La mala fama de griegos y cristianos orientales en España fue, sin duda, atizada por casos como los protagonizados por Demetrio Phocas o Fernando de Baena; ambos fueron encausados hacia 1582 por el Santo Oficio toledano.
El primero, un cincuentón griego, confiesa que a los 13 años de edad había sido forzado a hacerse turco; cuando mucho tiempo después viaja a Roma y Génova, junto a sus dos hijos, para renegar del Islam y ponerse bajo protección del Sumo Pontífice, revela que los había hecho bautizar en repetidas veces para conseguir la limosna de los católicos.
Los inquisidores le acusan que, siendo judío, había espiado a los turcos; no obstante, gracias a portar patentes de Roma y a la ayuda de El Greco pudo lograr la absolución, junto a su criado Miguel de Atenas.
Asimismo, en suspenso quedó la causa de fe coetánea contra Fernando de Baena, judío natural de Salónica, de 28 años y amigo del anterior; cuando pasa ante los dominicos de San Pedro Mártir se le halla un buleto pontificio falso, donde se aseguraba que su padre había muerto en defensa de la fe de Cristo; su estrategia de defensa fue reclamar que «lo dexasen al braço seglar», comprobándose durante su proceso que comía tollo o mielga (especies de tiburones), y pulpo, incumpliendo los preceptos judíos, a pesar de lo cual también rezaba los salmos hebreos.
De igual modo, se suspendieron las causas de fe instruidas en Toledo contra Demetrio Cosma (1578) y el ateniense Demetrio o Michel Rizo Cardandil (1582)35, acusado éste último de prácticas islámicas, quien tras ocho meses de investigación inquisitorial salió libre sin cargos, gracias a la labor de intérprete de su paisano Doménikos.
Todo ello pese a enemistarse públicamente con su paisano, el copista-médico Antonio Calosinás, y enfrentarse a su patibulario criado griego, de nombre Nicola. Llama la atención que la mayoría logró zafarse de la red del Santo Oficio.
Muy probablemente, este exótico colectivo se libró de una condena más severa escudándose en su idioma, ininteligible para la inmensa mayoría, y por su fama de víctimas, al hallarse bajo el yugo turco, demonizado en todo el Occidente cristiano.
No obstante, tampoco podemos soslayar la medición del Greco ante las autoridades eclesiásticas locales, a pesar de sus tormentosos negocios en común. Además, sabemos que contemporáneos de Doménikos, había otros griegos intelectuales en la Ciudad del Tajo.
Cuando los hermanos Covarrubias, Diego y Antonio, regresaron del Concilio de Trento (1565), trajeron consigo algunos amanuenses griegos que trabajaban en el taller veneciano de Andrés Darmarius37, como el médico cretense Antonio Calosinás (†1609), que se instaló en Toledo copiando textos griegos hasta su muerte.
Se conservan de su puño y letra alrededor de sesenta manuscritos, custodiados mayoritariamente en El Escorial y la Biblioteca Nacional de España, aunque en principio estaban destinados a sus mecenas: los Covarrubias, Alvar Gómez de Castro, García de Loaysa, o los profesores flamencos Andrés Schot y Pedro Pantino, entre otros38 .
Los Covarrubias también invitaron al cretense Nicolás de la Torre, asentándose en Segovia, a la sombra de su prelado, Diego de Covarrubias, donde transcribió diversas obras para éste y su hermano Antonio.
El propio Darmarius visitó repetidas veces la Corte de Felipe II, proporcionándole valiosos códices griegos, algunos de los cuales habían sido copiados entre 1576-1578 de los ricos fondos de la biblioteca catedralicia toledana; lustros después, Darmarius vendió un lote de libros griegos a la catedral Primada (1591), siendo la última ocasión en que se detecta su presencia en la Ciudad Imperial.
Pero, sin duda, el colectivo más nutrido de griegos de paso por la Ciudad Imperial eran los pedigüeños, refugiados religiosos que escudándose en la persecución turca sacan buenos escudos a cabildos y particulares.
A inicios del siglo XVII, un tal Andrea Lezcaro «hombre noble de naçion griega y natural de la çiudad de Maldaçia en la Morea» solicita al ayuntamiento de Toledo licencia para que se le permitiese limosnear en su jurisdicción; sostiene que había sido jenízaro de los turcos durante 40 años (17 de ellos como jefe de la artillería del rey de Túnez), hasta que renegó del Islam y se trajo consigo a su esposa, 4 hijos y 14 cristianos cautivos que rescató de su peculio, quienes le acompañaron en un navío, junto a 34 moros y negros, abandonando en Túnez una sustanciosa hacienda (que cifra en 6.000 ducados de renta anuales).
Luego se bautizó con sus hijos en Roma, dejando en libertad a quienes se cristianaron de su séquito, según constaba en sendos documentos otorgados por el rey y los comisarios de la Santa Cruzada. Sin duda, entre los griegos más ilustres, de paso por la Ciudad Imperial, destacan Miguel Rhally Paleólogo, descendiente de los emperadores de Constantinopla, o los hermanos Estacio y Jorge Icónomo, procedentes de Artá (Grecia). Este último se trata del mismo Estacio que nombra albacea testamentario al propio Greco (1605).
El primero, un cincuentón griego, confiesa que a los 13 años de edad había sido forzado a hacerse turco; cuando mucho tiempo después viaja a Roma y Génova, junto a sus dos hijos, para renegar del Islam y ponerse bajo protección del Sumo Pontífice, revela que los había hecho bautizar en repetidas veces para conseguir la limosna de los católicos.
Los inquisidores le acusan que, siendo judío, había espiado a los turcos; no obstante, gracias a portar patentes de Roma y a la ayuda de El Greco pudo lograr la absolución, junto a su criado Miguel de Atenas.
Asimismo, en suspenso quedó la causa de fe coetánea contra Fernando de Baena, judío natural de Salónica, de 28 años y amigo del anterior; cuando pasa ante los dominicos de San Pedro Mártir se le halla un buleto pontificio falso, donde se aseguraba que su padre había muerto en defensa de la fe de Cristo; su estrategia de defensa fue reclamar que «lo dexasen al braço seglar», comprobándose durante su proceso que comía tollo o mielga (especies de tiburones), y pulpo, incumpliendo los preceptos judíos, a pesar de lo cual también rezaba los salmos hebreos.
De igual modo, se suspendieron las causas de fe instruidas en Toledo contra Demetrio Cosma (1578) y el ateniense Demetrio o Michel Rizo Cardandil (1582)35, acusado éste último de prácticas islámicas, quien tras ocho meses de investigación inquisitorial salió libre sin cargos, gracias a la labor de intérprete de su paisano Doménikos.
Todo ello pese a enemistarse públicamente con su paisano, el copista-médico Antonio Calosinás, y enfrentarse a su patibulario criado griego, de nombre Nicola. Llama la atención que la mayoría logró zafarse de la red del Santo Oficio.
Muy probablemente, este exótico colectivo se libró de una condena más severa escudándose en su idioma, ininteligible para la inmensa mayoría, y por su fama de víctimas, al hallarse bajo el yugo turco, demonizado en todo el Occidente cristiano.
No obstante, tampoco podemos soslayar la medición del Greco ante las autoridades eclesiásticas locales, a pesar de sus tormentosos negocios en común. Además, sabemos que contemporáneos de Doménikos, había otros griegos intelectuales en la Ciudad del Tajo.
Cuando los hermanos Covarrubias, Diego y Antonio, regresaron del Concilio de Trento (1565), trajeron consigo algunos amanuenses griegos que trabajaban en el taller veneciano de Andrés Darmarius37, como el médico cretense Antonio Calosinás (†1609), que se instaló en Toledo copiando textos griegos hasta su muerte.
Se conservan de su puño y letra alrededor de sesenta manuscritos, custodiados mayoritariamente en El Escorial y la Biblioteca Nacional de España, aunque en principio estaban destinados a sus mecenas: los Covarrubias, Alvar Gómez de Castro, García de Loaysa, o los profesores flamencos Andrés Schot y Pedro Pantino, entre otros38 .
Los Covarrubias también invitaron al cretense Nicolás de la Torre, asentándose en Segovia, a la sombra de su prelado, Diego de Covarrubias, donde transcribió diversas obras para éste y su hermano Antonio.
El propio Darmarius visitó repetidas veces la Corte de Felipe II, proporcionándole valiosos códices griegos, algunos de los cuales habían sido copiados entre 1576-1578 de los ricos fondos de la biblioteca catedralicia toledana; lustros después, Darmarius vendió un lote de libros griegos a la catedral Primada (1591), siendo la última ocasión en que se detecta su presencia en la Ciudad Imperial.
Pero, sin duda, el colectivo más nutrido de griegos de paso por la Ciudad Imperial eran los pedigüeños, refugiados religiosos que escudándose en la persecución turca sacan buenos escudos a cabildos y particulares.
A inicios del siglo XVII, un tal Andrea Lezcaro «hombre noble de naçion griega y natural de la çiudad de Maldaçia en la Morea» solicita al ayuntamiento de Toledo licencia para que se le permitiese limosnear en su jurisdicción; sostiene que había sido jenízaro de los turcos durante 40 años (17 de ellos como jefe de la artillería del rey de Túnez), hasta que renegó del Islam y se trajo consigo a su esposa, 4 hijos y 14 cristianos cautivos que rescató de su peculio, quienes le acompañaron en un navío, junto a 34 moros y negros, abandonando en Túnez una sustanciosa hacienda (que cifra en 6.000 ducados de renta anuales).
Luego se bautizó con sus hijos en Roma, dejando en libertad a quienes se cristianaron de su séquito, según constaba en sendos documentos otorgados por el rey y los comisarios de la Santa Cruzada. Sin duda, entre los griegos más ilustres, de paso por la Ciudad Imperial, destacan Miguel Rhally Paleólogo, descendiente de los emperadores de Constantinopla, o los hermanos Estacio y Jorge Icónomo, procedentes de Artá (Grecia). Este último se trata del mismo Estacio que nombra albacea testamentario al propio Greco (1605).
También son conocidas las visitas a Toledo del arzobispo armenio Thomás, portador de una carta del patriarca de Constantinopla, Teolepto II, para recaudar limosnas (1588); así como la de fray Sabba, monje basilio conventual de Santa María de Iberia (Macedonia), quien apodera al griego residente en Toledo Demetrio Zuchi para pedir limosna en Cuenca con el fin de rescatar a seis monjes de dicho monasterio y recuperar los ornamentos que estaban en manos de los turcos, ocupando luego la plaza de maestro de griego en El Escorial.
También es conocido que el propio Theotocópuli llamó a Toledo a su hermano Manussi, recaudador de tributos en Creta, para llevar sus negocios y compartir casa y mesa, y puede también que para ayudarle a escapar del riguroso fisco veneciano.
A inicios del siglo XVII, entre los inmigrantes oriundos del Mediterráneo Oriental que recalan en la Ciudad Imperial se hallaban un pequeño grupo de individuos de todo pelaje y condición. Borja San Román cita a Yanoda Bauboda, príncipe de Moldavia; Martheros, arzobispo de Santa Cruz de Acta Mar (Armenia); Ángelo Castro, obispo de Lepanto; el también prelado oriental Jerónimo Cocunari y Jorge Conumari, gobernador de la isla de Spiro; el clérigo Estephano Jamartho, sacerdote de Sarnata (Morea); el basilio Niquíforo, procedente del monasterio de Nuestra Señora de la Caridad (Lepanto); el capitán Constantino; Tomasso Trechello, oriundo de Nicosia, quien quiso enterrarse en la iglesia de Santiago del Arrabal y decía contar con licencia del arzobispo y del nuncio para limosnear, siendo íntimo de los hermanos Theotocópuli41 .
