Los principales implicados –Eugenio Pantoja, Francisco Menen, Rafael y Claudio Martín Maestro, Sebastián Fernández y José Espinosa- fueron condenados a pena de muerte, mientras que al ventero Alonso, Alfonso Iniesta Saturnina Rodríguez y a Víctor Espinosa les cayó cadena perpetua. Seis de los procesados fueron absueltos
ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN
@eslubianTOLEDO
Actualizado:31/03/2018 20:20h0
El 21 de febrero de 1861, Ildefonso Hernández Delgado y Molerose encontraba en su cigarral liquidando con unos jornaleros las labores de recolección de la aceituna. Sobre las seis de la tarde, montado en una yegua blanca, emprendió camino de regreso a Toledo.
Apenas había cabalgado unos metros cuando cuatro hombres le dieron el alto. Le redujeron, le vendaron los ojos y a lomos de una mula le trasladaron hasta la localidad de Ajofrín.
Allí le obligaron a escribir una carta a su hermano, Antonio, indicándole que si no pagaba rescate de un millón de reales, en billetes de banco u oro, su vida corría peligro.
Tan desorbitada cantidad debería entregarse en los próximos días en Madrid a quien le presentase un escrito y un talón. Así comenzaba un secuestro en el que llegaron a estar implicadas más de veinte personas y cuyos principales instigadores tuvieron un final trágico.
Apenas había cabalgado unos metros cuando cuatro hombres le dieron el alto. Le redujeron, le vendaron los ojos y a lomos de una mula le trasladaron hasta la localidad de Ajofrín.
Allí le obligaron a escribir una carta a su hermano, Antonio, indicándole que si no pagaba rescate de un millón de reales, en billetes de banco u oro, su vida corría peligro.
Tan desorbitada cantidad debería entregarse en los próximos días en Madrid a quien le presentase un escrito y un talón. Así comenzaba un secuestro en el que llegaron a estar implicadas más de veinte personas y cuyos principales instigadores tuvieron un final trágico.
Esta crónica negra arranca semanas antes en la conocida «Venta del Macho», que abría sus puertas en el barrio de San Blas, frente al puente de Alcántara y que estaba regentada por Plácido Alonso. Allí, en una de sus cuevas, se reunieron Eugenio Pantoja (a) «Cacheta», Remigio Valle Díaz, Alfonso Iniesta (a) «Bascuñana», Silvestre Aguado y otros dos hombres conocidos como los «Manueles aragoneses».
Estos últimos eran hampones de Madrid, el resto vecinos de Bargas, Toledo y Yunclillos.
El encuentro tenía como finalidad preparar el secuestro de un vecino de este último pueblo, pretendiendo conseguir un rescate de unos cinco mil duros, cantidad con la que costearían la construcción de una «prisión» en la casa de Iniesta, situada en la calle de Las Bulas, en la conocida «Casa de las Cadenas»,donde dícese vivió Cisneros y en la que pensaban custodiar en el futuro a sus víctimas, ya que pretendían dedicarse a estos delitos.
Estos últimos eran hampones de Madrid, el resto vecinos de Bargas, Toledo y Yunclillos.
El encuentro tenía como finalidad preparar el secuestro de un vecino de este último pueblo, pretendiendo conseguir un rescate de unos cinco mil duros, cantidad con la que costearían la construcción de una «prisión» en la casa de Iniesta, situada en la calle de Las Bulas, en la conocida «Casa de las Cadenas»,donde dícese vivió Cisneros y en la que pensaban custodiar en el futuro a sus víctimas, ya que pretendían dedicarse a estos delitos.
Vista del barrio de San Blas, en las cercanías del castillo de San Servando, donde abría sus puertas la popular “Venta del Macho” (Foto, Aldus)
En el transcurso de la reunión decidieron cambiar de objetivo, al pensar que los cinco mil duros sería cantidad insuficiente para construir el escondrijo, poniendo los ojos en Ildefonso Hernández Delgado, propietario de una las tejedurías de sedas y ornatos eclesiásticos más afamadas de Toledo, la Real Fábrica de Molero, fundada hacia 1714 y de cuyos telares, en la calle del Ave María, habían salido ternos para iglesias y conventos españoles, de Roma, Jerusalén y Constantinopla, así como los ornatos del Monumento Grande de la Catedral
En semanas siguientes el grupo fue aumentando, uniéndose al mismo Víctor Espinosa, jardinero del Cigarral Ángel, donde los malhechores pensaban esconder al primer secuestrado, fijando allí su centro de operaciones.
