martes, 25 de junio de 2019

La Reconciliación del Emperador Carlos con Toledo (II)

Resultado de imagen de el Emperador Carlos con Toledo¿Se puede pedir mayor contribución para la justa corrección y leal entendimiento de la mediación de Toledo? ¿Cuál fue la acogida regia a los buenos oficios de Toledo?

Los detalles meticulosos que nos ofrece la Crónica de Sandoval no dejan lugar a dudas.

El Rey, en principio, se negó a recibir a los ediles toledanos remitiéndoles al Canciller Chiévres y sólo la insistencia de los mismos, reforzados con la llegada de Gonzalo Gaitán, le hizo contestar no poder ocuparse de las cosas de Castilla al estar inmerso con las de Cataluña.

Los comisionados toledanos no dejaron de cejar por obtener respuesta concreta, negándose a abandonar ,Barcelona sin ser debidamente escuchados por el monarca, ya que sólo deseaban informar y tal derecho no podía negárseles, máxime, al tener, a más de su propia representación, la de otras ciudades, recordando al Rey las palabras textuales introductorias del acta de las Cortes de Valladolid de 1518 ...

«consyderando que vuestra Alteza, como sancto, justo, cattholico Rey, primero debe e es obligado a socorrer e proveer en las cosas tocante a sus pueblos, unyversydades e subditos e naturales vasallos, que a las cosas suias propias», asi como las que más adelante le recuerdan que ... «queremos traer a la memoria de vuestra Alteza, se acuerde que fue escogido he llamado por Rey, cuia interpretación es regir bien, y porque de otra manera non seria regir bien, más desypar, e ansy non se podría decir nin llamar Rey, e el buen regir es facer justicia, que es dar a cada uno lo que es suyo, e este tal es verdadero Rey. Pues, muy poderoso sennor, sy esto es verdad, vuestra alteza por hazer esta reynar, la qual tiene propiedad que quando los súbditos duermen, ella vela, e ansy vuestra Alteza lo deve hazer, pues en verdad nuestro mercenario es, e por esta causa asaz sus súbditos le dan parte de sus frutos e ganancias suias e le syrven con sus personas todas las veces que son llamados» .




¿Imaginamos el impacto que volverían a producir estas palabras en la mente del Rey y sus cortesanos, cuyo recordatorio indicaba el decidido propósito de oposición a sus procedimientos?

 He aquí, el punto de arranque del distanciamiento del Rey y frialdad gubernativa contra los representantes toledanos, que determinaría el rechazo sistemático a cuantas propuestas y súplicas realizaran en pro de la normalización de sus procedimientos.

Resultado de imagen de el Emperador Carlos con Toledo Los representantes toledanos, una vez conseguida la entrevista, aprovecharon para exponer el malestar general ante el incumplimiento de los acuerdos de las Cortes de Valladolid de 1518 suplicando la mayor atención regia para remediar la situación a cuya tarea Toledo iba a dedicar su mayor atención, sin llegar a obtener concreción o promesa alguna.

Toledo, convencida de su condición moral de portavoz del resto de las ciudades, y dado el fracaso de la entrevista de Barcelona, no dudó en recabar el apoyo de las mismas con el fin de lograr antes de la partida del Rey la sanción favorable que deseaban.

A tal fin escribió sendas cartas recabando su opinión, no sólo sobre las cuestiones económico-fiscales sino sobre el tratamiento que el Rey daba a su título de Emperador, cuya elección conoció el 6 de julio de 1519, considerándolo como que «la dicha dignidad Ymperial es tan grande y sublime sobre todas las otras dignidades temporales», anteponiéndolo pues al de Rey de Castilla y demás reinos según transcribió en la Provisión Real del 5 de septiembre de 1519 promulgada en Barcelona, motivando que el Ayuntamiento de Toledo, al recibirla, aprobase un escrito diciendo «que fuese servido de guardar a estos Reynos la preeminencia que los Reyes pasados de gloriosa memoria, sus progenitores, habían siempre tenido y la Reyna nuestra señora y S.M. tiene, y guardar el estilo y orden en el título que hasta agora se ha tenido», comunicándoselo a las demás ciudades. (A.O. Simancas. Comunidades de Castilla, lego 1, fol. 14).

