A mediados del siglo XIX Toledo y su provincia disponían de un estado sanitario, a nivel de enfermedades y en términos generales, normal para la situación geográfica, las épocas estacionales y los tiempos históricos que corrían.
Así y según los diferentes partidos judiciales de la provincia, Pascual Madoz, en su obra Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, nos ha'ce una relación de las enfermedades más corrientes.
Las fiebres intermitentes, los reumatismos, las enfermedades de tipo digestivo y algunas de carácter respiratorio, como anginas, constipados, pulmonías, etc., eran las más frecuentes, amén de algunas optalmías, hidropesías, tercianas y clorosis.
De todos los partidos judiciales, al parecer, era el de LilIo el menos propenso a las enfermedades, hasta el punto de que se podían encontrar personas de más de cien años que conservaban toda la dentadura.
Pero, sin duda, al margen de la normal preocupación que las personas de aquella época tenían de contraer cualquier tipo de enfermedad, ya que incluso muchas de ellas les podían conducir a la muerte, había una dolencia que no podemos considerar como habitual y que era extremadamente temida, no sólo por el pánico colectivo que provoca debido a la capacidad de contagio sino también por sus efectos mortíferos; nos referimos al cólera morbo asiático.
Cuando las condiciones higiénicas y de sanidad habían avanzado considerablemente en Europa, como lo demuestra el hecho de que habían empezado a desaparecer otras enfermedades, también muy temidas por su carácter epidémico, como la peste o la fiebre amarilla, se introdujo en el continente europeo esta otra enfermedad, también epidémica, a partir de los primeros años de la década de los años treinta del siglo decimonónico, que causó verdadero pavor allá por donde se extendió como reguero de pólvora.
El cólera morbo asiático era una afección endemo-epidémica, de origen indostánico causada por un microorganismo, el vibrión colérico, descubierto por Koch en 1884.
Sin pretender introducirnos en un campo que no es el nuestro, hemos de decir, desde nuestros desconocimientos de medicina, que el microorganismo causante del cólera morbo se transmite a través del agua, de los excrementos y de la orina.
Sabemos que el vibrión colérico puede ubicarse en el intestino de algunos hombres y que a veces su flora intestinal no es favorable a su desarrollo con lo que las personas que mantienen es estado latente el vibrión en sus intestinos no enferman de cólera y, sin embargo, por medio de sus excrementos sí pueden convertirse en verdaderos difusores de la enfermedad.
Ya hemos mencionado que el cólera morbo tuvo su origen en la zona del Asia indostánica.
Al parecer las condiciones de insalubridad y de hacinamiento en que se vivía en algunos lugares de esta región asiática durante el siglo XIX fueron las que propiciaron el desarrollo de diversas oleadas de cólera que, partiendo de allí, llegaron, no sólo a Europa sino incluso a América.
No cabe duda de que la revolución de los transportes producida a lo largo del siglo pasado (ferrocarril y barco a vapor), contribuyó de manera importante a la expansión de esta terrible enfermedad de la que nos ocupamos.
No en vano podemos co,nsiderar como elementos importantes de toda la difusión del cólera morbo las relaciones comercia· les de tipo colonial, desarrolladas durante todo el siglo, las peregrinaciones religiosas a La Meca y, por supuesto, las guerras, que produjeron un movimiento de población militar muy considerable sin las debidas condiciones higiénico-sanitarias.
Parece ser que las condiciones insalubres que se presentaban en la zona indostánica, más concretamente en ríos como el Ganges, en donde el agua estaba contaminada por todo tipo de acciones que en ella se realizaban, baños, abandono de cadáveres y evacuación, tanto de excrementos y orinas humanas, como de animales, fueron un importante foco emisor de la enfermedad.
Partiendo de lugares como este de la zona sur del continente asiático, el cólera avanzó en sucesivas oleadas hacia Europa recorriendo ésta hasta su extremo más occidental, siguiendo bien la vía terrestre, Afganistán, Irán, Turquía y Rusia y de aquí al resto del conti· nente europeo; o bien, la vía marítima, continuando la costa del golfo de Bengala hacia la costa Malabar, el golfo Pérsico y bordeando la península de Arabia hasta llegar al mar Rojo; desde aquí atravesaba por tierra Egipto y continuaba su difusión hacia los puertos europeos del Mediterráneo.
Estas oleadas de 1830, 1846, 1854, 1865, 1884 Y 1892 tuvieron unas mayor influencia sobre la población que otras en España.
La primera etapa de la oleada de cólera morbo asiático de 1854 en Toledo y su provincia.
La oleada de cólera a la que en esta ocasion nos vamos a dedicar, la del año 1854, en sus dos fases, hizo su entrada en España por los puertos de la Zona mediterránea, Barcelona, Valencia, Alicante y también por el de Cádiz. Desde estos lugares la epidemia se extendió hacia el interior de la Península.
En Toledo tenemos conocimiento de la entrada del cólera morbo, en su primera fase, en España cuando en el mes de agosto el nuevo gobierno, surgido de la sublevación de Vicálvaro, el 28 de junio, hace pública una Real Orden, de 26 de agosto, por la que, en base a la irrupción de la epidemia en algunas poblaciones españolas y ante el silencio que por intereses locales mantuvieron las autoridades, se anunciaban duros castigos para toda aquella persona que siguiese ocultando la aparición de la enfermedad.
Aquí, en la provincia de Toledo, las autoridades, en atención a la citada Real Orden, mandaron a todas las juntas municipales de sanidad que declarasen inmediatamente la invasión de la epidemia si ésta se declaraba en algún pueblo.
Era claro que el miedo estaba empezando a manifestarse una vez que se iban conociendo las noticias y rumores que llegaban de las zonas afectadas.
El gobernador civil de Cádiz se quejaba de la propaganda que se hacía de la incidencia del cólera en la ciudad, a la que se sumaban los rumores de la existencia a la vez de fiebre amarilla.
En Valls, Tarragona, sus habitantes, al ver su pueblo invadido, huye· ron al bosque y pueblos vecinos, aterrados por el número de víctimas. Por su parte, en Villanueva y Geltrú, Barcelona, mientras el cólera iba en aumento, los médicos y convecinos abandonaban en el lecho a los enfermos.
Pero no eran sólo algunos facultativos los que abandonaban irresponsablemente sus poblaciones de residencia, una vez que eran invadidas por la epidemia, sino que también algunos eclesiásticos, como sucedió en Villafranca, incumplieron sus más elementales obligaciones cristianas.
Ante estos hechos desarrollados en la segunda quincena de agosto S. M. Isabel II mandó a las autoridades eclesiásticas que se dirigieran al clero recordándoles sus deberes y responsabilidades, además de darles a conocer el castigo que merecerían en caso de no cumplir con ellos.
La necesidad de este mandato de la reina de 30 de agosto de 1854 contrastaba, por otra arte, can las noticias llegadas de Alicante, en donde algunas personas hacían gala de su filantropía.
Francisco Fernández González
https://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/02/files_anales_0017_09.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario