miércoles, 19 de mayo de 2021

Causas y Efectos del Colera Morbo de 1854-1855 en Toledo (y III)


Volviendo a nuestra exposición de los hechos, hemos de decir que, en verdad, no eran sólo los medios que acabamos de leer sino que había bastantes más, aunque sí de una línea muy similar. Nosotros quisiéramos decir aquí tan sólo que una de las publicaciones hechas a principios de septiembre recomendaba, una vez perdida toda esperanza de curación, aplicar bajo el vientre dos o tres quemaduras con hierro hecho ascua. 

Todas estas recomendaciones que hemos expuesto, al margen de lo curiosas que son en sí mismo alguna de ellas, nos dan idea de cual era el estado de la medicina en aquellos momentos. No hemos querido hacer juicios de valor sobre la eficacia o no de todos estos medios y consejos, ya que no creemos que nas corresponda a nosotros hacer tal tarea, sola mente nos dedicamos a presentar unos hechos que nos permitan comprender mejor tiempos pasados. 

Siguiendo con el tema que nos ocupa; es decir, el de la preocupación o temor por la propagación de la enfermedad, hemos de decir que na se llevó a cabo un proceso de aislamiento de las Zonas afectadas por la epidemia, sino que, al menos, las autoridades lucharon por conseguir la libertad de tránsito. 

Esto lo demuestra la Real orden de 25 de agosto de 1854 por la que se protegía la libre circulación de transporte de pasajeros y efectos de toda clase. 

Esta Real Orden se basaba en que los cordones sanitarios producían desolación en los pueblos afectados por la enfermedad y en que estas poblaciones no les llegarían los artículos de primera necesidad. 

Además, al no conocer verdaderamente la forma de propagación del cólera, pensaban que los cordones sanitarios eran inútiles en cuan~ to que manifestaban como con frecuencia se veía que la epidemia saltaba a territorios distantes cuarenta o más leguas de los puntos invadidos. Sin embargo sí se tomaron medidas por parte del Ministerio de Fomento y a través de los gobernadores civiles de las provincias, a fin de evitar contagios, se aplazó la apertura de curso en aquellos puntos en los que apareciese la enfermedad. 

El día 6 de septiembre la Diputación Provincül!, en vista de la extensión cada vez mayor de la epidemia en otras provincias y ante la necesidad de la unión de esfuerzos entre toda la población y los ineludibles sacrificios por parte de las autoridades en caso de invasión, decretó que las Juntas de Sanidad y Beneficencia de cada localidad, junto a los dos vecinos mayores contribuyentes de la misma, constituyesen una junta para atender a los sucesos originados por la epidemia, si desgraciadamente llegaba a desarrollarse en la provincia. 

Esta junta había de estar formada por un Presidente, dos Vicepresidentes y un Secretario, y debía acordar el establecimiento de hospital u hospitales, camas, auxiliares y todo lo necesario para combatir la invasión. 

A fin de poder desarrollar esa labor era necesario formar un fondo hospitalario en el que habrían de participar los ayuntamientos poniendo a disposición de la Junta hospitalaria de la localidad las cantidades, íntegras, que en sus respectivos presupuestos municipales estuviesen consignadas a calamidades públicas y a la partida de gastos de imprevistos. 

Por supuesto que se admitían todas aquellas cantidades que la población desease aportar en concepto de caridad. Las juntas podían acordar la asistencia sanitaria a domicilio y extender recetas dando cuenta de toda su actividad a través de partes a su alcaldía y ésta a la Diputación, la cual procuraría auxiliar en lo posible con sus fondos a los pueblos invadidos y que más lo necesitasen. 

Es posible que a finales de septiembre se hubiese extendido el cólera por las provincias de Ciudad Real y Cuenca, ya que en varios pueblos de estas se quejaban a los respectivos gobernadores de que los pueblos limítrofes de otras provincias no les permitían el libre tránsito y les molestaban exigiéndoles patentes de sanidad. 

Estos hechos, hemos de recordar, iban en contra de lo dispuesto en la Real orden de 25 de agosto por la que se prohibía la adopción de medidas coercitivas al libre tránsito, por lo que los gobernadores hubieron de recordar el cumplimiento de dicha orden. 

Sin embargo parece ser que fue precisamente desde estas provincias desde donde se introdujo en la provincia de Toledo la epidemia de cólera morbo, ya que la primera noticia que llega a la capital al respecto nos viene desde Santa Cruz de la Zarza, a tan sólo unos cuatro kilómetros de los límites con la provincia de Cuenca. Este pueblo pertenecía al distrito electoral de Villatobas, número 24, para las elecciones a Cortes constituyentes que habían de comenzar el día 4 de octubre. 

