viernes, 31 de mayo de 2019

El Veterinario Asesinado tras denunciar a un lechero en La Torre de Esteban Hambram, 1929

ESBOZOS PARA UNA CRÓNICA NEGRA DE ANTAÑO (XLIII)

Antigua fotografía de la iglesia de Santa María Magdalena, en la plaza de La Torre de Esteban Hambram, localidad conmocionada por el asesinato de Eulalio Domínguez

Su muerte, el 12 de mayo de 1929, se produjo en acto de servicio en La Torre de Esteban Hambrán y su agresor fue Juan Díaz Martín, quien, aunque tenía fama de pendenciero, ejercía como alguacil del juzgado municipal

Por Enrique SÁNCHEZ LUBIÁN@eslubian
TOLEDOActualizado:15/05/2019 

En el verano de 1911, Eulalio Domínguez Fraile tomó posesión como veterinario titular del pueblo toledano de La Torre de Esteban Hambrán. Su buen hacer profesional fue granjeándole un notable reconocimiento entre los torreños, llegando a ser alcalde de la localidad durante un par de años. 





Por eso, cuando el 12 de mayo de 1929 fue asesinado en el ayuntamiento de la localidad, la conmoción entre sus convecinos fue muy grande. Máxime, al saberse que el crimen se produjo en acto de servicio. 

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Su agresor fue Juan Díaz Martín, quien, aunque tenía fama de pendenciero, ejercía como alguacil del juzgado municipal. Desde hacía veinte años no se había producido ningún hecho sangriento en La Torre.

Fachada del ayuntamiento de La Torre en los años ochenta, edificio reconstruido a mediados del siglo XX, en donde se produjo la agresión que acabó con la vida del veterinario titular del pueblo (Foto, Colección Ya-Toledo. AMT)

Desde tiempo atrás, Juan Díaz, amén de su trabajo en el juzgado municipal, disponía de varias vacas, dedicándose a la venta de leche. 

En más de una ocasión, Eulalio Domínguez le había sancionado por adulterarla y aguarla en exceso. 

Esa circunstancia hizo que fuese acumulando sentimientos de rencor contra el veterinario, llegando incluso a agredirle en alguna ocasión. Las reiteradas denuncias recibidas no hicieron cambiar de actitud a Díaz, quien no tenía ningún escrúpulo en seguir expidiendo leche en dudosas condiciones, incluso llegando a enviarla a Madrid.

El sábado 11 de mayo, en cumplimiento de sus funciones, Eulalio Domínguez giró una visita de inspección al establecimiento de Juan Díaz. Realizados los análisis, comprobó, una vez más, que la leche puesta a la venta contenía una cantidad «exageradísima» de agua. 

A la mañana siguiente acudió al despacho del alcalde, Manuel Monzón Garín, para darle cuenta de ello e intentar corregir los constantes abusos que el lechero cometía, pues además del fraude detectado, dos de sus vacas padecían tuberculosis.

Ante la información recibida, el alcalde citó al denunciado en su despacho.

 Cuando la primera autoridad estaba reconviniéndole en presencia del inspector veterinario e imponiéndole una multa de diez pesetas, Díaz empuñó una pistola que había recogido de su casa antes de acudir al ayuntamiento, y para cuyo uso disponía de la correspondiente licencia dada su condición de alguacil, e hizo cinco disparos contra Eulalio, causándole la muerte de forma instantánea.

 Luego dejó el arma sobre la mesa del regidor, diciéndole: «Esto se acabó. Uno menos. Tenía que pagarme la persecución de la que me hacía víctima». Después, dando pruebas de una gran frialdad, se sentó en una silla esperando a que fueran a detenerlo.

 Al conocerse lo sucedido, numerosos vecinos se concentraron ante la Casa Consistorial pidiendo a gritos justicia y que se le entregase al autor de tan alevoso asesinato, por lo que fue preciso reforzar la vigilancia en el exterior del edificio.

En sus declaraciones ante el juez municipal, primero, y el de instrucción después, Díaz justificó indolente su agresión, argumentando que el veterinario llevaba tiempo persiguiéndole, habiéndole denunciado con reiteración sin motivo alguno, por lo que si en ocasiones anteriores había tenido enfrentamientos con él era porque quería «dilucidar en el terreno particular las diferencias que entre ambos existían». 

Dos años antes de esta agresión, el ganadero había sacrificado un cerdo sin autorización y al ser recriminado por Domínguez aquel le insultó, hiriéndole en la cabeza con una estaca y destrozándole el microscopio que portaba.





El fallecido dejaba viuda y cuatro hijos de corta edad, más unos sobrinos huérfanos que el difunto tenía recogidos en su casa.

Además de en La Torre, el asesinato de Eulalio causó gran conmoción entre el colectivo veterinario provincial y nacional. El presidente del Colegio de Toledo, Victoriano Medina, junto a su junta directiva se desplazaron a la localidad torreña para asistir al entierro de su compañero. 

Amén de ello, la entidad que presidía acordó personarse en la causa criminal que se instruyese y visitar al ministro de la Gobernación y al director general de Sanidad suplicándole que se concediese una pensión para la viuda de Domínguez. 

Se daba la circunstancia de que era el primer veterinario asesinado en acto de servicio desde que estos inspectores municipales habían sido considerados como autoridad sanitaria.Titulares del "Heraldo de Madrid" dando cuenta del crimen cometido en La Torre

También se abrió una suscripción para que todos los colegios de España y sus asociados contribuyeran económicamente a ayudar a la esposa del compañero asesinado. El toledano inició la misma con una aportación de doscientas pesetas. Cuando meses después se liquidaron las donaciones recibidas, lo logrado superó las quince mil pesetas, cantidad entregada tanto a la viuda como destinada a cubrir los gastos derivados de su personación en el juicio.

Las peculiares circunstancias del suceso y sus protagonistas también llamaron la atención a la prensa nacional. Así, en el diario «El Sol» se consideró que lo ocurrido debía ser un toque de atención para defender y ayudar a estos funcionarios sanitarios en el ejercicio de sus funciones, dado que su «silenciosa labor constante es esencial para la salud y la cultura de los pueblos». 

Más contundente fue el comentario publicado en «La Libertad», de Madrid, bajo el elocuente título de «El adulterador». «Mil consideraciones -decía uno de sus párrafos- acuden a los puntos de la pluma ante este vergonzoso crimen. Se piensa en la serie de crímenes más o menos lentos de todos los adulteradores; se piensa en los ancianos, en los niños, en los enfermos, en los convalecientes, víctimas de las más propicias del adulterador. 

Entonces, la figura de éste -de todos los adulteradores- se nos aparece cada vez más repugnante, en tanto que la del modesto funcionario encargado de velar por la vida de los ciudadanos se perfila con toda su significación y trascendencia».

En recuerdo del fallecido, Manuel Medina, reconocido veterinario militar toledano, escribió una sentida glosa en «La Semana Veterinaria», calificándole como profesional inteligente, optimista, entusiasta, vehemente y cordial, a la vez que «considerada» que cuantos profesionales sanitarios como él trabajaban en el mundo rural eran héroes humildes que se sacrificaban silenciosamente por la humanidad, luchado heroicamente todos los días contra el salvajismo de la aldea.

Catorce meses después, en julio de 1930, el juicio por este asesinato fue visto en la Audiencia Provincial, solicitándose desde el ministerio fiscal una pena de veintiséis años de reclusión. Las acusaciones particulares fueron ejercidas por Manuel Conde, en representación del Colegio de Veterinarios, y por Tomás Elorrieta, en nombre de la familia. La defensa de Díaz fue asumida por el conocido abogado toledano Cándido Cabello.




Dos días duró la vista. A su término, el tribunal consideró lo ocurrido como un delito complejo de homicidio y atentado, con la agravante de reiteración, imponiéndole al procesado una pena de dieciocho años de reclusión.

En memoria de Eulalio Domínguez, en el año 1949, la junta directiva del Colegio de Veterinarios de Toledo, presidida por Frumencio Sánchez Hernando, acordó poner una placa recordándole en el salón de actos de su sede, por entonces ubicada en la calle Instituto de la capital provincial.


Las Danzantas y el Gabozorra de Villanueva de Alcardete

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El frío invernal de La Mancha, el olor a pólvora y su estruendo por cada rincón, el sonido de las castañuelas, la dulzaina, el tambor, el ancestral soniquete del paloteo, el sol que engaña reflejado en el blanco y el añil, la satisfacción de una promesa cumplida, el momento de dejar la bandera y el de cogerla, la Virgen paseando entre un mar de gente… 

Esto es Villanueva de Alcardete cada segundo domingo de noviembre, el Día de la Virgen de la Piedad, la “Ricona”. 

Así se vive una fiesta cargada de siglos de tradición y de historia, una fiesta que se mantiene viva, que va pasando generación tras generación, muy emotiva, muy vistosa, y con muchos detalles que no se pueden escapar al ojo y al oído de quien la vive y la presencia.




Muchos son los ritos que componen esta celebración, pero sin duda alguna lo que da carácter propio a esta fiesta son las Danzantas y el Gabozorra, un niño y ocho niñas a los que su pueblo tiene mucho que agradecer por ser ellos los encargados de mantener viva la tradición tan antigua y tan representativa de Villanueva.

 Me contaban que para ser danzanta ygabozorra no hace falta más que ofrecerse. 

Por lo general son promesas que los alcardeteños hacen a la Virgen de la Piedad, ofreciendo a sus hijas para que dancen ante la patrona. 

El tiempo que dura el ser danzanta no tiene límite, casi siempre las niñas repiten más de un año, dejando después paso a otras. 

El grupo lo componen ocho niñas de edades diversas, casi siempre oscilando entre los ocho y los diez años, al igual que ocurre con el gabozorra, cuyo papel en este caso es el de alcalde de la danza.

Las danzantas aprenden a bailar estas tradicionales danzas gracias al maestro de la danza, a D. Felipe Morata. He tenido el gusto de conocerlo en persona, de hablar con él, y de disfrutar de su saber en lo que a las danzas y todo el ritual que conllevan se refiere. 

Él mismo me contó que su padre lo había heredado de su abuelo, y él de su padre. 

Como vemos, una tradición que pasa de generación en generación dentro de una misma familia; una preciada joya para la familia Morata el sentirse responsables junto a las danzantas de la pervivencia de la tradición.

Los ensayos comienzan a finales del mes de septiembre, y cada noche, Felipe Morata abre las puertas de su casa para recibir a las ocho niñas y al gabozorra, a los que va instruyendo y enseñando cada uno de los pasos y movimientos que componen las danzas. 

Una gran labor, un gran trabajo por parte de este grupo de personas, con el valor añadido de estar formado por una persona mayor que encarna la sabiduría, la madurez, y que es parte de la historia de la fiesta, y por varias niñas y un niño que aportan ilusión, ganas de aprender y sobre todo ganas de mantener esta tradición que late viva en el corazón de cada alcardeteño, de cada devoto de la Piedad. 

Me emocionaba descubrir la viveza con que Felipe narraba momentos de la fiesta, su memoria a la hora de decirme del tirón el nombre de cada uno de los toques de la dulzaina y el tambor para las danzas. 

Él mantiene el orden entre las danzantas y va indicándolas en cada momento los pasos y las partes de la danza. 

Se sabe todas y cada una de las letras de los toques, las cuales canturrea a la vez que son interpretadas por la dulzaina. 

Le pregunté el nombre de las mismas y las apunté: “Virgen de la Piedad”, “El gran caballero”, “El pico y el jarro”, “La moza”, “Lo bailan las señoritas”, “vienen preguntando por la señora Lola”, “Que venimos de la función”, “Abajo del Altar está”, “Tiene mucha fortaleza el Peñón de Gibraltar”, “El pollo”, “Todo sí, el anillo no”. Estos toques se interpretan en las diferentes danzas que en este caso son: el paloteo, el cordón, la culebra y la cruz.

He tenido la suerte de presenciar las preciosas danzas, pero mayor suerte ha sido haber podido disfrutar de los momentos que pocas veces se contemplan y se viven, que quedan reducidos a un pequeño grupo, a menudo de familiares.

 Ha sido todo un lujo el poder compartir ratitos de conversación con la familia de una de las danzantas, la familia Santiago-Perea. 

Y es que ser danzanta conlleva mucho trabajo y sacrificio, pues durante tres días las niñas asisten a cada uno de los actos propios de la fiesta, reservando muy poco tiempo para el descanso. Esta familia nos recibió en su casa a la hora de la comida, momento en que Piedad, la danzanta, aprovechaba para intentar comer, envuelta en una gran sábana para no ensuciarse el vistoso atuendo. 

Y digo intentar porque para ello, las niñas no pueden quitarse el traje, colocado a temprana hora de la mañana en un rito de gran laboriosidad, en el que las distintas enaguas almidonadas que lo componen, así como los collares, abalorios, broches y otros aderezos, han de coserse a los ropajes para resistir a todo el movimiento que conllevan las danzas. 

La comida dura muy poco tiempo puesto que a primera hora de la tarde, todas las niñas y el gabozorra han de reunirse de nuevo en la casa de Felipe, el maestro de danzantas, para salir en busca de la familia de mayordomos que porta la bandera y asistir al momento principal de la fiesta: la procesión de la Virgen de la Piedad.

Los trajes de las danzantas son una verdadera joya. Compuestos por varias enaguas blancas almidonadas, medias, calzonas, camisa blanca, cintas anudadas a los codos, una cinta más ancha rematada en fleco dorado colocada alrededor del cuello y prendida con un camafeo, una cinturilla o cota ceñida a la cintura y con ricos bordados –generalmente la efigie de la Virgen de la Piedad-, y un gran lazo ancho con varias lazadas prendido a la cintura por la parte trasera. 

Rematan el atuendo broches, abalorios y camafeos que van prendidos a la ropa dibujando formas por detrás de la espalda y en la parte delantera sobre el pecho. 

El pelo va recogido en un moño bajo, y adornado con florecillas y abalorios brillantes, y sobre la cabeza llevan una diadema también de piedrecillas brillantes. Llevan además un mantolín o toquilla para resguardarse del frío propio de la fecha, que se ponen en los descansos. 

El traje del gabozorra va a juego con el de las danzantas en cuanto a colores se refiere, y se compone de pantalón blanco ceñido a la altura de los tobillos y decorado en su parte inferior con unas cintas de colores, camisa blanca con cintas anudadas a los codos y lazo en el cuello cruzado en la parte delantera al igual que las danzantas, fajín ancho rematado con una especie de volante en su parte inferior, y una boina roja con una borla negra cosida en el centro, y que cuelga hacia un lado.

 Las danzantas portan castañuelas adornadas con cintas de muchos colores, y el gabozorra porta una especie de tralla con la que dirige la danza. 

El color de los trajes varía en cada uno de los días de la fiesta. 

La Víspera es de color rosa, el día de la Virgen azul celeste, y el día después es rojo, siendo los aderezos cada día del color correspondiente.

El sábado de la fiesta acuden a la Función de la Víspera de la Virgen, el día grande –el domingo- acuden a la Función de la mañana y a la procesión vespertina en que la imagen de la Virgen de la Piedad recorre las calles de Villanueva, y el lunes recorren el pueblo danzando para hacer cuestación casa por casa. 

Pero sin duda el momento más representativo es cuando la Virgen llega a la plaza en la tarde del domingo, frente al ayuntamiento, donde las danzantas interpretan una muestra de todas las danzas ante la atenta mirada de la multitud.

Es el momento más emotivo y más esperado, la música de la dulzaina y el tambor y el chocar de los palos, se mezcla con el ensordecedor ruido de la pólvora, elemento muy destacado también en esta fiesta. 

Y es que durante todo el día la pólvora está presente en las calles de Villanueva, más aún cuando la Virgen está fuera del templo. 

Miles y miles de cohetes y tracas se queman en honor a la “Ricona”, en muchas ocasiones por ofrecimiento al haber hecho una promesa y haber recibido los favores de la Virgen. 

La gente ofrece docenas de cohetes para ser explotados ese día.




 El humo de la pólvora invade las calles, creando una atmósfera que sobrecoge, el ensordecedor ruido es imparable, y se hace más notorio en el momento de la entrada de la Virgen en la iglesia, cuando una enorme traca colocada en la plaza y un bonito castillo de fuegos artificiales, ponen broche final al día más grande de Villanueva de Alcardete.

Doy las gracias de corazón a mis amigos Felipe Perea Hernando –alcardeteño- y María Martín Díaz, por la invitación y por su acogida, y por haber sido grandes anfitriones facilitándome en todo momento la labor de investigación y el poder conocer la fiesta en todas sus facetas. 

Vaya también mi más sincero agradecimiento a la familia Santiago-Perea, por recibirnos tan amablemente en su casa y hablarnos de la tradición; a las danzantas y el gabozorra que posaron en varias ocasiones para el reportaje fotográfico; a Don Felipe Morata Fernández, testigo vivo de la tradición y gran conocedor de la misma, con el que para mí fue todo un placer hablar. Muchas gracias a todos y enhorabuena por mantener con tanto cariño y tesón vuestra más grande seña de identidad.

El gabozorra o danzante


Reflejos del ayer y del mañana


Las danzantas y el gabozorra entran a la iglesia


Paloteo


El cordón


Virgen de la Piedad, la "Ricona"

Por Objetivo Tradición 

domingo, 26 de mayo de 2019

Egica, antepenúltimo Rey Godo

Resultado de imagen de Egica, antepenúltimo Rey Godo, Reyes Godos 23/03/2018

El partido de Chindasvinto, encabezado por Ervigio, había triunfado y deshecho la obra de Wamba. 

Ervigio, temiendo la revancha del bando rival, intentó poner a salvo a su familia de las condenaciones lanzadas por el XIII Concilio Toledano, pero aún con miedo y consciente de la poca protección que proporcionaban los anatemas conciliares, buscó la conciliación entre las dos familias rivales, casando a su hija Cixilona con el magnate Egica, al que designó su sucesor la víspera de su fallecimiento, no sin haberle hecho jurar antes que protegería a su familia.

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Wamba no sobrevivió mucho a Ervigio, aunque sí lo suficiente para ordenar a su sobrino Egica que se alejase de la Reina Cixilona, hija de quien le traicionó.


Egica convocó el XV Concilio de Toledo en 688, al que solicitó con humildad que le liberase del juramento que hizo a Ervigio de proteger a su familia, pues al ser nombrado Rey, juró hacer justicia, y los despojados por el anterior Monarca clamaban para que se les devolvieran los honores y bienes de los que fueron injustamente desposeídos.

Egica, el antepenúltimo Rey Godo

¿Cuál de los dos juramentos le ligaba con más fuerza? El Concilio dictaminó que la justicia era el primer deber de los Reyes y ante ella debían calmarse los intereses privados y familiares.

Egica, desligado del juramento hecho a Ervigio, pudo vengarse de la familia de éste y de algunos nobles que tomaron parte en la conjura contra Wamba. 

El enfrentamiento entre los familiares de Chindasvinto y de Wamba aceleró la descomposición de la Monarquía visigoda, puesto que la facción triunfante sólo pensaba en aniquilar a la contraria y en protegerse a sí misma ante la posibilidad de un cambio dinástico.

Egica trató en vanó trató de desmontar el poder de los nobles. En el 693 tuvo conocimiento de una conspiración para asesinar a sus hijos, a él y a algunos de sus principales. Sisberto, sucesor de Julián en la sede metropolitana de Toledo a la muerte de éste, junto con otros nobles, era el instigador de la trama. 

Al parecer, lograron apoderarse de Toledo y acuñar moneda; una de éstas llevaba el nombre de Suniefredo, con la intención de los conspiradores de colocar a éste en el Trono, aunque la revuelta pudo ser sofocada. 

Sisberto fue excomulgado, desposeído de sus bienes y desterrado. Los demás implicados sufrieron prisión y la confiscación de sus bienes. Sería una época cuando Egica inició una brutal represión contra la nobleza. 

Los bienes confiscados pasaron a su propiedad, que en parte fueron entregados a sus familiares, a la Iglesia o a personas que le eran fieles. De aquí deriva el gran interés de Egica por obtener de los Concilios defensas canónicas que salvaguardaran de sus enemigos los bienes con los que acrecentó la fortuna de su familia.

Una epidemia de peste bubónica se declaró en la Septimania, dejando tras de sí una estela de muerte y desolación. La peste, mitigada en su virulencia, pasó a España, que seguía padeciendo hambrunas a consecuencia de las malas cosechas. 

A esta calamidad se le unió la implacable persecución contra los judíos, a los que se les acusaba de tramar una sublevación general contra la Monarquía visigoda contando con la colaboración de sus correligionarios del Norte de África. 

Esta información era totalmente falsa y muy probablemente una invención de Egica. Lo más probable es que los motivos de Egica provinieran no tanto de su fanatismo religioso como de su ambición personal.

También hay que tener en cuenta los motivos económicos, pues las monedas de oro acuñadas durante los Reinados de Egica y Witiza eran de “oro pálido” o electrum, y más parecían de plata que de oro. 

De esta manera Egica, con la aprobación de los Obispos, dispuso que a todos los judíos no conversos les fueran confiscados sus bienes, que fueran convertidos en esclavos y dispersados por todo el territorio y entregados a personas que se comprometieran a no dejarles practicar sus ritos. 

Los hijos de los judíos que cumplieran los siete años eran separados de sus padres y entregados a familias cristianas para ser educados. Los judíos de la Septimania, debido a la gran mortandad que la peste produjo en la población no fueron incluidos en estas leyes.

Egica también intentó realzar el carácter sagrado de la Monarquía poniendo de manifiesto su origen divino, como paso necesario para poder intervenir en los asuntos internos de la Iglesia y poner coto al latrocinio de algunos Obispos.

 La Iglesia pagó a muy alto precio, viéndose impotente ante el fruto de su propia obra, pues, habiendo ayudado a la creación de un Estado artificial, se puso de parte de la nobleza cuando ésta se rebeló contra la Monarquía. Esta actitud acarreó a la Iglesia una importante pérdida de autoridad moral.

Hay noticias confusas, transmitidas por la Crónica de Alfonso III, del siglo IX, sobre tres expediciones contra los francos, que terminaron fracasando.

También nos han llegado noticias del rechazo de un intento de desembarco de la flota bizantina, que seguramente huiría de Cartago en 698 tras la toma de la ciudad por los árabes.

 La derrota que sufrió la flota bizantina se debió a Teodomiro de Orihuela, Gobernador de la zona, que tras la invasión islámica pactó una especie de autonomía para su antiguo distrito gubernativo.

Buscando fortalecer su posición personal y la de su familia, Egica asoció al Trono a su hijo Witiza en el 694-695, pasando éste a gobernar la Provincia de Galicia fijando su residencia en Tuy. Una facción nobiliaria intrigó para poner en el Trono a Teodofredo, al parecer hijo de Recesvinto. 



Egica tuvo conocimiento de estos hechos y le hizo sacar los ojos, incapacitándole para reinar. El ciego Teodofredo se retiró a Córdoba con su hijo Rodrigo, que fue el último Rey visigodo.

La Iglesia, agradecida por las mercedes derramadas sobre ella, dispuso que se ofrecieran misas diarias en todo el Reino por la salvación y el bienestar del Rey y su familia. Egica falleció en el 702, de muerte natural.

Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es


sábado, 25 de mayo de 2019

Las Artesas de los Moros de Almendral de la Cañada

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LAS ARTESAS DE LOS MOROS -ALMENDRAL DE LA CAÑADA-TOLEDO

Grupo de tres sepulturas excavadas en la roca, de tipología rectangular pero con los extremos redondeados, con orientación este-oeste, están horadadas en el mismo bloque de granito que debido a su forma no presenta las tumbas en el mismo plano si no que están escalonadas, situadas en el interior de un campo plantado de olivos. 

Cerca de este lugar existió un asentamiento medieval donde se recogió abundante cerámica.

ACCESO:

Llegamos a Almendral de la Cañada viniendo desde Pelahustan la primera calleja que nos sale por la derecha la dejaremos para coger la segunda también a la derecha, una vez dentro giraremos en el primer desvío a mano izquierda y aparcaremos el coche.


Seguimos el recorrido a pie y a escasos 50m. cogeremos el camino de la derecha que se dirige a la parte de atrás del cementerio, recorridos 100m. y a la altura del cementerio la calleja se bifurca, nosotros seguiremos el ramal de la izquierda que va circulando entre paredes de piedras, 250m mas adelante llegaremos a la altura de un amplio campo a nuestra derecha.



Seguimos andando unos 80m. más y justo cuando este campo termina nos desviaremos por otra calleja hacia la izquierda, la cual seguiremos hasta su final unos 100m. y llegaremos al campo plantado de olivos donde se encuentran las sepulturas, situadas unos 50m. a nuestra izquierda en dirección noroeste. (en total será una distancia de poco mas 600m.)


COORDENADAS:

WGS 84

40°11’12.9″N 4°44’02.7″W


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