viernes, 31 de mayo de 2019

El Veterinario Asesinado tras denunciar a un lechero en La Torre de Esteban Hambram, 1929

ESBOZOS PARA UNA CRÓNICA NEGRA DE ANTAÑO (XLIII)

Antigua fotografía de la iglesia de Santa María Magdalena, en la plaza de La Torre de Esteban Hambram, localidad conmocionada por el asesinato de Eulalio Domínguez

Su muerte, el 12 de mayo de 1929, se produjo en acto de servicio en La Torre de Esteban Hambrán y su agresor fue Juan Díaz Martín, quien, aunque tenía fama de pendenciero, ejercía como alguacil del juzgado municipal

Por Enrique SÁNCHEZ LUBIÁN@eslubian
TOLEDOActualizado:15/05/2019 

En el verano de 1911, Eulalio Domínguez Fraile tomó posesión como veterinario titular del pueblo toledano de La Torre de Esteban Hambrán. Su buen hacer profesional fue granjeándole un notable reconocimiento entre los torreños, llegando a ser alcalde de la localidad durante un par de años. 





Por eso, cuando el 12 de mayo de 1929 fue asesinado en el ayuntamiento de la localidad, la conmoción entre sus convecinos fue muy grande. Máxime, al saberse que el crimen se produjo en acto de servicio. 

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Su agresor fue Juan Díaz Martín, quien, aunque tenía fama de pendenciero, ejercía como alguacil del juzgado municipal. Desde hacía veinte años no se había producido ningún hecho sangriento en La Torre.

Fachada del ayuntamiento de La Torre en los años ochenta, edificio reconstruido a mediados del siglo XX, en donde se produjo la agresión que acabó con la vida del veterinario titular del pueblo (Foto, Colección Ya-Toledo. AMT)

Desde tiempo atrás, Juan Díaz, amén de su trabajo en el juzgado municipal, disponía de varias vacas, dedicándose a la venta de leche. 

En más de una ocasión, Eulalio Domínguez le había sancionado por adulterarla y aguarla en exceso. 

Esa circunstancia hizo que fuese acumulando sentimientos de rencor contra el veterinario, llegando incluso a agredirle en alguna ocasión. Las reiteradas denuncias recibidas no hicieron cambiar de actitud a Díaz, quien no tenía ningún escrúpulo en seguir expidiendo leche en dudosas condiciones, incluso llegando a enviarla a Madrid.

El sábado 11 de mayo, en cumplimiento de sus funciones, Eulalio Domínguez giró una visita de inspección al establecimiento de Juan Díaz. Realizados los análisis, comprobó, una vez más, que la leche puesta a la venta contenía una cantidad «exageradísima» de agua. 

A la mañana siguiente acudió al despacho del alcalde, Manuel Monzón Garín, para darle cuenta de ello e intentar corregir los constantes abusos que el lechero cometía, pues además del fraude detectado, dos de sus vacas padecían tuberculosis.

Ante la información recibida, el alcalde citó al denunciado en su despacho.

 Cuando la primera autoridad estaba reconviniéndole en presencia del inspector veterinario e imponiéndole una multa de diez pesetas, Díaz empuñó una pistola que había recogido de su casa antes de acudir al ayuntamiento, y para cuyo uso disponía de la correspondiente licencia dada su condición de alguacil, e hizo cinco disparos contra Eulalio, causándole la muerte de forma instantánea.

 Luego dejó el arma sobre la mesa del regidor, diciéndole: «Esto se acabó. Uno menos. Tenía que pagarme la persecución de la que me hacía víctima». Después, dando pruebas de una gran frialdad, se sentó en una silla esperando a que fueran a detenerlo.

 Al conocerse lo sucedido, numerosos vecinos se concentraron ante la Casa Consistorial pidiendo a gritos justicia y que se le entregase al autor de tan alevoso asesinato, por lo que fue preciso reforzar la vigilancia en el exterior del edificio.

En sus declaraciones ante el juez municipal, primero, y el de instrucción después, Díaz justificó indolente su agresión, argumentando que el veterinario llevaba tiempo persiguiéndole, habiéndole denunciado con reiteración sin motivo alguno, por lo que si en ocasiones anteriores había tenido enfrentamientos con él era porque quería «dilucidar en el terreno particular las diferencias que entre ambos existían». 

