lunes, 24 de junio de 2019

La Reconciliación del Emperador Carlos con Toledo (I)

Resultado de imagen de Emperador Carlos con ToledoLA RECONCILIACIÓN DEL EMPERADOR CARLOS CON TOLEDO

El análisis y reflexión de la serie de acontecimientos que precedieron y configuraron la venida del rey Carlos 1 a España con su acceso al trono, tras la muerte de su abuelo el rey Fernando en Madrigalejo, el 23 de enero de 1516, así como los primeros años de su reinado, aparece presidido, como todos sabemos, por ininterrumpidas protestas, disturbios, y desobediencias, que culminaron en el levantamiento armado de las llamadas Comunidades de Castilla, siendo Toledo cabeza inicial del mismo así como su reducto postrero en aras de seguir defendiendo el respeto y cumplimiento del conjunto de aspiraciones que el Rey debía observar para conservación de las leyes tradicionales, en lugar de los modos y métodos personalistas y centralizadores que el nuevo monarca trataba de Imponer.
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Estatua del emperador Carlos V.patio de armas del alcazar de Toledo

 La diversidad de enjuiciamientos referidos a las motivaciones y aspiraciones de las mencionadas protestas, junto al protagonismo de Toledo, nos impulsa a tratar de exponer pormenorizadamente los actos y aspectos que progresivamente realizó el Concejo toledano en ésta su controvertida mutación de conducta, muchos de ellos, conocidos, pero, otros, si no desconocidos, han sido silenciados, dando lugar a equivocas apreciaciones, que, en estas jornadas conmemorativas consideramos de justicia tratar de divulgar. 

Junto al proceder de Toledo se originó, a nuestro juicio, una creciente escalada de desconsideración del monarca hacia la misma, habida cuenta del protagonismo histórico y probada fidelidad institucional de la Ciudad, cuyo bache perduró hasta su venida y entrada el 27 de abril de 1525, ya coronado Emperador, una vez transcurridos ocho años desde su venida a España el 17 de abril de 1517, celebrándose Cortes en la misma elIde junio y cuya acta final se rubricó el 7 de agosto de 1525. 




Cualesquier observador no dejará de preguntarse qué justificación tendría el nuevo Rey, instituído testamentariamente por su abuelo a partir del 23 de enero de 1516 y reconocido como tal desde el 3 de abril de 1516 para que retrasara su venida a Toledo, considerada como la ciudad de mayor protagonismo histórico nacional así como sede regia a pesar de la característica itinerante de la misma, nada menos que ocho años. 

¿Es que tanto el nuevo Rey, como su corte conocían de supuestos agravios, conducta desleal, oposición sistemática de Toledo anterior a su venida, etc., que pudiera predisponerle a tamaña desconsideración? 

Resultado de imagen de Emperador Carlos con ToledoEntendemos, pues, que los estudiosos del tema han venido pasando por alto o juzgando muy ligeramente tanto los antecedentes como la gradación del mencionado proceso y los fines defendidos y perseguidos inicialmente por Toledo, centrando su atención en el desarrollo del conflicto armado de las Comunidades, con sus excesos y desviaciones posteriores, originándose, por consiguiente, criterios muy divergentes e interpretaciones contrapuestas, de las que es ocioso enumerarlas por archisabidas.

Entrevista del emperador Carlos V con Francisco Pizarro, en el alcázar de Toledo

Sin pretender polemizar, pues, sobre las mismas y menos aún referimos al curso de las acciones armadas, deseamos solamente en la presente ocasión exponer y reflexionar sumariamente respecto a la evolución de la conducta de Toledo hasta llegar al to tardío de la misma por el emperador Carlos con su reconciliación tras su venida a la ciudad y celebración de las Cortes de 1525.

