En junio de 1912, con motivo de las fiestas del Corpus, los toledanos asistieron a un festival de aviación que incluía ejercicios del parque alcarreño llegado con sus globos
RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN@abc_toledo
TOLEDO03/06/2019
Bartolomeu Lourenço de Gusmão, el llamado «cura volador», nacido en 1685, en la actual villa brasileña de Santos, fallecía en el toledano hospital de la Misericordia el 19 de noviembre de 1724, siendo sepultado de caridad en la cercana iglesia de San Román.
Atrás quedaba la exhibición de su Passarola, un ingenio no tripulado que elevó unos metros del suelo ante el rey portugués Juan V, en 1709. Aunque obtuvo una jugosa canonjía, aquel y otros ensayos llevaron a la Inquisición a acusarle de hechicería y ser encarcelado. Lograda su liberación pasó a España, acabando sus días en Toledo.
En el primer tercio del XX, cuando la aerostación era ya un recurso militar, también realizada por finos sportmen, la obra del desdichado padre sería recordada en la ciudad en tres ocasiones. La primera la impulsó el académico Moraleda y Esteban, en junio de 1912, con un solemne funeral en San Román y el descubrimiento de una lápida.
Asimismo, en 1924, se repitió otro acto al cumplirse el segundo centenario de la muerte del sacerdote y, por último, el 31 de octubre de 1926, eran los participantes en el Congreso Internacional de Aeronáutica, celebrado en Madrid, quienes dejaron en el templo una nueva inscripción que realizó Julio Pascual.
En 1966 se exhumarían unos restos -de los muchos existentes y mezclados, cuidando que no fueran femeninos-, para atender una petición formal de la ciudad de Santos, cuyas circunstancias recordó Enrique Sánchez Lubián, en junio de 2012, en estas mismas páginas de ABC.
Aparte del relato portugués, la elevación de un artefacto no tripulado en España acaeció, el 28 de noviembre de 1783, en el espacio aéreo del Retiro madrileño a cargo del ingeniero Agustín de Betancourt (1758-1824), artífice de otros afanes como fue una línea de telegrafía óptica en 1800.
El auge de la aerostación militar llegaría en 1884, al formarse unas unidades para el manejo de globos y la creación, en 1896, del Parque de Aerostación de Guadalajara adscrito al cuerpo de Ingenieros.
Allí acontecieron las primeras elevaciones tripuladas en 1900. Algunas eran con globos cautivos, como las verificadas luego en Toledo, ante el alumnado de la Academia de Infantería. El lugar elegido para desplegar el material y hacer las evoluciones era el Polígono de Tiro, un aclarado espacio de la Vega Baja que la ciudad adquirió con grandes apuros en 1869, para atraer la Escuela Central de Tiro.
En 1883, el terreno sería notablemente ampliado a fin de albergar las prácticas que los cadetes no podían efectuar en el Alcázar. Más tarde acogería las canchas deportivas y las pistas de la Escuela Central del Gimnasia, creada en 1919, cuyo asiento perduraría allí hasta 1985.
Una de las primeras noticias del parque alcarreño en Toledo se fecha en octubre de 1904, en el marco de unas maniobras que se vieron alteradas por la muerte de la princesa de Asturias, María de las Mercedes de Borbón. Sin embargo, hubo elevaciones de aerostatos cautivos, el día 26 y la partida del globo Mercurio guiado por los tenientes Alfredo Kindelán Duany (primer piloto de dirigibles en España) y Heriberto Durán Casalpeu.
El aparato, arrastrado por unas fuertes corrientes, alcanzó la frontera lusa para regresar y cruzar Gredos, dirección norte, hasta acabar la mañana siguiente cerca de Lugo.
Los pilotos bajaron en una aldea al observar que el viento les empujaba hacia la costa, si bien, como recoge La Época, «mientras el teniente Duran se deslizaba por la cuerda freno, un bárbaro cazador les hizo varios disparos, incrustando sus proyectiles en la barquilla, salvándose milagrosamente los bravos aerosteros».
Aquel recorrido que había partido de la Vega Baja toledana, según un periódico, había batido «el record de la distancia de cuantos se habían llevada a cabo en España y en muchos del extranjero».
En junio de 1912, con motivo de las fiestas del Corpus, los toledanos asistieron a un festival de aviación en el citado Polígono que incluía ejercicios del parque alcarreño llegado con sus globos.
Por otra parte, desde entonces, crecerían las noticias sobre aterrizajes de aerostatos en la provincia de Toledo, casi todos, en el valle del Tajo, procedentes de Guadalajara o Madrid y cada uno con desigual fortuna para los viajeros.
Un primer ejemplo lo aporta Mundo Gráfico (abril de 1912) al referir la caída del globo La Montaña en unos encinares de Oropesa tras navegar cinco horas desde el Aero-Club de Cuatro Vientos, a veces a 1.500 metros de altura. Lo pilotaba el capitán de Ingenieros Eduardo Barrón acompañado de tres tripulantes sin que nadie sufriese daño alguno en el aterrizaje.
Al cruzar Talavera habían arrojado un «sobre especial y con una cola de papel de seda», incluyendo una moneda de dos pesetas y un despacho para ser telegrafiado a un destino. El mensaje nunca llegaría, lo que, según la crónica, probaba que «todavía no están muy divulgadas las prácticas de la aerostación».
Un año después, en Lagartera, la tarde del 11 de abril de 1913, veían el descenso del globo Neptuno, arribado desde la base de Guadalajara, donde había partido por la mañana, pilotado por el teniente Artenas y tres oficiales como pasajeros. La población brindó «un entusiasta recibimiento» a los viajeros que, al día siguiente, proseguirían su ruta. El 5 de junio de 1915, en el paraje Encina de los Boyuelos de Nombela, aterrizaba de nuevo el Neptuno con cuatro oficiales a bordo que, tras anclar, soltaron cinco palomas mensajeras para dar novedades al Parque de Aerostación.
El cronista menciona la ayuda prestada por los vecinos para recoger el globo, el descanso brindado en la casa del párroco y de un diputado provincial más el préstamo de «briosos corceles» para trasladarse a Almorox. Otros descensos se sitúan en Méntrida, el 8 de mayo de 1916 -un aeróstato que procedía del «gasómetro de Madrid»- y el habido en Rielves, el 28 de abril 1918, llevando en la barquilla a un jefe y tres oficiales de Ingenieros.
En junio de 1923, el Real Aero Club organizaba un Raid deportivo que partía de Madrid, bajando algunos de los participantes en las cercanías de Nambroca y otros en San Martín de Montalbán. En 1924, de nuevo, una expedición militar era la que recalaba en Camarena y Torrijos.
Por último, citemos que, el 25 de julio de 1925, un mítico aerostato, el General Vives, que partió de Guadalajara hacia El Escorial, la Sierra de San Vicente y Gredos, al descender en Montesclaros, nada más tomar tierra, se produjo un incendio y una explosión, salvando los tres tripulantes milagrosamente sus vidas.
El epílogo del Parque de Aerostación de Guadalajara llegó en 1934. El uso militar de los globos sucumbía ante la evidente agilidad de la aviación, otra novedad que ya habían visto, años atrás, los toledanos en las arcillosas planicies de la Vega Baja a la que, en más de una ocasión, ya alguien citaba como el Aeródromo de Toledo.
RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN@abc_toledo
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