Su importancia en la acción novelesca Cuando Cervantes escribió sus Novelas ejemplares era consciente de que el género que abordaba (y que, como él mismo nos dice, no había sido antes practicado en lengua castellana) debía tener como marco geográfico la ciudad.
Las acciones de una novella a la manera italiana ponen sobre el papel las relaciones humanas en un entorno predominantemente urbano, que las acerca más a la realidad, frente a los ambientes bucólicos de la novela pastoril o al mundo maravilloso y fantástico de los libros de caballerías. no en vano el género que introducía nuestro autor pasó a ser denominado por la crítica (aunque no sin ciertas reticencias de algunos sectores) 'novela cortesana' -', en clara alusión al predominio de la corte como marco geográfico, y por extensión, a la presencia de las ciudades en ese papel.
De esta forma, encontramos el entorno urbano como elemento estructural casi imprescindible no solo en Cervantes, sino en todos aquellos que, a imitación suya, cultivaron la novella en el siglo XVII.
Es el caso de María de Zayas, Castillo Solórzano, Alcalá y Herrera o Mariana de Carvajal, por citar solo unos nombres. Pero no estamos aquí teorizando sobre la novela corta; nuestro fin es enmarcar La ilustre fregona en la ciudad elegida en este caso por Cervantes: Toledo.
Era Toledo, a la sazón, una de las más populosas urbes castellanas, corte hasta la mitad del XVI y dotada, como hoy, del atractivo histórico-artístico que ya ponderara Garcilaso y, por supuesto, el mismo Cervantes. Todo ello favorece un movimiento humano considerable y una mezcla de tipos urbanos sumamente atractiva para los escritores y los artistas. Toledo es lugar de paso o de permanencia para muchos de los personajes de la literatura de los Siglos de Oro (ahí están, como ejemplos mínimos en la inmensa bibliografía toledana, Lázaro de Tormes, Guzmán de Alfarache o Elena, en La hija de Celestina de Salas Barbadillo).
Pero también es lugar de referencia obligada; rara es la obra. escrita hasta finales del XVII en la que no aparezca al menos una mención a la ciudad del Tajo. Y Cervantes no es tampoco la excepción a esta regla; la presencia de Toledo en la obra del alcalaíno ha sido objeto de diversos estudios y aún puede dar mucho de sí en este sentido.
En La ilustre fregona, nuestro autor sitúa la acción en Toledo y nos ofrece la visión que él mismo quiere darnos en ese momento de esta ciudad. Como iremos analizando a continuación, no es aquí la heroica y monumental Ciudad Imperial la que interesa a Cervantes; estamos más cerca del movimiento de gentes, de la caracterización de éstas y de un Toledo a la vez descendente y ascendente centrado en las cercanías del río Tajo por la parte del nordeste.
Así pues, dos son los aspectos que dominan en la ciudad que aloja a la bella Costanza: el trasiego de gentes y la fusión de una humanidad variopinta con los habitantes estables de Toledo, por un lado; por otro, la ciudad vergel, aposentada sobre las riberas del Tajo, cuyas aguas son una de las bases de la vida y a cuyo amparo florece la vegetación casi inimaginable de la Huerta del Rey.
Las acciones de una novella a la manera italiana ponen sobre el papel las relaciones humanas en un entorno predominantemente urbano, que las acerca más a la realidad, frente a los ambientes bucólicos de la novela pastoril o al mundo maravilloso y fantástico de los libros de caballerías. no en vano el género que introducía nuestro autor pasó a ser denominado por la crítica (aunque no sin ciertas reticencias de algunos sectores) 'novela cortesana' -', en clara alusión al predominio de la corte como marco geográfico, y por extensión, a la presencia de las ciudades en ese papel.
De esta forma, encontramos el entorno urbano como elemento estructural casi imprescindible no solo en Cervantes, sino en todos aquellos que, a imitación suya, cultivaron la novella en el siglo XVII.
Es el caso de María de Zayas, Castillo Solórzano, Alcalá y Herrera o Mariana de Carvajal, por citar solo unos nombres. Pero no estamos aquí teorizando sobre la novela corta; nuestro fin es enmarcar La ilustre fregona en la ciudad elegida en este caso por Cervantes: Toledo.
