Ahogado en el Tajo navegando de Guadalajara a Talavera
En la primavera de 1910 el teniente Larrea, que realizaba una excursión por el río con otros dos compañeros, falleció ahogado; su cuerpo fue encontrado dos semanas despúes del accidente en el El teniente Larrea, en el centro de la foto de la izquierda, construyendo la barca en la que luego perdió la vida, (Fotografía, «Flores y Abejas»).
A la derecha, el cadte Genaro Olivié, quien salvó la vida al bajarse momentos antes de la embarcación
ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN -
@abc_toledo Toledo13/02/2017 21:04h - Actualizado: 13/02/2017 21:06h.
En su convivencia secular con el río Tajo, los toledanos han disfrutado del mismo como lugar de recreo, diversión y esparcimiento, fuente de riego para sus huertas y campos de labor, fuerza motriz para norias o turbinas eléctricas, criadero de numerosas especies de peces y renombradas anguilas, barrera defensiva o motivo de inspiración para escritores, fotógrafos y pintores. También han aprendido que es un espacio peligroso, donde centenares de personas han perdido la vida en dramáticos ahogamientos o voluntarios suicidios. Una de esas desgracias, acaecida en la primavera de 1910, tuvo gran repercusión nacional y nos dejó impactantes imágenes que hoy recuperamos en estos esbozos.
Aprovechando las vacaciones de Semana Santa, tres militares de la Academia de Ingenieros de Guadalajara –el segundo teniente Ricardo Larrea Herreros, el teniente Julio García Rodríguez y cadete de tercer año Jenaro Olivié Hermida- decidieron hacer una excursión en barca por el Tajo, navegando desde tierras alcarreñas hasta Talavera de la Reina. Para el primero de ellos, gran aficionado a todo tipo de deportes, no era una experiencia nueva, ya que el año anterior, junto a otros compañeros, ya había navegado desde Bolarque hasta Villamanrique de Tajo (64 kilómetros), en el límite entre las provincias de Madrid y
Toledo. Hicieron el recorrido en una barca que el propio Larrea había construido. Concluida la aventura, en las páginas del semanario «La Crónica», los excursionistas publicaron un detallado relato de las peripecias vividas durante la travesía, realizada en penosas condiciones climatológicas.
La segunda singladura comenzó el 19 de marzo de 1910, día de San José, partiendo desde la presa del Molino de Mora, donde en una posada de la zona guardaban la barca. Como ya le ocurriese el año anterior, las primeras jornadas del recorrido discurrieron con un tiempo bastante desapacible. El lunes 21 llegaron a Aranjuez, donde pasaron el día con un grupo de profesores y alumnos de su Academia que estaban por allí realizando un viaje a caballo. En la jornada siguiente llegaron a
Toledo, donde pernoctaron. El miércoles por la mañana reiniciaron su marcha camino de Talavera de la Reina.
Recorrer el tramo de río que circunda la capital no fue fácil, sorteando con pericia las presas de Safont y Alcántara, así como los Molinos de Saelices. Cada vez que debían pasar uno de estos azudes, dos de los tripulantes se bajaban de la lancha, turnándose en su manejo, para facilitar la maniobra. Al acercarse al puente de San Martín, y para vadear el molino de la Cruz, García Rodríguez y Olivié abandonaron la lancha, quedando embarcado Larrea. La maniobra era observada desde el puente por bastantes vecinos, quienes con espanto vieron como la barca era arrastrada impetuosamente y zozobraba. El teniente Larrea luchó durante unos minutos contra la corriente, pero como llevaba puesto un impermeable encontraba grandes dificultades para nadar. Dos veces apareció y desapareció de entre las aguas, para hundirse finalmente a unos pocos metros de la orilla. Aunque rápidamente se hicieron sondeos en el lugar del suceso, no fue posible rescatar el cuerpo del militar.
No tardaron en presentarse allí las autoridades y mandos de la Academia de Infantería, con la pretensión de localizar cuanto antes el cadáver. También, en los días siguientes vinieron compañeros de Larrea con idéntico fin. Al objeto de intensificar la búsqueda se construyó una plataforma flotante con la que poder acercarse con seguridad al lugar donde se produjo el naufragio.
Hasta allí se trasladó, también, la draga de la Fábrica de Armas e incluso se levantaron las compuertas de la presa del molino, intentando variar las corrientes del río. Las labores, que se realizaban durante día y noche, iluminando la zona con hachones de fuego, estaban dirigidas por el comandante Irribarren, profesor de Trigonometría en la Academia toledana. En la zona del Baño de la Cava se tendieron redes para evitar que el cuerpo fuese arrastrado aguas abajo.Las labores de rescate congregaron a numerosos curiosos en las inmediaciones del Puente de San Martín (Fotografías, Pedro Román. Colección Antonio Pareja)
En los alrededores del puente de San Martín, centenares de vecinos seguían las operaciones. Testigo de semejante expectación fue el fotógrafo Pedro Román, quien registró en varias placas estas labores. Algunas de estas imágenes fueron publicadas en el semanario «La Hormiga de Oro» que se editaba en Barcelona. Otras instantáneas de las labores de rescate, firmadas por un reportero apellidado Fernández, ilustraron las páginas de la revista «Actualidades», de Madrid.
Pese a tan singular despliegue, los esfuerzos fueron improductivos y hubo de esperarse más de dos semanas, para que en la mañana del 11 de abril, el cuerpo apareciese flotando en las cercanías del Baño de la Cava, a unos cien metros de donde se produjo el naufragio. Rescatado de las aguas por dos pescadores que hacían guardia, Francisco Gutiérrez y Sinforiano Gálvez, el cadáver fue trasladado al picadero de la Academia, donde se instaló la capilla ardiente. Desde allí, el féretro cubierto por la bandera de España, fue inhumado en el cementerio de capital, siendo escoltado el cortejo por cadetes de la Academia toledana portando antorchas y compañeros de Larrea venidos desde Guadalajara.Recorte del semanario “Flores y Abejas” dando cuenta de las labores de rescate del cadáver del teniente Larrea
Durante el sepelio los sentimientos de dolor estaban a flor de piel ya que haciéndose realidad el dicho de que las desgracias nunca vienen solas, dos días antes de que apareciese el cuerpo sin vida de Larrea, la Academia había vivido otra desgracia. En la tarde del 9 de abril, a la vuelta de una marcha a Cobisa, el alumno Luis Almansa Díaz falleció a causa de un accidente sufrido en las inmediaciones de la Fuente de Caravantes. Iba conduciendo un carro cuyos caballos se espantaron al paso de un rebaño de cabras. El carruaje volcó y cayó por el barranco, quedando el cuerpo del cadete atrapado debajo. Aunque se le trasladó en automóvil a la enfermería del centro militar, falleció poco después. El joven era sobrino del teniente coronel de la Academia José García Toledo.
Ocho meses después de este trágico accidente, el Ayuntamiento de
Toledo concedió autorización para que en el lugar del siniestro se levantase un sencillo monumento perpetuando la memoria del cadete fallecido. El acto castrense de inauguración, celebrado al cumplirse el primer aniversario del suceso, fue seguido por numeroso público. El monolito en memoria de Luis Almansa ha permanecido allí hasta hace diez años, cuando en noviembre de 2006 la Junta de Gobierno Local de Toledo accedió a una petición del general Muro Benayas, por entonces director del centro militar, para trasladarlo al recinto de la Academia de Infantería.
ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN
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