El municipio solicitó a la Diputación Provincial-que no sólo en base a la distancia que tenía con el pueblo cabecera de distrito, tres leguas (aproximadamente dieciséis kilómetros), sino también a las particulares condiciones de la enfermedad amenazante, se le constituyese como cabeza de distrito por sí solo. 

Esta solicitud fue atendida por la Diputación otorgándole el distrito electoral número 30 el día 24 de septiembre. Desde Santa Cruz de la Zarza podemos seguir en el futuro una línea de continuidad expansiva hacia otros pueblos. 

Sin embargo las primeras noticias que llegaron a Toledo se convirtieron en alarma cuando el día 27 el Cardenal Arzobispo de la diócesis, Bonel y Orbe, se veía atacado por una ligera indisposición que se fue agravando en los primeros días del mes de octubre y que tras los cuidados médicos y una serie de rogativas y misas sanó. 

Afortunadamente y, al parecer, no era un ataque de cólera. No obstante el nuevo y recién constituido ayuntamiento de la capital creó una comisión para atender el problema del cólera morbo que amenazaba llegar a la ciudad y así intentar evitar su entrada en ella. Mientras tanto en los primeros días de octubre ya tenemos nuevas noticias, a través del mismo conducto que las anteriores desde Santa Cruz de la Zarza, de Villatobas e incluso síntomas sospechosos en Yepes. 

En base a ello, este último municipio es segregado del distrito electoral de Ocaña constituyendo por sí mismo uno nuevo con el número 31, cuando tan sólo faltaba un día para que comenzasen las elecciones a Cortes constituyentes. Villa tobas, que se había quedado Como único pueblo en su distrito al serIe segregado Santa Cruz de la Zarza, fue, posiblemente, la localidad más afectada por la epidemia. 

Tan pronto como la Junta Provincial de Sanidad tuvo aviso del Alcalde de la existencia de algunos casos sospechosos de cólera, dispuso que una comisión facultativa fuese a inspeccionar la enfermedad. Desde el día 1 al 5 de octubre se visitó a los enfermos y se llegó a la conclusión de que los síntomas que ofrecían los enfermos indicaban la existencia del cólera morbo asiático. 

En base a ello se dictaron las medidas que se creyeron oportunas y ofrecieron, en nombre de la Diputación y del Gobierno Civil, la ayuda necesaria para una mejor asistencia de los afectados por la epidemia. Estas acciones y manifestadones, al parecer sirvieron de consuelo en todos los pueblos por donde pasó la comisión. Y el mismo efecto surtió el hecho de que dos médicos de Toledo, no pertenecientes a la comisión, llegasen al pueblo invadido de forma filantrópica para compartir con sus compañeros el trabajo de una asistencia tan comprometida como aquélla. Estos hechos elevaron la moral a los preocupados habitantes de Villa tobas puesto que desde que aparecieron los primeros síntomas se vieron aislados al huir los viajeros del paso por el pueblo e incluso veían cómo se les negaba el trato y el paso en otros pueblos por temor a ser contaminados. Nuevamente desde el Gobierno de la provincia se intentó convencer a la población de lo absurdo de aislar a las localidades afectadas y de llevar a cabo cordones sanitarios. Se les intentaba hacer ver que la enfermedad podía estar en el aire mismo, en los alimentos o en el hombre, pero que esta última posibilidad no estaba demostrada y que podía ser cualquiera de las otras dos con lo que difícilmente los cordones sanitarios servirían para algo. La experiencia, decían, enseñaba a conocer que esta enfermedad «caprichosa. solía introducirse en las poblaciones respetando algunas veces barrios enteros de las mismas y aceras diferentes de las mismas calles. Por esta razón el Gobierno, en base a las observaciones de los facultativos que en el año 1834 tuvieron ocasiqn de observar esta enfermedad, prohibió el establecimiento de medidas coercitivas que consideraba incluso perjudiciales para el estado de ánimo de las localidades invadidas. Era necesario, pues, abrir las comunicaciones con todos los pueblos de alrededor de Villa tobas facilitando así los intercambios comerciales y evitando la preocupación y el terror que, de lo contrario, se adueñaría de todo el pueblo. 

De esta manera, se pensaba, se salvarían muchas vidas como se observó en Mora, Mocejón y otros pueblos que fueron invadidos por el cólera en el año 1834. A pesar de todas estas consideraciones hechas por las autoridades provinciales la epidemia se extendió a los pueblos cercanos. 