Era Toledo, a la sazón, una de las más populosas urbes castellanas, corte hasta la mitad del XVI y dotada, como hoy, del atractivo histórico-artístico que ya ponderara Garcilaso y, por supuesto, el mismo Cervantes. Todo ello favorece un movimiento humano considerable y una mezcla de tipos urbanos sumamente atractiva para los escritores y los artistas. Toledo es lugar de paso o de permanencia para muchos de los personajes de la literatura de los Siglos de Oro (ahí están, como ejemplos mínimos en la inmensa bibliografía toledana, Lázaro de Tormes, Guzmán de Alfarache o Elena, en La hija de Celestina de Salas Barbadillo).
Pero también es lugar de referencia obligada; rara es la obra. escrita hasta finales del XVII en la que no aparezca al menos una mención a la ciudad del Tajo. Y Cervantes no es tampoco la excepción a esta regla; la presencia de Toledo en la obra del alcalaíno ha sido objeto de diversos estudios y aún puede dar mucho de sí en este sentido.
En La ilustre fregona, nuestro autor sitúa la acción en Toledo y nos ofrece la visión que él mismo quiere darnos en ese momento de esta ciudad. Como iremos analizando a continuación, no es aquí la heroica y monumental Ciudad Imperial la que interesa a Cervantes; estamos más cerca del movimiento de gentes, de la caracterización de éstas y de un Toledo a la vez descendente y ascendente centrado en las cercanías del río Tajo por la parte del nordeste.
Así pues, dos son los aspectos que dominan en la ciudad que aloja a la bella Costanza: el trasiego de gentes y la fusión de una humanidad variopinta con los habitantes estables de Toledo, por un lado; por otro, la ciudad vergel, aposentada sobre las riberas del Tajo, cuyas aguas son una de las bases de la vida y a cuyo amparo florece la vegetación casi inimaginable de la Huerta del Rey.
La ciudad de "La ilustre fregona"
La ciudad que vio Cervantes difiere bastante de la que se puede contemplar
hoy, al menos en el aspecto urbanístico. No cabe duda de que en
el plano monumental, la base de lo que ahora se conserva estaba ya a finales del XVI. Lo mismo podríamos decir de la red viaria; sin embargo,
Toledo ha modificado su estructura, sobre todo en las zonas que se encuentran
extramuros.
El Toledo de Cervantes se concentra tras las murallas cuando es el hervidero humano que interesa al novelista, y sale al exterior para mostrarnos parajes campestres o zonas ajardinadas al amor del Tajo, donde Lope Asturiano protagoniza el gracioso episodio de la cola del asno.
Pero, ¿cómo fue la ciudad que conoció Costanza y por cuyas plazas y calles se movieron Carriazo y Avendaño? Se podría aventurar que la imagen de Toledo de La ilustre fregonu pudo ser -casi exacta- la que nos ofrece El Greco en su famoso cuadro Vista y plano de Toledo. El plano (que reproduzco al final del trabajo), tal vez trazado por Jorge Manuel Theotocópuli, el hijo del pintor, es datable, según Julio Porres, entre 1606 y 1614 ".
Este intervalo de años bien pudo ver pasear por la Ciudad Imperial al autor del Quijote, el cual era ya conocedor de esta. Además, las fechas no son nada alejadas de las de la posible composición de La ilustre fregona. En definitiva, si el Toledo de Cervantes no fue el mismo que el de El Greco, poco debió de diferenciarse. Antes de analizar la visión de la ciudad que nos da nuestro autor, conviene anotar los topónimos sobre los que se apoya, localizables en el citado plano de El Greco. En primer lugar recojo los nombres relacionados con ambientes de la picaresca y la jacarandina (qu~ luego serán analizados). Así, se citan las Ventillas de Toledo, Zocodover y el mismo Mesón del Sevillano. En el plano espiritual son notables las menciones del Sagrario (en la catedral) y del Monasterio de Nuestra Señora del Carmen.
Y en lo que respecta a los lugares de solaz y esparcimiento, Cervantes se refiere a las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega. También cita el Artificio de Juanelo, la cárcel y la puerta de Alcántara. Y la acción de la novela se desarrolla, espacialmente, entre la cuesta del Carmen (hoy de Cervantes) y el río Tajo, básicamente.
Este fugaz repaso nos hace ver, a las claras, que a Cervantes no le interesa (al menos en esta ocasión) ponderar las grandezas artísticas de Toledo, ya que elude hablar de ellas. Cuando Avendaño decide quedarse en Toledo para cortejar a la hermosa Costanza, le confiesa a Carriazo que quiere "ver lo que dicen que hay famoso en ella, como es el Sagrario, el Artificio de Juanelo, las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega"'.
