martes, 31 de octubre de 2017

Aventuras y desventuras de un capitan francés por tierras Toledanas durante la Guerra de la Independencia (II)

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Después, con un tono de dolor desgarrador: "¡Ay! ¡Madre mía' -añadió-, ¡mi pobre madre, ya no os volveré a ver'''. Esa desesperación tan verdadera, ese recuerdo de su madre tan conmovedor en semejante momento, me produjeron una viva impresión. Lo miré con más atención de la que le había prestado hasta entonces.

Era un joven de apenas diecinueve años, con la cara imberbe, las mejillas frescas y rosadas, uno de esos niños a los que la implacable conscripción arrancaba del seno familiar para ofrecerlos como víctimas al demonio de la guerra. Si se hubiera tratado de un soldado veterano ese lenguaje me hubiera emocionado poco; hubiera visto en él un signo de (116) debilidad indigna de un militar; pero tratándose de un adolescente, que llevaba todavía, por así decir, sobre su frente los restos de los besos maternos, me sentí enternecido.

El recuerdo de mi madre también atravesó mi corazón; mi có- lera desapareció de golpe, y tendiéndole la mano le dije: "Levántate, hijo, no se trata ahora de lamentarse. Hemos caído los dos en el precipicio; hay que tratar de salir, si podemos". Comprendiendo por el gesto y por el tono que había adoptado al dirigirle estas últimas palabras, que ya no estaba irritado, el joven húsar se levantó, y apretándome con efusión la mano que le tendía me dijo: "¡Ah' Mi capitán, hable, ¿qué hay que hacer para sacarle de aquí



Estoy dispuesto a todo, incluso a morir para salvarle la vida; puesto que yo soy la causa del peligro que ahora corre". -U na vez más le digo que no se trata de morir si se puede evitar. Hay que empezar por hacer todos los esfuerzos posibles para salir del aprieto; y después, si no podemos evitar nuestra suerte, siempre habrá tiempo de resignarse a ella y de morir como valientes. -Haré todo lo que usted quiera, mi capitán; ordene, que estoy dispuesto a obedecer. Yo estaba bastante contrariado porque no sabía qué partido tomar. Dije a mi húsar que en todo caso tuviera preparadas sus armas, y que me esperara un momento. Me aseguré de que la puerta de la calle estaba cerrada por dentro, y subí de nuevo a mi habitación para observar lo que ocurría, para ver qué podía hacer.

La calle seguía estando llena de una multitud todavía numerosa, todavía exasperada. Lo único diferente era que avanzaba más lentamente; después hubo un momento de pausa; al instante se escuchó un clamor inmenso, horrible; mil gritos que se convertían en uno solo: "¡Muerte a los franceses.' Al mismo tiempo la muchedumbre se abría para dejar paso a cinco jinetes que traían (117) a una decena de soldados franceses que habían hecho prisioneros.

Eran algunos rezagados que pertenecían a la última columna que salió durante la noche. Los desgraciados estaban en un estado lamentable; sus ropas eran jirones, la sangre y el sudor corrían por sus rostros, y este aspecto, lejos de inspirar piedad a las bandas armadas que los rodeaban, parecía aumentar su rabia. Los gritos de ¡muerte a los franceses' se redoblaban con una nueva violencia; se les lanzaba barro, piedras; mil hojas de cuchillos brillaban amenazantes sobre sus cabezas. Los jinetes que les escoltaban hacían inútiles esfuerzos para protegerles; hablaban a la multitud, incluso amenazaban con sus sables a los más encarnizados; pero ¿qué podían cinco hombres contra esta muchedumbre furiosa, que cada vez era más compacta? Pronto uno de los prisioneros cayó al suelo, sin duda por el cansancio.

En un momento fue arrastrado hasta el centro de un grupo, que se precipitó sobre él como fieras salvajes sobre una presa. Era para aquél que le diera una puñalada o una bayonetazo, y mucho después de que hubiera dejado de existir, sus verdugos se ensañaban todavía sobre su cadá- ver. Durante esta escena, el jefe de la escolta, esperando sin duda que la muchedumbre, contenta con una víctima, le dejaría llevarse a los otros, redobló sus esfuerzos para abrirse paso.

Ordenó a sus cuatro hombres que hicieran fuego con sus carabinas sobre los que intentaran llevarse a los prisioneros. Esta amenaza produjo su efecto, y los prisioneros, reducidos a nueve, pudieron continuar su camino. Se puede comprender qué dolorosa impresión produjo en mí este espectáculo horrible. Ésta era la suerte que me esperaba en el momento en que fuera descubierto, en que la turba hubiera entrado en la casa en la que estaba, y lo que me extrañaba, era que no lo hubiera intentado todavía (118). Por un momento pensé en abrir la puerta de la calle, precipitarme en medio de esta turba con el joven húsar, y hacerme matar combatiendo, para evitar el suplicio horrible del que acababa de ser testigo, y así al menos vender cara mi vida.

Sin embargo una reflexión me frenó; el ejército de Castaños no estaba compuesto únicamente por esas bandas indisciplinadas que veía en la calle, y que no ejercían más que actos de barbarie como el que acababa de presenciar. Había un cierto número de tropas regulares, que trataban a los prisioneros con las consideraciones habituales con que las naciones civilizadas tratan a un enemigo desarmado. Tenía la prueba en los esfuerzos que habían visto hacer a los jinetes de la escolta, que evidentemente pertenecían al cuerpo regular, y que, según el uniforme, pertenecían al de guardias valonas. Si fuera posible entregarme como prisionero a algún oficial del ejército regular, sería sin duda una desdicha, pero no una desgracia irreparable, como lo sería una muerte inútil y sin gloria, cayendo en poder de esa tropa de locos furiosos. ¿Pero, dónde estaba ese ejército? ¿Cuándo ocuparía Madridejos" ¿No tratarían antes de entrar en la casa en la que estaba encerrado?

Mientras me dedicaba a reflexionar sobre esto, me di cuenta de que la muchedumbre había disminuido considerablemente; en lugar de los guerrilleros, se veía una larga fila de galeras' llenas de mujeres y de niños, que algunos hombres con aspecto de burgueses escoltaban a caballo o montados en mulas. Todavía se veían también aquí y allá un buen número de aquellas figuras siniestras de hace un rato, pero había también algunos soldados regulares. Esos coches de mujeres y de niños, esos burgueses que les acompañaban, eran los habitantes de Madridejos que habían abandonado la villa durante (119) la estancia de los franceses, y que se apresuraban a volver a sus domicilios después de su marcha.

Una proclama de Casta- ños les había invitado a hacerlo, al mismo tiempo que prohibía a los soldados entrar en cualquier casa antes que los propietarios, y de presentarse en ellas sólo con una autorización del alcalde. He aquí lo que comprendí de una conversación que tenía lugar bajo mi ventana entre un soldado y un burgués. Comprendí así porqué no me habían molestado en mi refugio; pero aquello no podía durar mucho tiempo. Las casas vecinas a la mía comenzaban a recibir a sus dueños; probablemente el mío aparecería pronto; y como no me interesaba encontrarme cara a <:ara con él, me decidí a llevar a cabo un proyecto que acababa de ocurrírseme sobre la marcha. Bajé a toda prisa a donde estaba mi húsar.

Ya no estaba en la sala en la que le había dejado; creí oír un ruido en un pequeño patio vecino; corrí hasta allí, y vi que acababa de ensillar nuestros dos caballos. -j Vaya' Exclamé, no había pensado en los caballos; pero has tenido una buena idea, y ya que están listos, aprovechémosnos. -¿Qué tengo que hacer, capitán? -Nada, sólo tienes que seguirme a algunos pasos de distancia, como si fueras mi sirviente, y si te dicen algo, responder que ... -Pero, mi capitán, interrumpió el húsar, no sé ni una palabra de español; a penas casi no sé hablar francés; pues soy alsaciano, y no hace seis meses que salí de mi región. Su acento tudesco, y la dificultad con la que se expresaba en francés me habían hecho suponerlo. "mejor así, respondí a mi vez, yo hablaré por los dos, y será mejor todavía".

Después le hice quitarse la escarapela de su chacó; a continuación quité la de mi sombrero de ordenanza, y separé sus alas, (120) de manera que bajándolas adquiriera la forma de un sombrero español; una vez hecho esto, cubrí mis hombros con una capa parda española, y monté a caballo. Recomendé al húsar que hiciera otro tanto tan pronto como abriera la puerta de la calle, a la entrada de la cual me paré para darle tiempo a montar.

