 

En otro escrito Juan Vaca valora que la destrucción del edificio “es gran desautoridad y deslucimiento de esta ciudad por ser edificio que tanto la adorna y en que todos los forasteros y naturales ponen los ojos por su riqueza y grandeza y se sabe por cierto que se gastaron en él pocos años ha 90.000 ducados poco más o menos y por derecho están prohibidas dichas negociaciones y comprar y deshacer edificios que sean particulares para este fin, porque se quita a la ciudad parte de su adorno y grandeza con semejantes ruinas, porque ennoblecen la república insignes y ricos edificios.” 

A esta misma causa se une el sobrino del Cardenal, Francisco de Mosalve canónigo de la Catedral, quien propone al Ayuntamiento utilizar el derecho de tanteo y quedarse él con el Cigarral para que no se destruya. 66 Archivo Municipal. Archivo Secreto. Caja 4º, legajo 2º, nº20 67 Vegué y Goldoni Op. cit.Historia de los Cigarrales de Toledo .

Desconocemos si al final se quedó con la Quinta, pero dos años más tarde en 1617 el Cigarral es adquirido Francisco Ribera Barroso, segundo marqués de Malpica, en manos de quien estaba cuando lo conoció Tirso de Molina en 1621, y en cuya familia permaneció hasta 1862, pasando posteriormente al ducado de Bailén, de uno de cuyos títulos nobiliarios tomó el nombre de Quinta de Mirabel. 

De todos modos, era tanta su extensión, que parte de sus terrenos fueron adquiridos, entre otros, por Jerónimo Miranda para ampliar su Cigarral, y parece que pudo no estar vallado, al menos en el siglo XVII, ya que el Ayuntamiento pone pleito en 1663 a Alejo Martín por traer su ganado a pastar al Cigarral del Rey, y en 1677 a Lorente Ruiz por tener su ganado en el Cigarral del Rey “que llaman la quinta del Marqués”.  

En el siglo XVIII el Cigarral había reducido su inicial extensión a 320 fanegas, de las que dedicaba 100 al cultivo de olivar, siendo el resto infructíferas por naturaleza. Se consignaba así mismo la casa de recreación de 407 varas de frente por 96 de fondo. En el inventario de bienes de la Marquesa de Malpica realizado el 17 de diciembre de 1809 aparece “Un Cigarral nombrado del Rey en término y Legua de esta ciudad, arrendado al excelentísimo señor Arzobispo de Toledo en 7500 reales anuales pagados hasta 5 de octubre de 1808 en que cumple”.  

Lo que nos estaría remitiendo a que el arzobispo Luis María Borbón habría vuelto a la costumbre arzobispal de siglos anteriores, de pasar los veranos en un Cigarral alejado de la ciudad, pero esta vez sin adquirirlo, ya que la propiedad continuó en el marquesado. A mediados del siglo XIX Pascual Madoz, en su Diccionario, incluye a “La Quinta” como una de las propiedades más extensas de la ciudad de Toledo, con 23 fanegas de labor, 277 de pastos, 1.000 olivos y una casa.

A partir de 1862, el cigarral pasa a la casa ducal de Bailén a través de herencia, cambiando su nombre por el de Quinta de Mirabel, debido a un título marquesal de dicha casa a la que sigue perteneciendo.

Descripción


El conjunto actual de la «Quinta de Mirabel» está formado por diversas construcciones de distintas épocas. Del conjunto construido para el Cardenal Quiroga en el último cuarto del siglo XVI, se conservan en la actualidad dos núcleos, que constituyen unos elementos artísticos de gran valor.

De la casa principal del conjunto se conserva, actualmente, la Galería de paseo, situada en la planta inferior y abierta a un jardín. Desde ella se podía, antiguamente, observar la ciudad, oculta ahora por la vegetación del jardín. Construida en ladrillo, la galería está realizada por una serie de tramos compuestos por arcos de medio punto que están sostenidos, a un lado, por grandes pilares de planta cuadrada y al otro, por el muro interno del edificio. La galería se cubre con bóvedas de arista. En el muro interno, aparecen una serie de nichos semicirculares, uno en cada tramo de la galería.

Sobre la galería, en el piso principal de la construcción, se conserva la capilla del cigarral.

Exteriormente, es un cubo realizado en ladrillo visto que se remata por un cimborrio octogonal. En el interior, los cuatro muros lisos de la mitad inferior, sostienen cuatro arcos torales sobre los cuales aparecen cuatro pechinas, decoradas con escudos pintados, que conducen a una cúpula lisa y ciega de media naranja decorada con pinturas al fresco que están realizadas alrededor de 1590, por el pintor toledano Blas de Prado.

La decoración de la cúpula se va a organizar en tres círculos concéntricos:

En el más exterior aparece la representación de la venida del Espíritu Santo. El segundo círculo está dividido en 16 compartimentos, que van alternando su tamaño; apareciendo en los más estrechos figuras femeninas con elementos simbólicos como palmas, mientras que en los de mayor anchura se desarrollan diversas escenas de la vida de Moisés y de Salomón. En el último círculo aparece un coro de ángeles rodeados de luz celestial.



Entre las principales características de estas pinturas debe destacarse:

Por un lado, la composición de la escena principal, en la que utiliza diversas figuras para unir los distintos grupos que aparecen. Por el otro lado, se debe señalar la utilización de una gran variedad de escorzos y la monumentalidad y rotundidad de unas figuras que muestran, además, gran serenidad en sus gestos y expresiones.

La otra edificación que se mantiene de la villa del cardenal es una construcción de carácter secundario formada por varias salas denominada Cuarto de verano.

En este espacio destaca especialmente la decoración de los techos abovedados de la sala central, donde aparecen unos frescos con una iconografía de motivos clásicos de gran interés como figuras mitológicas, niños danzantes, tritones, esfinges, diversos tipos de animales monstruosos y otros elementos como guirnaldas y candeleros.

En las esquinas aparece una decoración de templetes de los que parten estructuras que van a servir como soporte a otras figuras.

El director de cine Pedro Almodóvar rodó en este escenario su película La Piel que Habito (2011)

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Quinta_de_Mirabel
http://abierto.toledo.es/open/urbanismo/03-CIGARRALES/Memoria/Historico.pdf
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