A nadie se le escapa que en esta relación predominan los parajes naturales, frente a lo que realmente "hay famoso" en Toledo. Cervantes, aparte de seleccionar los sectores que le interesan de la ciudad, demuestra conocerla muy bien, pues no se limita a citar los lugares más conocidos (catedral, puerta de Bisagra, alcázar, San Juan de los Reyes ... ), sino que hace referencia a espacios de recreación, sin duda transitados por él en sus viajes a Toledo.
Es una ciudad más íntima, más particular, alejada un tanto de la que conocerían los viajeros y de la que hoy conocen propios y extraños. A ello contribuye también el hecho de que algunos de estos lugares ya no existen, como es el caso de las Vistillas de San Agustín o la Vega. En resumen, Cervantes nos ofrece dos visiones de Toledo: la de la ciudad habitada por gentes de diversa índole (desde el clero a los pícaros), y la de la ciudad sosegada, abrazada por el río, que se recrea en la amenidad de los prados y en la solana invernal de los paseos.
El Toledo de Cervantes se concentra tras las murallas cuando es el hervidero humano que interesa al novelista, y sale al exterior para mostrarnos parajes campestres o zonas ajardinadas al amor del Tajo, donde Lope Asturiano protagoniza el gracioso episodio de la cola del asno.
Pero, ¿cómo fue la ciudad que conoció Costanza y por cuyas plazas y calles se movieron Carriazo y Avendaño? Se podría aventurar que la imagen de Toledo de La ilustre fregonu pudo ser -casi exacta- la que nos ofrece El Greco en su famoso cuadro Vista y plano de Toledo. El plano (que reproduzco al final del trabajo), tal vez trazado por Jorge Manuel Theotocópuli, el hijo del pintor, es datable, según Julio Porres, entre 1606 y 1614 ".
Este intervalo de años bien pudo ver pasear por la Ciudad Imperial al autor del Quijote, el cual era ya conocedor de esta. Además, las fechas no son nada alejadas de las de la posible composición de La ilustre fregona. En definitiva, si el Toledo de Cervantes no fue el mismo que el de El Greco, poco debió de diferenciarse. Antes de analizar la visión de la ciudad que nos da nuestro autor, conviene anotar los topónimos sobre los que se apoya, localizables en el citado plano de El Greco. En primer lugar recojo los nombres relacionados con ambientes de la picaresca y la jacarandina (qu~ luego serán analizados). Así, se citan las Ventillas de Toledo, Zocodover y el mismo Mesón del Sevillano. En el plano espiritual son notables las menciones del Sagrario (en la catedral) y del Monasterio de Nuestra Señora del Carmen.
Y en lo que respecta a los lugares de solaz y esparcimiento, Cervantes se refiere a las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega. También cita el Artificio de Juanelo, la cárcel y la puerta de Alcántara. Y la acción de la novela se desarrolla, espacialmente, entre la cuesta del Carmen (hoy de Cervantes) y el río Tajo, básicamente.
Este fugaz repaso nos hace ver, a las claras, que a Cervantes no le interesa (al menos en esta ocasión) ponderar las grandezas artísticas de Toledo, ya que elude hablar de ellas. Cuando Avendaño decide quedarse en Toledo para cortejar a la hermosa Costanza, le confiesa a Carriazo que quiere "ver lo que dicen que hay famoso en ella, como es el Sagrario, el Artificio de Juanelo, las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega"'.
A nadie se le escapa que en esta relación predominan los parajes naturales, frente a lo que realmente "hay famoso" en Toledo. Cervantes, aparte de seleccionar los sectores que le interesan de la ciudad, demuestra conocerla muy bien, pues no se limita a citar los lugares más conocidos (catedral, puerta de Bisagra, alcázar, San Juan de los Reyes ... ), sino que hace referencia a espacios de recreación, sin duda transitados por él en sus viajes a Toledo.
Es una ciudad más íntima, más particular, alejada un tanto de la que conocerían los viajeros y de la que hoy conocen propios y extraños. A ello contribuye también el hecho de que algunos de estos lugares ya no existen, como es el caso de las Vistillas de San Agustín o la Vega. En resumen, Cervantes nos ofrece dos visiones de Toledo: la de la ciudad habitada por gentes de diversa índole (desde el clero a los pícaros), y la de la ciudad sosegada, abrazada por el río, que se recrea en la amenidad de los prados y en la solana invernal de los paseos.