¿Hay que llevar el sable en la mano'), me dijo. -No, no, guárdalo bien. Deja tu sable en la vaina y tu carabina en el gancho como si fuéramos a dar un simple paseo". Todo se hizo como yo había ordenado. A penas estuvimos en la calle, mil miradas escrutadoras se dirigieron sobre nosotros. Todavía había allí un buen número de guerrilleros que, si nos hubieran reconocido, no habrí- an deseado más que vengarse en nosotros por los prisioneros que les habí- an arrebatado una hora antes.

Pero yo había contado con nuestro disfraz para despistar a los curiosos; pues mi gran sombrero redondo y mi capa no me hacía parecer de ninguna manera un oficial francés; en cuanto al húsar, como pertenecía al segundo regimiento, cuyo uniforme es gris oscuro, y como había en España un regimiento extranjero cuyo uniforme era más o menos del mismo color, no era fácil para los burgueses y los campesinos, poco al corriente de los atuendos militares, distinguir si éste era amigo o enemigo. Ya había contado yo con esto; pero había contado más con mi sangre fría y con mi facilidad para hablar la lengua española, facilidad tal que me podía hacer pasar por un verdadero castellano.

A penas di unos pasos, me giré, como si hubiera olvidado algo, y dije en voz baja a mi húsar que le iba a ordenar en español que fuera a cerrar la pU\"rta de la casa y que me trajera la llave. Elevando la voz le dije en español, (121) de manera que me pudieran oír todos los vecinos: "Pedro, baja del caballo y ve a cerrar la puerta; me traerás las llaves, que iré a dejar en manos del alcalde".

Después, dirigiendo la palabra a un burgués que parecía ocupado en instalarse en una casa vecina: "Señor, le dije, ¿sabe usted si su vecino tardará mucho en volver a ocupar su casa? -No lo creo, señor jinete, me respondió, pues el señor don Gómez de Ribeira, a quien pertenece, hace tiempo que se marchó a Andalucía, donde posee propiedades considerables. -Entonces, repliqué, voy a entregar las llaves al alcalde, siguiendo la órdenes que he recibido del general Reding, para que él disponga corno crea conveniente". Según iba terminando de decir estás palabras, mi húsar me iba dando las llaves, y montando otra vez a caballo.

El nombre del general Reding produjo el efecto que yo había previsto 5. Vi que todas las caras a mi alrededor se aclaraban, y que la nube de desconfianza que las oscurecía hasta entonces daba paso a la confianza y al respeto. "¿Podría indicarme, dije dirigiéndome a mi interlocutor, la vivienda del señor alcalde? -Señor oficial, me respondió, está a dos pasos, y si me lo permite, tendré el honor de conducirle hasta allí personalmente. -Acepto su ofrecimiento con gusto, si no le molesta demasiado. -En absoluto, estaré encantado de servirle de guía". Y se puso al instante a caminar a mi lado. Rápidamente me di cuenta de que el digno burgués había decidido acompañarme más que por deferencia hacia mi persona, por curiosidad.

Todo el tiempo que duró el trayecto entre su casa y la casa del alcalde, es decir, durante un buen cuarto de hora, aunque sólo estuviera a dos pasos, según él, no paró de hacerme preguntas, a las que respondía muy alto y con una imperturbable (122) sangre fría de manera que me pudieran oír el grupo de individuos que nos seguía atraídos por la curiosidad. "¿Piensa usted, señor capitán, me decía, que los franceses volverá aquí? -¡Ohl No hay peligro; le garantizo que en este momento están en plena retirada en toda España, y pronto habrán vuelto a cruzar los Pirineos. -Alabado sea Dios, señor comandante (pues, a medida que iba ganando confianza, iba aumentando mi graduación). ¡Ah! ¡Malditos franceses!, ¡cuánto mal me han hecho!

Figúrese que no he encontrado ni un solo mueble entero en mi casa. ¡Ah! ¡Si antes de que se marcharan pudiéramos exterminarlos a todos! Eso es lo que podría pasar si el general Castaños consigue alcanzarlos. -¿Usted cree" ¡Ahl ¡Qué alegría! Hablando de esta manera llegamos a la casa del alcalde. ¿Me saldrá todo tan bien con él como con su administrado? Esta idea me inquietó un momento; pero, puesto que todo había empezado tan bien, decidí seguir con mi juego hasta el final. Para darme una cierta importancia, rogué a mi guía que se asegurara si el magistrado estaba en su casa, y en ese caso de prevenirle de que un oficial agregado al estado mayor del general Reding deseaba hablarle. Un poco después, mi hombre volvió diciéndome que el alcalde me rogaba que entrara en el zaguán, a donde iría al instante.

Bajé rápidamente del caballo y entré en el zaguán, donde mi guía me hizo los honores, mientras esperábamos al alcalde, que él conocía, me dijo, particularmente. Inmediatamente vi entrar al magistrado; era un hombre bajo, mofletudo, de vientre prominente, y que me hubiera recordado bastante a su compatriota Sancho Panza, a no ser por una cierta afectación de gravedad y de importancia incompatible con la simplicidad y el descuido del famoso escudero del caballero de la (123) Mancha. "Señor alcalde, le dije, he sido enviado, la pasada noche, por el general Reding a esta villa, con la finalidad de tomar posesión, inmediatamente después de la marcha de los franceses, de la casa que les había servido de cuartel general, y de asegurarme del estado en el que se encontraba dicha casa, perteneciente al se- ñor don Gómez de Ribeira, para preservarla de cualquier depredación ulterior.

He visto que esta mansión está intacta. que los muebles ha sido conservados, y que tras haber mandado cerrar las puertas en presencia de varios honorables ciudadanos, y entre otros, del señor aquí presente, añadí señalando mi guía, le traigo las llaves, encargando a partir de ahora a Su Señoría de cualquier responsabilidad al respecto. -Pero, señor, respondió el alcalde, no comprendo porqué tengo que encargarme yo de esta responsabilidad; ya que yo mismo he estado ausente de esta villa desde hace más de un mes, al no haber querido ejercer mis funciones en nombre del usurpador. He llegado hoy; ignoro en qué estado se encuentra la propiedad de don Gómez, ni cuál es la especie de responsabilidad que me quiere imponer encargándome de estas llaves.

Además no tengo que recibir ninguna orden del general Reding, ni de ninguno de los general, ni siquiera de Castaños; sólo debo obediencia a la junta suprema y a su representante, el conde de Tilli, al que espero hoy mismo en esta villa". Esta respuesta fue hecha con un tono de mal humor nada tranquilizador.

Lo que todavía era menos, era la próxima llegada del conde de Tilli, personaje del que había oído hablar bastante. Era uno de esos hombres que se encuentran en todas las revoluciones, que busc¡¡n con su audacia y valor el olvidar un pasado poco honorable. Cargado de deudas, arruinado por completo, perseguido en Madrid (124) por un proceso relacionado con la falsificación, el conde de Tilli se había presentado a la junta de Sevilla como víctima de su apoyo a la causa del rey legítimu. Sus maneras de gran señor, su elocución fácil, su espíritu sutil, y alguna cosa de acerbo y de resolución en su carácter, hicieron que se le considerara como una preciosa adquisición.

Fue nombrado miembro de la junta suprema, y enviado como tal, cuando comenzaron las hostilidades, al lado de los generales para controlar y vigilar sus actos. Estas funciones, como se ve, eran análogas a las de los representantes del pueblo que la Convención enviaba a los ejércitos durante las guerras de nuestra revolución. Era sobre todo en sus relaciones con el enemigo y con las poblaciones civiles donde la autoridad de los generales estaba subordinada a la del comisario de la junta suprema.

Castaños no se hubiera permitido recibir a un parlamentario en su presencia de otra manera, y se deben al conde de Tilli las cláusulas tan duras del tratado de Andújar y la mala fe con la que se llevó a cabo su ejecución lo. Los generales no podían llevar a cabo requisiciones sobre los habitantes sin su visto bueno; he aquí la razón por la que el alcaIde de Madridejos no parecía dispuesto de ninguna manera a obedecer las órdenes del general Reding.

Yo conocía todas estas particularidades; pero había imaginado que el nombre del general Reding produciría sobre el alcalde el mismo efecto que sobre mi guía. Dándome cuenta que me había equivocado, me apresuré en buscar una salida al lío en que me había metido. "Señor alcalde, usted me ha comprendido mal, o más bien, lo confieso, me he expresado mal.

