miércoles, 17 de septiembre de 2014

Las Noches Toledanas de San Juan de la Cruz

Muchas lagunas

Sobre la vida de Juan de la Cruz se extienden muchas lagunas pendientes de resolver. Ya sea porque no existen datos (se eliminaron muchos de ellos para que no quedaran pistas de la relación con él para evitar la complicidad con alguien que había estado preso) o porque se exageraron con vistas a contribuir al proceso de canonización (para recalcar su vida de santidad).

Por eso cuando se acerca la historia a la vida de fray Juan no puede hacerlo desde una imposible exactitud empírica, sino desde los testimonios, los datos existentes y las probabilidades (que permiten introducir en el análisis histórico un elemento cuantitativo: de lo menos a lo más probable).

Además, el análisis de la figura de San Juan admite muchos aspectos: como poeta (desde luego una poesía difícil de entender), como místico, como director espiritual, como viajero infatigable, como reformador de la orden del Carmelo…La figura del santo carmelita presenta muchas caras, por eso es un auténtico poliedro. Es el reflejo de una vida que supo compaginar la faceta espiritual con la capacidad transformadora de la acción que acarrea esa espiritualidad. El gran teólogo de la nada (del dejarse hacer por Dios) que sin embargo hizo muchísimas cosas.

La noche empieza antes.- Un capítulo importante de esta historia es el secuestro que sufren fray Juan y un compañero (fray Germán de San Matías) en Ávila el 2 de diciembre de 1577. Los hermanos de su orden, ante el empuje que va adquiriendo la reforma que proponen los descalzos en la orden del Carmelo, pasan a la acción directamente y los capturan para aplicar algunas directrices que se habían tomado en el seno de la Orden.

Con los ojos tapados

A San Juan lo conducen tras un viaje penoso de dos días en mulo (podemos imaginar el frío decembrino y las calamidades del camino) a Toledo. Los documentos nos dicen que llegó a Toledo de noche y con los ojos tapados para evitar que conociera el sitio donde estaba y así mermar su posibilidad de fuga. La noche había empezado a ser profundamente oscura nada más entrar en Toledo, por la puerta de Bisagra.

Dónde.- Lo conducen al convento Nuestra Señora del Carmen de Toledo, que se ubicaba entonces donde está ahora el paseo del Carmen. Se alzaba sobre las riberas del Tajo, entre el artificio de Juanelo y el puente de Alcántara. Del convento, que fue incendiado por los franceses en la invasión de 1808, sólo queda el muro en el que el 22 de noviembre de 1968 se descubrió, con motivo del IV centenario del Carmen Descalzo, una placa en la que figura la primera estrofa de la composición poética Noche oscura.

En esa zona se celebraba hace tiempo el conocido mercadillo del martes. Y ahora es una explanada (no muy llana, la verdad) donde suelen aparcar los coches. Cada vez que llueve se forma un barrizal de muy señor mío y por eso pide a gritos una remodelación que, según creo, se pretende llevar a cabo. Si es así, y se excava en esa zona, parece probable que se encuentren con bastantes restos, y entre ellos los cimientos del convento en el que estuvo preso Juan de la Cruz.

Era la primera vez que estaba allí Juan de la Cruz, en aquel convento de la provincia carmelitana de Castilla en el que vivía una comunidad numerosa: en torno a los 45 frailes, algunos de los cuales ya le conocían por haber coincidido con él en otros lugares (en Salamanca, por ejemplo). Cuando llega al convento Juan tiene 35 años. Aquí pasará unos nueve meses, todo un duro embarazo gracias al cual, por decirlo con un conocido dictum bíblico, le tocará nacer a una vida nueva (Jn 3, 3).

La gran fractura por la sencillez

La prueba.- Desde luego que llevaría mucho tiempo explicar las razones que condujeron a Juan de la Cruz a este convento-prisión. Si tuviera que resumirlo mucho (incurriendo en un peligroso e injusto reduccionismo) diría que Juan de la Cruz pretendía devolver a la comunidad carmelita el fervor inicial con el que empezó, en concreto, una vuelta a la sencillez y a la pobreza que caracterizó a los primeros eremitas del Carmelo.