Una ciudad y un río: el Tajo y su entorno como elementos
básicos de la trama
Las riberas del Tajo, gloriosamente cantadas por Garcilaso de la
Vega, debieron de ser en los Siglos de Oro lugar placentero que convidara,
con su amenidad, al recreo y al solaz de los sentidos. El enorme atractivo
que estos parajes han ejercido sobre poetas y artistas está documentado
por doquier, y habla por sí solo.
Nosotros vamos aquí a analizar la importancia del entorno del Tajo en La ilustre fregona, donde se presenta como contrapunto a la vida apresurada de la ciudad colgada en lo alto del monte. Las escenas del río forman parte de una suerte de acción paralela, protagonizada por Lope Asturiano, frente a la trama central basada en Costanza y en el amor que por ella siente Avendaño.
Dos perspectivas se nos antojan válidas para el acercamiento al trato que Cervantes da a los alrededores del río Tajo: la primera por la vía de la cita de lugares y topónimos; la segunda en cuanto a esa acción secundaria que arriba he anotado. En cuanto a los espacios citados en la novela, los encontramos, sobre todo, en la relación hecha por Avendaño cuando, tras ver a la bella Costanza, decide quedarse en Toledo.
No es malo recordar los que nos interesan ahora plenamente. Se trata del Artificio de Juanelo, las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega. Todos estos topónimos responden a realidades visibles en época de Cervantes, todas ligadas al río Tajo, y de las que hoy, mayormente, solo queda el recuerdo (en algún caso, ni eso siquiera). Salvo la Huerta del Rey (de la que, además, hablaremos más adelante), los otros lugares se han modificado considerablemente. Repasémoslos. E
l Artificio de Juanelo fue, como es sabido, un ingenio hidráulico proyectado por el ingeniero cremonés Juanelo Turriano, con el que se subía agua del Tajo al monte en el que está emplazada la ciudad, por un sistema de cazos basculantes y de poleas que facilitaban el ascenso del lí- quido a través de un acueducto.
Apenas quedan hoy restos del citado artificio, que debió de ser famoso en su tiempq y que tenemos perfectamente localizado y señalado en el plano de El Greco J'. Tanto las Vistillas de San Agustín como la Vega fueron lugares de esparcimiento en tiempo de Cervantes. El primero de ellos era un paseo situado hacia el suroeste de la ciudad, que dominaba el río desde su elevada posición, a espaldas de un convento de agustinos al que debía el nombre.
La Vega era una amplia extensión, al noroeste, situada extramuros, "donde la gente por la mayor parte se recrea, por ser la más fácil salida por la puerta de Visagra y del Cambrón, casi junto a los muros de la ciudad, en la cual demás de los huertos y a~udas que tienen, que adelante se dirá, tiene un circuito antiquísimo con una puerta de argamasa y un ancho teatro, arruinado y volcado ... "".
Lugar, pues, de recreación, con los restos del esplendoroso pasado, visibles en las ruinas del circo romano. En la parte opuesta de este prado deleitable (que se extendía hasta el río y que hoy está ocupado por modernas barriadas consecuencia del crecimiento de Toledo), se sitúa la Huerta del Rey, en la que transcurre parte de la acción de los aguadores de la novela.
Pasamos así de la simple cita al relato de las andanzas de Carriazo, convertido en el aguador Lope Asturiano, quien compra allí su asno a un "corredor" que lo tenía "aquí cerca, en un prado" en la Huerta del Rey, "donde a la sombra de una azuda hallaron muchos aguadores";'. Covarrubias define la azuda como "una rueda por estremo grande con que se saca agua de los ríos caudalosos para regar las huertas. Destas máquinas ay muchas en la ribera de Tajo, cerca de Toledo".
Es pues un paisaje típicamente toledano aquel en el que Carriazo encuentra su asno y ejerce luego su trabajo. Hoy no quedan azudas ni en la Vega ni en la Huerta del Rey, pero sí se conserva este último paraje, considerado por el tratante de ganados como cercano al mercado de las bestias, lo que une más aún la ciudad con su fuente de vida; el Tajo.