No se trata de imponerle ninguna responsabilidad, menos todavía de darle órdenes de parte de mi general; él sabe con qué celo, con qué entrega por la buena causa (J 25) usted cumple sus funciones; sabe, como lo saben también todos sus colegas, que todos los servidores del rey Fernando pueden contar con usted para prestarle su ayuda y protección; es por este motivo por lo que le ruega que vigile la casa de su amigo personal, el señor Gómez de Ribeira, para que no permita que sea ocupada, cuando sea necesario, en el momento del paso del ejército, excepto por generales o jefes de cuerpos, o por personajes de la importancia del conde de Tilli, del que usted me hablaba hace un momento" ..

Rápidamente me di cuenta de que en al adular la vanidad del alcalde había tocado la cuerda sensible. "Si es así, dijo en un tono más suave, me hago cargo de las llaves de don GÓmez. Dirá al general Reding que haré todo lo posible para cumplir sus deseos, y que siento que la marcha del ejército no le haya permitido pasar por aquí; hubiera estado encantado de rendir mis honores a un leal servidor del rey, que, según lo que usted acaba de decirme, conoce también mi apego a la buena causa.

¿Que si lo conoce? Pero si le he oído varias veces hablar de usted en el sentido que le he dicho, y no duda que tan pronto como Su Majestad Católica haya vuelto a ocupar el trono de su padres, usted recibirá de manos del propio rey una recompensa digna de sus eminentes servicios". Esta segunda dosis de halagos acabó por volverle loco.

Cualquier reserva, cualquier altanería había desaparecido; me ofreció un refrigerio, que yo le agradecí, (pero que no acepté) con el pretexto de que no podía pararme más tiempo, y que ya tenía que estar de camino; pero no quise dejarle sin aprovechar su buena voluntad para que me diera información sobre dos hechos importantes que me había desvelado durante su conversación: el primero, que el conde de Tilli iba a llegar a Madridejos; el segundo, que (126) el general Reding no pasaría por aquella villa. "Sólo me queda, le dije, tendiéndole la mano, que despedirme de usted; pero antes, ¿tendría la bondad de darme un recibo donde figure que le he entregado las llaves')

Esta formalidad, me apresuré a añadir, es sólo para mí, y sirve para demostrar a mi general que he cumplido la misión que me ha encomendado". -"No hay ningún inconveniente", dijo muy dignamente el alcalde, y se puso a escribir el documento que le había pedido. Como era necesario que pusiera el nombre de la persona de la que había recibido los objetos que figuraban en el recibo, me preguntó cómo me llamaba. "De Forbach, respondí, capitán de estado mayor, agregado a la división del general Reding. -¡Vaya' ¡Pero si tiene usted apellido alemán, y yo que pensaba que era usted español! -Soy suizo, respondí negligentemente, compatriota del general Reding 7, y desde hace bastante tiempo al servicio de España". Cuando acabó de escribir, le rogué que metiera el documento en un sobre lacrado y dirigido al general Reding, procurando sellarlo con su sello de alcalde. "¿Y qué nombre de ciudad o de pueblo tengo que poner en el sobre?, preguntó, pues me parece que el general ya no está en Consuegra.

-Es probable, repliqué; pero deje el nombre en blanco, pues yo sabré encontrarle allá donde se encuentre. Ahora, añadí, cuando me dio el famoso recibo, no me queda más que desearle buena salud y darle de nuevo las gracias. ¡Ah! Por cierto, cuando vea al conde de Tilli, querría, se lo ruego, darle recuerdos de mi parte y decirle cuánto siento que mi deber no me haya permitido presentarle mis respetos. -Entonces, ¿le conoce usted? -Mucho. -En ese caso, es una pena que no pueda usted prolongar su estancia una hora o dos, pues estará (127) aquí dentro de una hora, o como mucho hora y media. -De verdad que es una pena, pero seguro que sólo hará un alto en el camino y que continuara su ruta; entonces lo veré esta noche o mañana por la mañana. -No lo creo, pues tiene que quedarse aquí hasta la llegada del general Castaños, que no llegará hasta mañana o pasado mañana. -¡Bien!, entonces le veré en Madrid. Adiós, señor alcalde! -¡Adiós, señor capitán". Y nos separamos dándonos los más cordiales apretones de manos. Ahora ya estaba centrado en lo que me quedaba por hacer.

Ya no temía encontrarme con el conde de Tilli, que no hubiera sido tan fácil de engañar como el alcalde. Se trataba de encontrar al general Reding, cuya lealtad era tan conocida como su valentía. Tenía en la carta escrita y sellada por el alcalde una especie de salvoconducto que podía servirme para llegar hasta él. Había que darse prisa y aprovecharse de ello. Volví con mi húsar, que me esperaba tranquilamente en la calle, sujetando mi caballo por la brida, y rodeado de un círculo de curiosos, pero que se mostraban poco inoportunos.

El alcalde me había acompañado hasta la puerta, y los testigos de esta escena habían visto cómo nos estrechábamos las manos. Subí lentamente al caballo, y después de saludar con la mano al alcalde y al burgués que me había servido de guía, piqué espuelas y me dirigí al camino de Madrid, seguido por mi fiel húsar. Llegamos temprano a Consuegra. Esta pequeña villa estaba tan embarullada por las mismas tropas que había visto por la mañana en Madridejos, que me costó trabajo atravesarla. Conseguí hacerlo sin excitar demasiado la curiosidad, y tras haberme asegurado que el general Reding ya se había ido de allí, dirigiéndose a Tembleque.

Al llegar a esta última villa, me enteré de que (128) el general se encontraba allí, y que mi suerte se iba por fin a decidir. Ya era hora, pues estaba muerto de fatiga; pero quería sobre todo salir del estado de ansiedad en el que me encontraba desde la mañana. El disfraz que había adoptado y el papel equívoco que estaba obligado a representar no iban da manera alguna con mi carácter; a cada momento estaba a punto de traicionarme a mí mismo, y cada vez que articulaba una de aquellas mentiras a las que m~ obligaba mi disfraz, me parecía que mi cara debía contradecir mis palabras.

Francisco Vicente Calle Calle 
http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/02/files_anales_0043_11.pdf

lunes, 30 de octubre de 2017

Un vendaval de muerte y silencio. Campaña de Oropesa-Talavera en la Guerra civil




domingo, 29 de octubre de 2017

Molinos del Rio Cedena

Molino de Enmedio cerca de Villarejo de Montalbán

El Cedena, como río fronterizo, sirvió también a las localidades de la parte más oriental de La Jara y Valdepusa. Tenemos referencias de sus molinos ya en el siglo XVI, cuando en las relaciones de los pueblos de Hontanares, Navahermosa y Puebla de Montalbán se alude a ellos. 

Durante el siglo XVIII se enumeran en las relaciones de Lorenzana cuatro molinos y un batán localizados en el tramo alto del Cedena, mientras que en el catastro de Ensenada se refieren a ocho artificios de los que cuatro son molinos situados en su arroyo afluente de Malamonedilla o Pasadero. 



Los dueños de todos estos ingenios eran vecinos de Navahermosa. Localizados ya en el tramo bajo del río se sitúan hoy día los mismos tres molinos que se documentaban históricamente en el término de Villarejo de Montalbán

Molino con horno en Mel arroyo de Malamonedilla

Los tres primeros ejemplares del arroyo de Malamonedilla (Mm 1), (Mm 2) y (Mm 3) tienen un receptor muy similar de cubo-rampa fabricado en buena sillería. 

Molino tercero del río Cedena

El primero de ellos cuenta con un horno de pan adosado (Foto 55), el segundo y el tercero nos permiten observar las borriquetas de obra que sostenían la piedra, dejando pasar debajo de ella la correa que movía en el primer caso una rueda secundaria y en el otro la maquinaria auxiliar. 

El segundo molino (Mm 2) tiene también la peculiaridad de haber adaptado un lavadero de ropa a su canal y el tercero se construyó utilizando como sillares tres aras romanas.

El cuarto y último de estos molinos es de rampa pero apenas puede observarse por la maleza que la rodea. Varias cocinillas de hortelano se encuentran adosadas a su edificio (Mm 4).Plantas de molinos del río Cedena

Ya en el propio Cedena y en las proximidades de las ruinas de Malamoneda, se han destruido recientemente dos ejemplares (Ce 1) y (Ce 2). 

Un gran cubo de sillería daba movimiento a dos piedras en otro molino(Ce 3) datado sobre un dintel con fecha de 1895. 

Seguimos descendiendo el Cedena y el cuarto ingenio que encontramos tiene también un cubo como receptor (Ce 4). 

Igual sistema tiene el quinto que, con una gran roca en el centro del edificio, es un curioso ejemplo de cómo las construcciones de molinos se adaptaban a todo tipo de circunstancias topográficas adversas en las riberas (Ce 5).