Particularmente escandaloso fue el asesinato de Dionisio Paleólogo, obispo de Aeto y Ángelocastro (Ítaca), homicidio perpetrado cerca de la ciudad del Tajo.
Tras pasar unos años en Roma (1596-1601), donde logró una pensión anual de 400 ducados por acatar la fe católica, decidió viajar por la Cristiandad, recabando suculentas limosnas con que redimir a su feligresía, de paso que se enriquecía a manos llenas.
En 1601 viajó hasta Valladolid, Corte de Felipe III, aconsejado por el virrey de Nápoles, y, logró una pequeña pensión de las arcas reales. No contento con tan magra renta, a fines de 1602 viajó hasta Sevilla, logrando un generoso donativo de su próspero cabildo catedralicio42 y luego pretendió hacer lo mismo en Toledo .
También es conocido que el propio Theotocópuli llamó a Toledo a su hermano Manussi, recaudador de tributos en Creta, para llevar sus negocios y compartir casa y mesa, y puede también que para ayudarle a escapar del riguroso fisco veneciano.
A inicios del siglo XVII, entre los inmigrantes oriundos del Mediterráneo Oriental que recalan en la Ciudad Imperial se hallaban un pequeño grupo de individuos de todo pelaje y condición. Borja San Román cita a Yanoda Bauboda, príncipe de Moldavia; Martheros, arzobispo de Santa Cruz de Acta Mar (Armenia); Ángelo Castro, obispo de Lepanto; el también prelado oriental Jerónimo Cocunari y Jorge Conumari, gobernador de la isla de Spiro; el clérigo Estephano Jamartho, sacerdote de Sarnata (Morea); el basilio Niquíforo, procedente del monasterio de Nuestra Señora de la Caridad (Lepanto); el capitán Constantino; Tomasso Trechello, oriundo de Nicosia, quien quiso enterrarse en la iglesia de Santiago del Arrabal y decía contar con licencia del arzobispo y del nuncio para limosnear, siendo íntimo de los hermanos Theotocópuli41 .
Particularmente escandaloso fue el asesinato de Dionisio Paleólogo, obispo de Aeto y Ángelocastro (Ítaca), homicidio perpetrado cerca de la ciudad del Tajo.
Tras pasar unos años en Roma (1596-1601), donde logró una pensión anual de 400 ducados por acatar la fe católica, decidió viajar por la Cristiandad, recabando suculentas limosnas con que redimir a su feligresía, de paso que se enriquecía a manos llenas.
En 1601 viajó hasta Valladolid, Corte de Felipe III, aconsejado por el virrey de Nápoles, y, logró una pequeña pensión de las arcas reales. No contento con tan magra renta, a fines de 1602 viajó hasta Sevilla, logrando un generoso donativo de su próspero cabildo catedralicio42 y luego pretendió hacer lo mismo en Toledo .
Pues bien, la codicia, alguna desavenencia personal o ambas cosas impulsaron a su compañero de viaje Teodosio Paleólogo a asesinarlo alevosamente en la venta de San Blas, a tres leguas de Toledo.
Los alcaldes de la Hermandad Vieja de Toledo partieron tras su pista y lo sacaron del sagrado de una iglesia de Getafe (Madrid), conduciéndolo a la cárcel de Corte. Las circunstancias en que fue capturado motivó un espinoso recurso de fuerza entre el Vicario de Toledo, que excomulgó a los jueces de la Santa Hermandad.