 En primer lugar, como antecedente obligado, hemos de centramos en la conducta de Toledo y sus reacciones durante el período de la Regencia del cardenal Cisneros por ver de encontrar cualesquier grave divergencia con la misma que pudiera motivar apreciación negativa, dando lugar a frialdad gubernativa, según se deduce de la documentación existente en las cartas del propio cardenal Cisneros y del secretario Varacaldo al entonces canciller del Rey, López de Ayala, junto a las actas de las Cortes de los acontecimientos posteriores. 

Nuestras indagaciones al respecto en la documentación de la época, no muestran siquiera un solo hecho. 

Antes al contrario sólo nos proporCionan serie ininterrumpida de aquiescencias con el reconocimiento de las mismas. 

La muerte del rey Fernando 1 en Madrigalejo (23-1-1516) inició un interesante proceso político, toda vez que, como sabemos, en la víspera de su muerte revocó el testamento anterior por el que designaba heredero a su segundo nieto, el príncipe Fernando, sustituyéndole por su hermano mayor el príncipe Carlos, junto a la designación del cardenal Cisneros como Regente del Reino. 

Al margen de la sorpresa y conmoción en el grupo fernandino, así como la que se ocasionó en la opinión general, la noticia de la muerte y del nuevo testamento llegó a Toledo el día 25, es decir, a los dos días siguientes siendo la primera ciudad en conocerlo.

 El Concejo toledano, sin vacilación alguna, ordenó levantar pendones y proclamar desde los torreones del Alcázar su reconocimiento, siendo por tanto la primera de España en proclamarle con los gritos acostumbrados de «Castilla, Castilla, Castilla, por el Príncipe Nuestro Señor y por la Reina Nuestra Señora»!. 




Toledo, con este inmediato refrendo, fiel a su condicion de liderazgo y fidelidad, ejemplarizaba y testimoniaba al resto del reino su identificación y cumplimento de la voluntad real. Cisneros, pues, encontraba en la Ciudad, no sólo por su condición espiritual de titular de la Silla Primada, sino en su calidad de Regente, el apoyo incondicional para iniciar su labor política cuyo desemboque se orientaba a lograr la más pronta venida del Príncipe dentro de la mayor normalidad dado el conocimiento que tenía tanto de los asuntos internos como de las noticias que le llegaban de Flandes. 

De ahí que Toledo entendiera ser el. centro de actividad del prelado para la consecución de dicho fin, según se desprende de la carta enviada al Cardenal por el licenciado Herrera, Capellán Mayor y Vicario de Toledo, escrita el mismo día 25, tras la proclamación y reconocimiento, diciéndole:

 « ... en esta ciudad se desea como la salvación la venyda aquí de vuestra señoría ... », si bien el nuevo Regente fijaría su residencia en Madrid, por entender tendría mayor libertad e independencia de acción.

 ¿ Qué dificultades internas graves encontró el c~ardenal Cisneros durante el período de su Regencia? 


Las cuestiones fundamentales internas de tipo gubernativo presentadas durante el período de Regencia, tras el reconocimiento general del testamento del rey Fernando, unánimemente reconocidas por todos los historiadores y cronistas, cabe agruparlas en 3 aspectos: 

1.- el de las intromisiones, desplantes y exigencias de algunos miembros de la nobleza;

2.- el proyecto de creación del cuerpo especial de las Gentes de Ordenanza,

 y 3.- el más delicado, como fue el del reconocimiento del príncipe Carlos como Rey exigido y llevado a cabo desde Bruselas antes de su venida a España junto a la relación especial que debiera tener con su madre, la reina Juana considerada como legitima heredera. 

¿Cuál fue el comportamiento de Toledo ante las mismas?

 Veamos sus repuestas. 

Los desordenes desencadenados al comienzo de la Regencia, bien por revueltas populares contra los excesos de parte de la nobleza, bien por las luchas internas entre sí de los propios magnates por conseguir mayor influencia, así como contra las decisiones del propio Cisneros, que la Regencia trató especialmente de contrarrestar con la creación del Cuerpo Armado de las Gentes de Ordenanza, que eran unas milicias urbanas al servicio oficial, originaron múltiples disturbios y oposición en muchas ciudades cuya normalización revistió especial gravedad en lugares como Valladolid, León, Salamanca, Burgos, Málaga, Huescar, MedinaSidonia, etc., manteniéndose Toledo al margen y lealtad absoluta.  