Dos años antes de esta agresión, el ganadero había sacrificado un cerdo sin autorización y al ser recriminado por Domínguez aquel le insultó, hiriéndole en la cabeza con una estaca y destrozándole el microscopio que portaba.





El fallecido dejaba viuda y cuatro hijos de corta edad, más unos sobrinos huérfanos que el difunto tenía recogidos en su casa.

Además de en La Torre, el asesinato de Eulalio causó gran conmoción entre el colectivo veterinario provincial y nacional. El presidente del Colegio de Toledo, Victoriano Medina, junto a su junta directiva se desplazaron a la localidad torreña para asistir al entierro de su compañero. 

Amén de ello, la entidad que presidía acordó personarse en la causa criminal que se instruyese y visitar al ministro de la Gobernación y al director general de Sanidad suplicándole que se concediese una pensión para la viuda de Domínguez. 

Se daba la circunstancia de que era el primer veterinario asesinado en acto de servicio desde que estos inspectores municipales habían sido considerados como autoridad sanitaria.Titulares del "Heraldo de Madrid" dando cuenta del crimen cometido en La Torre

También se abrió una suscripción para que todos los colegios de España y sus asociados contribuyeran económicamente a ayudar a la esposa del compañero asesinado. El toledano inició la misma con una aportación de doscientas pesetas. Cuando meses después se liquidaron las donaciones recibidas, lo logrado superó las quince mil pesetas, cantidad entregada tanto a la viuda como destinada a cubrir los gastos derivados de su personación en el juicio.

Las peculiares circunstancias del suceso y sus protagonistas también llamaron la atención a la prensa nacional. Así, en el diario «El Sol» se consideró que lo ocurrido debía ser un toque de atención para defender y ayudar a estos funcionarios sanitarios en el ejercicio de sus funciones, dado que su «silenciosa labor constante es esencial para la salud y la cultura de los pueblos». 

Más contundente fue el comentario publicado en «La Libertad», de Madrid, bajo el elocuente título de «El adulterador». «Mil consideraciones -decía uno de sus párrafos- acuden a los puntos de la pluma ante este vergonzoso crimen. Se piensa en la serie de crímenes más o menos lentos de todos los adulteradores; se piensa en los ancianos, en los niños, en los enfermos, en los convalecientes, víctimas de las más propicias del adulterador. 

Entonces, la figura de éste -de todos los adulteradores- se nos aparece cada vez más repugnante, en tanto que la del modesto funcionario encargado de velar por la vida de los ciudadanos se perfila con toda su significación y trascendencia».

En recuerdo del fallecido, Manuel Medina, reconocido veterinario militar toledano, escribió una sentida glosa en «La Semana Veterinaria», calificándole como profesional inteligente, optimista, entusiasta, vehemente y cordial, a la vez que «considerada» que cuantos profesionales sanitarios como él trabajaban en el mundo rural eran héroes humildes que se sacrificaban silenciosamente por la humanidad, luchado heroicamente todos los días contra el salvajismo de la aldea.

Catorce meses después, en julio de 1930, el juicio por este asesinato fue visto en la Audiencia Provincial, solicitándose desde el ministerio fiscal una pena de veintiséis años de reclusión. Las acusaciones particulares fueron ejercidas por Manuel Conde, en representación del Colegio de Veterinarios, y por Tomás Elorrieta, en nombre de la familia. La defensa de Díaz fue asumida por el conocido abogado toledano Cándido Cabello.




Dos días duró la vista. A su término, el tribunal consideró lo ocurrido como un delito complejo de homicidio y atentado, con la agravante de reiteración, imponiéndole al procesado una pena de dieciocho años de reclusión.

En memoria de Eulalio Domínguez, en el año 1949, la junta directiva del Colegio de Veterinarios de Toledo, presidida por Frumencio Sánchez Hernando, acordó poner una placa recordándole en el salón de actos de su sede, por entonces ubicada en la calle Instituto de la capital provincial.


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