Pese a todo y a su fuero eclesiástico, Teodosio fue torturado y, a la primera vuelta de rueda confesó su asesinato y que era autor del robo de gran cantidad de joyas y dineros. Convicto y confeso, Teodosio fue sentenciado a la pena capital, confirmándose su condena por la Real Chancillería de Valladolid, en septiembre de 160544 .
Por otra parte, también habría que tener en cuenta el diálogo intercultural forzoso entre los esclavos o los renegados griegos afincados en la Ciudad Imperial; así como entre los toledanos cautivos de los turcos que pisaron suelo heleno.
Veamos algunos ejemplos. Parece estar perfectamente documentado que la primera imprenta hebrea que hubo en Estambul la regentaron unos sefardíes oriundos de Toledo, los hermanos David y Samuel Nahmias (en funcionamiento desde diciembre de 1493 y todavía en activo hacia 1518).
Sin embargo, es mucho más conocido el caso protagonizado por Diego Galán, un chaval inquieto fugado de su casa paterna en Consuegra (Toledo), quien después de algunas peripecias es cautivado por los piratas argelinos en las postrimerías del Quinientos y termina viviendo con su amo en Estambul.
Cuando se fuga en Negroponte, encuentra la ayuda de algunos griegos y de diversas comunidades de monjes ortodoxos. Amparado entre ellos «algunos días subían los monjes a platicar conmigo y me dijeron les enseñase nuestro A.B.C. y ellos me enseñarían el suyo, que se dice alfabita».
En su accidentado retorno a España, visitó Candía, patria de El Greco, famosa ya entonces por su aceite y vinos dulces (moscatel y malvasía). Cuando por fin entra de nuevo en Toledo era la octava de Nuestra Señora de Agosto del año 1600, festividad de la Virgen del Sagrario, patrona de la ciudad.
Pero es que, además, también había renegados turcos entre nosotros, algunos con oficios tan pintorescos como un bodegonero, Pedro de la Fuente, oriundo de Turquía que riñe con un morisco de Almagro por haberse bautizado en Toledo (Auto de fe, 6-VII-1597)
Un personaje tan famoso que se le evoca en el Entremés del mesonero encantado (impreso en Valencia, a inicios del siglo XVII) y tampoco queremos dejarnos en el tintero a un tal Díaz, renegado en Constantinopla descubierto por los inquisidores toledanos en 157148 .
En fin, la riqueza de la archidiócesis y la generosidad de sus gentes, permitió al asentamiento o el tránsito por la Ciudad Imperial de un selecto grupo de cristianos orientales que, inevitablemente, se relacionaron con el Griego de Toledo, como se conoció a Doménikos en los últimos años de su vida.
Poco antes de agonizar, estuvo rodeado de dos compatriotas suyos, maestros de griego, que actúan como testigos en un poder para testar: Constantino Sofías, natural de Esmirna, ex-alumno de los Colegios de Griego de San Atanasio de Nápoles y el de Roma, por entonces docente en Madrid; así como Diógenes Paranomaris, natural de Leontari, en el Peloponeso, y luego profesor en Salamanca (1617). Puede parecernos raro que, aparte de su hijo, desconozcamos si hubo algún pintor griego en su taller.
En este sentido, podría llevarnos a confusión el que, según algunas fuentes, consta que «En tiempo de Gaspar de Quiroga, cardenal y arzobispo de Toledo, se pinto este milagro [El Entierro de Conde de Orgaz] en la iglesia [de Santo Tomé], por mano de Comnico Gregoseundo Apelles y después se adorno su sepulcro con una capilla y reja por mandato de Sancho de Bustos de Villegas, gobernador de aquel arzobispado».
Sin embargo, la duda se disipa desde el momento que sabemos que el monje-poeta fray Hostensio Paravicino le calificó «nostri temporis Apelles»50; no en vano le pintó un espléndido retrato. Así pues, Grecia y los griegos se nos muestran ambivalentes en el imaginario toledano de la época de Doménikos.