Por otra parte, los aguadores son el nexo de unión entre la civilización y la agreste campiña, y a la vez forman parte destacada de la jacarandina toledana, que arriba hemos analizado, como se demuestra con sus peleas y su afición por el juego de los naipes. Dos veces se producen pendencias entre los azacanes, en las que el Asturiano da con sus huesos en la cárcel (aunque en la segunda ocasión se libra del calabozo en el último momento).
Las dos (no nos referimos aquí a la pendencia de la cola) se sitúan en la prolongada pendiente que desde la Sangre de Cristo (en Zocodover) baja por la cuesta del Carmen y desemboca en el puente de Alcántara, bordeando el ábside del desaparecido monasterio de los carmelitas.
Es un camino ascendente y descendente, que lleva a Carriazo desde la relativa tranquilidad de la Posada del Sevillano, a la confusión producida en las cercanías del río, tras el descenso. Allí abajo tienen lugar todas las disputas de nuestro aguador Con sus colegas de oficio: una en la Huerta del Rey (cuando la cola del asno), las otras dos en la parte baja de la ciudad, al final de la cuesta o en la puerta de Alcántara.
El descenso parece conducir a un mundo sin ley, mientras que el ascenso lleva a los brazos de la justicia: "subieron las voces de boca en boca por la cuesta arriba, y en la plaza del Carmen dieron en los oídos de un alguacil..."". Con el nombre de plaza del Carmen no recoge Julio Porres ningún espacio urbano, pero cabe pensar que Cervantes llamó así al ensanchamiento final de la calle del mismo nombre, tal vez dejando atrás el ábside del convento del Carmen, a la vista del puente de madera que sustentaba el Artificio de Juanelo en su ascenso hacia el alcázar".
Allí hemos de suponer la presencia del alguacil a cuyos oídos llegó la noticia de la disputa del Asturiano con otro aguador, que motivó la prisión del protagonista. La cárcel toledana se ubicaba entonces en la actual calle de Alfonso XI!, a la entrada de ésta desde la plaza del Padre Juan de Mariana. La conducción de Lope Asturiano a la prisión supone, a su vez, la cita del lugar más adentrado en el laberinto de todos cuantos menciona Cervantes.
Estamos viendo cómo, aparte de Zocodover y sus aledaños, la acción de la novela se desarrolla, básicamente, en las riberas del Tajo, por lo que el camino desde aquí a la cárcel marcaria un recorrido ascendente prolongado, además de una posibilidad para el protagonista de conocer los recovecos de la ciudad. Se proyecta, poco a poco, una imagen de la cotidianidad toledana, en la que el movimiento de gentes se confunde con la presencia de pícaros, el ir y venir de los aguadores, la actuación de la justicia y la llegada de viajeros atraí- dos por la fama de Toledo.
Todo ello, en una ciudad que imaginamos como un abigarrado bullir humano en continuo trasiego por sus calles y plazas. La conexión entre el entorno urbano y el río que rodea la ciudad es básica para el mantenimiento de ésta, y, en La ilustre fregona, Cervantes hace inseparables ambos mundos: los dos son Toledo y juntos redondean un poco más la imagen que nos da el autor de esta ciudad que tanto pareció cautivarle.
Nosotros vamos aquí a analizar la importancia del entorno del Tajo en La ilustre fregona, donde se presenta como contrapunto a la vida apresurada de la ciudad colgada en lo alto del monte. Las escenas del río forman parte de una suerte de acción paralela, protagonizada por Lope Asturiano, frente a la trama central basada en Costanza y en el amor que por ella siente Avendaño.
Dos perspectivas se nos antojan válidas para el acercamiento al trato que Cervantes da a los alrededores del río Tajo: la primera por la vía de la cita de lugares y topónimos; la segunda en cuanto a esa acción secundaria que arriba he anotado. En cuanto a los espacios citados en la novela, los encontramos, sobre todo, en la relación hecha por Avendaño cuando, tras ver a la bella Costanza, decide quedarse en Toledo.
No es malo recordar los que nos interesan ahora plenamente. Se trata del Artificio de Juanelo, las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega. Todos estos topónimos responden a realidades visibles en época de Cervantes, todas ligadas al río Tajo, y de las que hoy, mayormente, solo queda el recuerdo (en algún caso, ni eso siquiera). Salvo la Huerta del Rey (de la que, además, hablaremos más adelante), los otros lugares se han modificado considerablemente. Repasémoslos. E
l Artificio de Juanelo fue, como es sabido, un ingenio hidráulico proyectado por el ingeniero cremonés Juanelo Turriano, con el que se subía agua del Tajo al monte en el que está emplazada la ciudad, por un sistema de cazos basculantes y de poleas que facilitaban el ascenso del lí- quido a través de un acueducto.
