domingo, 17 de noviembre de 2013

En Tiempos del III Concilio de Toledo

A finales del siglo VI, con la conversión del Recaredo al catolicismo se produjo un renacimiento cultural liderado por San Isidoro de Sevilla. 

La conformación de un reino medianamente estable provocó la afluencia de intelectuales provenientes del Imperio Bizantino como San Martín Dumiense, los abades Donato y Nancto, etc. También salieron fuera de España a formarse (beneficiándose de las enseñanza de San Gregorio Magno), hombres de la talla de San Leandro y Juan de Biclara.

Juan de Bíclara (Iohannis Biclarensis ¿560-624?) era un godo católico nacido en Portugal (Santarem –Scallabis-) considerado como la personalidad más competente en humanidad de su tiempo. Es tenido como un excelente narrador de los acontecimientos de los que fue contemporáneo. Había permanecido largo tiempo en Constantinopla (unos 12 años) para ampliar estudios, donde llegó a dominar perfectamente el griego, motivo por el cual Leandro e Isidoro de Sevilla le envidiaban[1]. Fundó y fue Abad del Monasterio de Biclorum (Biclara) cuyo emplazamiento se ignora, pero que estaba situado en el Pirineo Catalán. Acabó su vida siendo Obispo de Gerona (mencionado entre 592 y 614). Su crónica (“Chronicon”) relata los acontecimientos ocurridos entre los años 567 y 590.



El texto recoge la celebración del III Concilio de Toledo el 8 de Mayo del 589, ainstancias de Recaredo-I, rey de la España Visigoda (586-601) tras la muerte de su padre Leovigildo, y bajo el patrocinio de San Leandro y Eutropio, el Abad del monasterio Servitano ubicado en la diócesis de Arcávica, cerca de Cuenca. El Abad Eutropio había venido de África y la persecución le convertía en testigo excepcional de la fe. Dos años antes, el 13 de enero del 587, la Catedral de Toledo había sido reconsagrada. Este Concilio se celebró después de que Recaredo se convirtiese al Catolicismo, a los 10 meses de su subida al trono, de lo que se hace eco el texto (“…la disposición de su conversión…”), a la vez que expresa la disposición de los Obispos a apoyarle (“…el santo sínodo de los obispos decidió apoyarlo con los testimonios canónicos…”). Con este hecho, asegura el texto, que no solo se asesta un golpe más, sino que se “corta de raíz” con la “nefanda herejía” Arriana, que ya fuera condenada en Constantinopla (por Constantino) y al Nestorianismo condenado en Nicea (con Marciano) “… de tal modo que ya no pululará más por sitio alguno donde se haya dado a las iglesias la paz católica”.

LEOVIGILDO, HERMENEGILDO Y RECAREDO.

En primer lugar hay que referirse a la idea que Leovigildo tenía del Reino Visigodo. Cuando accedió al trono (apoyado por los clientes y fieles de Atanagildo y de su hermano Liuva), tuvo una intuición genial. Decidió gobernar no con el apoyo de los nobles visigodos más apegados a la tradición germánica, ni tampoco con el apoyo de los nativos hispanorromanos. Tanto unos como otros se aferraban a tradiciones caducas: los visigodos a unas costumbres que podían ser aceptables en el siglo IV pero no en el VI; y los hispanorromanos a un recuerdo Imperial que era solo eso, un recuerdo. Leovigildo decide conscientemente iniciar una política de fusión de ambos elementos para dar lugar al nacimiento de una nueva sociedad, hija por igual de visigodos y romanos.

Algunos autores piensan que Leovigildo inició esta política solo con el propósito de salvar a los visigodos de la desintegración y la absorción por parte de los hispanos. Pero probablemente fue mucho más allá. Su política trasciende la mera actuación de supervivencia y se convierte en un a política de futuro.

La recuperación de tierras a los Bizantinos hicieron subir su prestigio tanto que por primera vez un rey visigodo se atrevió a usar los símbolos de la realeza: cetro, corono y manto. Acuñó moneda en su propio nombre, creo una nobleza palatina en la que entraban los altos funcionarios del aparato estatal (entre ellos los primero hispanos) y se lanzó a una serie de conquistas contra vascones y suevos. Fundó Villa Gothorum (actual Toro, Zamora), reforzó la Fortaleza de Amaya, se hizo con el control de Orense y acabó con una sublevación en Sierra Morena. En el 581 fundo una fortaleza como cabeza de defensa contra los vascones, Victoriacum, la actual Vitoria.

En el 579 nombró a su hijo Hermenegildo duque de la Bética con sede en Sevilla y a Recaredo le concedió en el 578 el gobierno de una ciudad de nueva fundación, Recópolis(en Zorita de los Canes, a unos 70 Km. de Madrid). Esta ciudad y su “hinterland” abarcaban la mayor parte de la provincia de Madrid y de Guadalajara.