Esto ocasionó la gran fractura dentro de la orden carmelitana entre los calzados y, los seguidores de San Juan, los descalzos. En realidad habría que tener en cuenta dos cosas: una, siempre que se promueve una reforma (que supone una alteración de las reglas establecidas) se produce una lucha entre lo que hay y lo que se propone y eso conlleva ya una especie de catarsis dolorosa que supone introducirnos en una negativa dialéctica de amigos-enemigos y, por otro lado, y dos, entre los religiosos y el Papa hay muchas autoridades intermedias (el nuncio, el capítulo general, el prior, el superior general, el visitador general, etc.) y nada impide que se tomen decisiones contradictorias en las que se apoya a los de un bando y a los de otro, de modo que al final no se sabe bien lo que se debe hacer.
Y esto fue también lo que ocurrió: una proliferación de órdenes que dio lugar a malentendidos, a difuminar la línea que separa la obediencia de la desobediencia. Por eso los calzados y los descalzos se amparaban en que cumplían con la legalidad, pero de autoridades diferentes. Podríamos decirlo con otros términos: hubo un conflicto de competencias.

Miserere para un medio fraile

El caso es que es sometido a un juicio en el citado convento ante unas autoridades opuestas al espíritu reformista (como los padres Tostado y Maldonado). San Juan se mantiene en sus trece. Incluso le llega, como a Jesucristo cuando estaba en el desierto (Mt 4, 1-11), el capítulo de las tentaciones: le ofrecen un cargo (un priorato), unas condiciones cómodas (una buena celda con muchos libros) y riqueza (una cruz de oro) si da marcha atrás. Pero nada. Este diálogo entre fray Juan y sus juzgadores es, precisamente, el episodio que más me gusta de la brevísima pieza teatral de Carlos Muñiz (Miserere para un medio fraile).

Ahora es cuando se pone en marcha todo el peso del castigo. Se decide su ingreso en la cárcel conventual (no es la primera que está en una cárcel conventual: estuvo antes un breve tiempo en la de un convento de Medina del Campo) y, después, cuando se sabe que su compañero de secuestro, fray Germán de San Matías, se había fugado, se le asigna una cárcel minúscula por miedo a que también se escape.

Es un antro de 7 m. de largo y 1,60 m. de ancho con un ventanuco de tres dedos de ancho en lo más alto de la pared. A ello se suma la severidad en la alimentación: pan y agua y, como un extra, algunas sardinas y debe comerlo a veces, además, de rodillas delante de los religiosos. De los castigos conviene resaltar la conocida disciplina circular: todos los religiosos, uno por uno, le azotan la espalda con unas varillas. San Juan de la Cruz aguanta este Getsemaní que se le viene encima con humildad, sin quejarse y con una fortaleza fuera de lo común. Allí pasaría, anegado por la oscuridad, la Navidad y también, con su consabida resonancia toledana, el Corpus Christi. Aquí se pone al límite al psicología humana.

Hay que tener una razón muy poderosa para no perder el norte. Ahora se me viene a la mente la teoría del neurólogo y psiquiatra austríaco Viktor Frankl, el padre de la logoterapia, que afirmaba que una persona puede aguantar situaciones extremas de deshumanización y sufrimiento si tiene una razón para vivir, que tiene su anclaje en una dimensión espiritual. Esto lo experimentó Frankl en su propia carne porque tuvo que pasar la penosa experiencia de vivir en varios campos de concentración.

Esto mismo sucede en el caso de Juan de la Cruz. Supo sobrellevar esta cruz enorme agarrándose a la fe en Aquel que también llevó una cruz pesada e inmerecida. Cómo pudo aguantar todo esto pertenece a una historia íntima que desconocemos, pues supondría lanzarnos de lleno a indagar en sus mecanismos cerebrales, algo del todo imposible, pero es indudable que la fe le llevó a una sublimación (de la que hay constancia en sus poemas) que le protegió de esta terrible situación.
Carcelero bondadoso

Los carceleros.- A los que estaban encarcelados se les asignaba un religioso carcelero que se encargaba de las labores de vigilancia, de llevarles la comida y de acompañarles cada vez que debían salir de la celda. Juan de la Cruz tuvo dos carceleros. El primero, cuyo nombre se desconoce, vigiló su cautiverio durante seis meses y se mostró bastante severo con él. El segundo es el carmelita Juan de Santa María, que nació en el pueblo toledano de Fuensalida. Es joven: tiene alrededor de 27 años y acaba de llegar de un convento de Valladolid. Y es por la vía de este carcelero bondadoso por donde Juan de la Cruz empieza a mejorar sus condiciones de vida. Gracias al carcelero puede salir a dar algún paseo a la galería del convento (y al asomarse vería el castillo de San Servando), dispone de una túnica limpia y tiene tinta y papel para escribir sus poemas. Acaso en estos dos carceleros se puede ver reflejada la idea de la división que se va produciendo en el seno de la comunidad de los frailes del convento: unos consideran que el Doctor Místico se merece este severo castigo y otros, teniendo en cuenta la entereza con la que lleva este penoso trance, piensan que se trata de fraile santo porque no deja de tener un comportamiento virtuoso en medio de este tratamiento tan cruel e inhumano.

