A pesar de que se aposenta sobre un rio, Toledo sufrió desde la antigüedad graves problemas para el suministro del agua, y aunque se sucedieron numerosos proyectos para su abastecimiento todos fracasaron por distintos motivos, esta dificultad solo fue solventada en dos épocas diferentes
En primer lugar fueron los romanos quienes en el siglo II construyeron la presa de Alcantarilla para embalsar el agua procedente del Río Guajaraz (en el término municipal de Mazarambroz). Mediante distintas conducciones el agua llegaba hasta la ciudad, y atravesaba un antiguo acueducto sobre el rio Tajo para salvar su cauce.
La segunda vez fue Juanelo Turriano (relojero de Carlos V) quien construyo en 1568 un artificio de madera aguas abajo al puente de Alcántara, el cual subía el agua del río hasta la cota más alta de esta urbe. El agua que el artificio subía a Toledo no debió perjudicar al trabajo realizado por los azacanes gremio que, hoy por hoy, carecería de sentido, pero que hace cinco siglos contribuyó con su trabajo a hacer algo más llevadera la vida de nuestros antepasados.
Los azacanes, nombre de etimología árabe (también llamados aguadores), realizaban la labor de abastecer de agua a las casas, llenando sus aljibes o pozos con cantaros previamente cargados a lomos de sus asnos, que eran utilizados únicamente con este fin. Para realizar este trabajo, el aguador se desplazaba a las afueras de la ciudad, y cargaba el agua llenando sus cantaros en manantiales tales como el de Cabrahígos, Molinos del río llano, etc. Aquellos que no se podían permitir tener un asno a su cargo, debían de conformarse con una carretilla, convirtiéndose esta en el único medio para transportar los pesados cantaros que llenaban en las fuentes más cercanas que los anteriores.
La competencia entre los azacanes quedaba establecida por la procedencia del agua, el precio (que solía variar), y el recto cumplimiento del oficio, ya que el agua debía de llegar en el tiempo acordado a las casas.
Eran reconocidos por su trabajo (de libre elección para cualquiera), teniendo que cumplir algunas leyes propias para su colectivo. Dicha ley, aprobada en 1563, hacía referencia a la capacidad de los recipientes que portaban, limitando estos a cinco azumbres y cuarto, medida de aquella época. Además, los cantaros debía de llevar implícito el emblema del alfarero que los fabricaba. El incumplimiento de estas normas se penalizaba con multa de doscientos maravedíes y la rotura de los recipientes de menor capacidad a la establecida.
En 1751, según el catastro del Marques de la Ensenada, había en Toledo cerca de quinientos azacanes, cuyos ingresos se calcularon en mil reales anuales por termino medio. El aguador que tuviera más y mejores asnos, podía obtener el doble de beneficio. Con la inauguración del pantano de Torcón a finales del año 1948, comenzó la decadencia de este oficio en nuestra ciudad, hasta perderse por completo, ermaneciendo en su recuerdo el nombre de una calle (Azacanes) de esta Ciudad Imperial.
Autor: Felix Muñoz Arroyo.
Fuente: http://retazosdetoledo.com/fuentes-y-manantiales/
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