El convento de Lillo fue el último de los fundados por la provincia alcantarina de San José. Según los cronistas franciscanos fue inaugurado oficialmente el año 1644.
Esta fecha fue, sin embargo, la culminación de un largo proceso que comienza muchos años antes, quizá más de un siglo, que es cuando encontramos huellas de la presencia franciscana en el pueblo.
Los primeros franciscanos de LilIo Las primeras noticias sobre la existencia de personas estrechamente ligadas a Lillo y a la Orden franciscana data de principios del siglo XVI. Sabemos que el 17 de mayo de 1508 tomó el hábito, en el convento de Santa Librada de Alcalá, Mari Ramires, «que es de Lillo, hermana de Fray Juan de Lillo.
Hizo su profesión en 7 de junio de quinientos y nueve. Diósela el padre custodio Fray Martín de Vergara. Hallóse I en blanco l. Traxo en heredad e hanado hasta XXXV. I otra mano / Y su hermana, Ana de Sant Antonio, otro tanto», El mismo año, aunque un mes antes, otro franciscano, paisano del anterior, Francisco de Lillo, daba el hábito de religiosa clarisa, en el mismo convento de Santa Librada de Alcalá, a doña Isabel de la Torre. Fray Francisco era vicario de las religiosas de dicha comunidad.
De ninguno de los dos franciscanos mencionados conocemos más datos biográficos que los citados.
¿Podemos afirmar que tanto Fray Juan como Fray Francisco eran naturales del pueblo de Lillo (Toledo)?
Casi con toda seguridad. En España sólo hay otros dos pueblos que tengan el mismo nombre, ambos en la provincia de León. Teniendo en cuenta la proximidad de nuestro Lillo a la ciudad de Alcalá y la lejanía de aquéllos respecto a la misma, es mucho más lógico que fueran naturales del primero y no de los últimos.
Por idénticas razones pensamos que fue también nativo de nuestro Lillo el franciscano Fray Martín de Litio, célebre escritor mistico que publicó sus obras a mediados del siglo XVI. Es verdad que los autores que se refieren a él escriben Lilio y no Lillo, pero si tenemos en cuenta que ambas palabras parecen proceder de la latina litium, tan legitimo sería escribir el apellido toponimico del franciscano de una forma como de la otra. Fray Martín de Lilio vivió en el convento de La Salceda, Guadalajara.
Por la misma época que Fray Martín viven otros dos franciscanos paisanos suyos: Fray Juan de Lillo, que fue provincial de la provincia Observante de Castilla, y Fray Francisco de LilIo, confesor, entre otras cosas, de la reina doña Ana, cuarta mujer de Felipe 11.
A ambos nos referiremos más adelante. Algunos autores mencionan la existencia, durante el siglo XVI, de otro importante franciscano nacido en Lillo, Fray Tomás de Lillo, que habría sido provincial de la Orden. Aunque dudamos de la veracidad de esta información, la dejamos aquí consignada por si puede servir de pista para poder averiguar quién fue este Fray Tomás nacido en Lillo.
Estoy seguro de que los cinco franciscanos mencionados en este último apartado no agotan la lista de los nacidos en Lillo desde el siglo XIII, época en que la Orden fundada por San Francisco hace su aparición en la provincia de Toledo, hasta el año 1644, fecha en que se inaugura oficialmente el convento de Lillo. Los nombres mencionados son más que suficientes para demostrar que ya a finales del siglo XVI el pueblo de Lillo podía alardear de contar entre sus hijos ilustres a más de un seguidor del Pobrecillo de Asís y que los tiempos estaban ya maduros para la fundación del que sería el convento de Lillo.
Esta fecha fue, sin embargo, la culminación de un largo proceso que comienza muchos años antes, quizá más de un siglo, que es cuando encontramos huellas de la presencia franciscana en el pueblo.
Los primeros franciscanos de LilIo Las primeras noticias sobre la existencia de personas estrechamente ligadas a Lillo y a la Orden franciscana data de principios del siglo XVI. Sabemos que el 17 de mayo de 1508 tomó el hábito, en el convento de Santa Librada de Alcalá, Mari Ramires, «que es de Lillo, hermana de Fray Juan de Lillo.
Hizo su profesión en 7 de junio de quinientos y nueve. Diósela el padre custodio Fray Martín de Vergara. Hallóse I en blanco l. Traxo en heredad e hanado hasta XXXV. I otra mano / Y su hermana, Ana de Sant Antonio, otro tanto», El mismo año, aunque un mes antes, otro franciscano, paisano del anterior, Francisco de Lillo, daba el hábito de religiosa clarisa, en el mismo convento de Santa Librada de Alcalá, a doña Isabel de la Torre. Fray Francisco era vicario de las religiosas de dicha comunidad.
De ninguno de los dos franciscanos mencionados conocemos más datos biográficos que los citados.
¿Podemos afirmar que tanto Fray Juan como Fray Francisco eran naturales del pueblo de Lillo (Toledo)?
Casi con toda seguridad. En España sólo hay otros dos pueblos que tengan el mismo nombre, ambos en la provincia de León. Teniendo en cuenta la proximidad de nuestro Lillo a la ciudad de Alcalá y la lejanía de aquéllos respecto a la misma, es mucho más lógico que fueran naturales del primero y no de los últimos.
Por idénticas razones pensamos que fue también nativo de nuestro Lillo el franciscano Fray Martín de Litio, célebre escritor mistico que publicó sus obras a mediados del siglo XVI. Es verdad que los autores que se refieren a él escriben Lilio y no Lillo, pero si tenemos en cuenta que ambas palabras parecen proceder de la latina litium, tan legitimo sería escribir el apellido toponimico del franciscano de una forma como de la otra. Fray Martín de Lilio vivió en el convento de La Salceda, Guadalajara.
Por la misma época que Fray Martín viven otros dos franciscanos paisanos suyos: Fray Juan de Lillo, que fue provincial de la provincia Observante de Castilla, y Fray Francisco de LilIo, confesor, entre otras cosas, de la reina doña Ana, cuarta mujer de Felipe 11.
A ambos nos referiremos más adelante. Algunos autores mencionan la existencia, durante el siglo XVI, de otro importante franciscano nacido en Lillo, Fray Tomás de Lillo, que habría sido provincial de la Orden. Aunque dudamos de la veracidad de esta información, la dejamos aquí consignada por si puede servir de pista para poder averiguar quién fue este Fray Tomás nacido en Lillo.
Estoy seguro de que los cinco franciscanos mencionados en este último apartado no agotan la lista de los nacidos en Lillo desde el siglo XIII, época en que la Orden fundada por San Francisco hace su aparición en la provincia de Toledo, hasta el año 1644, fecha en que se inaugura oficialmente el convento de Lillo. Los nombres mencionados son más que suficientes para demostrar que ya a finales del siglo XVI el pueblo de Lillo podía alardear de contar entre sus hijos ilustres a más de un seguidor del Pobrecillo de Asís y que los tiempos estaban ya maduros para la fundación del que sería el convento de Lillo.
2. Fundación del convento
¿De quién partió la primera idea de fundar un convento de franciscanos en 10 el pueblo de Lillo? De acuerdo con la documentación de que disponemos en este momento, todo parece apuntar que la iniciativa partió de don Alonso de Cañizares, vecino del pueblo que, con fecha 12 de agosto de 1582, « ... fundó un vínculo ( ... ) con ciertas ordenanzas, firmadas de él y de su hijo Antonio Cañizares, en el qual llama a sus sucessores, y en falta de ellos hace llamamiento a nosotros, por estas palabras: 'Quiero y es mi voluntad que se dé la dicha arboleda y tierras y todo lo demás advinculados a los Frailes Descalzos del Señor San Francisco para que hagan un Monesterio, y si no 10 quieren hazer ésta (sic), se dé a los frailes Descalzos de nuestra Señora del Carmen, y tomen lo que hubieren menester para el dicho Monesterio, y lo demás se venda en pública Almoneda para hazer lo que abajo se dirá. Y el dicho Monesterio de qualquiera de las Ordenes arriba dichas sean obligados a decirme cada día dos misas por mi ánima y de mis padres y mujeres e hijos, que Dios nuestro Señor nos perdone nuestros pecados y nos lleve a su santa gloria, y ha de ser de lo que la Yglesia rezare al tiempo que se dixerefi».
¿Quién fue Alonso de Cañizares?
Con toda seguridad una de las personas
más influyentes del pueblo de Lillo, puesto que debía disponer de una fortuna
nada despreciable y, según parece, fue uno de los dos alc<¡ldes del pueblo que,
junto con los clérigos Diego Cepeda y Diego Mercado, elaboró cuidadosamente
la respuesta que, firmada en Lillo el 28 de febrero de 1576, se dio a un famoso
cuestionario enviado por Felipe II a todos los pueblos de España solicitando información
sobre múltiples aspectos de la historia y vida de los mismos.
Es muy probable también que Alonso fuera pariente de alguno de los franciscanos naturales de Lillo mencionados en el apartado precedente. Pero, de hecho, no consta que así fuera. De todas formas conviene tener en cuenta que los franciscanos no eran, ni mucho menos, desconocidos para los liIleros. En realidad, ya por entonces, el pueblo de Lillo se encontraba rodeado por una especie de corona de fundaciones franciscano-manchegas.
A pocos kilómetros de distancia, yen el año que se indica entre paréntesis, habían sido fundados los siguientes conventos Consuegra (1566), Yepes (1582), Corral de Almaguer (1594), Tembleque (1602), Ocaña (1608), Madridejos (1611). A juzgar por la lista que precede, parece como si a finales del siglo XVI y principios del XVII se hubiera puesto de moda en la zona tener en cada pueblo un convento franciscano descalzo.
Oferta rechazada
Los franciscanos, apoyados en la legislación de su Orden que prohibía aceptar fundaciones ligadas a condiciones como las exigidas por Alonso Cañizares, rechazaron su oferta. No consta que ni él ni sus familiares volvieran a insistir sobre el asunto. Con todo, además de Alonso, debía haber en el pueblo más personas interesadas en la fundación, puesto que treinta años más tarde (1611), la vílla de Líllo se obliga a ceder a los francíscanos, para su utilización como íglesia, las ermitas de San Sebastián o la de Nuestra Sefiora del Rosario, comprometiéndose los vecinos, por su parte, a levantar el convento y la cerca de la huerta del mismo y proporcionar el mantenimiento a los religiosos.
Los primeros franciscanos llegaron a Líllo en 1611, instalándose provisionalmente en la ermita de la Caridad y no en las mencionadas más arriba. Dos años más tarde recibieron licencia del arzobispo de Toledo para trasladarse a «las casas que Andrés Cañizares -descendiente, muy probablemente, de Alonso Cañizaresy su mujer dejaron para un convento de monjas», en tanto se terminaban las obras del convento. Dichas obras, iniciadas bajo la supervisión de Juan de la Serna, administrador de los franciscanos, iban a un ritmo tan lento que éstos, cansados de esperar la finalización del edificio, un buen día abandonaron, sin más, el pueblo.
Volvieron de nuevo algunos años más tarde, pero se ausentaron una vez más probablemente por idénticas razones que la primera vez. En 1632 los franciscanos de los conventos de Ocaña y Corral de Almaguer animan a sus hermanos de hábito para que vuelvan a Lillo, alegando que el convento está concluido «hasta las primeras maderas».
¿Qué razones pudo haber para que las obras se llevaran a cabo con tan enervante parsimonia?
Un autor franciscano contemporáneo opina que la principal de ellas era la falta de interés por parte de los vecinos del pueblo. Con todo, la verdadera causa debía de ser, más bien, doble, la ausencia de una persona que impulsara con entusiasmo el proyecto y la falta de recursos económicos. Posiblemente el pueblo de Lillo, carente de grandes recursos, tanto agrícolas como industriales así como de un comercio floreciente, se había comprometido a más de lo que en realidad podia hacer
Es muy probable también que Alonso fuera pariente de alguno de los franciscanos naturales de Lillo mencionados en el apartado precedente. Pero, de hecho, no consta que así fuera. De todas formas conviene tener en cuenta que los franciscanos no eran, ni mucho menos, desconocidos para los liIleros. En realidad, ya por entonces, el pueblo de Lillo se encontraba rodeado por una especie de corona de fundaciones franciscano-manchegas.
A pocos kilómetros de distancia, yen el año que se indica entre paréntesis, habían sido fundados los siguientes conventos Consuegra (1566), Yepes (1582), Corral de Almaguer (1594), Tembleque (1602), Ocaña (1608), Madridejos (1611). A juzgar por la lista que precede, parece como si a finales del siglo XVI y principios del XVII se hubiera puesto de moda en la zona tener en cada pueblo un convento franciscano descalzo.
Oferta rechazada
Los franciscanos, apoyados en la legislación de su Orden que prohibía aceptar fundaciones ligadas a condiciones como las exigidas por Alonso Cañizares, rechazaron su oferta. No consta que ni él ni sus familiares volvieran a insistir sobre el asunto. Con todo, además de Alonso, debía haber en el pueblo más personas interesadas en la fundación, puesto que treinta años más tarde (1611), la vílla de Líllo se obliga a ceder a los francíscanos, para su utilización como íglesia, las ermitas de San Sebastián o la de Nuestra Sefiora del Rosario, comprometiéndose los vecinos, por su parte, a levantar el convento y la cerca de la huerta del mismo y proporcionar el mantenimiento a los religiosos.
Los primeros franciscanos llegaron a Líllo en 1611, instalándose provisionalmente en la ermita de la Caridad y no en las mencionadas más arriba. Dos años más tarde recibieron licencia del arzobispo de Toledo para trasladarse a «las casas que Andrés Cañizares -descendiente, muy probablemente, de Alonso Cañizaresy su mujer dejaron para un convento de monjas», en tanto se terminaban las obras del convento. Dichas obras, iniciadas bajo la supervisión de Juan de la Serna, administrador de los franciscanos, iban a un ritmo tan lento que éstos, cansados de esperar la finalización del edificio, un buen día abandonaron, sin más, el pueblo.
Volvieron de nuevo algunos años más tarde, pero se ausentaron una vez más probablemente por idénticas razones que la primera vez. En 1632 los franciscanos de los conventos de Ocaña y Corral de Almaguer animan a sus hermanos de hábito para que vuelvan a Lillo, alegando que el convento está concluido «hasta las primeras maderas».
¿Qué razones pudo haber para que las obras se llevaran a cabo con tan enervante parsimonia?
Un autor franciscano contemporáneo opina que la principal de ellas era la falta de interés por parte de los vecinos del pueblo. Con todo, la verdadera causa debía de ser, más bien, doble, la ausencia de una persona que impulsara con entusiasmo el proyecto y la falta de recursos económicos. Posiblemente el pueblo de Lillo, carente de grandes recursos, tanto agrícolas como industriales así como de un comercio floreciente, se había comprometido a más de lo que en realidad podia hacer
El apoyo del Rey
La solución a los dos problemas arriba menciondos se buscó, como en tantas
otras ocasiones y en tantos otros lugares, en la ayuda del Gobierno, en este caso
del Rey. El pueblo de Líllo debía a éste más de 100.000 reales, y los vecinos debieron
de llegar a la conclusión de que, antes que pagar sus alcabalas o impuestos
a la Hacienda Real, les resultaba más ventajoso entregar una cantidad equivalente
para el mantenimiento de los franciscanos del convento que se encontraba
en fase de fundación.