Por un lado, para la elite culta y humanista de la ciudad, catalizada en los focos helenistas de la catedral o la Universidad de Santa Catalina, personificaban la cuna de la civilización y el arte, un ejemplo a imitar y unos referentes intelectuales de primer orden.
En cambio, para las autoridades municipales, era un colectivo errabundo al que había que controlar, cuando no era necesario atender sus demandas de dinero, ya que se pensaba que hacían las Indias en España.
Por su parte, para los poderes eclesiásticos, eran vistos como unos peregrinos que precisaban ser amparados y representaban a los mártires cristianos de Levante bajo dominio islámico; sin embargo, no podemos olvidar que en 1654 Felipe IV prohibió a los obispos cristianos orientales pedir limosnas para los Santos Lugares en España, a pesar de que los Reyes de España eran y son patrones de Tierra Santa.
En tanto que para los inquisidores constituían una población flotante de la que se recelaba, al desconocerse su auténtica fe y dudarse de sus convicciones morales.
Por último, para el pueblo, es decir, para la inmensa mayoría de nuestros antepasados, eran unos extranjeros exóticos, ataviados por lo común al modo oriental, hacia quienes se sentía una lógica curiosidad pero de los cuáles no se podía esperar nada bueno y, en cierto modo, despreciaban, ya que siempre andaban pordioseando por templos y palacios.
Los alcaldes de la Hermandad Vieja de Toledo partieron tras su pista y lo sacaron del sagrado de una iglesia de Getafe (Madrid), conduciéndolo a la cárcel de Corte. Las circunstancias en que fue capturado motivó un espinoso recurso de fuerza entre el Vicario de Toledo, que excomulgó a los jueces de la Santa Hermandad.
Pese a todo y a su fuero eclesiástico, Teodosio fue torturado y, a la primera vuelta de rueda confesó su asesinato y que era autor del robo de gran cantidad de joyas y dineros. Convicto y confeso, Teodosio fue sentenciado a la pena capital, confirmándose su condena por la Real Chancillería de Valladolid, en septiembre de 160544 .
Por otra parte, también habría que tener en cuenta el diálogo intercultural forzoso entre los esclavos o los renegados griegos afincados en la Ciudad Imperial; así como entre los toledanos cautivos de los turcos que pisaron suelo heleno.
Veamos algunos ejemplos. Parece estar perfectamente documentado que la primera imprenta hebrea que hubo en Estambul la regentaron unos sefardíes oriundos de Toledo, los hermanos David y Samuel Nahmias (en funcionamiento desde diciembre de 1493 y todavía en activo hacia 1518).
Sin embargo, es mucho más conocido el caso protagonizado por Diego Galán, un chaval inquieto fugado de su casa paterna en Consuegra (Toledo), quien después de algunas peripecias es cautivado por los piratas argelinos en las postrimerías del Quinientos y termina viviendo con su amo en Estambul.
Cuando se fuga en Negroponte, encuentra la ayuda de algunos griegos y de diversas comunidades de monjes ortodoxos. Amparado entre ellos «algunos días subían los monjes a platicar conmigo y me dijeron les enseñase nuestro A.B.C. y ellos me enseñarían el suyo, que se dice alfabita».
En su accidentado retorno a España, visitó Candía, patria de El Greco, famosa ya entonces por su aceite y vinos dulces (moscatel y malvasía). Cuando por fin entra de nuevo en Toledo era la octava de Nuestra Señora de Agosto del año 1600, festividad de la Virgen del Sagrario, patrona de la ciudad.
Pero es que, además, también había renegados turcos entre nosotros, algunos con oficios tan pintorescos como un bodegonero, Pedro de la Fuente, oriundo de Turquía que riñe con un morisco de Almagro por haberse bautizado en Toledo (Auto de fe, 6-VII-1597)
Un personaje tan famoso que se le evoca en el Entremés del mesonero encantado (impreso en Valencia, a inicios del siglo XVII) y tampoco queremos dejarnos en el tintero a un tal Díaz, renegado en Constantinopla descubierto por los inquisidores toledanos en 157148 .
En fin, la riqueza de la archidiócesis y la generosidad de sus gentes, permitió al asentamiento o el tránsito por la Ciudad Imperial de un selecto grupo de cristianos orientales que, inevitablemente, se relacionaron con el Griego de Toledo, como se conoció a Doménikos en los últimos años de su vida.
Poco antes de agonizar, estuvo rodeado de dos compatriotas suyos, maestros de griego, que actúan como testigos en un poder para testar: Constantino Sofías, natural de Esmirna, ex-alumno de los Colegios de Griego de San Atanasio de Nápoles y el de Roma, por entonces docente en Madrid; así como Diógenes Paranomaris, natural de Leontari, en el Peloponeso, y luego profesor en Salamanca (1617). Puede parecernos raro que, aparte de su hijo, desconozcamos si hubo algún pintor griego en su taller.
En este sentido, podría llevarnos a confusión el que, según algunas fuentes, consta que «En tiempo de Gaspar de Quiroga, cardenal y arzobispo de Toledo, se pinto este milagro [El Entierro de Conde de Orgaz] en la iglesia [de Santo Tomé], por mano de Comnico Gregoseundo Apelles y después se adorno su sepulcro con una capilla y reja por mandato de Sancho de Bustos de Villegas, gobernador de aquel arzobispado».
Sin embargo, la duda se disipa desde el momento que sabemos que el monje-poeta fray Hostensio Paravicino le calificó «nostri temporis Apelles»50; no en vano le pintó un espléndido retrato. Así pues, Grecia y los griegos se nos muestran ambivalentes en el imaginario toledano de la época de Doménikos.
Por un lado, para la elite culta y humanista de la ciudad, catalizada en los focos helenistas de la catedral o la Universidad de Santa Catalina, personificaban la cuna de la civilización y el arte, un ejemplo a imitar y unos referentes intelectuales de primer orden.
En cambio, para las autoridades municipales, era un colectivo errabundo al que había que controlar, cuando no era necesario atender sus demandas de dinero, ya que se pensaba que hacían las Indias en España.
Por su parte, para los poderes eclesiásticos, eran vistos como unos peregrinos que precisaban ser amparados y representaban a los mártires cristianos de Levante bajo dominio islámico; sin embargo, no podemos olvidar que en 1654 Felipe IV prohibió a los obispos cristianos orientales pedir limosnas para los Santos Lugares en España, a pesar de que los Reyes de España eran y son patrones de Tierra Santa.
En tanto que para los inquisidores constituían una población flotante de la que se recelaba, al desconocerse su auténtica fe y dudarse de sus convicciones morales.
Por último, para el pueblo, es decir, para la inmensa mayoría de nuestros antepasados, eran unos extranjeros exóticos, ataviados por lo común al modo oriental, hacia quienes se sentía una lógica curiosidad pero de los cuáles no se podía esperar nada bueno y, en cierto modo, despreciaban, ya que siempre andaban pordioseando por templos y palacios.
Hasta donde sabemos, El Greco, el artista que tantos moldes rompió a lo largo de su vida, protegió cuanto pudo a sus compatriotas. Parece inevitable que se relacionase con la mayor parte de ellos y se forjó una cierta reputación entre propios y extraños, lo que, sin duda, aprovecharon algunos de sus paisanos para lograr una cierta impunidad, cuando no medrar a su costa o, al menos, conseguir unos doblones.
MIGUEL F. GÓMEZ VOZMEDIANO
Académico Numerario
http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2016/06/9.-Extranjeros-en-Toledo.-La-colonia-griega-y-del-Mediterr%C3%A1neo-Oriental-en-tiempos-de-El-Greco-por-Miguel-G%C3%B3mez-Vozmediano.pdf
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