En el 580 organizó en Toledo un Concilio Arriano, en el que Leovigildo elimina todas las trabas procedimentales y rituales impuestas a los que abandonaban el catolicismo para hacerse arriano. Lo que buscaba Leovigildo era eliminar las diferencias religiosas entre los dos pueblos y buscar la unidad espiritual usando como base común el arrianismo. Sin embargo, el éxito de esta medida fue escaso, no así la buena voluntad del rey.

En segundo lugar la rebelión que protagonizó Hermenegildo, el otro hijo de Leovigildo y por lo tanto hermano de Recaredo. Leovigildo, como parte de su plan de unificación del Reino, trató de reforzar los lazos con Austrasia haciendo que el mayor de sus hijos, Hermenegildo (habido con Teodosia, al igual que Recaredo), casara con Ingunda (nieta de Goswintha, segunda esposa de Leovigildo y que era viuda de Atanagildo). Ingunda, al contrario que su madre y su abuela, llevaba consigo el espíritu misional que predominaba ya en las tierras de su nacimiento y consiguió, en la intimidad del matrimonio, que su marido abandonase la fe Arriana y, convirtiéndose al catolicismo, tomara el nombre de Juan. Leovigildo envió al matrimonio a Sevilla, donde se encontraron con San Leandro.

Todo esto sucedía en torno al año 580, y si bien es cierto que no es posible probar con toda seguridad la conversión al catolicismo de Hermenegildo en estos momentos, si que es sabido que a finales del 580 Hermenegildo acuñaba moneda en Sevilla en su nombre, y no en el de su padre, lo que era una clara declaración de independencia. Y en el 581 aparecen monedas de Hermenegildo con leyendas que hacen fácil suponer que ya era católico, y que usaba su catolicismo para afirmar su independencia del trono toledano.



Mientras el arzobispo viajaba a Bizancio para recabar el apoyo del Imperio a este joven príncipe, las ciudades de la cuenca del Guadalquivir, próximas a la zona bizantina, las más romanizadas, se alzaban en armas. Hermenegildo/Juan cometió el error de no someterlas sino de llamar en su auxilio al rey de los suevos y a los gobernadores bizantinos que proporcionaron tropas. Leovigildo hubo de mover las suyas para someter con mano dura a los rebeldes. Todas estas noticias llegaron a Constantinopla haciendo fracasar la misión diplomática de Leandro, quién emprendió el regreso.

No se sabe si estaba en Sevilla en el momento en el que Hermenegildo, derrotado por su padre, era conducido a prisión (primero en Toledo, luego en Valencia). Ingunda huyó, llevando en brazos a su único hijo y, por la vía de Cartagena, trató de llegar a Bizancio, si bien murió en el viaje. En todo caso Leandro fue desterrado mientras que Hermenegildo recibía la muerte en Tarragona, a manos de cierto Sisberto, por negarse a recibir la comunión arriana. La Iglesia Católica nunca aprobaría el gesto de rebeldía de Hermenegildo y no fue reconocido como mártir hasta Felipe-II. Una tradición posterior pretende que el propio Leovigildo fue movido a reconocer el error que cometiera y que poco antes de morir (Abril o Mayo del 586) recomendó a su hijo Recaredo (que era reconocido ya como sucesor pues compartía el poder con su padre desde el 572), que abandonara la doctrina arriana y aceptara la fe de Roma.

Hermenegildo fue un rebelde que quería usurparle el trono a su padre y usó para ello su condición de católico, intentando ganarse el apoyo de suevos, francos y bizantinos por un lado y a la población hispanoromana, por otro. Sin embargo, una vez finalizada la guerra, (ya muerto Hermenegildo), no hubo persecución de católicos, lo que abona más la teoría de que no se trató de una guerra de religión, aunque quedara patente la debilidad del arrianismo (solo se sostenía como religión oficial de los godos, es decir, de la minoría), frente a la inmensa mayoría de católicos (tanto en su territorio como en el de sus vecinos). Esto pudo hacer que Leovigildo recomendara a Recaredo que para continuar con su obra, se apoyara en la doctrina cristiana.

De inmediato se vio que Recaredo seguiría la política de reconciliación de su padre. Pocos meses después de subir al trono, Recaredo convoca un Concilio conjunto de obispos arrianos y católicos y les pidió que renunciaran a la fórmula de Rimini para adoptar una doctrina común. Luego, en febrero del 587, anunció que tanto él como su esposa Rigunda, princesa neustriana, eran católicos. También logra importantes acuerdos con los francos y el apoyo de los fieles de su madrastra Goswintha. Consolidada la paz externa e interna, y en marcha el diálogo entre ambas iglesias, deja pasar un par de años hasta que las cosas maduren.