En consecuencia, el pueblo de Lillo propuso al Rey pagar a la Real Hacienda
1.000 reales por San Miguel y entregar a los franciscanos 400 libras de carne de
carnero, 400 de macho y 7 quintales de abadejo. La propuesta fue aceptada por el Rey en virtud de una real cédula firmada el 24 de julio de 1641. La solución pareció aceptable también a los franciscanos, pero el tiempo se encargaría de demostrar que no había sido tan genial como podía haber parecido en un principio.
Dos años más tarde (el 23 de diciembre de 1643 exactamente), Felipe IV concede asimismo que una parte de tierras de San Antón se pueda sembrar para ayuda de la fundación.
Nuevos apoyos de los fieles
Aunque no sabemos la fecha exacta de la inauguración del nuevo convento e iglesia, el hecho debió de tener lugar el 26 de julio de 1644, día en que, según la documentación de que disponemos, se trasladó solemnemente el Santísimo de la iglesia parroquial a la del convento.
Pero las obras no habían aún finalizado y el mantenimiento de los religiosos tampoco estaba asegurado. Así parece desprenderse de dos hechos significativos. El 15 de julio de 1655, Miguel Fernández. vecino de Lillo, «vendió al Inquisidor, nuestro fundador -decía literalmente el documento- un molino de aceite, con todas sus pertenencias, en 2.800 reales para fundar nuestro convento».
El benefactor más insigne del convento de Lillo debió de ser, sin embargo, el indiano lillero Luis Quera, que hizo donación al conve.nto de varios objetos preciosos traidos de Indias, aunque fueron rechazados por los franciscanos con la única excepción de <<una custodia para exponer el Santísimo Sacrarnentm), por considerar los frailes que los objetos que pretendía regalar Luis Quero no se avenían con la pobreza y austeridad que se habían marcado como parte de su estilo de vida.
Es muy probable que, además de los objetos a que acabo de referirme, Luis hiciera una fuerte donación pecuniaria para que los frailes pudieran dorar los altares mayor y colaterales de su iglesia, puesto que el 27 de junio de 1675, el «Sr. Gil Urban, maestro dorador como principal, y Juan Andrés Moro, como maestro batidor de oro como fiador, otorgan escritura ( ... ) con Francisco González, síndico del convento de S. Gil el Real (de Madrid), de orden del P. Fray Luis de S. Agustín, Ministro Provincial de la Provincia de S. José de Descalzos, para dorar tres retablos, el mayor y los colaterales de la iglesia del convento de S. Pedro Bautista de Lillo».
Finalmente, en 1730, la patrona del convento, sor Marta Teresa de Jesús, marquesa de Canals y religiosa del monasterio de Bernardas de Valladolid, concedió licencia, con fecha 1 de marzo, para que «con ciertas condiciones, se haga la capilla de San Antonio que se intenta arrimada a la capilla mayor». Se trata, lógicamente, de la capilla adosada al lateral izquierdo, que aún podemos contemplar.
Agonia y muerte de la comunidad franciscana de LilIo
Ya conocemos con toda precisión el arco de vida de los franciscanos en el convento de Lillo. Arranca del año 1611, fecha en que hacen su aparición en el pueblo, aunque no llegaran a establecerse de forma definitiva hasta el de 1644, y termina en enero de 1836. La etapa final, 1808-1836, fue toda ella una especie de lenta agonía que culminaría en la muerte de la comunidad. Disponemos sólo de unos pocos datos, pero muy significativos, al respecto.
La invasión francesa produjo un profundo desquiciamiento en la vida de la sociedad española de la época. Los conventos de religiosos no fueron una excepción. Muchos frailes, abandonando sus conventos, se unieron a las bandas de guerrilleros que acosaban a los franceses donde quiera que se encontraran. Iban, como los demás, armados de arcabuces u otro tipo de armas. Muchos conventos se convirtieron pronto en focos de resistencia, unas veces pacífica y otras armada, contra las tropas invasoras, razón por la que los franceses decidieron cerrarlos y expulsar de los mismos a los religiosos.