Dada su proximidad a la ciudad, el cigarralero convenció a «Cacheta» de que era mejor buscar otro lugar, estableciendo contacto con unos vecinos de Ajofrín: José Espinosa Monroy, Sebastián Fernández Gómez y los hermanos Rafael y Claudio Martín Maestro, quienes se ofrecieron encontrar un sitio donde ocultar a la víctima.
Rincón de la calle de las Cadenas, donde se ubicaba la casa en que la banda de secuestradores pretendía construir una “prisión” para esconder a sus víctimas (Colección de Postales del Archivo Municipal de Toledo)
Dada su proximidad a la ciudad, el cigarralero convenció a «Cacheta» de que era mejor buscar otro lugar, estableciendo contacto con unos vecinos de Ajofrín: José Espinosa Monroy, Sebastián Fernández Gómez y los hermanos Rafael y Claudio Martín Maestro, quienes se ofrecieron encontrar un sitio donde ocultar a la víctima.
Rincón de la calle de las Cadenas, donde se ubicaba la casa en que la banda de secuestradores pretendía construir una “prisión” para esconder a sus víctimas (Colección de Postales del Archivo Municipal de Toledo)
Conformada ya la banda, el veinte de febrero quienes iban a encargarse de materializar el secuestro esperaron horas agazapados en las cercanías del cigarral de Ildefonso su regreso a Toledo, pero cuando pasaba por el lugar escogido se cruzaron con él unos labradores, por lo que no pudo realizarse la fechoría.
Los criminales regresaron al Cigarral del Ángel y permanecieron escondidos hasta el día siguiente, cuando sí lograron su objetivo.
Los criminales regresaron al Cigarral del Ángel y permanecieron escondidos hasta el día siguiente, cuando sí lograron su objetivo.
Una vez que Antonio Hernández recibió la carta de su hermano, en la que le suplicaba hiciese el pago del millón de reales lo más pronto posible, dio cuenta de la misma al gobernador civil.
Intentando capturar a la banda, se decidió seguir sus peticiones. Así, Antonio y otro familiar marcharon a Madrid. De acuerdo con las instrucciones recibidas, caminaron desde la estación del Mediodía hasta una fonda de la calle Carretas.
Tal y como habían indicado los secuestradores, llevaban en la mano un saco de noche y un bulto envuelto con un pañuelo de seda blanco. En el interior del hospedaje les esperaban unos inspectores de policía, a quienes les manifestaron tener la sensación de que haber sido seguidos.
Tal y como habían indicado los secuestradores, llevaban en la mano un saco de noche y un bulto envuelto con un pañuelo de seda blanco. En el interior del hospedaje les esperaban unos inspectores de policía, a quienes les manifestaron tener la sensación de que haber sido seguidos.
Poco después se presentó en la casa un sujeto preguntando por dos personas que habían llegado de Toledo, presentándoles el escrito y el talón aludidos en la carta de Ildefonso. Detenido por los agentes de seguridad, declaró que los papeles le habían sido entregados por unos hombres que le abordaron en la calle, pidiéndole que los llevase hasta allí. Sus explicaciones no resultaron muy convincentes, ya que, además, contaba con varios antecedentes por robo.
Con finalidad de hacerse cargo del millón de reales, al día siguiente llegaron a Madrid Alfonso Iniesta y Plácido Alonso. Allí les esperaba Eugenio Pantoja. Conocida la detención del mozo de cuerda que había llevado el talón a los familiares de Ildefonso, regresaron a Toledo y comunicaron al resto de la banda tal incidencia, pidiéndoles que buscasen un lugar más seguro para ocultar al secuestrado, que hasta entonces permanecía en la casa de una vecina de Ajofrín, Saturnina Rodríguez.
Frustrada la entrega del dinero, la policía avanzó en sus investigaciones, centrado las mismas, entre otros, en el arrendatario de la «Venta del Macho». Sabiéndose vigilado, Plácido Alonso se personó en la comisaría diciendo que había estado en Madrid para llevar un mensaje a Espinosa y que si le dejaban en libertad podría descubrir el paradero del secuestrado.