Así sabemos que, con motivo de la segunda ronda de elecciones a diputados a Cortes que habían de celebrarse a partir del día 22 de octubre al no haber obtenido los suficientes votos los candidatos presentados, hubieron de crearse nue~ vos distritos electorales como consecuencia de la invasión de la enfermedad en alguno de los pueblos. 

La epidemia siguió la zona noroeste de la provincia pasando desde Villatobas por Ocaña, Yepes y Añover de Tajo como pueblos afectados con seguridad; y por la zona sureste, quizá pasando desde la provincia de Ciudad Real, se hizo patente el cólera en la Puebla de Almoradiel y en Villacañas, como lugares seguros de invasión también. 

En la ciudad de Toledo la preocupación continuaba ante la posibilidad de que hiciese acto de presencia la epidemia. Así el presidente del Excelentísimo Cabildo de la Catedral invitó a la nueva corporación municipal a participar en una procesión que el viernes día 6 de octubre se iba a celebrar portando la imagen de la Virgen del Sagrario y las reliquias de los Santos Patronos y San Sebastián, así como a la Misa Solemne en el Altar Mayor para implorar que se preservase a la ciudad del cólera morbo. Para el mismo el Excelentísimo Cabildo celebró desde el día 4 el rezo de la Misa en la Capilla de Nuestra Señora la Virgen del Sagrario. J unto a estas medidas de carácter religioso la ciudad empezó a trabajar a fin de prevenir la llegada del mal. 

La Comisión especial de Salud Pública del Ayuntamiento presentó un dictamen en el que se proponían una serie de medidas preventivas. Este dictamen hablaba de la cárcel como lugar muy propicio al desarrollo de la enfermedad debido a su insalubridad y falta de aireación, lo que exigía la toma de medidas; proponía, por otra parte, que inmediatamente se procediese a desbrozar las muchas callejuelas y pasadizos que se encontraban obstruidos por las basuras y escombros en términos en que ellas solas, podía decirse, constituían un verdadero foco de infección y que para evitar en lo posible los malos olores que se desprendían de lugares en donde habitualmente se tenía por costumbre evacuar se construyesen o colocasen «meaderos de hierro en la forma aseada. y que últimamente se habían adoptado y usado en Madrid. 

También se recomendaba que se airease el Hospit~l de San Juan de Dios puesto que era el único que no tenía ventilación en alguna sala de enfermos, y, por último, que Beneficencia ayudase a algunos habitantes que vivían en casas cuevas con una sola puerta al exterior, la cual casi siempre estaba cerrada para evitar que se escapasen los cerdos o los pollinos con los que vivían. 

Con respecto a la cárcel se decidió exponer la situación al Gobernador para que fuese quien tomase medidas; sin embargo, con respecto al Hospital de San Juan de Dios la Corporación mandó que se aireasen las salas que aún no tuviesen ventilación. Por último se decidió comprar veinticuatro urinarios y que éstos se colocasen en los lugares más adecuados de la ciudad. Se intentaba, con esta serie de medidas, eliminar las condiciones de insalubridad que de forma más importante tenía la ciudad, y por otra parte atajar la posible epidemia una vez que se declarase. 

En este mismo sentido se quisieron hacer públicas, nuevamente, para instruir al pueblo, las prevenciones contra el cólera que ya expusimos íntegramente en páginas anteriores. No obstante todo esto, afortunadamente no fue necesario aplicar ninguna medida más al no ser atacada la ciudad por la epidemia e ir remitiendo, no sólo en la provincia sino también en toda España. El día 27 de febrero de 1855 el Boletín Oficial de la Provincia anunciaba que ya había desaparecido del territorio nacional el cólera. 

Sin embargo días antes el Presidente del Cabildo Primado participaba a la Corporación municipal que el domingo día 18, a las nueve y media de la mañana y a las cuatro de la tarde, se celebrarían solemne función en acción de gracias por haber libertado el Señor a la ciudad de Toledo de los estragos que en otras poblaciones ocasionó la invasión y también por la declaración dogmática del Ministerio de la Purísima Concepción de Nuestra Señora.

La seguna'a etapa de la oleada de cólera morbo en la Provincia de Toledo: año 1855. Las lluvias del otoño y los fríos del invierno hicieron ,desaparecer» la epidemia de toda España, sin embargo, esta ausencia de la enfermedad no fue definitiva, ya que desde finales de la primavera y durante todo el verano la invasión volvió a producirse y esta vez, al menos en Toledo y su provincia, lo hizo con más fuerza y crudeza. 