Leandro comunica al papa Gregorio la gran noticia, y éste, que estaba ya de regreso a Roma, le exhortó a que cuidara mucho que el Rey no se desviara del buen camino.

III CONCILIO DE TOLEDO


Se llega así al momento en el que convoca el III-Concilio de Toledo. Todo estaba decidido: ocho obispos arrianos se unieron a los 72 católicos y leyeron la fórmula de abjuración. Un gran precedente fue que los acuerdos tomados en este Sínodo y en los siguientes, se incorporaban al conjunto de leyes del Reino.



Parece unánime la teoría de que tanto Leovigildo como Recaredo (y posiblemente Hermenegildo por la vía de la sublevación) buscaban aplicar el principio de “Una Religión, Un Pueblo”. También son muchos los que apuntan a que mientras hubiera dos religiones en Hispania era imposible completar la fusión de godos e hispanos en uno solo. Sin embargo hay que señalar también que la segregación jurídica de godos e hispanos siguió siendo efectiva. Cada uno era heredero de una tradición jurídica diferente, y por lo tanto no se les podía aplicar el mismo derecho. Además los “nacionalistas” godos, no dejaron de ver en estas actuaciones una victoria de los hispanos y crearon otra serie de dificultades, como varias sublevaciones que Recaredo tuvo que hacer frente.

Juan de Bíclara, quien sufrió pena de destierro, entiende muy bien la situación del momento y la refleja en su Chronicon, que abarca todos los acontecimientos hasta el año 590. Leandro desde su destierro en Constantinopla había sentido crecer su esperanza y su seguridad en la nueva sociedad que se creaba. Para Bíclara es la encarnación de la resistencia. A diferencia de las Galias, Britannia y Germania, Hispania pudo conservar su nombre, lo que tiene una especial significación. Para Bíclara Hispania emergía como sólida herencia del Imperio Romano, mientras Toledo y Bizancio eran los extremos.

Uno de los conflictos más radicalizado en Hispania fue el de los Bizantinos. Su capital, Cartagena, fue reforzada con nuevas murallas el mismo año en el que Recaredo se convertía al catolicismo. Eso dejaba las cosas bien claras. Los Bizantinos habían esgrimido el pretexto religioso e imperial par actuar en Hispania, pero ahora les quedaba solo el imperial. Recaredo no luchó contra ellos.

Leandro, obispo de Sevilla estuvo cerca del nuevo rey. Y es indudable que sin este apoyo no se hubiera producido el III Concilio de Toledo, ni tampoco se hubiera llegado al entendimiento con los obispos arrianos. Leandro había permanecido mucho tiempo en Constantinopla estudiando a los padres y conocía a fondo la doctrina y la historia del arrianiso. Sin su presencia es difícil pensar que se hubiera llegado a un entendimiento entre católicos y arrianos. Y como prueba de ello, el III Concilio de Toledo fue presidido por él. A él, Leandro, le entregó su tomus el rey Recaredo y él fue testigo de la conversión de la corte visigoda entera (este éxito de conversión fue convenientemente conocido y celebrado por su amigo el papa Gregorio).

En el III-Concilio de Toledo quedó sellada la unidad espiritual de España, mediante la conversión al Catolicismo de la población arriana de la Península. Sin embargo, según muchos historiadores las auténticas razones de su profesión pública de fe, aún son oscuras.

Juan de Bíclara dice en su crónica que la iniciativa de reunir un magno Sínodo (de 72 obispos) partió de San Leandro y del Abad Eutropio. Dos destacados eclesiásticos relacionados con Bizancio y conocedores de las tradiciones conciliares del oriente cristiano. Ambos consideraban que un acontecimiento de tan excepcional trascendencia como era la conversión del pueblo visigodo al Catolicismo y su recepción en la Iglesia, merecía celebrarse con la debida solemnidad y en un escenario a la medida de su importancia histórica.

§ El Abad Eutropio indicaba la nueva dimensión del refuerzo del Monacato, de tal forma que no se haría Benedictino en España hasta mucho tiempo después, y perduraría a través de los mozárabes. El monacato debía servir para reforzar la estructura jerárquica de la Iglesia.

§ En su discurso de clausura, Leandro insiste en la idea de que se había conseguido al fin “un solo reino”. Del mismo modo, el Papa Gregorio le escribe una carta en abril del 591 en el que le califica como “el obispo de los españoles”. San Leandro convocó, en el 591, un Sínodo en Sevilla donde se toma ya la decisión de crear una Biblioteca. San Gregorio envió a Leandro el pallium, convirtiendo así a Sevilla en una especie de cabeza de la Iglesia en España. Con la banda blanca venían también preciosas reliquias.

Se ha dicho muchas veces que en este Concilio el papel de Recaredo no fue el de Catecúmeno o Neoconverso, sino el del monarca ortodoxo que hace la profesión de fe en nombre del pueblo que ha conducido hasta el umbral de la Iglesia. Las palabras de Recaredo en el Aula conciliar, dirigidas al Episcopado del reino subrayan el protagonismo del monarca en la conversión de sus súbditos. Godos y Suevos eran los dos pueblos que Recaredo había arrancado de las tinieblas de la herejía y ofrendaba ahora a la Santa Iglesia:

"Presente está aquí la ínclita nación de los Godos, estimada por doquier por su genuina virilidad, la cual separada antes por la maldad de sus doctores de la fe y la unidad de la Iglesia Católica, ahora, unida a mi de todo corazón, participa plenamente en la comunión de aquella Iglesia"(…Y allí estaba también presente -seguía diciendo el rey-) "la incontable muchedumbre del pueblo de los Suevos, que con la ayuda del Cielo sometimos a nuestro reino y que, si por culpa ajena fue sumergida en la herejía, ahora ha sido reconducida por nuestra diligencia al origen de la verdad"(…Recaredo, promotor de la conversión de sus súbditos, ofrecía a Dios…) "como un santo y expiatorio sacrificio, estos nobilísimos pueblos que por nuestra diligencia han sido ganados para el Señor".

"Conquistador de nuevos pueblos para la Iglesia Católica": ese fue el titulo con que los obispos aclamaron a Recaredo al final de su discurso:

"¿A quién ha concedido Dios un mérito eterno, sino al verdadero y católico rey Recaredo? ¿A quién la corona eterna, sino al verdadero y ortodoxo rey Recaredo?" Estas y otras fueron las aclamaciones que brotaron de los labios de los padres conciliares, y que han llegado hasta nosotros a través de las actas del Sínodo. Más aún, Recaredo es presentado como un nuevo apóstol: "¡Merezca recibir el premio apostólico, puesto que ha cumplido el oficio de apóstol!", exclaman los obispos recurriendo a un símil de tradición oriental, pues en el Oriente cristiano se aplicó a los grandes príncipes (desde el emperador Constantino a Wladimiro de Kiew) que tuvieron un papel importante en la conversión de sus pueblos.



La asamblea conciliar siguió su curso. Un grupo de eclesiásticos y magnates conversos, en representación de todo el pueblo godo, hicieron la profesión de fe, que luego fue suscrita por ocho antiguos obispos arrianos y cinco "varones ilustres" de la nobleza visigoda. El concilio promulgó todavía una serie de preceptos sobre disciplina eclesiástica y otros que atribuían a los obispos importantes funciones civiles, articulando el esquema de un sistema de "gobierno conjunto" de ambos pueblos (visigodo e hispano-romano), en el que participaban de modo armónico dignatarios laicos y obispos. Al prelado católico más insigne, san Leandro de Sevilla, correspondió el honor de clausurar el Concilio Toledano con una vibrante homilía de acción de gracias: la Iglesia desbordaba de gozo por la conversión de tantos pueblos, por el nacimiento de tantos nuevos hijos; porque "aquellos mismos (decía Leandro) cuya rudeza nos hacia antaño gemir, son ahora, por razón de su fe, motivo de gozo".

No se conoce con exactitud la fecha de la muerte de San Leandro. Lo que es seguro es que en el 601 tanto él como Recaredo no existían. Quedaba el hermano de Leandro, Isidoro que le sucedería como arzobispo de Sevilla, y su hermana Florentina, abadesa en un monasterio por ella misma fundado, en Astigi. Como dato curioso, ya que San Isidoro es considerado como el primero de los grandes compiladores medievales, recientemente ha sido propuesto como santo patrón de Internet.

El Concilio III de Toledo marcó una huella indeleble en la historia religiosa española, ya que en él quedó sellada la unidad espiritual de España. Pero su importancia desborda el estricto marco hispánico para alcanzar una dimensión más amplia: católica. La Crónica de Juan de Biclara traza un sugestivo paralelo entre Recaredo en el Concilio III de Toledo y los grandes emperadores cristianos de Oriente, Constantino y Marciano, que habían reunido los Concilios ecuménicos de Nicea y Calcedonia. Y la Crónica contempla el Sínodo toledano, proyectado sobre el horizonte de la Iglesia universal, como el acontecimiento que representaba la definitiva victoria de la Ortodoxia sobre el Arrianismo. Así, a los ojos del más ilustre Cronista español contemporáneo, el Concilio aparecía a la vez como el origen de la unidad católica de España y el punto de agotamiento del ciclo vital de la gran herejía trinitaria de la Antigüedad Cristiana.

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