En presencia del gobernador civil le sometieron a un careo con Espinosa, aflorando evidentes contradicciones entre ambos, siendo detenidos y encarcelados. En días siguientes, otros miembros de la banda también terminaron en presidio.
Pronto se determinó que los «aragoneses» eran quienes tenían en su poder al secuestrado, los cuales habían dejado la casa de Ajofrín, escondiéndose con Ildefonso en un paraje conocido como «Monte de la Garganta», donde dormían al raso.
Temiendo ser descubiertos, en la noche del 12 de marzo, después de diecinueve días de cautiverio, dejaron en libertad al tejedor bajo promesa de que les remitiría diez mil duros al llegar a Toledo.
Pronto se determinó que los «aragoneses» eran quienes tenían en su poder al secuestrado, los cuales habían dejado la casa de Ajofrín, escondiéndose con Ildefonso en un paraje conocido como «Monte de la Garganta», donde dormían al raso.
Temiendo ser descubiertos, en la noche del 12 de marzo, después de diecinueve días de cautiverio, dejaron en libertad al tejedor bajo promesa de que les remitiría diez mil duros al llegar a Toledo.
Transcurridos cuatro meses de la liberación, en la sala baja del Ayuntamiento de Toledo se celebró la vista contra las veinte personas del grupo que, de momento, estaban implicados en el secuestro, cuatro de ellas eran mujeres.
Cinco más, quienes habían custodiado al secuestrado, primero en Ajofrín y luego en el monte, serían juzgados en rebeldía.
La acusación particular de Ildefonso fue ejercida por su cuñado Manuel María Herrero, quien años antes había sido gobernador civil de la provincia de Toledo. Las sesiones se prolongaron durante tres días y en ellas quedaron en evidencia detalles curiosos del secuestro.Grabado de «El periódico para todos» recreando el momento del asalto a Ildefonso Hernández Delgado Molero
Cinco más, quienes habían custodiado al secuestrado, primero en Ajofrín y luego en el monte, serían juzgados en rebeldía.
La acusación particular de Ildefonso fue ejercida por su cuñado Manuel María Herrero, quien años antes había sido gobernador civil de la provincia de Toledo. Las sesiones se prolongaron durante tres días y en ellas quedaron en evidencia detalles curiosos del secuestro.Grabado de «El periódico para todos» recreando el momento del asalto a Ildefonso Hernández Delgado Molero
Así, se supo que Saturnina Rodríguez,en cuya casa se mantuvo al cautivo, era mujer sexagenaria, que llevaba una vida devota y ejemplar, asistiendo diariamente a la parroquia, por lo que no levantaba ninguna sospecha.
La habitación en que encerraron a Ildefonso tenía todas las ventanas tapadas y apenas le dejaban levantarse de un camastro para alimentarse o realizar sus necesidades. Por las mañanas le daban chocolate crudo, comiendo chorizos, tortilla, pan blanco y, algunos días, vino.
La habitación en que encerraron a Ildefonso tenía todas las ventanas tapadas y apenas le dejaban levantarse de un camastro para alimentarse o realizar sus necesidades. Por las mañanas le daban chocolate crudo, comiendo chorizos, tortilla, pan blanco y, algunos días, vino.
Los principales implicados –Eugenio Pantoja, Francisco Menen, Rafael y Claudio Martín Maestro, Sebastián Fernández y José Espinosa- fueron condenados a pena de muerte, mientras que al ventero Alonso, Alfonso Iniesta Saturnina Rodríguez y a Víctor Espinosa les cayó cadena perpetua. Seis de los procesados fueron absueltos.
Conocido el fallo, tres de los huidos, José Espinosa, Sebastián Fernández y Claudio Martín, se personaron ante el alcalde de Ajofrín con la intención de entregarse, indicando una casa de labranza dónde podrían encontrar a los «aragoneses». La Guardia Civil fue en su búsqueda, manteniendo un enfrentamiento armado con ellos y abatiéndolos.
Los condenados recurrieron la sentencia ante la Audiencia de Madrid, que tardó veinte meses en ratificar la pena capital para Eugenio Pantoja Alonso, los hermanos Rafael y Claudio Martín Maestro, Sebastián Fernández Gómez y José Espinosa Monroy. Las ejecuciones deberían llevarse a efecto, mediantegarrote vil, en la capital toledana. Intentando librarse de tan dramático final, los condenados presentaron recurso de súplica.
En espera de su resolución, el 20 de junio de 1863 se produjo una fuga en la cárcel de Toledo, sumándose a la misma varios de los condenados por el secuestro. Quince días después dos de ellos, Víctor Espinosa y Rafael Martín Maestro regresaron al penal,quedando huidos «Cacheta», Claudio Martín Maestro, José Espinosa y Sebastián Fernández. Una partida de la Guardia Civil encontró a estos dos últimos en los montes, matando al primero.
El recurso de súplica fue fallado en junio de 1864, siendo ratificadas las sentencias de muerte. En esos momentos, el único que estaba preso era Rafael Martín, quien argumentando entre otras razones su regreso voluntario a la cárcel de Toledo pidió clemencia a la reina Isabel II. La gracia le fue concedida días después, quedando conmutada la pena capital por la de cadena perpetua.
Cinco años después de ser secuestrado, Ildefonso Hernández Delgado fue elegido concejal del ayuntamiento toledano. Como edil fue uno de los firmantes en 1866 del ofrecimiento al Papa Pío IX de la ciudad de Toledo para que fijase aquí su residencia «si se viese precisado a dejar la capital del Orbe Cristiano» a consecuencia de las guerras internas en el naciente reino de Italia y las presiones militares para controlar la ciudad de Roma.
Cumplida su responsabilidad municipal, Ildefonso continuó su trayectoria como industrial sedero, figurando en 1878 como primer donante de la lista de regalos ofrecidos a la reina María de las Mercedes con motivo de su boda con Alfonso XII.
La dadivosa iniciativa fue promovida por el diario «La Correspondencia de España».
Su obsequio fue un tisú de oro y plata para unas zapatillas. Días después fue condecorado con la cruz ordinaria de la Orden de Isabel la Católica. En julio de 1897, a la edad de 68 años, murió en Toledo.
La dadivosa iniciativa fue promovida por el diario «La Correspondencia de España».
Su obsequio fue un tisú de oro y plata para unas zapatillas. Días después fue condecorado con la cruz ordinaria de la Orden de Isabel la Católica. En julio de 1897, a la edad de 68 años, murió en Toledo.
Por entonces, los convictos huidos también habían fallecido. Tras vagar unos meses por los montes, «Cacheta», enfermo, intentó regresar a Bargas, siendo detenido en julio de 1865 en Olías.
Cuatro días después murió en la cárcel de Toledo. Sebastián Fernández, por su parte, fue ajusticiado en la cárcel madrileña del Saladero en enero de 1867, tras ser detenido por la guardia civil al estar implicado en un robo en Ventas con Peña Aguilera, suceso del que nos hicimos eco en la pasada entrega de esta serie.
Casi a la par, Claudio Martín Maestro fue abatido en un enfrentamiento con la benemérita tras ser sorprendido en un olivar, junto a otros sospechosos, negándose a rendirse.
Cuatro días después murió en la cárcel de Toledo. Sebastián Fernández, por su parte, fue ajusticiado en la cárcel madrileña del Saladero en enero de 1867, tras ser detenido por la guardia civil al estar implicado en un robo en Ventas con Peña Aguilera, suceso del que nos hicimos eco en la pasada entrega de esta serie.
Casi a la par, Claudio Martín Maestro fue abatido en un enfrentamiento con la benemérita tras ser sorprendido en un olivar, junto a otros sospechosos, negándose a rendirse.
Tras ser indultado, Rafael Martín fue encarcelado en Ceuta,desde donde se fugó a territorio marroquí. Saturnina Rodríguez cumplió su condena en Alcalá de Henares y otros de los penados fueron trasladados a realizar trabajos en el Canal de Castilla.
La azarosa vida de «Cacheta» inspiró al escritor Carlos de Palomera y Ferrer un extenso folletín, publicado por entregas en varios semanarios españoles durante 1877.
ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN
@eslubianTOLEDO
31/03/2018
https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/abci-secuestro-tejedor-molero-y-rescate-millon-reales-201803312011_noticia.html
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