Cuando todavía no había desaparecido el último síntoma epidémico en España, y para prevenir en el futuro una nueva explosión, el Ministerio de la Gobernación, el día 22 de febrero, expidió una circular a los gobernadores civiles de las provincias para que cada quince días se remitiesen a la Dirección de Sanidad un parte en el que se consignaran las enfermedades que en los diferentes pueblos se presentasen. 

Parece ser que fueron pocos los gobernadores civiles que cumplieron con lo ordenado, algunos, posiblemente, como era el caso del Jefe Político de Toledo, porque no pudieron hacer la recapitulación de las enfermedades al no recibir los partes de las juntas de sanidad de los distintos partidos judiciales. 

Este de· nuncia de incumplimiento de la orden dada, la hacía el Ministerio de la Gobernación a mediados del mes de mayo cuando, precisamente, se había vuelto a declarar el cólera morbo en algunas ciudades y pueblos de España y cuando casi toda Europa estaba invadida. 

Quizá, sabiendo que había resurgido la epidemia en la Península y teniéndola tan cerca, ya que en Madrid, desde principios del mes de mayo, se habían presentado varios casos con defunciones al igual que en Navalcarnero, el Gobierno de la provincia de Toledo comenzó a publicar circulares preventivas, máxime cuando el calor se aproximaba y a éste se le consideraba como agente can el que se desarrollaban los focos de infección. 

Se esperaba que ante la abundancia de lluvias en todo el país la primavera se acortaría y entraría prontamente el verano. Para las autoridades los cambios tan bruscos del tiempo climatológico eran, en la estación en la que la circulación de la sangre adquiría más vigor, origen de muchas enfermedades. 

Ante ello, desde el Gobierno Civil, se hacía ver a los municipios de la provincia la necesidad de tomar prevenciones tales como la supresión de estercoleros dentro de las poblaciones, limpiar de animales muertos las calles, limpiar los depósitos de aguas y mantener las aguas potables en las condiciones sanitarias más adecuadas. Por otra parte, había que inculcar a los vecinos que no era conveniente tener conejos de cría en las habitaciones y que no había que tirar aguas sucias a las calles. 

Por supuesto se consideraba necesario hacer publicidad de normas preventivas similares a las ya expuestas en la primera de las dos fases de la oleada colérica de 1854. Durante el mes de mayo, junio y principios de julio llegaban las noticias de la epidemia y de sus efectos en muchas ciudades de España. En Granada, provincia que más duramente sufrió la enfermedad con una ocupación de más de setenta pueblos además de la capital, la cantidad de muertos crecía alarmantemente. 

En Madrid, por su parte, en el espacio de tiempo que hemos mencionado había enfermado más de mil personas con un saldo de más de quinientos muertos. Estas dos provincias, y por ello las mencionamos, eran las más dañadas por el cólera. Como hemos dicho anteriormente, la proximidad a Madrid hacía temer a las autoridades toledanas una inminente invasión. 

Hay que tener en cuenta que los pueblos que primero fueron atacados en Madrid estaban muy cerca de la línea limítrofe con la provincia de Toledo. Así Navalcarnero, el primer pueblo afectado, se encuentra a muy pocos kilómetros del límite interprovincial, poco después se verían atacados Titulcia, Villaverde y, el día 30 de mayo, Aranjuez.

 Si miramos ,los mapas de Madrid y Toledo veremos cómo se ubican los pueblos madrileños que a finales de junio estaban invadidos. Además de los ya citados, lo estaban Villaconejos, Estremera, Belmonte de Tajo, Villalvilla, Villarejo de Salvanés, Ambite, Fuentidueña de Tajo, Perales de Tajuña, Chinchón, Torrejón de Ardoz, Carabaña y Villaviciosa de Odón. Fue a principios del mes de julio cuando aparecieron por vez primera en la provincia toledana nuevos casos de cólera. Se trataba de los pueblos de Villasequilla y Villaluenga. 

En el primero, de diez afectados que había el día nueve fallecieron dos y, en el segundo de veinte atacados murieron cuatro. A partir de este momento se puso en marcha todo el sistema de medidas a fin de mitigar la expansión. El resto de la provincia se encontraba bien, pero se tenía especial preocupación por las fuertes subidas de temperatura que desde el día 9 se habían producido. 

Efectivamente las preocupaciones se hicieron realidad, ya que esa misma fecha por la noche se dio el primer caso en la ciudad de Toledo, precisamente en la cárcel, lo que convirtió en profecía el dictamen de la Comisión Especial de Salud Pública del Ayuntamiento del día 16 de octubre de 1854, cuando opinaba sobre la insalubridad y falta de aireación de la cárcel, convirtiéndose por ello ese lugar como muy propicio para el desarrollo del cólera. 

