En los meses de febrero y marzo de 1923, Albert Einstein, personaje que supongo que no necesita presentación, visitó España. Para entonces, ya era eso que hoy denominaríamos una estrella mediática. Llevaba dos años disfrutando del Nobel de Física e incluyó España en un periplo mundial que le llevó por América y Japón. Curiosos tiempos aquéllos en los que los Rolling Stones eran científicos dedicados a reflexionar sobre el espaciotiempo (esta frase es demagógica y estúpida pues, por mucho interés que despertara Einstein, no se puede comparar con los auténticos movimientos de masas, sobre todo femeninas, que provocaban no muchos años más tarde las visitas a España delMorritos Jaeger de lo cañí: Jorge Negrete. Yo mismo pienso que su Agua del pozo permanece insuperada).
El viaje de Herr e=mc2 se debió, al parecer, al impulso de un matemático español, Julio Rey Pastor, del que sé poco, por no decir nada. Pero Einstein fue, rápidamente, «adoptado» por la intelligentsia intelectual (valga la redundancia) española. Su cicerone principal fue nada más y nada menos que José Ortega y Gasset, el de delenda est monarchia y de yo soy yo y mis circunstancias, filósofo oficial español y de lo español.
Einstein visitó, además de Madrid (y alrededores), Barcelona y Zaragoza donde, por cierto, cumplió años. Parece que se sintió especialmente emocionado al ver, en Toledo, el arte de El Greco. Dio algunas conferencias, la principal de ellas en la Residencia de Estudiantes, que versó sobre Introducción a la teoría de la relatividad. Predecible, ¿eh?
Los organizadores de la visita «vendieron» a Einstein como el padre de una nueva forma de pensar, una concepción del mundo radicalmente diferente, tratando de trascenderlo más allá de las ya anchas paredes de la física. Esto generó en España una enorme curiosidad, motivo por el cual el alemán fue seguido por multitudes más o menos nutridas.
Sin embargo, el principal problema para los españoles era el mismo que tendrían centenares de miles de seres humanos (la mayoría adolescentes) en los siguientes 80 años: no tenían ni pajolera idea de qué significaba la teoría esa de la relatividad que, al parecer, era tan importante e iba a cambiar el mundo. Comprendían que el señor alemán de los pelos era muy listo y que había parido algo de gran inteligencia; pero no pasaban de ahí.
Una anécdota sirve para ilustrar la actitud de los españoles ante Albert Einstein. Durante una de sus visitas en Madrid, al salir de un edificio, al alemán le esperaba un coche. Una pequeña multitud de madrileños, informados del evento, estaba allí para contemplar al genio en persona. En el momento en que se subía al coche, según la prensa de la época, una mujer, castañera para más datos, gritó: «¡Viva el inventor del automóvil!»
Este grito resume la actitud del español medio de 1923 hacia Einstein. Si era tan genio, si era tan inteligente, si merecía el Nobel, si iba a cambiar el mundo, entonces más que científico debería ser inventor; y, además, haber inventado algo realmente importante: el automóvil.
A los científicos les joroba mucho que sus titanes no sean conocidos por la gente. Por ejemplo, todos o casi todos los matemáticos que conozco se cabrean mucho al recordar que la mayoría de la gente no sabe quién fue Leonard Euler; y, apostillan, de los poquísimos que lo conocen, aún son menos los que saben que no se dice /euler/, sino /oiler/. Y tienen razón al decir que cuando hablamos de gentes como Diofanto, o Galileo, o Al-Jwarizmi, o Planck, o Shrödinger, o Pauli, o Maxwell, o Arquímedes o qué se yo, estamos hablando de personas con capacidades muy fuera de lo común.
Véase el caso del matemático alemán Gauss, quien, a la tierna edad de catorce años, cuando el resto de los mortales andamos tratando de entender la fórmula para la suma de los términos de una progresión aritmética, fue capaz de descubrir que el número de números primos menores que x cuando x tiende a infinito equivale a x partido por su logaritmo neperiano. ¿A que da yuyu el niño? Como para pensar, ciertamente, que si hubiese Gausses en el fútbol, Ronaldinho jugaría en la tercera regional del Mato Grosso.
Einstein es el único caso en el que no ocurre esto. Todo el mundo conoce a Einstein, aunque no lo comprende. Es algo así como el Quijote de la Ciencia. Pero no me digáis que la anécdota de Madrid no tiene miga. Miga, además, castiza.
Por cierto, que Ortega y Einstein acabarían peleados, aunque lo que no sé es si el físico se enteró de ello. En 1937, con ocasión de la celebración del Congreso de Escritores Antifascistas en la Valencia republicana, y por lo tanto en plena guerra, Einstein remitió a dicho congreso un mensaje muy crítico con las democracias del mundo, especialmente con Estados Unidos, por su tibieza en la defensa de la República. Ortega le respondería en una revista británicaponiéndolo a caer de un burro, acusándolo de insolente e ignorante.
¿De qué pie político cojeaba Einstein? Dicen las crónicas que en su visita a España se vio con Ángel Pestaña, líder que lo fue del sindicalismo anarquista. La cosa se presta al chiste fácil, claro: un tipo que cree que todo es relativo, así pues considera que los conceptos de izquierda y derecha sólo dependen de la situación del punto de referencia, ¿qué será, sino anarquista?
Fuente: http://historiasdehispania.blogspot.com.es/2006/09/qu-sabe-una-castaera-de-la-relatividad.html
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