La gran evasión.- Desde luego que en algún momento Juan de la Cruz se planteó fugarse. Y la fuga se vería, supongo, no tanto como una tentación (una especie de huida de la cruz) sino como una manera de salvar el pellejo (un hasta aquí hemos llegado). El detonante fue que no le dejaran decir misa con motivo de la festividad de la Asunción de la Virgen María. Antes de su fuga quiso tener un detalle con su carcelero: le regaló un crucifijo (con una cruz de madera y un cristo de bronce), que hoy no se conserva.
Desde luego que aquí no se trata de una fuga tan elaborada como la de Clint Eastwood en la película “La fuga de Alcatraz”. Por un lado debió aflojar los anillos de hierro del candado de su celda para que pudieran ceder desde el interior. Y por otro, después de haber calculado la distancia entre la balconada de la galería y el suelo (que comprobó arrojando un hilo -que tenía para coserse el hábito- con una piedra atada al otro extremo), debió anudar dos mantas para construir una especie de cuerda para poder descolgarse. Y así fue su fuga. Pero al llegar al suelo sabe que no está aún en la calle. Bordea una muralla y el huerto del convento. Salta una tapia y se cuela en otro convento que estaba (y allí sigue) al lado: aparece ahora en el patio del convento de las franciscanas concepcionistas o de la Concepción. Vuelve a subir un muro y, ahora ya sí, le esperan las calles de Toledo. Ahora había que buscar algún refugio. Esa noche de agosto ya era menos oscura: era la noche de la libertad.

A salvo.- Juan de la Cruz se encuentra ya en la calle y sube hasta Zocodover. La pieza teatral de Rodríguez Méndez (El pájaro solitario) se recrea, en mi opinión de forma excesiva, con el encuentro entre un Juan de la Cruz desnudo con las prostitutas, comerciantes y pícaros que habría en la plaza de Zocodover a esas horas. Parece ser que encontró un portal abierto (no sé sabe en qué parte del casco aunque podría ser… justo enfrente del convento) y pide al dueño poder pasar allí la noche. A la mañana siguiente llega al convento de las carmelitas descalzas, que estaba en una antigua casa-palacio en la calle Núñez de Arce, donde está actualmente la capilla de San José ( hoy están un poco antes de llegar a la puerta del Cambrón) Eran monjas de clausura.

Las monjas

La clausura se excepciona con la argumentación de que hay una monja enferma que pide confesión. Está documentado que las monjas le ofrecen algo de comer: unas peras con canela. San Juan recita a las monjas los poemas que ha compuesto en la cárcel. A este pasaje dedicó el poeta José Luis Martín Descalzo un soneto muy conocido. poeta los poemas de memoria o llevaría algunos versos apuntados en un papel? Eso queda ya en la espesura de los datos que desconocemos. Las monjas consideran que Juan de la Cruz no debe pasar la noche en el convento en esas condiciones. Lo que sabemos es que, gracias a Pedro González de Mendoza, canónigo de la catedral de Toledo y administrador del Hospital de Santa Cruz, trasladan a Juan de la Cruz a recuperarse a ese hospital, ubicado donde está ahora el Museo de Santa Cruz. Qué curioso: ahora está curándose las heridas muy cerca del sitio donde se las hicieron.

Para terminar.- Ciertamente San Juan de la Cruz vivió muchas noches toledanas en ese convento-cárcel de Toledo. Pero los padecimientos no le hicieron caer en el resentimiento o la venganza o la desesperación. Al contrario, supo sacar de la noche una preciosa luz que le orientó en medio de la adversidad. La semilla, por decirlo con una sentencia bíblica, tiene que morir o ser enterrada, esta vez en la oscuridad de una celda, para poder dar el fruto. ¿Y qué queda para nosotros? Pues debemos quedarnos con el ejemplo de su vida, reflejada en la poesía, que puede servir para orientarnos como una nueva estrella cuando la oscuridad difumine totalmente el camino, lleno de encrucijadas, por el que avanzamos en la vida.

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