El sistema receptor del sexto molino se encuentra modificado por la adaptación del edificio a vivienda de recreo. 

A juzgar por la envergadura que manifiesta tuvo que desarrollar una considerable potencia (Ce 6).

Río abajo, dentro de la misma urbanización, se sitúa otro ejemplar con dos plantas como el anterior. 

La más baja servía para los trabajos de molienda y la primera hacía las veces de vivienda (Ce 7). 

Todos los cubos del Cedena tienen como característica común el estar fabricados con sillería bien rematada.

El octavo molino se encuentra más alejado, es de cubo y está dotado de cocina, cuadra, habitación y zaguán.Molinos de Cedena y afluentes

A continuación se encuentran los molinos de Villarejo de Montalbán. 

Fechado en el siglo XVII, como constata la inscripción de un dintel, aunque con referencias históricas anteriores, encontramos el noveno molino, el conocido como molino Campanero (C 9) (Foto56). 

Está situado en un paraje sumamente ameno con un puente construido exclusivamente para su servicio. En el siglo XVIII pertenecía a una cofradía de Malpica mientras que el molino siguiente o molino de Enmedio (C 10) era propiedad de una capellanía de Los Navalmorales.Molino Campanero en el Cedena

Los tres molinos de Villarejo de Montalbán continuaban funcionando en 1845, así como los cuatro de Malamonedilla y otros dos en la zona alta del Cedena, ya dentro del ambito de Hontanar.

Molino junto al casco urbano de Villarejo de Montalbán

Merece la pena detenernos en el tercer molino de Villarejo que está situado junto al mismo casco urbano (fig. 71).

En realidad se trata de dos ingenios, un molino tradicional de rampa por un lado y otro de cubo-rampa que, mediante su adaptación a una turbina, dio luz al pueblo y movilizó una pequeña fábrica de harinas.

Conserva casi intacta la maquinaria y es una pequeña joya de arqueología industrial que debería conservarse.Planta del molino de Villarejo de Montalbán

Una turbina corcho de cinco caballos movía una dinamo AEG de tres kilowatios que suministraba una corriente de 110 voltios. Con ella apenas se daba luz a unas pocas bombillas que eran todo el alumbrado público que tenía Villarejo. 

La turbina proporcionaba además la energía necesaria para el funcionamiento del molino que, en tiempos de escasez de caudal, se veía obligado a utilizar un motor de gasolina Dion Bouton para completar la insuficiente energía hidráulica.

A través de un sistema de correas, no sólo se movilizaban las piedras, sino también la dechinadora, la limpiadora, el cernedor y el sistema de sinfines que llevaba en cadena la harina y el cereal de una máquina a otra.

http://lamejortierradecastilla.com/molinos-del-rio-cedena/

Aventuras y desventuras de un capitan francés por tierras Toledanas durante la Guerra de la Independencia ( I )

Imagen relacionadaAVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN CAPITÁN FRANCÉS POR TIERRAS TOLEDANAS DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA 

Este artículo es, principalmente, la traducción de las páginas dedicas a narrar las aventuras de un capitán francés apellidado Chalbrand en la obra titulada Les Franf(lis en Espagne. Souvenirs des Guerres de la Péninsule (1808-1814), publicada en Tours en 1856, por el editor Just lean Étienne Roy, (1794-1871). En dicha obra se transcriben, como señala el propio editor en el prólogo, "los recuerdos de las Guerras de la Península" de un coronel del ejército francés apellidado Chalbrand, recogidos por diferentes amigos y familiares y completados con diversos documentos históricos como proclamas, órdenes del día, actas oficiales, etc. '. 



Poco sabemos de la biografía de dicho coronel, excepción hecha de las fechas de su nacimiento y muerte (1773-1854) y de lo que nos cuenta (o nos cuentan) en sus "recuerdos" sobre sus aventuras en las principales guerras de la Revolución y del Imperio.

En el libro que nos ocupa, Les Franr,:ais en E;pagne. Souvenir des guerres de la Péninsule, (1808-1814) como su propio título da a entender, relata las vivencias del entonces capitán Chalbrand durante la Guerra de la Independencia, desde su movilización en enero de 1808, para incorporarse al ejército del general Dupont, hasta su salida de nuestro país en diciembre de 1813. Son, por lo tanto, cinco años durante los cuales, Chalbrand va a recorrer España "guiado" por los avatares de la guerra. 

Se trata de un recorrido por España de norte a sur y viceversa, en la que Chalbrand, no sólo va a referirse a los acontecimientos históricos ligados a la Guerra de la Independencia como el Tratado de Fontainebleau, la sublevación del 2 de mayo de 1808 o la derrota de Bailén, sino que además describirá costumbres, como los toros, la Semana Santa; personajes como los serenos de Madrid o los guerrilleros; monumentos como El Escorial, El Real Sitio de Aranjuez o la Alhambra e, incluso, dará explicaciones sobre instituciones, como la Inquisición '. Sin embargo, de los Souvenirs ... del capitán Chalbrand, sólo vamos a fijamos en las páginas que hablan de su paso por algunos pueblos de la provincia de Toledo como Ocaña, Tembleque, Madridejos, Consuegra, Novés, Talavera de la Reina y Oropesa, entre los meses de julio y noviembre de 1808. 

Como podremos ver en las páginas que siguen, las circunstancias en la que Chalbrand recorre estas localidades toledanas son bastantes especiales pues, mientras que en algunas lo hace disfrazado para huir del populacho enfurecido contra los franceses, en otras lo hace en calidad de prisionero. En este sentido, su recorrido por tierras toledanas puede ser considerado como una odisea en la que desfilan una serie de personajes de diferentes condiciones sociales que nos ayudarán a comprender de una manera muy directa cómo se vivió la invasión napoleónica. 

Es un relato, al que podemos calificar, siguiendo a Unamuno, de "intrahistórico", en el que se nos mostrará, a veces mediante una fina ironía, que, a pesar del tiempo trascurrido, hay actitudes y hechos que no han cambiado demasiado, y no sólo en lo referente a la guerra y a sus desastres. 

Tras la derrota de Bailén el 19 de julio de 1808, el ejército francés decide replegarse. El general en jefe del Cuerpo de Observación de las Costas del Océano, general Moncey, ordena al capitán Chalbrand que lleve un mensaje al general Musnier, que se encontraba en Ocaña, con la orden de regresar a Madrid con toda su división. «(p. 111)


Salí enseguida (desde Madrid) hacia Ocaña con una escolta de algunos militares del segundo regimiento. Este tipo de misiones se estaban convirtiendo cada vez en más peligrosas; pues los insurgentes atacaban de preferencia a los oficiales que llevaban órdenes o despachos, con la finalidad de interceptar las comunicaciones entre los diversos destacamentos franceses. 

Tuve la suerte de llegar sano y salvo a Ocaña, y de entregar mis mensajes al general Musnier. Éste, después de haberlos leídos, dio rápidamente orden de partir a toda su división. Sin dejarme tiempo para descansar, me hizo partir hacia Tembleque y Madrilejos (sic), con la finalidad de unir los destacamentos que se encontraban en dichas localidades.

 Era tarde cuando llegué a Tembleque, y todavía me quedaban cinco o seis leguas para llegar a Madridejos, pero no me podía detener ni un instante. Después de haber tomado algunos refrigt:rios y haber cambiado de caballos y de escolta, me volví a poner en camino, y llegué a las nueve de la noche a Madridejos. El calor sofocante de la jornada, el cansancio debido a la dureza del camino y un resto de debilidad, a consecuencia de mi enfermedad" me habían abatido de tal manera, que me costó muchísimo bajarme del caballo y (p. 112) subir hasta el apartamento del comandante para darle mis despachos. 

Le rogué que ordenara me dieran un alojamiento donde poder descansar un poco, pues tenía muchí- sima necesidad de ello: "Puede usted, me dijo, disponer de mi cama, pues no me acostaré esta noche; tengo que ocuparme de la partida de la guarnición, y es necesario que mañana antes de la salida del sol todo el mundo esté en camino; así que como no tiene mucho tiempo para descansar, intente aprovecharlo al máximo". 

Le agradecí sinceramente su amable ofrecimiento y usé la cama sin ceremonias. No tardé, como se puede imaginar, en dormirme profundamente. Cuando me desperté ya era de día ... Quise mirar mi reloj; pero se había parado, había olvidado darle cuerda la víspera. Sin embargo podía adivinar por la altura del sol que debían ser cerca de las seis de la mañana. El más profundo silencio reinaba a mi alrededor. .. 