Tales medidas afectaron también al convento de Lillo, que fue cerrado el 28 de octubre de 1809. No parece, sin embargo, que abandonaran el pueblo hasta el 20 de noviembre, fecha en que don Francisco Delgado y Monroy, síndico del convento (administrador de sus bienes) entregó 600 reales a los frailes con el fin de que pudieran dispersarse. Es de suponer que los bienes del convento, tanto el edificio como las escasas pertenencias de los religiosos, sufrieran las consecuencias del saqueo de las tropas francesas y de algún que otro vecino desaprensivo.
Carecemos de información al respecto. Sí sabemos, en cambio, que don Francisco Delgado entregó dieciocho carneros que la villa de Lillo pidió para los franceses. Su precio ascendía a 1.290 reales, cantidad que el pueblo devolvió más tarde a los frailes. La vuelta de los primeros religiosos tuvo lugar el 4 de septiembre de 1812. Es muy probable que algunos de los antiguos moradores del convento murieran en los tres años de ausencia del mismo.
Otros desaparecerían sin dejar rastro. y alguno que otro decidiría no incorporarse ya a la vida conventual. No eran pocos los que, después de haber reanudado la vida conventual, se sentían incapaces de adaptarse a las exigencias de la vida religiosa y solicitaban licencia para abandonarla. De todas formas la vida del convento de Lillo fue recuperando lentamente su ritmo habitual anterior a la desbandada ocasionada por la guerra. Los frailes, al principio y al igual que la mayor parte de la gente del pueblo, debieron de disponer de muy escasos recursos económicos. Por de pronto, adeudaban al síndico 591 reales.
Este debía de ser un hombre de absoluta confianza, porque dos años más tarde, en 1814, al registrar un fuerte déficit en el libro de cuentas del convento, se anota que dicha deuda a favor del síndico es sólo aparente, «con el fin de que saliendo alcanzada la Comunidad en cuatro mil y quinientos reales ( ... ), pueda el HO Síndico (en caso de que se hiciese almoneda de lo inventariado por la Justicia) pedir y hacerse cobrado; y también para que si en algún tiempo dijese alguna persona que se había quedado con el ganado del convento, pudiese responder que era suyo o se lo estaban debiendo, para que de este modo pueda volver al convento».
Ya conocemos con toda precisión el arco de vida de los franciscanos en el convento de Lillo. Arranca del año 1611, fecha en que hacen su aparición en el pueblo, aunque no llegaran a establecerse de forma definitiva hasta el de 1644, y termina en enero de 1836. La etapa final, 1808-1836, fue toda ella una especie de lenta agonía que culminaría en la muerte de la comunidad. Disponemos sólo de unos pocos datos, pero muy significativos, al respecto.
La invasión francesa produjo un profundo desquiciamiento en la vida de la sociedad española de la época. Los conventos de religiosos no fueron una excepción. Muchos frailes, abandonando sus conventos, se unieron a las bandas de guerrilleros que acosaban a los franceses donde quiera que se encontraran. Iban, como los demás, armados de arcabuces u otro tipo de armas. Muchos conventos se convirtieron pronto en focos de resistencia, unas veces pacífica y otras armada, contra las tropas invasoras, razón por la que los franceses decidieron cerrarlos y expulsar de los mismos a los religiosos.
Tales medidas afectaron también al convento de Lillo, que fue cerrado el 28 de octubre de 1809. No parece, sin embargo, que abandonaran el pueblo hasta el 20 de noviembre, fecha en que don Francisco Delgado y Monroy, síndico del convento (administrador de sus bienes) entregó 600 reales a los frailes con el fin de que pudieran dispersarse. Es de suponer que los bienes del convento, tanto el edificio como las escasas pertenencias de los religiosos, sufrieran las consecuencias del saqueo de las tropas francesas y de algún que otro vecino desaprensivo.