El propio cardenal Cisneros, con extrema prudencia, en su carta del 12 de abril de 1516, daba igualmente, la noticia, diciendo « ... Ansi mismo direys a su alteza como luego que en toledo recibieron su carta y nuestra creencia sobre lo del título del rrey, sin ninguna dilación, de su propia voluntad, muy conformes todos con grandes solemnidades y alegrías alzaron pendones, diciendo Castilla, Castilla por la rreyna y rrey don carlos su hijo, nuestros señores, con grandes fiestas y placeres». 

Toledo, pues, mantenía su natural y acrisolada fidelidad gubernativa al servicio de la institución monárquica, como siempre venía siendo su tradición. 

La delicada situación que creó ésta exigencia del príncipe Carlos en ser reconocido como Rey, y su determinación de seguir residiendo en el extranjero, puesto que transcurrió un año entero en venir a España desde su reconocimiento regio, unido a la política seguida desde Bruselas de adjudicación de cargos importantes a significados personajes flamencos y a nativos allegados estrechamente a su círculo, llegó a exacerbar los ánimos a tal extremo que la ciudad de Burgos tomó la iniciativa de solicitar el respaldo del resto de las ciudades para reunir Cortes en Segovia y poner fin a tamaña situación, exigiendo, a su vez la inmediata venida del Rey para poder llevar a cabo su reconocimiento y juramento de las Leyes y Fueros de Castilla, según carta enviada por su Concejo al cardenal Cisneros el 26 de febrero de 1517

Tal iniciativa chocaba frontalmente con la prerrogativa regia de ser la única autoridad que podía convocar Cortes, por lo que el Regente se opuso enérgicamente, volviendo nuevamente a respaldarle Toledo con toda firmeza, limitándose a instar la pronta venida del monarca sin compartir los excesos legales de lo propuesta de Burgos. 

De ahí que el Regente, al enviar al canciller López de Ayala en Bruselas la carta de Toledo, fechada ~ el 27 de marzo de 1517, apostillara « .. .la cibdad de Toledo escriue a su alteza esta carta que aquí va, suplicándole con mucha ynstancia por su bienaventurada venida que tan necesaria es para el bien destos rreynos y de toda la cristiandad ... ». 

Si seguimos preguntándonos respecto a la exigencia de previo reconocimiento regio, inusual en las costumbres tradicionales, nos planteamos la interrogante de ¿cuáles pudieran' ser las causas y motivos de tal exigencia del reconocimiento previo como Rey así como su demora de venida con la continuada permanencia en el extranjero? 

La respuesta, indudablemente, no es otra que la puesta en práctica y maduración del plan político ideado en la corte flamenca. La Casa de Borgoña que estuvo a punto de conocer la designación del emperador Maximiliano 1, abuelo de nuestro Rey, como Emperador Rey de Romanos, dado su fallecimiento, no dudó en proseguir el logro de sus aspiraciones a favor de su nieto y heredero, puesto que no tenía más competidor en Europa que el eey de Francia Francisco 1, pues, como nos relata el cronista Alonso de Santa Cruz, «se tendría por afrenta que sus abuelos hubiesen alcanzado el Imperio siendo solamente señores de la Casa de Austria y que él lo perdiese teniendo el mismo señorio y a más siendo Rey de España y de las dos Sicilias». 

Así pues, era imprescindible rodear a Carlos de la maXlma autoridad, poder y prestigio, que facilitara la disponibilidad de la fuerza y recursos económicos de España en la disputa de su elección. 