Me acordé de que el co mandante me había dicho la víspera que partiríamos antes de amanecer. ¿Se habría marchado con la guarnición') ¿Me habrían dejado solo? Apenas acababa de hacer estas reflexiones, oí un murmullo lejano que aumentaba por momentos, y que enseguida se convirtió en un ruidoso tumulto, en medio del cual se oían tiros y unos gritos que decían: ¡ Viva el rey Fernando' 

Mezclados con otros más siniestros para mí: "¡Muerte a los franceses! " Salté de mi cama, a pesar de las dolorosas agujetas provocadas por mi cansancio de la víspera, y me acerqué a la ventana. A través de las lá- minas de las persianas vi una muchedumbre de campesinos armados que llenaba la calle, y que corría más que andaba en la dirección que tenían que seguir las tropas francesas al abandonar Madridejos. Algunos iban a caballo, y parecían los jefes de (p. 113) estos soldados improvisados; llevaban como ellos el sombrero redondo a la andaluza, la chaqueta corta de tela marrón; su única distinción era un sable o espada larga antigua, y una bufanda con franjas de plata.

Toda esta multitud avanzaba cantando cantos patrióticos y gritando "hurras" que resucitarían a un muerto. Comprendí todo el horror de mi situación., La villa estaba en poder de los insurgentes, que la habían invadido inmediatamente después de la marcha de los franceses, y no tenía ningún medio de escapar de ellos.

 Probablemente perseguían la cola de la columna, con la esperanza de coger los equipajes y a los rezagados; esto explicaba porqué no entraban en las casas; pues me había dado cuenta de que todas las puertas y ventanas del otro lado de la calle estaban cerradas como las de la casa en la que me encontraba, y que la muchedumbre pasaba sin llamar en ninguna, sin tratar de entrar en ellas, como un torrente que baja entre dos riberas escarpadas. Pero esta carrera debía tener un final; volverían sobre sus pasos, y entrarían en las casas; entonces sería descubierto y probablemente masacrado; pues este tipo de bandas no hacía casi nunca prisioneros; y por otra parte, ¿la suerte reservada a éstos no era peor que la muerte? 

Mientras hacía estas reflexiones, mientras maldecía una y mil veces a aquellos que me habían abandonado, me vestía a toda prisa, cogía mis armas, dispuesto al menos a vender cara mi vida; después salí de mi habitación para recorrer la casa, y buscar una salida que me permitiera alcanzar el campo y, quizás así, a través de los campos, alcanzar al ejército francés. Esta luz de esperanza era bastante débil, y sin embargo bastaba para animarme. Descendí rápidamente a la planta baja: la puerta de una especie de sala de visitas estaba entreabierta, y no pude más que sorprenderme al oír salir de aquella habitación un sonoro ronquido. 

Entré, y vi tendido sobre el suelo a un húsar que dormía como si estuviera acostado en la cama más mullida que se pueda imaginar. A su lado había dos botellas vacías, restos de pan y de jamón, y en medio de esos restos un papel plegado en forma de carta. Lo cogí con prisa, como si un presentimiento me hubiera advertido de que allí se encontraba la explicación del enigma que me atormentaba tan fuertemente. Aquella carta estaba en efecto dirigida a mi persona, y no contenía más que estas líneas escritas con lápiz:

 "Unos correos que acabo de recibir me avisan de que Castaños avanza con todas sus fuerzas sobre Madridejos, donde su vanguardia llegará probablemente mañana al amanecer; su intenci6n es la de asediamos en la villa, ignorando que tengo orden de evacuarla. Para evitar ser cercado y tener libre el camino de Madrid, ha sido necesario ponerse en marcha durante la noche; por 10 tanto he ordenado la partida de toda la guarnición en dos columnas, la primera de las cuales partirá a media noche y la segunda a las dos de la mañana. He encargado al húsar que le entregará esta carta que tenga preparado su caballo, y que le despierte a tiempo para partir con la segunda columna. Le espero esta noche en Ocaña. Hasta la vista". 

El comandante . .. » Ahora todo estaba claro. El desgraciado húsar encargado de despertarme había desayunado, mientras esperaba la hora de la partida, con los restos de la mesa del comandante, y regado esta buena comida con copiosas libaciones del capcioso vino de la Mancha. El pobre diablo, que desde hacía varios días estaba continuamente a caballo (114), que estaba rendido por el cansancio y la necesidad, había sido víctima fácil de los vapores del vino, y sorprendido él también por el sueño; el resto se puede adivinar fácilmente. 

Nos habíamos ido, como se suele hacer en tales casos, lo más silenciosamente posible, y, literalmente, sin tambores ni trompetas. Aunque esas reflexiones se presentaran en mi espíritu, no por ello estaba menos enfadado contra mi dunmiente, que el ruido que había en la calle no había podido despertar. Lo sacudí vivamente, y sólo con mucho esfuerzo conseguí disipar el sueño de plomo que cerraba sus párpados. La dificultad que tuve para despertarlo aumentó mi cólera, y confieso que estaba en un estado de desesperación difícil de explicar, cuando por fin volvió en sí y salió del embotamiento en el que se hallaba sumido. Sorprendido primero por el estupor, estuvo un instante sin responder a los reproches y a las injurias con las que le agobiaba. 

Después, comprendiendo toda la extensión de nuestra desdicha, se precipitó a mis pies gritando con una voz desesperada: "¡Máteme, mi capitán, por favor, máteme, pues lo merezco ... ! ¡Ah! ¡Sobre todo no me deje caer en manos de esos bandoleros, que han cortado en trozos a dos de mis camaradas!". 

Francisco Vicente Calle Calle 
http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/02/files_anales_0043_11.pdf

viernes, 27 de octubre de 2017

Huellas de la Guerra Civil en Toledo (y II)

Vestigios de la Guerra Civil en el entorno de Toledo en 2016

Rastros de trincheras, nidos de ametralladoras o búnkeres de la contienda aún subsisten por la provincia y los alrededores de la ciudad

El 28 de septiembre de 1936 las tropas del general Varela integraban la ciudad de Toledo en «zona nacional» para continuar luego a Madrid cruzando La Sagra, además de rodearla por la orilla derecha del Tajo. Esta última línea, con leves retoques, sería la divisoria natural de los contendientes en el centro peninsular hasta acabar la guerra. A partir de 1937, para dominar tan amplio valle fluvial, ambos bandos aseguraron sus posiciones entre Añover y el entorno de El Puente del Arzobispo. 



En ocasiones, investigadores, estudiosos de la guerra e, incluso, senderistas informan en publicaciones o internet sobre rastros de trincheras, nidos de ametralladora o búnkeres -a veces arruinados, ocultos por la vegetación o colmatados de tierra-, que conforman una parte de la arqueología de la Guerra Civil en la provincia de Toledo.

En los alrededores de la capital, en el otoño de 1936, las posiciones franquistas afianzaron la zona más inmediata al puente de San Martín, mientras que las líneas republicanas dominaban la cresta cigarralera, desde la Bastida hasta el palacio de La Sisla. Más allá de San Servando, legionarios, regulares y el Batallón de Voluntarios de Toledo guarnecían la barriada de la Estación, con puntos de vigilancia en La Guía, Cerro Cortado y Alijares. En el Valle y en las orillas del río quedó un frente, casi parado, que fue aprovechado ocasionalmente para cruzar las líneas o hacer puntuales intercambios -nunca autorizados- de productos entre los combatientes allí situados.

En los primeros meses de 1937 hubo incursiones de la aviación gubernamental sobre la ciudad y hostigamientos desde la orilla izquierda del Tajo. El 7 de mayo, Yagüe, recién habilitado como general de brigada, atacó por sorpresa desde el puente de San Martín hacia el Cerro de los Palos lo que desencadenó una enconada lucha a la que acudiría Enrique Líster con milicias bien entrenadas auxiliadas por blindados. Hasta el día 13 se vivió un continuo cambio de posiciones en toda la zona cigarralera con fuego artillero, acciones aéreas y asaltos a bayoneta calada. 

Aunque las tropas franquistas alcanzaron Argés, el frente quedó establecido desde La Bastida al vértice de Pozuela y La Sisla con varias trincheras entremezcladas entre sí. El objetivo de Yagüe para unir los puentes de San Martín y de Alcántara a través del anfiteatro natural del Valle no pudo lograrse.