Apenas quedan hoy restos del citado artificio, que debió de ser famoso en su tiempq y que tenemos perfectamente localizado y señalado en el plano de El Greco J'. Tanto las Vistillas de San Agustín como la Vega fueron lugares de esparcimiento en tiempo de Cervantes. El primero de ellos era un paseo situado hacia el suroeste de la ciudad, que dominaba el río desde su elevada posición, a espaldas de un convento de agustinos al que debía el nombre.
La Vega era una amplia extensión, al noroeste, situada extramuros, "donde la gente por la mayor parte se recrea, por ser la más fácil salida por la puerta de Visagra y del Cambrón, casi junto a los muros de la ciudad, en la cual demás de los huertos y a~udas que tienen, que adelante se dirá, tiene un circuito antiquísimo con una puerta de argamasa y un ancho teatro, arruinado y volcado ... "".
Lugar, pues, de recreación, con los restos del esplendoroso pasado, visibles en las ruinas del circo romano. En la parte opuesta de este prado deleitable (que se extendía hasta el río y que hoy está ocupado por modernas barriadas consecuencia del crecimiento de Toledo), se sitúa la Huerta del Rey, en la que transcurre parte de la acción de los aguadores de la novela.
Pasamos así de la simple cita al relato de las andanzas de Carriazo, convertido en el aguador Lope Asturiano, quien compra allí su asno a un "corredor" que lo tenía "aquí cerca, en un prado" en la Huerta del Rey, "donde a la sombra de una azuda hallaron muchos aguadores";'. Covarrubias define la azuda como "una rueda por estremo grande con que se saca agua de los ríos caudalosos para regar las huertas. Destas máquinas ay muchas en la ribera de Tajo, cerca de Toledo".
Es pues un paisaje típicamente toledano aquel en el que Carriazo encuentra su asno y ejerce luego su trabajo. Hoy no quedan azudas ni en la Vega ni en la Huerta del Rey, pero sí se conserva este último paraje, considerado por el tratante de ganados como cercano al mercado de las bestias, lo que une más aún la ciudad con su fuente de vida; el Tajo.
Por otra parte, los aguadores son el nexo de unión entre la civilización y la agreste campiña, y a la vez forman parte destacada de la jacarandina toledana, que arriba hemos analizado, como se demuestra con sus peleas y su afición por el juego de los naipes. Dos veces se producen pendencias entre los azacanes, en las que el Asturiano da con sus huesos en la cárcel (aunque en la segunda ocasión se libra del calabozo en el último momento).
Las dos (no nos referimos aquí a la pendencia de la cola) se sitúan en la prolongada pendiente que desde la Sangre de Cristo (en Zocodover) baja por la cuesta del Carmen y desemboca en el puente de Alcántara, bordeando el ábside del desaparecido monasterio de los carmelitas.
Es un camino ascendente y descendente, que lleva a Carriazo desde la relativa tranquilidad de la Posada del Sevillano, a la confusión producida en las cercanías del río, tras el descenso. Allí abajo tienen lugar todas las disputas de nuestro aguador Con sus colegas de oficio: una en la Huerta del Rey (cuando la cola del asno), las otras dos en la parte baja de la ciudad, al final de la cuesta o en la puerta de Alcántara.
El descenso parece conducir a un mundo sin ley, mientras que el ascenso lleva a los brazos de la justicia: "subieron las voces de boca en boca por la cuesta arriba, y en la plaza del Carmen dieron en los oídos de un alguacil..."". Con el nombre de plaza del Carmen no recoge Julio Porres ningún espacio urbano, pero cabe pensar que Cervantes llamó así al ensanchamiento final de la calle del mismo nombre, tal vez dejando atrás el ábside del convento del Carmen, a la vista del puente de madera que sustentaba el Artificio de Juanelo en su ascenso hacia el alcázar".