 Como quiera que entendieran que las respuestas se iban a dilatar, volvieron a escribir la famosa carta fechada el 7 de noviembre de 1519, que se considera como el paso inicial de la protesta formal contra los modos y métodos regios hasta entonces utilizados, invitando al resto de las ciudades a reunirse para encontrar remedio, dirigiéndose en estos términos:

 Parecenos que sobre tres cosas nos debemos juntar y platicar sobre la buena expedición dellas. Nuestros mensajeros a su alteza enviar, conviene a saber: suplicándole lo primero que no se vaya de España; lo segundo, que por ninguna manera permita sacar dinero della; lo tercero, que se remedien los oficios que se están dando a extranjeros en ella.

Mucho, señores, os pedimos por merced, que vista esta letra luego nos respondan la conviene que los que vieren de ir vayan juntos y propongan juntos. Porque siendo de todo el reino la demanda, darles han mejor y con más acuerdo la respuesta Nuestro Señor, Su Majestad y noble persona guarde».

 ¿Cabe argüir que con ésta postura comenzaba su labor de innovación sociopolítica?

A la vista de la misma, sólo cabe ver, junto al sentido del patriotismo herido, la obsesión de defensa y mantenimiento cerrado del equilibrio político y económico existente, en línea nacionalista a ultranza, tal vez, por no acertar a comprender la futura expansión que los dilatados dominios europeos y americanos pudieran proporcionar, entendiendo que los españoles irían a ser expoliados económicamente para servir los intereses heg.emónicos de los flamencos, quedando absorbidos dentro del heterogéneo conjunto de territorios y señorios extraños.

Los dirigentes toledanos, al igual que sus compañeros del resto de las ciudades, en ningún momento vislumbraron la magnitud del conjunto territorial heredado por su Rey, que, al centralizarse política y económicamente al servicio de la idea imperial a que aspiraba, chocaba inexorablemente con la más estrecha visión nacional y métodos formalistas que defendían.

A nuestro juicio, sinceramente, entendemos radica en éste aspecto buena parte del enfrentamiento inicial y su extensión posterior.

La política exterior española seguía basada, tras la muerte de la reina Isabel, en el cumplimiento de su testamento, es decir, «que no cesen las conquistas de Africa», como prueba la conquista de Oran llevada a cabo por el cardenal Cisneros, para así asegurar el dominio del litoral norteafricano, logrando con dicha expansión mediterránea la consolidación de los dominios en Italia a cuyo empeño dedicaba el Rey Fernando todo su interés, por ser patrimonio directo de la Corona de Aragón, junto a la organización y prosecución de descubrimientos en tierras americanas.

Así pues, poco o nada, en España se relacionaba con la política centroeuropea, y menos aún respecto a la pugna de influencias entre las dinastías de los Valois y los Borgoñia-Habsburgo.

De ahí que en su visión exclusivamente nacionalista, se propugnara abiertamente que cada entidad territorial de las heredadas por Carlos debía seguirse rigiendo independientemente según sus leyes, usos y costumbres.

El resto de los acontecimientos a partir de la citada misiva, con la serie diversa de reacciones entre las distintas ciudades, comenzó a sobrepasar las líneas normales de su insistente reclamación.

 Los regidores toledanos, principalmente, Hemán Pérez de Guzmán, Hemán Díaz de Rivadeneyra, Juan de Padilla, Hemando de Avalos, Juan Carrillo, Alonso Suárez de Toledo, Pedro de Ayala, Antonio de la Peña, Gonzalo Gaytán, entre los demás, no dudaban en seguir adelante, no sólo por entender que los allegados flamencos se burlaban del concepto legal y acuerdos formales, sino por el convencimiento de que Castilla y el resto de España quedaban relegadas a favor del conglomerado territorial europeo.

De ahí que, tratando de atajar las iniciativas toledanas sobre el resto de las ciudades, el Rey no dudó en sustituir al corregidor Conde de la Palma, tachado de evidente debilidad, por D. Antonio de Córdoba en claro intento de neutralizar el protagonismo e influencias de Toledo sobre el resto.

Todos conocemos la sucesión del resto de los acontecimientos: convocatoria de Cortes en Santiago de Compostela con el malestar subsiguiente por entender no figuraba entre las ciudades con dicho derecho: las órdenes del Emperador para que Padilla, Avalos y Gaytán como representantes de los regidores críticos fueran a Santiago a la vez que residenciaban en sus territorios a los nombrados por el Concejo toledano, los regidores D. Pedro Lasso de la Vega y D. Alonso Suárez de Toledo y los Jurados D. Miguel Hita y D. Alonso Ortiz, con su sustitución por otros más afines; los alborotos sucedidos en Toledo para impedir la salida de Juan de Padilla y sus compañeros a la Coruña reclamados por el Rey; el asalto y toma popular del Alcázar con la destitución de su alcaide D. Juan de Rivera; ausencia de representantes toledanos en dichas Cortes, etc.

El problema planteado a partir de las Cortes de Santiago quedó nítidamente expuesto: Toledo y el resto nacional que compartía sus puntos de vista debían aceptar el compromiso aprobado en las mismas, o por el contrario, caso de mantener sus pretensiones caerían en desobediencia con las consecuencias inherentes que comportaba su proceder.

He aquí, el comienzo de la escalada de las protestas que se mantenían, cuya progresiva acumulación culminó en abierta desobediencia armada al responder Toledo a la petición de Segovia por la acción de castigo del alcalde Ronquillo contra dicha, ciudad motivada igualmente por excesos populares.




El conflicto, al extenderse de modo activo, como es sabido, originó un nuevo suceso que vino a agravar el distanciamiento del Rey frente a Toledo motivado por la entrada en Tordesillas de los capitanes comuneros con Juan de Padilla a la cabeza y su entrevista con la reina Juana.

Si para las Comunidades el acceso y diálogo con la reina Juana, tan querida por los representantes toledanos por el hecho de haber nacido en la ciudad, suponía el símbolo de continuación de los procedimientos tradicionales, el Rey conoció por carta del cardenal Adriano (4 de septiembre de 1520) que «ahuían molestado e importunado a su alteza y que quisieron saber de su alteza sin mandaua que la junta de las ciudades que tienen voto en Cortes viniese a Tordesyl1as», lo cual con las implicaciones políticas que pudieran derivarse vino a agravar la animosidad del Rey contra Toledo y sus rectores 

Toledo, pues, vino a protagonizar una abierta desobediencia armada desprovista hasta dicho momento de otros propósitos y designios políticos que no fuesen la cerrada defensa del status nacional existente, sin medir, tal vez, la gravedad de sus consecuencias, al igual que ocurriera en anteriores épocas y reinados con otros desórdenes similares especialmente los habidos durante los de Juan II y el del rey Enrique IV, al que, incluso, llegaron en Avila a representar la farsa de su destronamiento.

Desobediencia desprovista de maduración, tendente exclusivamente al mantenimiento del entramado institucional existente con exigencia de garantías contra el futuro proceder gubernamental.

El respeto de dicho mantenimiento, a través de las Cortes, se condensaba en el término de «libertad» como denominador común de sus relaciones y dependencias con la Corona, no, con la persona como fuente y significado del poder.

 Las Cortes, con el cumplimiento de sus acuerdos, suponían la garantía verdadera de mantenimiento del entramado político que se defendía en auténtico sentido nacionalista, toda vez que, como representación general del reino en las mismas, solamente estaban los comisionados de las 18 ciudades con voto en Cortes, que fueron en su mayor parte las que motivaron e impulsaron el conflicto.

De ahí que el propio cronista del Emperador, Pedro Mexia, precisamente el más vinculado a su persona, no dudara en transcribir en su famosa relación de las Comunidades de Castilla lo siguiente: «Luego que se publicó por el reino la determinación de la partida del emperador para Alemania a su coronación, a todos comunmente pesó della, por celo que se tenía de los inconvinientes y daños que podría causar su ausencia ... y estas cosas, aunque eran así en común y se hablaban por muchos, eran en murmuración privada y particular, pero no que en los cabildos y ayuntamientos se tratase dello; y en lo que yo he podido alcanzar donde primero se puso en público acuerdo fue en la ciudad de Toledo ...

Tratándose allí, pues, esta platica por ventura más que en otras ciudades, los regidores della, movidos con engañado celo o por pasiones particulares que tenían, o porque nunca pensaron que la cosa llegase a lo que después llegó ... lo pusieron en pública consulta y propusieron en su ayuntamiento y ciudad las cosas que tengo dichas ... y que aquella ciudad, por su grandeza y preeminencia competía procurar y buscar el remedio de tantos daños».

Como vemos, es el propio cronista imperial quien no sólo describe el estado general de cosas sino que comprende y admite la buena fé de los ediles toledanos respecto al curso inicial de los acontecimientos, así como el protagonismo de Toledo para remediar la situación poniendo límite a los excesos de la corte carolina.

Así lo entendieron, meses más tarde, los plenipotenciarios que acordaron la rendición de Toledo, siguiendo las instrucciones del monarca, al final del conflicto con total independencia de los excesos e incidencias del mismo, cuando suscribieron el 25 de octubre de 1521 en el cercano monasterio de la Sisla, la llamada «Escritura de concordia», suscrita por el Capitán General imperial, el prior de San Juan Don Antonio de Zuñiga, y los diputados representantes de la Comunidad, Rafael de Vargas, Antonio de Comontes y Clemente Sánchez, diciendo en la cláusula inicial:

 «Declaramos a la dicha cibdad por leal e le confirmamos el renombre de muy noble e muy leal para agora e para siempre jamas».

 ¿Dónde estaba el carácter y fines revolucionarios que se caban a Toledo si se afirmaba su lealtad de manera tan inequívoca?

 ¿Cómo se puede conciliar una manifiesta desobediencia armada contra el Rey, con duración activa de 16 meses, con el reconocimiento de la condición de lealtad y nobleza para «agora e para siempre jamás»?

 ¿ Cómo cabe imaginar que el representante del propio Rey pudiera suscribir tal declaración de no tener poderes superiores y coincidencia de criterios para su afirmación, cuando su triunfo es absoluto?

 ¿Cómo podemos, igualmente, imaginar que dicha escritura de concordia, sea ratificada a los tres días siguientes por la trilogía de Virreyes, el cardenal Adriano, el condestable de Burgos, Don Iñigo Velasco, y el almirante de Castilla Don Fadrlque Enriquez, que añadieron más explícitamente que ... «En Quanto a lo que pedís por los dichos capítulos que essa Cibdad de Toledo quedase por leal y se diese perdón general, universal y particularmente a todos los vezinos y moradores della y su tierra y propios, y montes della y a sus personas y bienes y a los extranjeros que estuvieron en Servicio de la dicha cibdad, visto que la dicha cibdad se reduce a nuestro servicio, se restituye y la restituymos en toda su lealtad que ella tuvo y tuvistes vosotros y vuestros passados antes que las dichas cosas acaesciesen ... añadiendo, dado lo particular del caso, que « ... en lo que toca a los vezinos de Mora, asimismo les perdonamos toda la nuestra justicia civil y criminal, y perdonamos las ynjurias que contra nuestra justicia en las dichas alteraciones fueron fechas», sin que se reconozca que trasladaban las instrucciones y pensamientos del propio Rey-Emperador en cuyo nombre lo suscribían?

Los Virreyes, fueron más allá al añadir que «en lo que toca a los privilegios, libertades y franquezas, buenos usos y costumbres de la dicha cibdad, mandamos que se guarden y cumplan sy e segund que hasta aquí se han guardado e complido, y se hos dé confirmación dellos en forma sy lo quisiéredes. Item, en lo que toca al negocio de Johan de Padilla y que se den y concedan a su hijo los bienes y officios quel dicho su padre tenía y su hacienda y que se alce en embargo de sus bienes y que no se le puedan pedir ni demandar en ningund tiempo por este caso ... y en lo que toca a la honra de Johan de Padilla que su cuerpo sea traido a Toledo tras descansar ocho meses en el convento de La Mejorada, cerca de Olmedo ... ».

 ¿No es esto el reconocimiento explícito de la rectitud de intenciones y celo nacional plasmado en la desobedienci~ de Toledo? Ahora bien, ¿qué motivaciones pudo tener el Rey-Emperador para ordenar semejante cambio de conducta y reconocimiento?

Indudablemente, a pesar de su juventud y conformidad inicial a los consejos de sus cortesanos, había comprendido allende fronteras el exceso de los mismos y lo equivocado de sus procedimientos al rechazar sistemáticamente las demandas nacionales que se solicitaban, así como que el protagonismo y dirección de Toledo en la etapa inicial del conflicto careció de las ímplicaciones y desviaciones posteriores del mismo.

Sin la pacificación general y mutuo convencimiento le sería más dificultoso realizar la política de hegemonía europea que deseaba fervientemente.

Con el fin, pues, de restablecer el equilibrio político-social y lograr mejor entendimiento general hacia la Corona y su persona, no dudó en poner en práctica un progresivo plan de pacificación a través de amplias medidas de comprensión, que prácticamente anularon las acciones llevadas a cabo por sus Virreyes.

A dicho fin, fue promulgando, al margen del indulto específico de Toledo, sucesivos indultos parciales culminados con la amnistía general del 28 de octubre de 1522, que, complementada posteriormente con otra serie de indultos personales alcanzó y perdonó a los dirigentes toledanos principales: Don Pero Lasso de la Vega, Hernando de Avalos, Pero Ortega, Gonzalo Gaitán,

Pero de Ayala, etc. En esta línea de reconocimiento nacional convocó Cortes en Valladolid, rubricadas el 23 de agosto de 1523 en las que explícitamente el rey dirigiéndose a los procuradores del reino, les dijo:

 « ... Bien sabéys que los Reyes e Principes fueron ynstituidos y ordenados por Dios nuestro sennor para rregir e gobernar sus Reynos y mantener sus pueblos en justicia ... y ansi la majestad del Emperador y Rey nuestro sennor, sintiendo grabemente los bullicios e movimientos acaescidos en estos Reynos durante su absencia dellos, y los dannos y trabajos que sus buenos y fieles subditos vasayos an recisbido, codiciando rremediar aquellos y de rreducir y poner en debida y justa orden todas las cosas de manera que los habitantes dellos, con asosegamiento de sus corazones entiendan en lo que les conveine facer ... quisiera su majestad, luego acabadas las cortes, discurrir particularmente por todas cibdades principales para conoscer y ver su grandeza y darles a entender por su real persona el grande e entrañablemente amor que les tiene... teniendo como tiene a estos reynos por cabeza, la grandeza, fuerza y poder de los cuales basta, no sólo para sostener los otros que Dios le dio, más aún para ganar otros de nuevo».

El Rey reconoció palmariamente en esta ya su etapa de mayor identificación hispana que tenía no sólo que conocer y escuchar a todos sus reinos, sino que tanto Castilla como España entera estaban por encima del Imperio,como Toledo siempre solicitó.




 El Rey, después de las Cortes de Valladolid, constatando el equilibrio social y sosiego alcanzado en esta fase inicial de reconciliación, decidió finalmente venir a Toledo y convocar Cortes en la misma, comunicándoselo al entonces Corregidor D. Martín de Córdoba e Velasco. Tras su llegada y estancia a partir del 1 de enero de 1525 en Madrid, comenzó el itinerario toledano el 6 de abril pernoctando en Santa Olalla, procedente de Mostoles, para trasladarse sucesivamente vía Talavera de la Reina-Calera-Puente del Arzobispo, al Monasterio de Guadalupe, para postrarse y rendir sus oraciones de agradecimiento a la Virgen, encaminándose de regreso vía OropesaTalavera-Cebolla-Torrijos-Bargas-Olías, a Toledo donde llegó el 27 de abril.

 Las Cortes, iniciadas el I de junio, se abrieron con un mensaje regio personal y explícito a la ciudad, diciendo: «Sepades que en las Cortes que nos mandamos hacer e celebrar en la muy noble e muy leal e Insygne cibdad de Toledo», dando así público testimonio y muestra inequivoca personal de su reconciliación y olvido de los acontecimientos pasados ratificando por sí mismo la nobleza y lealtad de la ciudad .

 JOSÉ MIRANDA CALVO 

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