 Es más, a finales de agosto, una ofensiva republicana intentaría avanzar desde Las Nieves hacía el arroyo de la Rosa, produciéndose una intensa respuesta de la infantería y la artillería nacional. Poco a poco, las incursiones de ambos bandos irían espaciándose. Aún, en marzo de 1938, habría una fallida irrupción franquista más desde Toledo a la atalaya de Las Nieves que no logró cambiar nada hasta los últimos días de la guerra. Y es que, entonces, el interés estratégico de ambos bandos estaba ya en las campañas de Aragón y Levante.

De aquel secundario Frente Sur del Tajo emergen aún huellas de las defensas republicanas en la Fuente del Moro, en el barrio de Santa María de Benquerencia. La forestación de pinos hecha aquí a finales de los años setenta del siglo pasado y los desmontes obrados en 2002 para crear el actual centro comercial, borraron fortines, depósitos y búnkeres, como los tres que examinamos en 1984 en una cota, ahora truncada, dirigidos visualmente hacia la carretera de Ocaña, la de Azucaica y la ciudad de Toledo. Aún hoy perviven un nido de ametralladora -casi entero-, orientado al sur, restos de otras defensas ya deshechas y pozos de tirador colmatados de tierra.

Pozuela y Cerro de los Palos

En el área de Pozuela y los terrenos que rodean el Cerro de los Palos también retienen huellas de posiciones nacionales y republicanas que, en el caso del Cigarral de Menores, fueron excavadas a partir de 2009 para conocer su estructura, hallándose municiones y efectos varios de los combatientes allí fortificados. El resultado de esta investigación puede consultarse en un artículo firmado por varios autores, con el título «Arqueología de la Guerra Civil en Toledo», en el nº 5 de la revista Archivo Secreto.



Hacia el oeste de la ciudad, a pocos metros de la ermita de la Virgen de la Bastida, entre los pinos, apenas son ya reconocibles las zigzagueantes trincheras desde las que se hostigaba con tiro directo a la Fábrica de Armas. Bajo las laderas de este cerro, por la carretera hacia La Puebla de Montalbán, entre una espesa arboleda, se sitúa el convento cisterciense de Monte Sión, más conocido como San Bernardo, fundado en el siglo XV y repleto de cambios hasta hoy en cuanto a sus moradores, su patrimonio y sus usos. Este histórico lugar, con su legendaria y salutífera fuente de los Jacintos, en el verano de 1936 fue elegido como hospital de sangre para acoger a los heridos del Ejercito Popular. Una vez que los nacionales alejaron en 1937 las líneas republicanas más allá del Cerro de los Palos, todo este tupido paraje, inmediato al río, fue reforzado por ser igualmente una zona propicia para pasarse de una zona a otra.

Desde 1938 San Bernardo se convertiría en un campo de clasificación y concentración de la zona nacional dependiente de la Inspección de Cáceres con algunos batallones de trabajo, siendo parejo a los creados en Talavera de la Reina y otros puntos de la provincia. Para tal fin, antiguas dependencias del caserón principal fueron convertidas en celdas de reclusión, al menos, hasta 1942. Desconocemos si aún hoy perduran las inscripciones (a lapicero y carbón), hechas por los allí internados que aún, en 1976, pudimos ver, en las paredes de aquellas herméticas estancias que contrastaban con la frondosa vegetación, los estanques y los jardines decorados con vistosas cerámicas de temas toledanos hechos por Daniel Zuloaga hacia 1919.

RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

@abc_toledoTOLEDO19/09/2016 14:46h
http://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/disfruta/abci-vestigios-guerra-civil-entorno-toledo-2016-201609191446_noticia.html

jueves, 26 de octubre de 2017

Huellas de la Guerra Civil en Toledo (I)

Con el simple deambular por las calles todavía se advierten cicatrices de aquel bélico verano de 1936 en puertas, puentes y edificios de la ciudad

En el verano de 1936 las armas saltaron al escenario de la vida española para ser empuñadas por un amplio elenco de actores que cambiaron el guion constitucional el sábado 18 de julio.

El teatro ardió de inmediato y la tragedia alcanzó igualmente al resto del respetable que ocupaba toda la sala. Unos salieron milagrosamente indemnes del derrumbe, otros malheridos y muchos trasladados por las asistencias directamente a las fosas o a la cárcel hasta depurar su responsabilidad en el suceso.



Aunque se planificó la reconstrucción física del edificio patrio, aquella desdicha colectiva dejó profundas huellas en el ánimo de todos.

En Toledo, con el Alcázar como epicentro, el estruendo de las armas y la dinamita reinaron a diario entre el 18 de julio y el 29 de septiembre del treinta y seis. El palacio carolino y numerosas casas cercanas quedaron reducidas a escombros, culminando su recuperación casi en 1970.

También, a partir de 1940, se repararon o se transformaron totalmente otros enclaves destrozados ─total o parcialmente─, por el resto de la ciudad. Todavía, ochenta años después, se advierten diversas cicatrices de aquel bélico verano constatables en puertas, puentes y edificios varios de las que extraemos algunas muestras visibles en el simple deambular por las calles.

El martes 21 de julio, el coronel Moscardó afianzó la avanzadilla emplazada en Tavera, al mando del comandante Villalba, a fin de obstruir las fuerzas que enviase el Gobierno para sofocar la sedición, posición que resistió hasta el día siguiente. El 27 de septiembre, el mismo lugar vivió de nuevo el fuego cruzado, pero con los puestos permutados entre sí. Ahora eran las milicias republicanas las que intentaban contener ─sin éxito─, las columnas del general Varela que lograrían «despejar» totalmente el histórico Hospital.

Tras la guerra, en 1950, concluía la rehabilitación del monumento y la plena reedificación de la cubierta piramidal de la capilla. No obstante, hoy perviven impactos de obuses y fusilería en el exterior del ábside y en el cimborrio octogonal, donde, además, en abril de 2016, se retiraron los restos de un artefacto allí existente.

Junto a Tavera, el Colegio de María Cristina, creado en 1897 para huérfanos de la Infantería, quedó destruido en 1936, dando paso su solar, a partir de 1979, a unas viviendas y a un hotel encajado en San Lázaro que borraban así unos paredones hechos jirones desde hacía más de cuarenta años. Sin embargo, en la vecina Plaza de Toros aún se atisban las huellas fusileras del asalto efectuado el 27 de septiembre por legionarios ─llegados desde Bargas por el barrio de San Antón─, para anular una unidad miliciana allí instalada con un pequeño depósito de municiones.

Gracias al testimonio gráfico, es posible observar los efectos que dejó la guerra en la plaza de la Magdalena, cuya reforma concluyó en 1952 con la reconstrucción del templo parroquial. En cambio, el vecino Casino mantuvo en pie su estructura a pesar de recibir una copiosa lluvia de metralla e impactos bien perceptibles en sus fachadas.

No lejos, en las calles de Horno de los Bizcochos y Capuchinos, en 1969, se irían reedificando los solares ocasionados por el cerco del Alcázar, derribándose, en 2003, las últimas casas arruinadas junto a la iglesia de San Miguel. Sin embargo, en el eje Cervantes-Cabestreros, aún hoy, quedan vestigios del historicista edificio de Santiago ─dedicado hasta 1936 para servicios auxiliares de la Academia─, que fue derribado en 1945 para dar paso a nuevos jardines que, asimismo, sucedían al antiguo Picadero.Impactos de fusilería en la fachada y rejas de la Plaza de Toros.

En 1969, desde Zocodover, todavía se avistaba el solar arruinado de la antigua Posada de la Sangre y la destruida manzana asomada a la calle de Cervantes que fue, en el siglo XVIII, la Casa de la Caridad, aplicada desde el XIX a pabellones varios y sede del Gobierno Militar. Aquí, hasta el 18 de septiembre de 1936, estuvo una posición avanzada de los alcazareños ante los cercanos republicanos parapetados en el Hospital de Santa Cruz. Fruto del cruce de disparos son las profusas muescas en las ventanas del hoy Museo y en el muro (quizá) romano de la citada calle. Destaca la concentración que salpica un hueco abierto en el lado derecho de la fachada donde, seguramente, las milicias habrían apostado alguna potente ametralladora.

Los libros de operaciones militares recogen la entrada en el Alcázar de las tropas rescatadoras de Varela el día 27 de septiembre, al anochecer. A media tarde, el teniente coronel Burillo, jefe de fuerzas republicanas, había marchado de Toledo por el puente de San Martín, quedando dentro todavía un grupo encabezado por Líster que luchó hasta el día 28. Al amanecer de esa jornada, legionarios y regulares acababan con focos de combatientes en los alrededores de Zocodover, el Palacio Arzobispal y el colegio de los Maristas. Milicianos apostados en el Seminario, resistirían veinticuatro horas más, coincidiendo con la llegada de Franco al Alcázar la mañana del martes 29.