A la mañana siguiente falleció el primer colérico y un día después, el ll, había catorce enfermos más de estado alarmante. En esa misma fecha en Villasequilla había ya dieciséis invadidos, dos de ellos graves, mientras que en Villaluenga la situación se había estabilizado. 

Dos días después en Toledo, en su cárcel, quedaban sólo cuatro casos leves tras haberse aumentado en el día anterior en otros tres más. Sin embargo en esta misma fecha se sumaron otros dos pueblos a la todavía pequeña lista, nos referimos a Illescas y Mocejón. Tras toda esta serie de acontecimientos las autoridades toledanas, tanto del Gobierno Civil como de la Diputación Provincial, en cumplimiento de la Real Orden de 19 de julio, desarrollaron una serie de acciones más decididas a fin de atajar la epidemia y evitar su extensión a otros pueblos de la provincia. 

De esta forma el Gobernador de la provincia recordó las reglas de conducta a que debían someterse los alcaldes, juntas de Beneficencia y sanidad y demás dependencias del Gobierno Civil. Así, se recomendaba el cumplimiento de las órdenes dadas en septiembre y octubre de 1854 y las de mayo de 1855; es decir, por un lado, estar bien dispuestos de alimentos sanos, ambiente limpio en las habitaciones y medicinas adecuadas así como cumplir todo tipo de previsiones sanitarias, no imponer cordones sanitarios y respetar la libre circulación de personas y cosas y, por último, que se mantuviesen en perfecto estado higiénico las calles yaguas de la localidad. 

En general, se mandaba que se consideraran vigentes todas las disposiciones dictadas el año anterior por la Diputación y la Junta Provincial de Sanidad. Además las juntas municipales de sanidad de cada partido judicial, en el momento que recibiesen aviso de que alguno de sus pueblos carecía de médico, habría de disponer, que cualquier facultativo de otro de los pueblos de su distrito que se hallare libre de la epidemia, se trasladase inmediatamente y sin excusa al punto invadido. 

Por otra parte se prohibía salir del pueblo, en caso de epidemia, a todo funcionario público de Ayuntamiento, Junta de Beneficencia y Sanidad así como a los curas y coadjutores. Y, por último, se mandaba habilitar un local para hospital donde habrían de ser socorridos todos los pobres. Por su parte la Diputación Provincial mantuvo en vigor el decreto de 6 de septiembre de 1854 por el que, recordemos, se formaron juntas locales para atender el problema del cólera. 

Además, ante la expansión de la epidemia a otros pueblos y dándose el caso de que muchos enfermos no podían tener asistencia facultativa se invitó a todos los médicos que se encontraran libres de compromiso público para que acudiesen a la Diputación a fin de que se les destinara a los pueblos que se creyera conveniente. Mientras tanto la expansión del cólera se hacía más patente en la provincia. 

Si bien en Villaluenga decrecían los efectos y en Toledo momentáneamente se estacionaban, nuevos pueblos se sumaban a la lista, alguno de ellos, próximos a la capital, sin que sepamos cuáles pudieron ser con seguridad, y otros muy lejanos como Puente del Arzobispo y Alcañizo para luego extenderse por toda la zona de los partidos judiciales del primero y de Talavera de la ,Reina, a donde el Gobernador Civil, el día 28 de julio, acompañado de un oficial de su secretaría y un médico, salió de madrugada para visitar y conocer de cerca cuál era la situación sanitaria. 

En Villasequilla volvieron a sentirse de manera funesta los efectos del cólera, extendiéndose desde allí a Villamuelas y Mora. El primero de estos dos pueblos pagó caro, sin duda, su gesto solidario con respecto a sus vecinos de Villasequilla, cuando viéndoles afligidos por la cruel enfermedad no dudó en ningún momento en poner a su disposición todos los recursos necesarios. 

El gesto honroso de Villamuelas no tuvo sin embargo muchos imitadores, hasta el punto de que algunos ayuntamientos desobedecieron las órdenes dadas por la superioridad, cuando desatendían las súplicas de los transeúntes que, enfermos, buscaban refugio en dichos pueblos, bajo el pretexto de que eran forasteros y no tenían residencia fija en el pueblo. 

Ante ello nuevamente se hubo de prevenir a los ayuntamientos de la necesidad de establecer en el local que considerasen oportuno una enfermería provista de lo necesario para recoger y admitir en ella a todos los viajeros y forasteros que, teniendo accidentalmente su residencia en un pueblo o llegase enfermos hasta allí solicitasen ayuda. En vista de que cada vez eran más las localidades afectadas y de que no era suficiente la asistencia facultativa, el Gobierno Civil ordenó, a todos los ayuntamientos en los que no hubiese médico titular, procedieran inmediatamente a contratar uno. 

