domingo, 19 de febrero de 2017

Los sefardíes y las llaves de España (I)

La leyenda más célebre del pueblo sefardí, la referida a las llaves de España, cuenta que cuando los judíos se vieron obligados a abandonar el país a resultas de la decisión de los Reyes Católicos de expulsarlos en 1492, se llevaron consigo las llaves de sus casas con la esperanza de algún día poder volver. Esas llaves, hoy más metafóricas que tangibles, han permanecido en la mente de los sefardíes –aquellos judíos expulsados de España, Sefarad en hebreo, y sus descendientes– en la diáspora por todo el mundo durante siglos, simbolizando su unión y nostalgia por España; una herida abierta desde entonces que sólo se ha empezado a curar en tiempos recientes.

Como aclaración, a efectos de este texto, se utilizarán las palabras antijudaísmo y sus derivadas para referir la actitud contraria a los practicantes de la religión judía, y las palabras antisemitismo y derivadas para referir la actitud de rechazo a la etnia o pueblo judío.
Kuando mucho eskurese…

De los orígenes a la expulsión



El origen de las poblaciones judías en España se encuentra en los años de dominación romana, al principio del Imperio, cuando, ejerciendo su poder sobre Palestina, Roma trae esclavos judíos a trabajar a las fértiles tierras de las provincias de Hispania. Allí vivirían y como en todo el territorio romano sufrirían persecución por no seguir, primero el culto pagano, y después el culto cristiano cuando este se haga oficial en el Imperio en el siglo IV d.C.

El rechazo a lo judío se da en tiempos de los visigodos, y también en los reinos cristianos de la época de la Reconquista como en otros lugares de Europa, aunque eso sí, con notables excepciones como el célebre Toledo de las Tres Culturas auspiciado por Alfonso X, que quedará para siempre como un monumento histórico a la tolerancia y al esplendor cultural de esos años al que contribuyen poderosamente las comunidades judías. También es importante la presencia judía en Al-Ándalus, primero como parte activa de la sociedad del Califato, después como víctima –también aquí– de persecución en los tiempos de almorávides y almohades.

Este rechazo llega a su pico más alto en el año 1391, año enmarcado en un contexto de crisis de época que trae consigo grandes cambios sociales, guerra civil…, agravados por el azote de la peste bubónica que esquilma a Europa. Todas estas circunstancias azuzan el odio contra el pueblo deicida y espolean la violencia antisemita en los reinos cristianos de Castilla, Aragón y Navarra. Muchos de los judíos que vivían en lo que hoy es España huyen ya en este momento, años antes del decreto de expulsión.

Ya en 1478, cuando Isabel lleva cuatro años gobernando el Reino de Castilla, se decide a reforzar el poder de la Iglesia de la mano del Santo Oficio de la Inquisición, como herramienta política de la reina –siempre apoyada por su marido Fernando desde el trono de Aragón– para ganarse el favor del clero y alcanzar la tan deseada unión política y religiosa.

Sinagoga de Santa María la Blanca, en Toledo. En el siglo XIV fue reconvertida en Iglesia. Más información

 en http://www.toledomonumental.com/

Efectivamente, después de las matanzas de 1391 muchos judíos habían huido ya de la Península, pero a pesar de ello cunde la idea entre el estamento eclesiástico de que hasta que no se expulse definitivamente a la comunidad judía, el problema del criptojudaísmo –la existencia de judíos conversos que mantenían su culto a escondidas–, principal preocupación de la Inquisición, no se resolvería. Así, en 1492, ya en posesión de Granada, el último reino musulmán de la Península, los Reyes Católicos firman el Edicto de Granada, redactado por el inquisidor Tomás de Torquemada, por el que se expulsa a los judíos de los reinos de Castilla y Aragón.

“… acordamos de mandar salir todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni vuelvan a ellos ni alguno de ellos.”

Se ha discutido largamente en torno a los motivos de la expulsión y sus consecuencias y en concreto se ha barajado siempre la teoría del poder económico de los judíos –no en vano algunos de los más poderosos asesoraban y prestaban dinero a los reyes en su campaña de Granada–. Sin embargo, pesa más la idea de que los dos monarcas buscaban más conseguir una entidad política unida y fuerte cargada de una modernidad que anticipa la nueva era que se avecinaba; para ello, lucharían contra la nobleza, tratarían de acercarse al clero y usarlo como instrumento de estandarización social en torno a la religión –buscarían, pues un culto único–, e incluso llegarían a actuar juntos como soberanos de un solo reino.

Por supuesto en este camino los judíos supusieron un obstáculo y sólo así se explica la decisión de reforzar la Inquisición para perseguir a los conversos, y de expulsar a los judíos definitivamente en 1492, cuando los Reyes están en la cima de su poder. Obligados a decidir, los judíos españoles debieron tomar la cruz, o encaminarse a la diáspora, abandonando su patria con pena y la esperanza de volver pronto, llevando quizás con ellos las llaves de España. Sin embargo, también el territorio que dejaban atrás sufrió, y su economía y su desempeño intelectual y cultural quedarían lastrados durante siglos, marcada como estaba por esta artificial extirpación. Nadie mejor en su época para ponerlo en palabras que Isaac Abravanel, asesor de los Reyes y miembro ilustre de la comunidad judía, que se dirigía así a los Católicos:Edicto de Granada. Con él, miles de judíos eran forzados al exilio por orden de los Reyes Católicos.

“Es una desgracia que el Rey y la Reina tengan que buscar su gloria en gente inofensiva. Cuando los reyes y reinas cometen hechos dudosos se hacen daño a sí mismos, y como bien se dice entre más grande la persona que comete el error, el error es mayor; profundo e inconcebible como España nunca haya visto hasta ahora.

Por centurias futuras, vuestros descendientes pagarán por sus apreciados errores del presente. La nación se transformará en una nación de conquistadores, y al mismo tiempo os convertiréis en una nación de iletrados. En el curso del tiempo el nombre tan admirado de España se convertirá en un susurro entre las naciones.

Expúlsennos, arrójennos de esta tierra que hemos querido tanto como Vos; nosotros les recordaremos y a su vil edicto de expulsión para siempre.”
Persecución y diáspora

Se dice que cuando se enteró de la firma del decreto de expulsión, el sultán otomano Beyazit II se alegró exclamando que eran los Reyes Católicos quienes perdían con la decisión, agradeciéndole por siempre al rey Fernando el favor que le hacía al enviarle a los judíos.

Lo cierto es que unos 100.000 judíos se vieron obligados a elegir, aunque no es fácil estimar el número de los que se fueron. Entre los que se quedaron, conversos, con el tiempo más y más fueron emigrando a América, donde las leyes antisemitas españolas se aplicaban más laxamente: se habían establecido los conocidos como estatutos de limpieza de sangre –que impedían el acceso a ningún converso a determinados cargos públicos, entre otras limitaciones– y el estigma social continuaba dirigido ahora contra el converso, llamado cristiano nuevo –en oposición a aquel que, supuestamente, pertenecía a una familia de cristianos viejos– o, en modo despectivo, marrano. Con el tiempo, en parte por aquellos que se fueron asimilando y en parte por los huidos, no quedarán apenas judíos en España, lo que la convertirá en una excepción a nivel europeo como se verá después en los años de grandes pogromos de los siglos XVIII, XIX y XX.


El éxodo sefardí por el continente europeo y el norte de África. Fuente: ABC

http://elordenmundial.com/2016/03/30/los-sefardies-y-las-llaves-de-espana/

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