El mismo día 28, desde la madrugada, civiles comprometidos, milicianos y fuerzas republicanas habían buscado las únicas salidas cruzando el Tajo y el puente de San Martín tras abandonar Correos, la Diputación y el Nuncio. En la puerta del Cambrón los legionarios abatieron a los últimos combatientes allí encastillados, quedando en precario la verticalidad de uno de los torreones por los efectos del incendio provocado. Años después, aquí se hizo una urgente reparación, predecesora de otras rehabilitaciones posteriores. En 2016, permanecen visibles las muescas de los postreros disparos que cerraban los primeros setenta días de lucha en las calles de Toledo, aunque todavía quedaban por delante dos años y medio de una guerra incivil que dejaría infinitas cicatrices en las vidas de cualquier superviviente.

POR RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN
@abc_toledoTOLEDO04/09/2016 20:05h
http://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/ciudad/abci-algunas-huellas-guerra-civil-toledo-201609042005_noticia.html

martes, 24 de octubre de 2017

Diario de un jubilado en Nueva York: Santo Tomé, un barrio sin fronteras

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Un barrio con personalidad propia es un microcosmos. No sólo por los negocios y establecimientos que le dan carácter y personalidad, o porque conserve una iglesia con uno de los cuadros más famosos de la pintura universal. 

El barrio de Santo Tomé era un ejemplo de convivencia entre vecinos de diversas ideologías políticas, religiosas, culturales y sociales, sobre todo teniendo en cuenta las heridas y perjuicios de una no tan lejana guerra civil. Regreso a los cincuenta.

La mujer de un destacado comunista compraba en la tienda de ultramarinos de un policía armado, la madre de un cura vestía con ropas de los vecinos al Judas que sería quemado al atardecer, el devoto militar se engalanaba, al llegar el 18 de julio, con medallas, sable y guante blanco y se paseaba por el barrio, camino del Gobierno Militar a dar la cabezada, mientras un niño lo veía pasar, el exaltado falangista dialogaba con un joven anarquista, el barbero, poco amigo de curas, le hacía la tonsura al párroco, el santo director de un colegio prestaba unos preciosos jarrones a la parroquia, para el monumento del Jueves Santo, el librero vendía novelas de un escritor republicano junto con tebeos de El guerrero del antifaz, y el ilustre médico y escritor republicano asistía a misa de doce al cobijo de «El entierro del Conde de Orgaz». 

Era como un retablo cívico y ejemplarizante de un barrio en el que todos se conocían y se respetaban.

El barrio tenía su Corpus Christi que los vecinos llamaban «El Dios chico», lo que enfurecía al párroco. Las campanas de la parroquia tocaban a misa y a muerto. Uno recuerda, sentado en el balcón de su casa, ver al famoso doctor, en las soleadas mañanas de un mayo refulgente, hablando a la salida de misa con un ilustre escultor que había vuelto del exilio y que se quedó a morir en Toledo, atendiendo a algún poeta que le solicitaba un prólogo para un libro de poesías a su madre, o cambiando recuerdos con un maestro carpintero que ayudó a cubrir de colchones el cuadro del Greco para protegerlo de los bombardeos.



«Aún nos queda, a los viejos del lugar, la farmacia, la iglesia, la sombra de la torre, el olor a aceite hirviendo de la churrería..»

En junio volvían las golondrinas, los vencejos y las ruidosas tormentas de verano y aparecían en la calle los puestos de sandías y melones. A veces venían titiriteros con una mona y un tambor, o charlatanes vendiendo ungüentos milagrosos, y de vez en cuando aparecía, como una tormenta, una mística, que al niño le llenaba de terror, una mujer que se había hecho monja y creado su propia orden, que se arrodillaba, pidiendo perdón por los pecadores delante del Cristo que preside el barrio desde los muros de la iglesia. El viento movía la melena del Cristo, regalo de una vecina devota que prometió cortarse la cabellera si su marido volvía vivo de la guerra, y el niño se imaginaba un milagro.
Pero vinieron los primeros turistas y en la fachada de una casa que había enfrente de la Iglesia, donde vivía una familia numerosa, pusieron un indicador en cuatro idiomas con una flecha en rojo, que orientaba por donde se iba a la Casa y Museo del Greco y que uno de los niños de la casa se aprendió de memoria, sin saber cómo se pronunciarían, ignorante de que más tarde echaría de menos la «house» y el «museum».

La calle se llenó de Seiscientos y la alpargatera y la estanquera y la del puesto de pipas y la de la tienda de hilos se murieron. Pusieron un nuevo alumbrado y asfaltaron la calle. El librero y el pescadero y la taberna de los boquerones famosos y la churrería cambiaron de negocio y aparecieron espadas, ceniceros con la estrella de David, pulseras y falsos guerreros, cerámicas hechas en serie y hasta las monjitas de San Antonio, en otro tiempo de clausura y misteriosas, abrieron sus puertas e inventaron unas galletas franciscanas. Entonces el barrio dejó de ser un lugar seguro, un paraíso, para ser un garaje, un continuo pase de modelos de turistas con minifaldas y sin sostén y es que el futuro estaba llegando.

Aún nos queda, a los viejos del lugar, la farmacia, la iglesia, la sombra de la torre, el olor a aceite hirviendo de la churrería, el chillido de los vencejos acordonando al verano, el olor a incienso y el olor a almendra dulce, azúcar santa, harina artesanal de la confitería, un recinto que permanece en el recuerdo de un niño que iba los domingos a comprar una docena de pasteles «con dos cafeteros» para su madre.

POR HILARIO BARRERO

17/10/2017 21:45hActualizado:17/10/2017 21:47h
http://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/centenario-quijote/abci-diario-jubilado-nueva-york-38-santo-tome-barrio-sin-fronteras-y-201710172145_noticia.html


lunes, 23 de octubre de 2017

Molinos del rio Pusa y afluentes

Molino de Bodegas en el río Pusa

Alrededor del curso del río que le da nombre se formó el señorío de Valdepusa, ejemplo ilustrativo de la evolución histórica de la repoblación molinera tras la reconquista. 

Las primeras alusiones que aparecen corresponden a los molinos de Corralejo, sobre el Tajo y cerca de Malpica, eran propios del señor y cercanos a su castillo feudal1

El poblamiento medieval va ascendiendo por el río Pusa y en los deslindes con Talavera en el siglo XV aparece un molino del Andariego, topónimo que todavía hoy existe cerca de Santa Ana de Pusa. 



Ruinas de otro molino en el Pusa

El feudal construye varios artificios sobre el Pusa que aparecen en las relaciones de 1578. 

En verano se secaba el río y los vecinos debían acudir a moler al Tajo, a los molinos del señor y a otros que son particulares, lo que ya nos indica cierta liberalización de este sector económico.

Cubo de ladrillo y mampostería de uno de los molinos del Pusa

Si consultamos el Catastro de Ensenada del siglo XVIII, vemos que en San Martín de Pusa sigue moliendo el artificio que el señor tenía en el Pusa, pero en Navalmoral de Pusa, una capellanía es dueña de cinco molinos asentados algunos de ellos en las orillas del arroyo Navajata, mientras que el lugar de Santa Ana contaba ya en su término con dos molinos.Canal elevado casi megalítico en un molino del arroyo Navajata

Subiendo el río se encontraba Navalucillos de Talavera, pueblo que pertenecía históricamente a La Jara aunque el Pusa pasa también por su término. Este pueblo se servía de cinco molinos en el Pusa, uno de ellos patrimonio de una cofradía.

Mediado el siglo XIX, hay dos molinos en San Martín, “algunos” en Santa Ana, seis en Navalmoral de Pusa y cuatro en Navalucillos.Molino sobre el Pusa

De todos los ejemplares del río Pusa enumerados anteriormente quedan restos en la actualidad de once artificios con su sistema receptor repartido a partes iguales entre las rampas y los cubos, aunque algunos de estos tienen el suelo tan inclinado que podríamos considerarlos como receptores de cubo-rampa.

En dos casos, (Pu 6) y (Pu 10) (Foto 53 y 54), el ingenio movilizaba dos piedras. 

Tienen plantas de tipo medio con varias dependencias anejas entre las que se incluye en tres de ellos la presencia de un horno de pan y una habitación con funciones exclusivamente de tahona.Molino de Malpasillo en Santa Ana de Pusa

Se sitúan los molinos de Pusa a lo largo de todo el trayecto ribereño desde la zona serrana de Navalucillos hasta el puente cercano a San Martín, donde se encuentra el último reconocible (Pu11) que tiene un gran azud y conserva todavía el edificio, aunque ya no es perceptible el sistema receptor por haberse adaptado a motor en sus últimos años de funcionamiento, aunque mantiene el resto de la maquinaria.