Además solicitó de los alcaldes una relación de los médicos que en cada pueblo residiesen con distinción de si eran titulares o no. En caso de que en un municipio fuese invadido y careciese de facultativo habría de dar parte al alcalde del pueblo cabeza de partido y éste, a su vez, al subdelegado del ramo, quien designaría médico que no siendo titular por no percibir sueldo del Estado, ni de los presupuestos provinciales ni municipales, habría de ocupar obligatoriamente la plaza encomendada.

 A partir de estas órdenes dadas por el Gobernador Civil muchos pueblos anunciaron, en el Boletín Oficial de la Provincia, que tenían vacantes la plaza de médico. Portillo, La Mata, Ventas con Peña Aguilera, Pueblanueva, etc., fueron los primeros en hacerlo. 

Sin duda, lo hacían llevados por el miedo de verse atacados por el cólera y encontrarse sin asistencia. N o en vano, ese temor quedaba justificado desde el momento en el que, el día 15 de agosto, ya había cerca de cincuenta pueblos invadidos además de la capital. 

Aquí, en Toledo, a pesar de la unión de votos hechas por el clero y la Corporación municipal, el domingo día 5, con la celebración de una procesión y Misa solemne a la Virgen del Sagrario, el cólera aumentó considerablemente. La ciudad se encontraba dividida en cuarteles a cargo de un número conveniente de médicos quienes prestaron asistencia domiciliaria a los afectados. 

Además existía un hospital con exclusivo destino a los coléricos. Para evitar más la difusión de la epidemia se controló más la policía en los abastos y en las calles, pero ello no fue obstáculo para que entre los días 10 y 25 de agosto hubiera cuarenta y un invadidos y diecinueve muertos. 

En otros puntos de la provincia también se agravó la situación, y así tenemos como entre el día 10 y 15 hubo una cantidad importante de fallecimientos, como lo demuestran los siguientes ejemplos: INVADIDOS MUERTOS Santa Cruz de la Zarza Noblejas 41 40 35 28 65 56 11 28 13 1,6 15 11 16 8 Ocaña Villarreal o Ciruelos Lagartera Polán Mocejón ........................................... . 

Pero, sin duda, el caso más llamativo fue el del pueblo de Valdeverdeja, situado en el extremo más occidental de la provincia, en donde des R de el día 4 al 20 de agosto presentó 488 afecciones y 150 muertos.

Parece ser que estos estragos se propiciaron no sólo por la intensidad con que se manifestó la enfermedad, sino también' por causa del movimiento emigratorio de muchos habitantes de pueblos invadidos que propagaron más la epidemia y, también, por la carencia de los recursos necesarios de toda especie. Muchas personas no sólo abandonaron el pueblo y con ellos sus riquezas, sino que, también dejaron, por huir del cólera, la recolección de los frutos. 

La zona sur de La Mancha toledana tampoco se salvó de la dureza de la epidemia. 

Pueblos como Madridejos, Corral de Almaguer, Tembleque, El Romeral y Villacañas tuvieron muchas defunciones. 

El día 15 de agosto el Secretario del gobernador, Sr. Carranza, partió hacia la región manchega para conocer la situación y tomar medidas a fin de mitigar los daños. En Madridejos, en donde habían fallecido, al menos, veinte personas el citado funcionario protagonizó un suceso que fue incluso comentado por dos periódicos madrileños, Las Cortes y La Iberia. Sin embargo, presentamos aquí, por su valor descriptivo, el comentario que de tal incidente hizo la Gaceta de Madrid el día 31 de agosto:

Presentado el cólera en Madridejos con carácter algun tanto alarmante, el vecindario se preocupó con las ideas que dominan en la generalidad de las poblaciones de su clase, contribuyendo mucho á ello el abandono en que dejaron al pueblo las personas que por su posicion y por sus recursos estaban llamadas á socorrer las necesidades de las familias menos acomodadas: basta de la que de las dos boticas, solo una quedó abierta y a cargo exclusivamente de una mujer. 

En este estado, y durante el tiempo en el cual pudo la Autoridad proveer del remedio preciso á las necesidades de toda especie que se sentían en Madridejos, los vecinos reclamaban con todo em~ peño que les visitará un eclesiástico, establecido en aquella villa llamado D. Julian Garda, y que durante su larga emigracion en Francia, habia estudiado en las academias de medicina y cirujia hasta obtener el título de Doctor en ambas facultades, cuyo título sin embargo no se halla revalidado en España, y por consiguiente le hace carecer de la autorizacion legal para la asistencia de los enfermos. 