Carecemos de información al respecto. Sí sabemos, en cambio, que don Francisco Delgado entregó dieciocho carneros que la villa de Lillo pidió para los franceses. Su precio ascendía a 1.290 reales, cantidad que el pueblo devolvió más tarde a los frailes. La vuelta de los primeros religiosos tuvo lugar el 4 de septiembre de 1812. Es muy probable que algunos de los antiguos moradores del convento murieran en los tres años de ausencia del mismo.
Otros desaparecerían sin dejar rastro. y alguno que otro decidiría no incorporarse ya a la vida conventual. No eran pocos los que, después de haber reanudado la vida conventual, se sentían incapaces de adaptarse a las exigencias de la vida religiosa y solicitaban licencia para abandonarla. De todas formas la vida del convento de Lillo fue recuperando lentamente su ritmo habitual anterior a la desbandada ocasionada por la guerra. Los frailes, al principio y al igual que la mayor parte de la gente del pueblo, debieron de disponer de muy escasos recursos económicos. Por de pronto, adeudaban al síndico 591 reales.
Este debía de ser un hombre de absoluta confianza, porque dos años más tarde, en 1814, al registrar un fuerte déficit en el libro de cuentas del convento, se anota que dicha deuda a favor del síndico es sólo aparente, «con el fin de que saliendo alcanzada la Comunidad en cuatro mil y quinientos reales ( ... ), pueda el HO Síndico (en caso de que se hiciese almoneda de lo inventariado por la Justicia) pedir y hacerse cobrado; y también para que si en algún tiempo dijese alguna persona que se había quedado con el ganado del convento, pudiese responder que era suyo o se lo estaban debiendo, para que de este modo pueda volver al convento».
Los efectos de la invasión se prolongaron durante largos años, convulsionando
la vida nacional y la religiosa en particular. Durante décadas, a gobiernos conservadores
sucedían otros liberales que no sólo no simpatizaban con el clero, sino
que lo combatían abiertamente, facilitando, en ocasiones, las deserciones de los
frailes de sus respectivos conventos por medio de la secularización. Todo esto
se dejó sentir también en el convento de Lillo, tres de cuyos frailes, José Martín
SimÓn (de Villacañas), Juan Paulino Fernández Olmeña y José Antonio Lozano,
ambos naturales de Lillo, solicitaron y obtuvieron el breve de secularización entre
los años 1821-1822.
19
Nos encontramos ya en los prolegómenos de la trágicamente célebre desamortización de Mendizábal que el año 1835 decretó la clausura de todos los conventos de religiosos y la confiscación de todos los bienes de las Órdenes religiosas. Fue así cómo el mes de enero de 1836 desaparece la comunidad franciscana del convento de Lillo. ¿Qué bienes les fueron confiscados o desamortizados, para usar una terminología más correcta?
Parece ser que ningunos, porque no debían de tener nada, fuera de los libros y enseres del convento.
Nos encontramos ya en los prolegómenos de la trágicamente célebre desamortización de Mendizábal que el año 1835 decretó la clausura de todos los conventos de religiosos y la confiscación de todos los bienes de las Órdenes religiosas. Fue así cómo el mes de enero de 1836 desaparece la comunidad franciscana del convento de Lillo. ¿Qué bienes les fueron confiscados o desamortizados, para usar una terminología más correcta?
Parece ser que ningunos, porque no debían de tener nada, fuera de los libros y enseres del convento.
Hoy, el edificio está remodelado para convertirse en un cómodo y tranquilo alojamiento en el corazón de La Mancha. El edificio nace de un patio central, rodeado un típico claustro de estilo herreriano, de donde emergen sus 8 habitaciones.
Fuente: http://www.realacademiatoledo.es/files/temastoledanos/81.%20Los%20franciscanos%20y%20el%20pueblo%20de%20Lillo,%20por%20Cayetano%20Sanchez%20Fuertes.pdf
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