A este respecto, no podemos por menos de reproducir las consideraciones que el Arzobispo de Maguncia y Archicanciller Imperial dirigió a los principes electores recomendándoles la elección de Carlos en los siguientes términos:




 «Item, ningún príncipe tiene capacidad de mantener el Imperio para sí o por parte de los suyos. Item, el Imperio está agotado y carece de recursos. Item, que el imperio no se volverá más poderoso de lo que es. :Por ello es preciso que se encuentre un señor que se imponga». 

Es decir, que de hecho, los príncipes electores veían en Carlos a un potencial acrecentador del Imperio y un dirigente acaudalado, dados los jugosos recursos económicos provinientes de América. 

Con el reconocimiento previo logrado y la solución del problema que planteaba la vivencia de su madre, la reina Juana, se reforzaba su posición allanándose el camino para la deseada elección, puesto que, no podemos olvidar que a escala europea y a lo largo del siglo XV las monarquías absolutas presidían y protegían al total cuerpo social.

 Vemos, pues, que en ésta fase inicial y con total anterioridad a la venida del Rey, la postura de Toledo ha sido de plena fidelidad y aquiescencia a las decisiones del poder gubernativo, por delicadas y dificultosas que fueren, ofreciendo continuadas muestras de lealtad, sin que nada ni nadie pueda aportar prueba alguna respecto a reivindicaciones o propósitos innovadores, tanto de tipo ideológico como de procedimientos de gobierno, y menos aún referidas a cambios sociales, ideologías, etc., que atestiguen atisbo alguno de conducta institucional irregular, a pesar de la inquietud e inestabilidad social existente dada la ausencia del Rey y debilidad gubernativa. 

Si la lealtad y fidelidad de Toledo resaltaba, pues, por doquier, constituyendo ejemplo para el resto, logrando frenar con su indiscutible peso histórico los excesos registrados, por más que se reconociera la fragilidad de la situación que se prolongaba ante la dilación de la venida del Rey, la noticia del ansiado desembarco del monarca y su estancia en Villaviciosa el 19 de septiembre de 1517 suscitó las lógicas esperanzas que tan anhelosamente se deseaban para lograr poner remedio a tantas inquietudes. 

Pues, bien, Toledo volvía a ser la primera ciudad que enviase una comisión de su Ayuntamiento con el exclusivo fin de cumplimentar al Rey y rogar fuese la elegida para su reconocimiento y juramento de las Leyes y Fueros de Castilla.

 A dicho efecto, visitaron previamente en Roa al cardenal Cisneros quién no dudó en darles una carta para el Rey con la recomendación de que se les tratara adecuadamente en razón de la lealtad tradicional de la Ciudad y su protagonismo histórico, diciendo textualmente « ... pues ay tanta razón en ello ... »IO. 

Los comisionados albergaban total confianza de encontrar eco favorable en el ánimo del Rey, dado que estaba perfectamente informado de su limpia conducta, quedando totalmente decepcionados puesto que ni el Rey ni sus allegados dieron a entender la más mínima intención de dirigirse a Toledo, conociendo de inmediato que las preferencias se inclinaban sobre Valladolid, que dada su pujanza comercial y su entorno de relaciones comerciales con las ciudades flamencas era la preferida por los magnates de la corte, a pesar de conocer que la misma había protagonizado la mayor oposición a los proyectos del cardenal Cisneros durante su Regencia. 

La ostentación manifiesta del cortejo flamenco acompañante del Rey en su entrada a Valladolid, en abierto contraste con la tradicional austeridad castellana, junto a la divulgación del préstamo de 100.000 florines de oro otorgado por el rey de Inglaterra Enrique VIII para sufragar los gastos de la venida, inició la creencia en la opinión popular del cambio económico que se presagiaba con el correlativo aumento de los impuestos. 

La clase dirigente, igualmente, concluyó de convencerse respecto a la certeza del conocido informe que en su carta del 8 de marzo de 1516 escribiera el obispo Mota, principal y fiel allegado en la corte de Bruselas al cardenal Cisneros, advirtiéndole de los excesos de influencia de los consejeros flamencos así como de su codicia y ansias de utilización de los recursos económicos nacionales con miras a lograr los designios imperialistas que tan ansiosamente deseaban. 