La demanda del vecindario que llegó á hacerse en grupos de alguna consideracion, reunidos en la plaza para pedir al Ayuntamiento la orden que necesitaba el curandero, no traspasó los límites de su objeto, ni autorizó, ni dió lugar al menor suceso lamentable, habiendo desaparecido esos mismos grupos en el momento en que el Ayuntamiento, de acuerdo con los mayores contribuyentes, se vió en la precision de acceder á la solicitud de que dicho curandero visitara á los enfermos que pedian sus auxilios en la aflaccion de los males del cólera que les aterraba, y ciegos en la confianza que los conocimientos del D. Julian les hacia concebir. 

Asi estaban las cosas, cuando el Gobernador de la provincia, teniendo ya conocimiento de lo ocurrido y de las diligencias que el juzgado formaba por causa de la reunion de grupos, y para sostener los justos derechos del facultativo titular, dispuso ante todo que desde luego cesase en la visita el curandero bajo su misma responsabilidad y la del Ayuntamiento que lo habia consentido, y al propio tiempo ordenó al Secretario del Gobierno señor D. Francisco Carranza, á la sazon visitando los pueblos de la Mancha invadidos del cólera, que se constituyese en Madridejos y dictara de presente las providencias que reclamaba el estado de la poblacion. 

Una vez alli el Sr. Carranza, supo que desde el recibo de la orden en que el Gobernador previno la no asistencia de los enfermos por parte del curandero, se había este abstenido de hacerlo durante tres dias que iban trascurridos con gran disgusto de los vecinos, que bien por resultados positivos, bien por efecto de preocupaciones que es punto menos que imposible desarraigar en situaciones peligrosas, cifran en el una ilimitada confianza. 

El Sr. Carranza lo observó asi en union del médico y cirujano titular, del de esta capital D. Julian Pardo, que le acompañaba en la visita, de los priores y de algunos concejales, con quienes recorrió las casas de los invalidas, recibiendo de ellos las mas amargas quejas por la retirada del curandero. 

Satisfecha y terminada la mision del Secretario Sr. Carranza, y disponiéndose ya á regresar á la capital, hizo llamar á su presencia al curandero para reencargarle que no arrostrase de modo alguno los compromisos de continuar visitando á pesar de los acuerdos del Ayuntamiento y mayores contribuyentes, y llegó al extremo de excusarse de ver el título de doctor en medicina y cirujia que el curandero ofrecía presentarle, encomendándole por conclusion el exacto cumplimiento de lo mandado por el Sr. Gobernador de la provincia. 

Mientras esto sucedia, se habian reunido multitud de personas á la puerta del alojamiento del Sr. Carranza, pidiendo de nuevo la autorizacion en favor del curandero, cuya peticion fue desatendida, porque aunque se hacia á impulso de un deseo vehemente y de una íntima creencia, estaba dictada ya una medida que el Secretario del Gobierno no podia contrariar ni siquiera dejar sin que se cumpliese con toda exactitud. 

En los instantes que mediaron hasta que el Sr. Carranza subió á su carruaje, se dió un solo viva á a la salud publica, aclamacion que explica bastante las ideas que dominaban en la gente reunida para no desperdiciar la ocasion de tener en el pueblo un delegado de la Autoridad, que en su concepto podia otorgarles lo que ellos creían el remedio de sus males. 

Tal es la historia de los sucesos de Madridejos, abultados y comentados por los periódicos de que se trata, para censurar agriamente los actos de la Autoridad, y mas que todo el comportamiento del Secretario de este Gobierno, Sr. Carranza.

En esta misma zona, de la que nos seguimos ocupando, hemos de reflejar otro hecho importante acaecido en Tembleque en donde, como consecuencia de una fuerte tormenta caída el día 30 de agosto, se anegaron las calles, casas, iglesia y campos del municipio. Algunas familias se quedaron sin casa, ropas y demás enseres. Estos hechos vinieron a agravar la ya mala situación que se tenía a raíz de la invasión del cólera. 

El pueblo se encontraba rodeado de lagunas que exhalaban miasmas insalubres que podían, como ya sucedió a principios de siglo, ocasionar más víctimas de las ya producidas. Parece ser que una anciana murió ahogada en su casa al ser inundada ésta y que dos niños, pudieron ser rescatados de las aguas cuando eran arrastrados hacia una de las varias lagunas que se habían formado. Para paliar la situción calamitosa del pueblo el Gobernador Civil concedió, además de 3.000 reales en concepto de subsidio por la epidemia, 2.000 reales más para emplearlos en jornaleros que desecasen las lagunas y evitar que el cólera adquiriera mayores proporciones. 