El noveno ejemplar se adaptó a una turbina que también producía luz para Santa Ana y Retamoso y probablemente también molió con motor ya que conserva el depósito de refrigeración (Pu 9).Molino en el arroyo Navajata de San Martín de Pusa

En el afluente del Pusa llamado arroyo Navajata, en el tramo que ahora se conoce como arroyo de Los Navalmorales, molieron tres molinillos, el primero tenía una rampa y un cubo anejo como receptores ( Na 1) y es el último de los tres que dejó de moler. 

El segundo (Na 2) conduce el agua, por un canal construido con bloques de piedra de grandes proporciones elevados sobre pilares, hasta un receptor de rampa construido con excelente sillería. 

Tiene una balsa de almacenamiento que servía además a un canal de riego. El tercer molino también era dinamizado por una rampa de buena sillería.

Al pasar por San Martín toma este arroyo el nombre del pueblo. A la salida del casco urbano se pueden todavía ver, aunque muy modificados por actividades ganaderas, los restos del llamado Molinillo con el que acabamos nuestro recorrido por los molinos de 
La Jara y Valdepusa (Sm 1)3.

1PALOMEQUE TORRES, A. : Opus cit.
2SUÁREZ ÁLVAREZ, Mº.J.: Opus cit.p. 87.

3VIÑAS,C. y PAZ, R.: Opus cit.JIMÉNEZ DE GREGORIO, F.: Opus. cit. Los Pueblos de … PORRES,J. y OTROS Opus cit. MADOZ, P. Opus cit. Ver los epígrafes respectivos a “San Martín de Pusa”, “Santa Ana de Pusa”, “Navalmoral de Pusa” y “Navalucillos de Talavera”.

http://lamejortierradecastilla.com/molinos-del-pusa-y-afluentes/


domingo, 22 de octubre de 2017

Los Cirigüelos, El Real de San Vicente

Estamos a pocos días de llegar a uno de los grandes festejos ancestrales del año, el antiguo Samaín, el inicio de las tinieblas o del largo invierno en los tiempos primigenios de este festejo. Para nosotros, en la actualidad, es el momento que marca la mitad del otoño. 

Pero hoy no vamos a hablar del cercano momento en el que dicen que el mundo de los vivos y el de los muertos se entrecruzan de una manera más fluida o sencilla; hoy, nos acercaremos a ese momento, aún no muy cercano, en el que se concentran multitud de mascaradas, antecedentes o "primos hermanos" de las fiestas de carnaval que conocemos, que es el momento de mitad de invierno o antiguo Imbolc. 



En El Real de San Vicente, población de la comarca de Sierra de San Vicente, comarca que igualmente pocas fechas atrás visitamos en el blog, se celebran Los Cirigüelos, festejo que coincide con San Sebastián, unos días antes de las celebraciones de la Candelaria o de San Blas, que igualmente son una clara cristianización de estos antiguos festejos invernales.

En Los Cirigüelos aparecen tres tipos de personajes: los propios Cirigüelos que, con cencerros en su espalda, pretenden, como ocurre con el resto de cencerradas, despertar a la aletargada Naturaleza; La Hilandera, que pese al nombre del festejo, es el personaje principal, a la que lujuriosamente persiguen Los Cirigüelos; y La Maravaca, que es el personaje que nos queda, y que no es otra cosa que el oscuro invierno que se resiste a la fecundidad que ha de venir con la ansiada Primavera, defendiendo a La Hilandera de Los Cirigüelos.

El Real de San Vicente. Detrás la Montaña La Cabeza del Oso - Foto: senderosesotericos.wordpress.com

Esperamos poder visitar este pueblo, de bello entorno, en plena Sierra de San Vicente, en la que algunos dicen se hallaba el Monte de Venusde Viriato, y conocer el festejo de Los Cirigüelos. La estampa del El Real de San Vicente, en las faldas de la montaña conocida como La Cabeza del Oso, es espectacular. Volveremos a esta montaña, pues esconde una curiosa evidencia.

Los Cirigüelos - Foto: asociacionelpielago.blogspot.com
Fuente: asociacionelpielago.blogspot.com

El personaje central es la Hilandera, una mujer casada de ver mu buen ver, a las que los Cirigüelos, jóvenes vestidos con pantalón negro, camisa blanca, cencerros en la espalda y varios pañuelos en la cabeza, tratan de levantar la falda. La defiende la Maravaca, y en su defensa trata de quitar los pañuelos de la cabeza con una especie de tenedor de dos dientes. Según la tradición, al joven que descubriera la cabeza, le quitara el pañuelo, tenía que pagar una arroba de vino. Por ese motivo los Cirigüelos llevan cuatro o más pañuelos cubriendo su cabeza. Al final, cansados de que La Maravaca les quite el pañuelo, los jóvenes cogen a éste y le bañan en vino. Esto último sólo se simuló.

Los actores dieron la vuelta por todo el pueblo haciendo sonar los cencerros: el Barrio Bajo, Llanillo, Barrio Nuevo, Cotanillo de los Barberos, la calle de Los Caños, del Arroyo, por el centro m édico hasta llegar a la Plaza. Los participantes Fueron ocho: La Hilandera, La Maravaca, y seis Ciriguelos. Aunque más estos últimos podian haber sido más.

En la Plaza Después de la representación el Ayuntamiento obsequio a todo el mundo, un refresco o un vino y frutos secos. Tanto en la Plaza como en el Barrio Nuevo, donde tambien se hizo la representación, se dijeron los dichos populares, en forma de romance, ocurridos a los propios jubilados en uno de sus viajes. 

Son bonitas estas tradiciones y entre todos tenemos que conseguir que no se pierdan, para lo cual se necesita la participacion de la gente y cuanta más mejor. Por eso estas celebraciones, en nuestra humilde opinión, se deben hacer los días que hay más personas en el pueblo.

PUBLICADO POR ARGANTONIOS EN 15:30
http://iberiamagica.blogspot.com.es/2017/10/los-ciriguelos-el-real-de-san-vicente.html


sábado, 21 de octubre de 2017

En el Monte de Sotillo: Excursión de Casillas al Borbillón

CONOCIENDO EL MONTE DE SOTILLO


Ramaje de un pino autóctono de Gredos ((Pinus sylvestris)



Podemos conocer el monte de Sotillo haciendo una excursión, ya sea andando o en todoterreno. Con ese objetivo ascenderemos por la carretera que nos lleva a Casillas, para desde allí subir por la piscina y el prado de Las Eras hasta el llamado collado de la Casa.Ermita del Prado de las Eras, paraje al comienzo de nuestro recorrido

En este lugar, acondicionado como zona recreativa, encontraremos un camino que se dirige hacia el oeste, hasta el paraje conocido como El Borbollón, en el que se ha restaurado el edificio de una antigua majada para albergar un aula de interpretación de la vegetación de la zona, con una breve ruta botánica a través de la que conoceremos las especies vegetales más frecuentes, en un paisaje de pinares solitarios con magníficas vistas.

En la ruta algunos paneles describen el proceso de recogida de la resina de los pinos resineros

El camino desciende luego tomando dirección este, para volver hacia Casillas pasando por la garganta de Majalobos, la más vinculada a Sotillo, que en esta parte más alta discurre por castañares y prados. 

Podemos después bajar hacia Sotillo por la misma carretera por la que subimos a Casillas al comenzar nuestra ruta.Vistas desde la ruta del Borbollón

Poco antes de llegar al pueblo, vemos un puente sobre el que habría discurrido la vía del tren trazada para unir Madrid con Arenas de San Pedro. 

Poco después de pasarlo, podremos tomar a la derecha una pista que nos vuelve a llevar a la garganta de Majalobos, donde se encuentran entre bosques las dos pequeñas y pintorescas presas de abastecimiento de Sotillo.Uno de los magníficos pinos autóctonos(Pinus sylvestris) que podemos contemplar en el camino

Al sur del pueblo hay otra ruta botánica en torno al monte de La Pinosa, una pequeña elevación cubierta de un hermoso pinar.

Recorrido aproximado 11 kilómetros, 3 horas.Una de las presas de la garganta Majalobos

Puente de la línea férrea que habría unido Madrid con Arenas de San Pedro, pero que no se finalizó

http://lamejortierradecastilla.com/conociendo-el-monte-de-sotillo-excursion-de-casillas-al-borbollon/


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