Allí hemos de suponer la presencia del alguacil a cuyos oídos llegó la noticia de la disputa del Asturiano con otro aguador, que motivó la prisión del protagonista. La cárcel toledana se ubicaba entonces en la actual calle de Alfonso XI!, a la entrada de ésta desde la plaza del Padre Juan de Mariana. La conducción de Lope Asturiano a la prisión supone, a su vez, la cita del lugar más adentrado en el laberinto de todos cuantos menciona Cervantes.
Estamos viendo cómo, aparte de Zocodover y sus aledaños, la acción de la novela se desarrolla, básicamente, en las riberas del Tajo, por lo que el camino desde aquí a la cárcel marcaria un recorrido ascendente prolongado, además de una posibilidad para el protagonista de conocer los recovecos de la ciudad. Se proyecta, poco a poco, una imagen de la cotidianidad toledana, en la que el movimiento de gentes se confunde con la presencia de pícaros, el ir y venir de los aguadores, la actuación de la justicia y la llegada de viajeros atraí- dos por la fama de Toledo.
Todo ello, en una ciudad que imaginamos como un abigarrado bullir humano en continuo trasiego por sus calles y plazas. La conexión entre el entorno urbano y el río que rodea la ciudad es básica para el mantenimiento de ésta, y, en La ilustre fregona, Cervantes hace inseparables ambos mundos: los dos son Toledo y juntos redondean un poco más la imagen que nos da el autor de esta ciudad que tanto pareció cautivarle.
Los itinerarios. La imagen física de Toledo
Aparte las citas que hemos ido analizando, no quisiera terminar estas
líneas sin hacer referencia a la visión que nos da Cervantes de la realidad
física de Toledo. Los itinerarios elegidos para esta novela conducen a los
personajes por una prolongada pendiente al este de la ciudad, que les lleva
desde la plaza de Zocodover hasta la Huerta del Rey, cerca del Puente
de Alcántara, en los recorridos más extensos, y que les hace transitar las
más de las veces la cuesta del Carmen.
Es siempre un recorrido escabroso y tortuoso, de subida y bajada continua, que nos ofrece un Toledo empinado en lo alto de un cerro, como aquella "montaña que precipitante I ha tantos siglos que se viene abajo", descrita por Góngora, o el que, entre nubarrones de oscuros presagios, inventara Doménico Theotocópuli, cayendo en picado desde la catedral, insólitamente ubicada, hasta lo hondo de un negro e impetuoso Tajo. Es también la imagen que retrata en su Vista y plano de Toledo.
El dibujo de la ciudad es complejo, barroco casi en su dificultoso trazado, pero es, a la vez, la proyección real de su estructura, derramándose por el monte, hundiéndole con su poderosa m()le, tal como lo viera varias décadas antes Garcilaso en su égloga ITI:
"Estaba puesta en la sublime cumbre del monte, y desde allí por él sembrada. aquella ilustre y clara pesadumbre de antiguos edificios adornada".
Con similares palabras se refiere Cervantes a Toledo por boca de Periandro, en el Persiles, cuando los protagonistas ven de lejos la ciudad:
"¡Oh peñascosa pesadumbre ... !""'. Esa pesadez física de Toledo, tan literaria y tan gráfica, refuerza la imagen descendente de sus edificaciones, su dependencia del Tajo que la abraza en lo hondo del valle, adornando y enlazando esa 'pesadumbre' que la define, que la precipita inexorable~ mente hacia el río.
Hay conciencia en Cervantes de señalar esa incomodidad de la cuesta, a veces citada directamente y otras con alusiones a su pendiente. Veamos, para terminar, un ramillete de citas a este respecto, y después, ayudados por el plano de El Greco, acerquémonos a la topografía toledana descrita por Cervantes:
Es siempre un recorrido escabroso y tortuoso, de subida y bajada continua, que nos ofrece un Toledo empinado en lo alto de un cerro, como aquella "montaña que precipitante I ha tantos siglos que se viene abajo", descrita por Góngora, o el que, entre nubarrones de oscuros presagios, inventara Doménico Theotocópuli, cayendo en picado desde la catedral, insólitamente ubicada, hasta lo hondo de un negro e impetuoso Tajo. Es también la imagen que retrata en su Vista y plano de Toledo.
El dibujo de la ciudad es complejo, barroco casi en su dificultoso trazado, pero es, a la vez, la proyección real de su estructura, derramándose por el monte, hundiéndole con su poderosa m()le, tal como lo viera varias décadas antes Garcilaso en su égloga ITI:
"Estaba puesta en la sublime cumbre del monte, y desde allí por él sembrada. aquella ilustre y clara pesadumbre de antiguos edificios adornada".