Afortunadmente la epidemia fue remitiendo en la mayoría de los pueblos y, a lo largo de todo el mes de septiembre, esta situación se fue haciendo cada vez más patente. La vida de las distintas localidades adquiría mayor normalidad. Las ferias de algunos pueblos, que habían sido suspendidas en espera de mejores tiempos, en base al Real decreto de 28 de septiembre de 1853 al que se acogieron, como las de Gálvez, IJIescas, Ocaña y Casarrubios del Monte, se pudieron celebrar y, con ello, las relaciones comerciales y humanas entre todas las localidades pudiron hacerse más habituales.

Cuando en otras provincias había desaparecido ya totalmente la epidemia y habían celebrado el Tedeum en acción de gracias, el Gobierno de la Nación establecía una Real Orden, el 4 de octubre, por la que, en atención al crecido número de muertos y a los trastornos producidos en las relaciones comerciales, convenía saber las causas y los medios preservativos y curativos de la enfermedad y por ello mandaba llevar a cabo una estadística nacional en la que se reflejara la situación geográfica de la localidad, sus vientos dominantes, accidentes atmósfericos, su producción, medidas que se tomaron, época de invasión, impresión moral de sus habitantes, período de mayor desarrollo, período de decrecimiento, métodos curativos empleados, cantidad de invadidos en función del sexo, edad, gravedad, temperamento, oficio, alimentación, etc., número de curados, número de muertos y métodos de desinfección llevados a cabo. 

Desgraciadamente muchas localidades, en enero de 1856, todavía no habían presentado los datos pedidos por el Gobierno Civil. 

También por aquellos momentos se inició por parte del Gobierno de España una serie medidas encaminadas a recompensar a todas aquellas personas que habían hecho, en la lucha contra el cólera, méritos. 

Aquí en la provincia de Toledo, el pueblo de Noblejas se vio honrado por una Real Orden de 6 de octubre por la que la reina, por los servicios prestados, daba las gracias publicando sus nombres con mención honorífica, en la Gaceta de la Corte, al Alcalde, Salvador Rodríguez, al Teniente cura, Pedro Boga, al Presbítero, Juan Crisóstomo Rodríguez y a los vecinos Manuel Salinas, Andrés García de la Rosa, Alvaro García Ibáñez, Francisco Rodríguez, Fermín Urdapilleta, Mariano Benavente, Manuel Peral, Eulogio Rodríguez, Manuel Rosa, Jorge Palomino y Casimiro Almarza. Además, al señor Alcalde, don Salvador Rodríguez se le propuso por el Ministerio de Estado para Caballero de la Orden de Carlos III, y, al Teniente cura, don Pedro Boga, para la Orden de Isabel la Católica.

 Otras Reales órdenes de 18 de noviembre, agradecían la actitud del clero y pedía a las autoridades eclesiásticas la relación de clérigos que se hubiesen distinguido y así condecorarles. Además se mandaba que se dieran 1.000 reales al padre o madre de cada párroco que hubiese muerto a causa de la enfermedad cumpliendo con sus deberes pastorales. 

Igualmente del fondo de Calamidades públicas habría de darse la misma cantidad a las viudas o hijos de los médicos que por las mismas causas fallecieron en cumplimiento de su profesión. A las viudas de los farmacéuticos también se les hizo extensivo tal derecho por Real Orden de 30 de noviembre. Más adelante, en diciembre, en razón al artículo 76 de la ley de Sanidad se les concedió a las citadas viudas de los médícos una pensión de entre 2.000 y 5.000 reales. 

Imaginamos que estas condecoraciones y reconocimientos no harían olvidar todos los sufrimientos acaecidos y todas las muertes producidas durante la invasión del cólera morbo asiático, la cual terminaría en Toledo a mediados del mes de noviembre.

 A consecuencia de ello. y a propuesta de la Corporación municipal, una vez consultada la Junta de Sanidad, y con la autorización del Gobernador Civil, don Mateo Navarro Zamorano, en atención al buen estado sanitario, se cantó el Tedeum en acción de gracias a la Divina Providencia por la desaparición de la epidemia, en la fecha que el Cabildo Primado señaló; es decir, el 26 de noviembre a las diez de la mañana. Con ello se daba por terminada, pero nunca olvidada, una mala «pesadilla •.

Francisco Fernández González 
https://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/02/files_anales_0017_09.pdf

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