La llegada a Toledo de la comlSlOn y su informe al Ayuntamiento fue, como cabe imaginar, decepcionante en grado sumo.

 El sentido del honor,. su tradicional protagonismo histórico y probada fidelidad, no contaban en absoluto en los planes políticos de la corte que rodeaba al nuevo Rey. Toledo, no sólo comenzó a sentirse preterida injustamente, sino que empezó a comprender el alcance del nuevo orden de cosas. 

Los comisionados constataron que la tradicional postura de adhesión a la institución real, tan arraigada desde el reinado de los Reyes Católicos, no contaba en absoluto para los dirigentes flamencos que constituían el núcleo masivo e influyente de la corte puesto que, en el seno de la misma dirigida por el Sr. De Chievres, el canciller Sauvages, y el que fuera su sucesor Mercurino Gattinara, a partir de 1518, sólo existían dos españoles por sus conocimientos linguísticos para despachar la correspondencia: el Dr. Pedro Ruiz de la Mota que salió de Castilla en 1507 como partidario de Felipe el Hermoso siendo nombrado en 1516 obispo de Badajoz y relator de los asuntos internos de Castilla, con su auxiliar García Padilla, y Pedro Quintana, antiguo secretario del rey Fernando el Católico. 

El conocimiento que se tenía respecto a los modos absolutistas imperantes en Europa, que, lógicamente, presidían igualmente el desenvolvimiento de la Casa de Borgoña, chocaban con el esquema sociopolítico asentado en España a partir de las Cortes de Toledo de 1480, como sistema mixto a través del entramado del Consejo Real, Cortes y municipios, puesto que, si bien el poder real nombraba directamente al Corregidor de las ciudades con amplias facultades, se mantenía gran respeto a los acuerdos de las Cortes formadas exclusivamente por los representantes de las 18 ciudades con voz y voto en las mismas. 

La diversidad territorial de los dominios del rey Carlos: Alemania, Países Bajos y España, netamente diferenciados y con evolución socioeconómica dispar, planteaban verdaderas incógnitas respecto a la conjunción de su rectoría política

. ¿Se seguirían los métodos y procedimientos borgoñones? 

¿Se respetarían los hispanos de sus abuelos? 

La serie de actos y nombramientos llevados a cabo tendían exclusivamente a la consolidación de la influencia gubernativa flamenca, en detrimento de la nacional por lo que Toledo veía desvanecerse sus leales y nobles disquisiciones.

Los nombramientos inmediatos posteriores a la entrevista, colmarían las dosis del equilibrio toledano al conocerse la noticia de la designación del sobrino del canciller Chiévres, Guillermo de Croy, para Arzobispo de Toledo en sustitución del difunto cardenal Cisneros.

 ¿Cómo, se preguntaban las gentes, un flamenco, joven de apenas 20 años, sobrino del canciller Chiévres, puede ocupar la Silla Primada de España, con las rentas de la misma, sin que esto se considere como afrenta general espiritual y más en concreto hacia Toledo?\] 

No podemos olvidar que el Arzobispo de Toledo mantenía poder exclusivo sobre el territorio de su Archidiócesis, nombrando directamente a los regidores, alcaides de fortalezas, notarios, etc., así como percibía y distribuía sus rentas. Buena prueba es que el cardenal Cisneros pagó de dichas rentas la mayor parte de la campaña y toma de Oran.

 Las discusiones y oposición unieron al cabildo catedralicio, regidores de la ciudad y población en general, cuyas protestas retrasaron su reconocimiento hasta el 20 de abril de 1518, consiguiendo que jamás viniese a Toledo a ejercer su rectoría. 




A partir de entonces, el Ayuntamiento toledano al comprender definitivamente que los planes políticos tendían a consolidar la hegemonía de los intereses dinásticos borgoñones rechazándose la tradicional política interna seguida desde los tiempos de los Reyes Católicos, comenzó a adoptar un progresivo enfriamiento dándose paso a una viva e inquieta observación de los acontecimientos. 

El Ayuntamiento de Toledo, no obstante, antaño tan dividido por la pugna de las familias de los Silvas y Ayalas, aparecía totalmente apaciguado, entremezclándose ambos bandos con sus respectivos representantes de la alta nobleza: el Duque de Maqueda como Alcalde Mayor; el Duque de Lerma como Alcalde de los Alcázares reales; el Conde de Cifuentes como Alcalde mayor de las alzadas; el Marqués de Montemayor como Alcalde mayor de los pastores; y el Conde de Fuensalida como Alguacil mayor, acrecentándose meses más tarde con el nombramiento como Corregidor del Conde de la Palma. 

El Ayuntamiento de Toledo, a pesar de la serie de desaires sufridos, mantenía la esperanza de que el Rey encontraría fácil ocasión para su venida a Toledo, por breve que fuese su estancia, dando así testimonio de reconocimiento del acerbo histórico y fidelidad de la Ciudad. 

La decepción sería absoluta al conocerse la partida hacia Aragón, el 22 de marzo de 1518, tras la celebración de la Cortes en Valladolid (2 de febrero de 1518), en cuya capital residía desde el 18 de noviembre de 1517, tras haber conseguido los objetivos propuestos: su reconocimiento regio y regulación de la situación con su madre la reina Juana, y la concesión del subsidio de 600.000 ducados pagaderos en 3 años, cuya suma jamás se había conocido y concedido en Castilla.

 Toledo, pues, tras casi 5 meses de espera, constató el deliberado olvido y desconsideración regla con la convicción de la minusvaloración de su pasado y servicios, sin encontrar razones válidas salvo el deseo inequívoco de imponer los modos y decisiones de la corte flamenca en abierta sustitución de las leyes y usos nacionales.

El Concejo toledano maduró, pues, su determinación de tomar conciencia más directa en la defensa de los intereses generales y propios, según los acuerdos de las Cortes de Valladolid de 1518, ante la constatación de seguirse incumpliendo los mismos y mantenerse los abusos y excesos de los flamencos.

 La ocasión la encontraría el Ayuntamiento toledano en las protestas habidas en Segovia y Avila ante los intentos de cobro de nuevas y mayores exacciones por la variación del sistema de pujas habitual, atendiendo a los requerimientos que ambas ciudades solicitaban de Toledo reconociendo su consideración de liderazgo, puesto que, de generalizarse se alteraría el sistema global de impuestos. 

La enumeración de la serie de acontecimientos expuestos hasta este momento, así como la postura invariable de Toledo respecto a los mismos, evidencian palmariamente que jamás reaccionó con demostraciones de abierta disconformidad, ni propició intentos de movilizaciones y captación de voluntades ciudadanas tendentes a exigir o forzar cambios de actitud tanto en el ánimo del monarca como de la opinión general, que pudieran cimentar cualesquier idea de oposición regia, salvo la disconformidad por los métodos que se empleaban. 

La petición de Avila y Segovia respecto a su negativa de que fueran modificados los sistemas económicos de encabezamientos y recaudación, vendría, igualmente, a mostrar el equilibrio hasta entonces mantenido, puesto que, el Ayuntamiento de Toledo nombró una comisión compuesta por los regidores D. Pedro Laso de la Vega, señor de Cuerva y Batres, y D. Alonso Suárez, señor de Gálvez y Jumela, junto con los jurados D. Miguel Hita y D. Alonso Ortiz, para que fueran a Barcelona, donde se encontraba el Rey tras su marcha de Aragón, y expusieran el agravio, llegando los comisionados a Monserrat el día de S. Andrés de 1519, en tanto que, el Conde de Palma, Corregidor de la Ciudad, enviaba previamente, al Rey copia de las cartas de Segovia y Avila, en actitud de leal conducta con el fin de que pudiera tener cabal conocimiento de los hechos y así poder mejor atender a su remedio


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