Con similares palabras se refiere Cervantes a Toledo por boca de Periandro, en el Persiles, cuando los protagonistas ven de lejos la ciudad:
"¡Oh peñascosa pesadumbre ... !""'. Esa pesadez física de Toledo, tan literaria y tan gráfica, refuerza la imagen descendente de sus edificaciones, su dependencia del Tajo que la abraza en lo hondo del valle, adornando y enlazando esa 'pesadumbre' que la define, que la precipita inexorable~ mente hacia el río.
Hay conciencia en Cervantes de señalar esa incomodidad de la cuesta, a veces citada directamente y otras con alusiones a su pendiente. Veamos, para terminar, un ramillete de citas a este respecto, y después, ayudados por el plano de El Greco, acerquémonos a la topografía toledana descrita por Cervantes:
" ... bajando por la Sangre de Cristo, dieron con la Posada del Sevillano"
(ed. cit., p. 57).
"
... caminaba (. .. ) la vuelta del río por la cuesta del Carmen. .. " (p. 69).
"
... subieron las voces de boca en boca por cuesta arriba y en la plaza
del Carmen ... (p. 70).
"
... dio a correr por aquella cuesta arriha con tanta prisa ... " (p. 85).
[Las cursivas son mías].
Reflexión final
Dos aspectos me parecen destacables para este colofón. El primero, la
demostración palpable de que Cervantes fue un gran conocedor de Toledo.
De esto no ha de caber ninguna duda, pues hemos visto cómo nuestro
autor se refiere a lugares de nuestra ciudad que no son los tópicos empleados
para referirse a ella.
Vemos a un Cervantes que, sin duda, ha paseado por las Vistillas de San Agustín y por la Vega, pero también encontramos al conocedor de la vida local, de las personas importantes de la ciudad, de las posadas, bodegones y mesones; estamos ante un admirador de la urbe bañada por el Tajo, de la que alaba incluso la hermosura de sus mujeres.
Por todo ello, hemos de afirmar que no hay invención ni improvisación; Cervantes no habla de oídas cuando se refiere a nuestra ciudad; sus impresiones, convertidas en depurada prosa, son consecuencia de su experiencia personaL del conocimiento efectivo de los lugares que cita. y el segundo aspecto es la pintura que hace de Toledo, mediatizada por el ambiente social en el que inscribe su historia. El Toledo de La ilustre fregona es una ciudad poblada de pícaros, paraíso de la jacarandina castellana del momento.
No es la ciudad de La fuerza de la sangre, que se nos antoja más señoriaL ni siquiera la "gloria de España y luz de sus ciudades" del Persiles, sino más bien la que debió de frecuentar la Tolosa, aquella hija de un remendón de las Tendillas de Sancho Bienaya, que ciñó la espada al valeroso don Quijote en la venta regentada por un "graduado de jaque" que hizo sus 'estudios', entre otros reputados lugares, en las Ventillas de Toledo.
Vemos a un Cervantes que, sin duda, ha paseado por las Vistillas de San Agustín y por la Vega, pero también encontramos al conocedor de la vida local, de las personas importantes de la ciudad, de las posadas, bodegones y mesones; estamos ante un admirador de la urbe bañada por el Tajo, de la que alaba incluso la hermosura de sus mujeres.
Por todo ello, hemos de afirmar que no hay invención ni improvisación; Cervantes no habla de oídas cuando se refiere a nuestra ciudad; sus impresiones, convertidas en depurada prosa, son consecuencia de su experiencia personaL del conocimiento efectivo de los lugares que cita. y el segundo aspecto es la pintura que hace de Toledo, mediatizada por el ambiente social en el que inscribe su historia. El Toledo de La ilustre fregona es una ciudad poblada de pícaros, paraíso de la jacarandina castellana del momento.
No es la ciudad de La fuerza de la sangre, que se nos antoja más señoriaL ni siquiera la "gloria de España y luz de sus ciudades" del Persiles, sino más bien la que debió de frecuentar la Tolosa, aquella hija de un remendón de las Tendillas de Sancho Bienaya, que ciñó la espada al valeroso don Quijote en la venta regentada por un "graduado de jaque" que hizo sus 'estudios', entre otros reputados lugares, en las Ventillas de Toledo.
http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/02/files_anales_0042_06.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario