ESBOZOS PARA UNA CRÓNICA NEGRA DE ANTAÑO (XXVII)
María Teresa León ya había recordado el episodio en un libro.
En este relato indicaba que el incidente se produjo cuando iban visitando tabernas, «para equilibrar con tanta iglesia», y uno de los cadetes le dijo: «¡rubia, me la comería a usted con traje y todo!»
Por ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN@eslubian
TOLEDO:16/04/2018 20:52h
Entre las diferentes facetas que cultivó el cineasta Luis Buñuel se encontraba su afición por el boxeo, deporte que comenzó a practicar durante su estancia en la Residencia de Estudiantes.
En aquella época inició sus visitas a la ciudad de Toledo acompañado por amigos tan singulares como Salvador Dalí, Rafael Albertí, Pepín Bello o los hermanos Federico y Francisco García Lorca. Juntos conformaron la legendaria «Orden de Toledo», festiva fraternidad concebida para disfrutar de los monumentos toledanos, sus tabernas y, sobre todo, sus noches.
Durante una de aquellas correrías, Buñuel encontró oportunidad de demostrar su pericia con los puños al enfrentarse a unos cadetes de la Academia de Infantería, quienes dijeron un piropo subido de tono a la escritora María Teresa León.Miembros de la “Orden de Toledo” en el patio de La Venta de Aires: Salvador Dalí, María Luisa González, Luis Buñuel, Juan Vicéns, José María Hinojosa y José Moreno Villa, sentado
En el Callejón del Vicario número trece de la ciudad de Toledo, a tiro de piedra de la Catedral Primada, tuvo un cuartucho alquilado el filólogo y medievalista Antonio García Solalinde.
Sus amigos bautizaron el mismo con el sobrenombre de «El Ventanillo» y por allí pasaron algunos compañeros suyos de la universidad madrileña y de la Residencia de Estudiantes.
Eran los años veinte del pasado siglo. Entre quienes vinieron a Toledo de la mano de Solalinde figuraba el joven Luis Buñuel, quien desde 1921 comenzó a frecuentar la ciudad, encontrando en ella el espíritu de su admirado Galdós.
«¡Qué cachonda estás!»
Corría el año 1982 cuando Luis Buñuel publicó su autobiografía «Mi último suspiro», escrita en colaboración con Jean-Claude Carrière.
En sus páginas, el cineasta cuenta cómo un 19 de marzo de 1923, día de San José, tuvo la ocurrencia de fundar la «Orden de Toledo» tras haber estado bebiendo, en compañía de algunos amigos, por varias tabernas toledanas y pasear borracho por el claustro de la Catedral y visitar el convento de los carmelitas.
La regla de la Orden era bien sencilla, cada uno de sus miembros debía aportar diez pesetas a un fondo común para gastos de alojamiento y comida, luego «había que ir a Toledo con la mayor frecuencia posible y ponerse en disposición de vivir las más inolvidables experiencias», escribió en el libro citado.
Los cofrades se alojaban en la Posada de la Sangre, junto a la plaza de Zocodover, y entre las reglas que regían la hermandad figuraban no lavarse durante su estancia en la ciudad, almorzar en tascas, como «La Venta de Aires», visitar la tumba del cardenal Tavera esculpida por Berruguete, amar a Toledo sin reserva, emborracharse por lo menos durante toda una noche y vagar por sus calles.
En sus memorias «La arboleda perdida», Rafael Alberti dejó cumplido testimonio de estas andanzas. Y a una de ellas se refiere este esbozo.
Retrato de escritora María Teresa León, protagonista destacada de la trifulca entre Buñuel y los cadetes toledanos
«Un día -recordaba Buñuel- nos cruzamos con dos cadetes por la calle y uno de ellos, agarrando del brazo a María Teresa, la esposa de Alberti, le dice:‘¡Qué cachonda estás!’.
Ella protesta, ofendida, yo acudo en su defensa y tumbo a dos de los cadetes a puñetazos».
Testigo de la trifulca fue Pierre Unik (poeta y periodista francés quien colaboró con Buñuel en su documental sobre Las Hurdes) quien rápido se prestó a ayudarle dando un puntapié a uno de los militares caídos en el suelo
. «No tenemos de qué vanagloriarnos -añade el cineasta-, ya que somos siete u ocho, y ellos no son más que dos.
Nos vamos.
Se acercan dos guardias civiles que han visto la pelea desde lejos y, en lugar de reprendernos, nos aconsejan que nos vayamos de Toledo lo antes posible, para evitar la venganza de los cadetes. Nosotros no les hacemos caso y, por una vez, no pasa nada».
La imprecisión sobre el momento en que tuvo lugar este enfrentamiento impide constatar el alcance real del mismo, que por diferentes testimonios de algunos otros de los implicados aconteció en los años treinta, ya instaurada la II Republica.
En una entrevista realizada por Max Aub, Alberti, por su parte, recordaba como dos cadetes le dijeron a María Teresa unos piropos «españoles», saliendo en su defensa sus acompañantes, armándose una buena «trompada» en plena calle.
«Y entonces los cadetes, los muy cobardes, subieron a la Academia y dieron aviso.
Y empezaron a bajar cadetes. Nos pareció lo más prudente largarnos, porque si no, iba a haber motín cívico-militar».
El poeta gaditano atribuye la autoría de los puñetazos a sus compañeros Buñuel y Manuel Ángeles Ortiz, pintor y escenógrafo.Puerta de la Posada de la Sangre, alojamiento de los miembros de la «Orden» durante sus visitas a Toledo (Foto, Aldus)
María Teresa León también dio a Max Aub su versión de lo ocurrido: «Un día callejeábamos por todo Toledo, dando vueltas y gritos [...]
Y de repente, pasamos al lado de un grupo de muchachos de la Academia de Infantería y se les ocurrió decir una de esas cosas que dicen los hombres, que se llaman ‘flores’ pero que también pueden llamarse ‘ordinarieces’.
Y entonces dijeron no sé qué. Manolo Ángeles Ortiz, Buñuel y todos se pusieron como lobos, empezaron a dar gritos y casi pegarse con los estudiantes y un lío espantoso. Yo estaba muy asustada de haber provocado sin querer todo aquel conflicto [...]».
Ella continúa diciendo que una mujer desde un balcón, no la pareja de la Guardia Civil como recordaba Buñuel,les aconsejó marcharse corriendo del lugar ante la llegada de «refuerzos» desde la Academia.
En su libro «Memoria de la melancolía», editado en 1970, ella ya había recordado el episodio. En este relato indicaba que el incidente se produjo cuando iban visitando tabernas, «para equilibrar con tanta iglesia», y uno de los cadetes le dijo: «¡rubia, me la comería a usted con traje y todo!», frase a la que Manuel Ángeles respondió diciéndoles «ande, vomite, dígamelo a mí» y Luis Buñuel remangándose la camisa y lanzándose hacia los militares.
Los mismos, según este cuarto relato, intentaron en vano huir, pero pronto les alcanzaron los compañeros de María Teresa y les dieron varios puñetazos. En esta ocasión, su testimonio es más prolijo a la hora de contar la espontánea ayuda vecinal que encontraron los miembros de la «Orden de Toledo» para salvar la situación:
«¡Eh!, oíamos de pronto, saliendo la voz de un ventanuco. -Los cadetes van por la callejuela de en medio, --gracias, gracias.
Y más lejos, casi silbando en la puerta medio entornada: --Cuidado, los cadetes van diciendo a gritos que se van a vengar. Ya bajan por la cuesta. -Gracias, gracias. Y más adelante, como abriéndonos la grieta de un muro: --Pasen, pasen pronto y atraviesen el patio y salgan a la iglesia de Santo Tomé y desde allí... Protegidos por la rabiosa ira de los toledanos fuimos pasando de calle en calle, de casa a patio por un Toledo misterioso, todo de puertas ocultas, rincones inesperados, patios floridos, manos indicadoras, sonrisas cómplices y recatadas... Sigan, sigan hasta la Puerta de Bisagra. Alli... Nos salvamos.
Los hermanos de la ‘Orden de Toledo’ se salvaron de la ira de toda la Academia de Infantería gracias a la clandestinidad inesperada que abrieron para nosotros los toledanos, esos seres únicos que viven en un extraño lugar rocoso al cual no se le puede llamar pueblo ni villa si no ciudad y, si queréis añadir algo, imperial».
De las andazas de Buñuel y sus amigos por Toledo han quedado algunas fotografías realizadas en el patio de la centenaria «Venta de Aires».
En alguna de ellas se les ve con estrafalarios atavíos, ya que una de sus diversiones consistía en recorrer la ciudad disfrazados, realizando representaciones de marcado cariz dadaísta.
Son numerosos, por otra parte, los textos literarios publicados que recogen referencias a las visitas realizadas por Buñuel y sus amigos a Toledo, más de una veintena hasta el inicio de la guerra civil.
En alguna de ellas se les ve con estrafalarios atavíos, ya que una de sus diversiones consistía en recorrer la ciudad disfrazados, realizando representaciones de marcado cariz dadaísta.
Son numerosos, por otra parte, los textos literarios publicados que recogen referencias a las visitas realizadas por Buñuel y sus amigos a Toledo, más de una veintena hasta el inicio de la guerra civil.
Entre los últimos destacan la novela gráfica «Los Caballeros de la Orden de Toledo», obra del dibujante Juanfran Cabrera y el guionista Javierre, o un capítulo «ad hoc» del libro «Con él llegó el escándalo» de Fernando Martínez Gil en que se aborda una aproximación a la historia del cine y de los cines en Toledo entre 1896 y 1936.
También es imprescindible, sobre el incidente que por razones bien distintas a sus reconocidos méritos artísticos y culturales trae hoy a estas páginas a tan singulares protagonistas, el trabajo «Buñuel y la Orden de Toledo» de María Soledad Fernández Utrera
.Fachada principal del Alcázar, sede de la Academia de Infantería en los años treinta (Foto, Aldus)Enrique Sánchez Lubián - ABC
Bueno, no entiendo cómo con tanta testosterona no ganaron la guerra. De verdad es necesario un relato tan subido?
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